jueves, 13 de enero de 2011

1.11
HOMBRE NUEVO
Ovidio Pérez Morales
Cuando se usa la expresión “hombre nuevo”, podrían utilizarse como equivalentes del calificativo, estos otros: pleno, renovado, o también liberado y perfecto.
En el campo político-ideológico, el tema del hombre nuevo se está moviendo sobre el tapete nacional, a propósito del proyecto oficial del Socialismo del Siglo XXI. El tema es de tradición marxista. También Mussolini trazó un conjunto de rasgos del hombre nuevo, que sacaría a Italia, mediante el fascismo, de la decadencia. Ambas corrientes se enraízan diversamente en Hegel a partir de su dialéctica.
Antes de entrar en consideraciones de fondo cabría plantearse algunas preguntas, en razón del intento gubernamental de construir entre nosotros una “nueva” sociedad en base a modelos históricamente fracasados: ¿Puede surgir un hombre nuevo de la militarización de la sociedad, de la colectivización de las personas, de la homogeneización de los grupos sociales, de la estatización ilimitada de todo bien, de la concentración totalitaria de todo poder, de la imposición de un pensamiento único?
En lo que toca a los cristianos, la noción de hombre nuevo es muy importante en el pensamiento de san Pablo y, por consiguiente, para la fe y la praxis del creyente. Antes de recordar algunos pasajes bíblicos, considero oportunas algunas reflexiones de tipo antropológico. Ellas pueden ayudarnos a desarrollar el tema en una perspectiva de genuino humanismo, el cual adquiere profundidad y amplitud mayores en su interpretación cristiana.
El ser humano, por su estructura misma personal, dice una apertura irrefrenable de infinitud en el orden del conocimiento (verdad), y del querer (bien), lo cual se refleja en el obrar. Esto, en virtud de que es no sólo un ente material, sino también espiritual. De allí su permanente curiosidad e insatisfacción, así como su natural tendencia a trascenderse y a hurgar en lo que considera más allá de lo simplemente humano. Propiedad fundamental de este ser, inevitablemente inquieto, es la de su libertad, consecuencia de la referida condición espiritual. Decir persona, significa referirse ineludiblemente a un existente libre, para quien vivir implica optar, decidir, responsabilizarse, con todo lo que esto acarrea de angustia, responsabilidad, satisfacción o frustración. La condición histórica del ser humano hace de éste un cruce de luces y de sombras, con una praxis que se mueve entre lo monstruoso y lo sublime.
El marxismo desplaza lo definitorio del quehacer humano, de lo personal a lo instrumental: reacomodando las cosas (bienes, modos de producción) el hombre podrá renovarse y perfeccionar su convivencia. Los “pecados capitales” (soberbia, avaricia…) se evaporan. De allí el idealismo de fantasear con “paraísos terrenos”, producidos por seres humanos idealizados. Stalin, por ejemplo.
Para san Pablo el hombre nuevo viene a ser don y tarea. Acción gratuita, liberadora y unificante de Dios, al tiempo que compromiso de la libertad humana. Véanse, por ejemplo, Gálatas 4, 17-32 y Colosenses 3, 5-15. Allí se percibe el hombre nuevo como auténtica novedad, teniendo como modelo y fuerza transformadora a Jesucristo. Novedad de vida, que entraña servicio y solidaridad, transparencia y verdad, libertad y justicia, amor y paz.
El marxismo, materialista, al cancelar los horizontes de una verdadera trascendencia, cierra el paso a un real hombre nuevo. Y, al contrario, abre el camino a trágicas autodestrucciones humanas.