miércoles, 29 de junio de 2011

30.6.11
BICENTENARIO Y DERECHOS HUMANOS
Ovidio Pérez Morales
Resulta contradictorio que el mayor anhelo nacional que se puede formular en estos momentos bicentenarios sea el restablecimiento de la vigencia de los Derechos Humanos en esta Venezuela nuestra, que labró independencia, no sólo para sí misma, sino también para más allá de sus fronteras.
En efecto, característica saliente del así llamado Socialismo del Siglo XXI, proyecto político-ideológico oficial en plena marcha de realización, es la violación sistemática y programada de los Derechos Humanos. Tanto de facto, como, lo que es peor, de iure. Porque se asume esa violación como exigida por la naturaleza del proyecto que se trata de ejecutar, y el cual contradice los principios y normas de la Constitución y, trascendiendo éstos, los elementos básicos de un genuino humanismo.
El Socialismo del Siglo XXI, tal como repetidamente se lo propone y se lo va aplicando constituye algo inédito en nuestra historia republicana, plagada de dictaduras y regímenes similares.
Puede decirse que todo realidad histórica es inédita, ya que lo situacional en cuanto tal es irrepetible. Pero inédito significa aquí algo particularmente original, que no tiene semejanza con algo acaecido anteriormente. La razón es que por primera vez estamos en el país ante un proyecto totalitario.
Más de una vez hemos tocado este punto, y hoy, en vísperas del acontecimiento bicentenario, resulta obligante subrayarlo, por la patente contradicción que implica festejar la Independencia teniendo el Estado entre manos un plan de sujeción total de la ciudadanía a un Poder con pretensión de omnipotencia y control absoluto.
Dictaduras y cosas parecidas ha tenido Venezuela en abundancia a lo largo de estos doscientos años. De allí la carencia de una institucionalidad sólida, de un progreso sostenido, de una convivencia estable. Pero en todo lo que va de siglo y de milenio estamos ante un régimen totalizante, que se encamina a un sistema totalitario. No está establecido todavía, pero se lo va construyendo.
El totalitarismo es peor que una dictadura. Ésta busca un control parcial de la sociedad, en cuanto si bien el control es completo en lo político, no lo es en lo económico y menos en lo cultural. En estos dos últimos campos se interviene de modo más bien ocasional y fragmentario, en la medida en que sea necesario para asegurar el dominio político, o según las necesidades y apetencias circunstanciales de quienes ejercer el poder. No busca orientar la expresión artística, ni le interesan los detalles educativos ni la reelaboración de la historia. No se elimina la propiedad y se deja campo a un abanico de opiniones e iniciativas, mientras no pongan seriamente cuestión el ejercicio de la autoridad.
Con el totalitarismo no sucede así. Por principio busca la hegemonía y el control totales en manos del Partido (así, con mayúscula) y, en última instancia, del Líder máximo. La experiencia histórica del socialismo marxista lo muestra con creces. Pensamiento único, centralización absoluta del poder, partido monopólico, unicidad (no unidad) sindical, dirigismo comunicacional, estilo militar de la organización social y otra serie de elementos que se orientan a un monolitismo no sólo del Estado sino de la entera sociedad. La persona –sujeto consciente y libre- se diluye en una estructura masificante. Se convierte en simple pieza de una monstruosa maquinaria. Como ejemplos concretos pudiera ponerse un trío de tres continentes: Corea del Norte, la ex URSS y la Cuba de Castro.
Algunos piensan que con esto de una amenaza comunista se trata de de levantar un fantasma. Para asustar. Ojalá fuese sólo un fantasma. No sería problema. Pero el proyecto oficial socialista es una tenaza muy real, que se va cerrando. El que avance y llegue a su término ese proyecto no constituye, con todo, una fatalidad. Felizmente. Depende de la ciudadanía consciente y resuelta el detener y revertir ese proceso para bien de toda la nación, incluidas las personas y grupos que lo impulsan o sostienen. Porque un totalitarismo oprime a todos.
No hay nada más práctico y beneficioso que ver claro. El saber dónde se está y hacia dónde se le quiere conducir. Y en casos como el que estamos tratando, los errores de cálculo son fatales.
