viernes, 28 de mayo de 2010

27.5.10
GRATUIDAD PARA NUEVA SOCIEDAD
Ovidio Pérez Morales
El término “nueva sociedad” designa otro “tipo” de convivencia social, que corresponda más y mejor a lo que requiere la comunidad humana. Y entre los factores (valores) que se explicitan al perfilarla, destacan la justicia y la libertad, los Derechos Humanos.
La “nueva sociedad” no puede pensarse como un punto terminal histórico; es, en efecto, un horizonte, que progresivamente se alarga en metas y exigencias, aprovechando la experiencia (logros y frustraciones) y la reflexión del homo viator (el humano caminante).
Ahora bien, a la hora de precisar formas y estructuras de la convivencia por alcanzar, se manifiestan filosofías e ideologías, concepciones diversas de la vida, con sus correspondientes proyectos societarios. Adam Smith y Marx, por ejemplo, abren, en perspectiva económica, caminos distintos. De modo semejante corrientes espiritualistas orientales y utilitarismos de corte occidental despliegan escenarios contrastantes en cuanto al sentido del perfeccionamiento humano. En el Evangelio, los cristianos encontramos, por supuesto, principios y orientaciones, valores y motivaciones relativos a la edificación de esa “nueva sociedad” (civilización del amor). Y no sobra repetir que el incansable molino de la historia es permanente trituradora y/o mezcladora de especulaciones y diseños, forzando así una permanente generación de novedades.
Un factor que debe ser incluido en la concepción y construcción de esa “sociedad deseable” es la gratuidad, la cual ofrece un ícono patente en nuestro tiempo: Teresa de Calcuta. Invita a todos, cualesquiera sean los campos en que se muevan y sus situaciones personales, a obrar no simplemente por la ganancia económica, el mantenimiento o aumento del poder (político o de otra índole), el prestigio y culto de la propia imagen, el placer de los sentidos. De Jesús es la frase: “Mayor felicidad hay en dar que en recibir” (Hechos 20, 35)
La gratuidad supone la justicia e implica, junto con la solidaridad (que es empeño por el bien común, por el bien de todos y cada uno), variadas formas de sensibilidad humana y también de delicadeza ecológica. El Evangelio invita a ir todavía más allá, abriendo la gratuidad a fascinantes, escandalosas y trascendentes exigencias. Es la razón de por qué, para muchos, resulta risible y chocante el Sermón de la Montaña. Éste llama e interpela hacia la com-pasión y la misericordia, el perdón y la reconciliación, el amor a los enemigos. La medida de la gratuidad evangélica es como un tonel sin fondo, porque tiene como modelo el amor de Cristo, la caridad de Dios.
La gratuidad, además de impregnar el relacionamiento interpersonal, comunitario, ha de abrirse espacio también en el ámbito organizacional y empresarial, para hacer más perceptibles y eficaces, la fraternidad y el amor en nuestro mundo concreto. Por eso, hoy, términos como economía de gratuidad, economía de comunión, no son sólo palabras y romántico fantaseo, sino búsqueda y trabajo serios y realistas.
De Benedicto XVI es esta afirmación: la economía globalizada parece privilegiar la lógica del intercambio contractual; pero tiene necesidad de otras dos: la de la política y la de la gratuidad (Véase Caritas in Veritate 37). La economía exige acompañarse de ética y de mística. Por el bien de toda la sociedad. ¡Y de ella misma!
Una “nueva sociedad” es impensable sin gratuidad, que es don sin contraprestación.