En tiempos bicentenarios es preciso retomar los ideales y los sueños de los libertadores y unir todas las voluntades para orientar al país por el camino de la libertad y la justicia, la solidaridad, la fraternidad y la paz. Con lucidez, amor y firmeza.
23.6.11
UNIDAD NACIONAL: TAREA PRIORITARIA
Ovidio Pérez Morales
Primera necesidad de la Venezuela actual: unidad de la nación.
Tiene que ser, por tanto, la tarea prioritaria de todos, especialmente de los que están al frente de los poderes públicos. Comenzando por quien preside el Ejecutivo.
¿Por qué constituye la primera necesidad? ¿Por qué el Presidente ha de ser el primer actor?
Las respuestas a estas preguntas pueden encontrarse en un mensaje que dirigí públicamente al Sr. Presidente en abril del año pasado, bajo el título: “Presidente, vuelva al Cabildo”.
En medio de la crisis del país, mencioné uno de los elementos sobresalientes de la misma: la ruptura de la unidad nacional. Recojo aquí lo dicho entonces, que ahora, lamentablemente, tiene mayor relieve.
“Venezuela, en efecto, ya no es una como sueño ni una como experiencia de convivencia. Por motivos ideológico-políticos se la ha dividido artificialmente, Por lo menos a la mitad se la califica de apátrida y hasta de antipatriótica, decretándosela excluida del goce pleno de los derechos ciudadanos. ¿Cómo se va a celebrar festivamente, en democracia, el cumpleaños de una República cuya unidad se niega? Ya no se la considera la casa común que soñaron los fundadores, amplia, acogedora, tolerante, pacífica, fraterna, sino el recinto cerrado, exclusivo, único, de una secta maniquea. No ya la gran familia sino un ámbito inclemente de rechazos, y de apartheid superado en otras latitudes. ¡Los Derechos Humanos no son ya de todos los humanos!”.
Dada esta ruptura de la unidad del pueblo venezolano, retomé la interpelación de Francisco Salias para dirigirla al Sr. Presidente en los siguientes términos:
“Volver a la unidad de la Patria. Esta unidad no podría ser pseudo-armonía etérea o bucólica, tampoco uniformidad monolítica ni homogeneidad masificadora, asfixiantes, sino compartir plural, diversificado. Esto obliga a promover la efectiva participación de todos, individual y grupalmente considerados; a impulsar la solidaridad que integra, así como la subsidiaridad que estimula y conjuga la actividad de los cuerpos sociales intermedios, articulándola con la tarea que corresponde al Estado, en aras del bien común y de su punto culminante: la paz en la justicia y la verdad. Esto recuerda y exige, en lo concreto y cercano, saldar una deuda pendiente con nuestra memoria histórica integral y una responsabilidad con hombres y mujeres reales caídos, mutilados, exiliados, presos o absueltos, convocando a una “comisión de la verdad” sobre los sucesos de Abril 2002. Tarea prioritaria de un Presidente es, en efecto, buscar la cohesión, la confraternidad de todos los ciudadanos, por encima de distingos de cualquier género, con miras a un trabajo corresponsable y compartido para lograr el progreso material, moral y espiritual de la Nación. El Primer Magistrado lo es de todos los venezolanos, no de un “proyecto”, ideología o partido, sino de una sola y misma patria. Nada debe estar más presente en la función presidencial que la prédica y acción convocantes, congregantes, a todos, de quienes es, a la vez, mandatario y servidor (y quienes, si pragmáticamente a ver vamos, son también contribuyentes que pagan los gastos presidenciales)”.
Entonces lo escribí y ahora lo ratifico, porque la situación se ha agravado. Los problemas del país son muchos. Pero el de la división de los venezolanos en dos mitades me parece monstruoso, particularmente en momentos en que se están preparando celebraciones del Bicentenario. ¿Cómo nos atrevemos a festejar el nacimiento de la República, cuando la estamos desmembrando, y los nacidos en esta tierra o sembrados en ella no nos reconocemos todos como venezolanos? Es una burla a los próceres y un espectáculo sin sentido.
Pero como la división no es una fatalidad, sino un pecado reparable, el momento es propicio para interpelar al Presidente e interpelarnos nosotros. La felicidad de la nación está en juego.
Bolívar clamó en sus últimos momentos de peregrinaje por este mundo, por la unidad. Recojamos ese reclamo. Porque sólo haciéndolo podríamos festejar dignamente el Bicentenario. ¡Lo otro sería un carnaval y un show vergonzoso!