sábado, 22 de mayo de 2010

20.5.10
SUBSIDIARIDAD FRENTE A ESTATIZACION
Ovidio Pérez Morales

En la lógica estatizante del proyecto comunista “Socialismo del S.XXI” está en marcha una desenfrenada carrera oficial para absorber las más diversas obras y empresas que están en manos de particulares (individuos, grupos, asociaciones).
No se trata aquí, propiamente hablando, de una “socialización” o “colectivización”, sino de un monopolio del Estado, entendido como control gubernamental de sentido ideológico-partidista, con su polarización última en el “líder supremo”.
Lo predominante en todo este proceso centralizador no es, en definitiva, la suerte de la gente y, en particular de los trabajadores y de los pobres, a quienes se los exhibe como bandera, sino el fortalecimiento del poder hegemónico. Porque, ya de entrada, a los ciudadanos se los considera, de facto, como simples súbditos, para dividirlos, de inmediato, en partidarios/enemigos, según la adhesión/disenso con respecto al proyecto oficial (“Revolución”).
Frente a una concepción estatizante, que prioriza así una total centralización, es preciso reafirmar y defender la subsidiaridad, uno de los principios fundamentales que debe regir una sociedad personalizante, y, por ende, promotora de sujetividad y comunitariedad. Con todo lo que esto conlleva de corresponsabilidad y participación.
El principio de subsidiaridad figura, por tanto, “entre las directrices más constantes y características de la doctrina social de la Iglesia”, como lo enfatizan el Compendio de la misma, publicado por el Pontificio Consejo Justicia y Paz (2004), y el documento La contribución de la Iglesia a la gestación de una nueva sociedad (2006) del Concilio Plenario de Venezuela.
El Compendio describe así la subsidiaridad: “Conforme a este principio, todas las sociedades de orden superior deben ponerse en una actitud de ayuda (subsidium) –por tanto de apoyo, promoción, desarrollo- respecto de las menores” (No 186).
Caricaturizando este principio se lo podría formular así: el pez grande respalda al chico.
Los cuerpos sociales intermedios están llamados a actuar, sin ceder indebidamente sus funciones a otros superiores. De lo contrario, éstos terminarían por debilitarlos o eliminarlos, contrariando su dignidad propia y afectando su espacio vital. Por su parte, los cuerpos superiores tienen que reconocer y apoyar a sus “inferiores”, nunca minusvalorarlos o excluirlos. Pensemos, por ejemplo, en lo que significa la adecuada relación entre una comunidad pequeña o una asociación de vecinos y su alcaldía, y entre ésta y la respectiva gobernación. Lo que puede hacer la base no tiene porqué asumirlo la cúpula.
El principio de subsidiaridad concreta en el plano operativo la primacía que se debe dar a la persona y a sus organizaciones inmediatas o próximas, a los cuerpos intermedios, en el proceso social. La aplicación coherente de dicho principio concreta de modo efectivo la democracia en los distintos ámbitos del quehacer social.
Resulta particularmente oportuno insistir en la subsidiaridad, cuando en el país se busca desarrollar un “poder comunal”. Un tal poder, manejado en el marco de la Constitución y en concordancia con las exigencias de una auténtica subsidiaridad, puede constituir una valiosa herramienta de desarrollo integral de la nación. De otro modo se convertirá en una simple correa de transmisión del poder centralizado.
La subsidiaridad funciona con un Estado promotor. Se paraliza con uno totalitario.

jueves, 13 de mayo de 2010

13.5.10
NUEVA JERUSALEN DE MARX
Ovidio Pérez Morales
La Biblia se abre con un drama de profundas repercusiones históricas. El relato (Génesis 1-3), rico en símbolos, luego de narrar la libre decisión creativa, refiere una ruptura (caída) original y originante, que busca explicar la condición conflictiva del ser humano y el claroscuro dialéctico de su peregrinar histórico.
Esa misma Escritura se cierra con el Apocalipsis, cuyos dos últimos capítulos, bajo la figura de la Nueva Jerusalén, describen la consumación de la historia con el inicio de una “duración” definitiva, que será la plena comunión interhumana y humano-divina. “Un cielo nuevo y una tierra nueva”, sin lágrimas ni fatigas, ni llantos ni muerte, “porque el mundo viejo ha pasado”.
En el credo cristiano son básicos estos dos polos referenciales. Ellos constituyen r el fundamento sólido y exigente, tanto de un compromiso constructivo en la ciudad presente, como de una indeclinable esperanza de la ciudad futura.
Un número muy interesante de la encíclica de Benedicto XVI sobre la esperanza (Spe Salvi del 30.11.2007), es el 21. Allí el Papa hace referencia a la Nueva Jerusalén de Marx. Éste proclama también una consumación de la historia, consistente en una perfecta unidad interhumana (comunismo), como fruto, en definitiva, de la “socialización” de los medios de producción. Resulta atractivo leer las profecías “científicas” descriptivas de este “happy end” en los manuales marxistas (los hay clásicos como el de F.V.Konstantinov). Ese final-indefinido será: expresión superior, culminante, del humanismo; trabajo convertido en la primera necesidad vital; sociedad dotada de “una abundancia de toda clase de bienes materiales y espirituales”; plena vigencia del principio “de cada uno, según su capacidad; a cada uno, según sus necesidades”. Final que es afirmación de “fe” y de “esperanza”, intramundanas, las cuales recogen hondas y sentidas aspiraciones humanas y tratan de realizar innegables valores. Pero…
La implantación del “socialismo real” ha manifestado “el error fundamental de Marx”, según expresa el Papa. Gravísimo vacío, pudiera también decirse. En modo fatalista y cuasi mecanicista, Marx proclama una Nueva Jerusalén, pero sin decir nada acerca del cómo (mediaciones) de su estructuración. Supone simplemente que solucionado el desarreglo económico (cabría decir: absuelto el “pecado original” de la propiedad privada de los medios de producción), lo demás (lo político y lo ético-cultural) vendrá por añadidura. La “añadidura”, sin embargo, ha sido desastrosa.
En la base –irreparable- del desastre está la índole materialista del edificio marxista, cuya correspondiente antropología olvida, nada más ni nada menos, al antropos integral y concreto. La plenitud apocalíptica marxista desconoce el drama genesíaco. Koba el Temible de Martin Amis ofrece, lamentablemente, no pocos elementos para una antropología del “socialismo real”.
El “hombre nuevo” marxista, no sabe de pecados capitales, ni del porqué del Decálogo. Por ello, esa antropología ahístórica desemboca en gulags siberianos y en nomenclaturas vitalicias caribeñas.
Al ser humano no se lo puede componer simplemente desde afuera. Y su idolización termina siempre –como en el relato genesíaco- en la triste experiencia de la propia desnudez.
La crítica al marxismo no puede ignorar las injusticias que éste busca superar, ni destruir totalmente su parte válida de utopía. Con todo, la Nueva Jerusalén será logro humano, sí, pero, fundamental y radicalmente, don de Dios.