Podemos corregir el rumbo que nos lleva a la autodestrucción. Y lo debemos hacer con humildad y coraje.
En nombre de Dios hago este llamado a la conciencia de todos y especialmente de los que tienen mayores responsabilidades, para que nos convirtamos y rehagamos caminos.

miércoles, 8 de junio de 2011

9.6.11
HOMBRE E IMAGEN
Ovidio Pérez Morales
El hecho condenable y condenado en estos días de la agresión a imágenes religiosas y particularmente de la Madre de Jesús el Señor, me lleva a compartir con mis lectores una reflexión surgida a propósito de tan vituperable acto.
La reflexión ha tenido como fundamento dos textos de la Biblia: el primero, relativo a la creación narrada al inicio del Génesis; la segunda refiere el criterio adoptado por Jesús como decisorio para el Juicio Final.
El Génesis al relatar el inicio de la presencia humana en el mundo, como efecto de la potente y amorosa acción divina, dice: “Creó, pues, Dios al ser humano a imagen suya, a imagen de Dios le creó, macho y hembra los creó” (Gn 1, 27). El libro sagrado expresa a continuación que a estos seres humanos les encomendó Dios todo lo que anteriormente había salido de su voluntad creadora.
Tenemos entonces que el ser humano es imagen, ícono (griego eikón) de la Divinidad.
En el Evangelio de San Mateo (25, 31-46) nos encontramos con que el Hijo del hombre (Jesucristo), cuando regrese en su gloria congregará a todas las naciones y establecerá el juicio definitivo de todos los seres humanos. A unos acercará como benditos y a otros apartará como malditos. ¿Cuál es el criterio para hacer esta distinción judicial? La razón que expone Jesús es bien escueta: Yo (nótese: primera persona del singular) tuve hambre, sed y otras carencias y los unos me dieron de comer, beber,… y los otros no. Pongamos atención: no se trata aquí de que le dieron o no le dieron de comer a fulano o mengano, sino a Él, Jesús el Señor. Así de simple.
En el Génesis el ser humano resulta ser imagen de Dios. En Mateo el mismo ser humano aparece como “impersonando” a Cristo o, mejor, el Señor convirtiéndose personalmente en mi prójimo.
¿Quién no capta, inmediata y fácilmente, la interpelación que emerge de estos dos relatos con respecto a nuestro comportamiento con los seres humanos, que con nosotros comparten nuestro mundo grande o chiquito y nos acompañan en nuestro peregrinar histórico? ¿Quién no se siente iluminado acerca del modo con el cual cada uno de nosotros debe tratarse a sí mismo como consecuencia de ser ícono de Dios y Cristo mismo?
La Palabra de Dios lanza a horizontes maravillosos todo lo que una antropología filosófica o reflexión puramente racional sobre el ser humano puede decir sobre éste. La concepción cristiana, enraizada en la judía, despliega un humanismo más rico y profundo, que eleva a proporciones mayores y trascendentes la identificación que el ser humano puede dar de sí mismo. La dignidad de éste aparece así realzada, al tiempo que su ética y espiritualidad adquieren mayor amplitud y profundidad.
Todo lo que se diga sobe los Derechos Humanos –que progresivamente se van precisando, ahondando y ampliando- encuentra en los citados relatos bíblicos, no sólo una ratificación, sino un fundamento y una meta superiores. Ya no se trata de una legitimación y valoración simplemente intramundana; se descubre una base y una apertura divinas.
¿Qué decir entonces de las discriminaciones e intolerancias, de las marginaciones y exclusiones, de los apartheids y sectarismos, de los fundamentalismos y odios, de las indiferencias e insensibilidades en que solemos incurrir los humanos respecto de los humanos prójimos? ¿Qué decir también de la instrumentación y cosificación que solemos hacer del prójimo, en aras del poder, del tener y del placer?
Génesis y evangelio según Mateo citados nos invitan a ser propositivos, proactivos, ingeniosos en llevar a la práctica lo que Jesús, en coherencia con la interpretación de Dios y suya propia en relación a su creatura humana, propone como mandamiento máximo: el amor.
El hombre, querido por Dios y salvado por Cristo, es una imagen maravillosa.