miércoles, 5 de mayo de 2010

Concilio en Bicentenario

6.5.10
CONCILIO EN BICENTENARIO
Ovidio Pérez Morales
Particular significación entraña el fuerte relanzamiento que el Episcopado nacional ha decidido dar al Concilio Plenario de Venezuela (CPV), en cuanto a su efectiva aplicación.
La reciente Carta Pastoral de la Conferencia Episcopal Sobre el Bicentenario de la Declaración de Independencia de la República, luego de renovar el compromiso eclesial con el desarrollo integral de la naciónen una línea de humanismo cristiano, afirma que nuestra Iglesia cuenta con el conjunto doctrinal sólido del Concilio Plenario, al cual define como “fundamento de un proyecto evangelizador pastoral de gran alcance” para renovar a la Iglesia y servir mejor al país.
¿Conclusión sobre el Concilio Plenario? El Episcopado la enfatiza: “Urge, por consiguiente, su puesta en práctica, decidida y responsable, a lo ancho y largo del país (No. 40).
Con respecto al aporte eclesial a la construcción y reconstrucción de la República en justicia, libertad y fraternidad, se destacan dos documentos conciliares: La contribución de la Iglesia a la gestación de una nueva sociedad y Evangelización de la cultura en Venezuela. Aquél aporte se lo entiende conjugado al de todos los hombres y mujeres de buena voluntad de este país, que se entiende como hogar común, en cuyo cuido, bienestar y progreso nadie puede quedar o considerarse excluido.
Un poco más adelante los Obispos remachan su clara determinación de “impulsar una decidida puesta en práctica de las orientaciones conciliares”. Y, teniendo muy presente la situación nacional, justifican esta decisión: “En ello está en juego todo lo relativo a valores como la defensa y promoción de los derechos humanos; lo tocante a la superación del empobrecimiento, la exclusión y las hegemonías, mediante la promoción de la justicia, la participación y la subsidiaridad; así como el fortalecimiento de la democracia y la sociedad pluralista, la educación libre hacia un desarrollo compartido y el dinamismo cultural orientado a una calidad espiritual de vida (No. 43).
El Concilio Plenario en sus 16 documentos aborda todos objetivos específicos o dimensiones de la misión de la Iglesia, que es la evangelización. Por tanto, desde el primer anuncio del evangelio hasta el diálogo ecuménico e interreligioso, así como la contribución para construir una nueva sociedad, pasando por la formación de la fe, la liturgia y la organización de la comunidad visible eclesial. Por ello el cuerpo documental conciliar, fundamenta un gran proyecto pastoral, de nueva evangelización, hacia el interior de la Iglesia y de ésta hacia la entera sociedad.
Para la Iglesia en Venezuela la puesta en práctica del Concilio Plenario, sin dilación y de modo efectivo, no es, por tanto, algo optativo ni secundario. Constituye una tarea prioritaria en la que se juega su credibilidad y su eficacia evangelizadora, desde ya y en los próximos años y décadas.
Especialmente en tiempos en que se proyecta “refundar” el país en base a principios y criterios incompatibles con una genuina concepción humanista y cristiana, el Concilio Plenario impulsa a un auténtico progreso de nuestro pueblo en el genuino sentido del Evangelio.
Para terminar, me complace comunicar la buena noticia de que la Universidad Católica “Cecilio Acosta” de Maracaibo, pondrá en Internet, a disposición de la Iglesia y del país, la documentación conciliar para su utilización interactiva. Además facilitará, mediante CDs, el mayor y mejor aprovechamiento del corpus conciliar.
Aplicar el CPV: excelente labor para una constructiva celebración bicentenaria.