miércoles, 26 de diciembre de 2012

SÍMBOLO MÁXIMO DE NUESTRA FE: TRINITARIA-CRISTOLÓGICA

SÍMBOLO MÁXIMO DE NUESTRA FE: TRINITARIA-CRISTOLÓGICA
Este dibujo simboliza el misterio central de nuestra fe, TRINITARIA-CRISTOLÓGICA. Fe expuesta ya por S. Pedro en su primer discurso en Pentecostés (Hch 2, 22-36). Este símbolo manifiesta, por tanto, el contenido fundamental del KERIGMA o anuncio primero y nuclear . La Primera Carta de Juan nos dice que Dios es Amor, Trinidad, Comunión, Compartir interpersonal, Familia, Encuentro) y que ha manifestado su amor hacia nosotros enviándonos a su Hijo (1Jn 4, 8-9). Cristo nos revela y comunica, por tanto, a Dios-Comunión. El misterio-realidad de Cristo (Jesús de Nazaret-Hijo de Dios) se encuadra, enraíza y explica en el de la Trinidad. Dios, Unitrino, es raíz y fuente, sentido y finalidad de toda genuina comunión. Cristo es el gran signo e instrumento (es decir, sacramento) del designio amoroso, unificante de la Trinidad sobre toda la humanidad (mundo, historia), del cual la Iglesia es también, en cuanto asumida por Cristo como cuerpo místico suyo, sacramento de comunión (ver Lumen Gentium 1). La tarea de la Iglesia, la evangelización, es, por consiguiente, proclamar, celebrar y actuar en el mundo este plan salvador, unificante, de la Trinidad. El Reino de Dios -tema central de la predicación de Jesús- es, precisamente, ese designio comunional divino, que está ya en marcha en el mundo y tendrá su completo cumplimiento en la plenitud celestial del Reino, cuando el Señor regrese glorioso. Todo cristiano, ciudadano del Pueblo de Dios, es-ha de ser corresponsable de la evangelización, tanto al interior de la comunidad eclesial, construyéndola como casa y escuela de comunión, como al “exterior” de la misma, en el mundo, edificando una nueva sociedad (en verdad y libertad, justicia y solidaridad, fraternidad y paz) desde la propia familia, y difundiendo dondequiera la Buena Nueva de comunión a través de testimonio, palabra y obra. *Este símbolo de triángulo-cruz puede reemplazar, enriqueciéndolo, el tradicional signo de la cruz. Podemos hacerlo fácilmente con nuestra mano derecha sobre nuestra persona, en cinco movimientos articulados: 1) de la frente al hombro izquierdo (diciendo Padre); 2) del hombro izquierdo al derecho (d.Hijo) y 3) del hombro derecho a la frente (d. Espíritu Santo); 4) línea vertical descendente dentro del triángulo (diciendo Jesús) y 5) una horizontal cruzando la anterior (d. Cristo). Muy fácil, por tanto, de hacer. *El triángulo enmarcando la cruz (en templos…) facilita la percepción creyente y la comunicación del misterio trinitario-cristológico.

miércoles, 12 de diciembre de 2012

COMPÓNGANME EL MUNDO

13.12.’12 COMPÓNGANME EL MUNDO Ovidio Pérez Morales En el Evangelio de Lucas encontramos una advertencia de Jesús, a propósito del “último día”, que implicará el juicio definitivo: “Yo les digo: aquella noche estarán dos en un mismo lecho; uno será tomado y el otro dejado; habrá dos mujeres moliendo juntas: una será tomada y otra dejada”. En este texto resalta lo relativo a la responsabilidad personal y las consecuencias que ésta acarrea. Hemos sido hechos sujetos conscientes y libres, personas; portadoras, por tanto, de algo que no podemos delegar y es la responsable autoría de nuestros actos y, correlativamente, de nuestras omisiones. No es raro el que nosotros pretendamos descargar nuestra responsabilidad en otros. No sólo en lo que se refiere a la fabricación de “chivos expiatorios”, en los cuales volcar ligera y alegremente nuestras culpas, sino también en desprendernos de realizar algo que nos toca en conciencia. Estas reflexiones las hago en vísperas de una jornada eleccionaria, en la cual debemos decidir quién ha de regir nuestro estado. Se hacen llamados a votar, que incluye una viva exhortación a no pocos, que –y no es el caso de juzgar intimidades- se abstienen de hacerlo, poniendo en otras manos una decisión de tantas consecuencias para el bien común. Una de las cosas que más me ha servido en la vida es el pensamiento de que el mundo y la Iglesia descansan sobre mis hombros y dependerán en medida grande o pequeña de lo que yo haga o no haga. Es obvio que este pensamiento brota de un corazón creyente, consciente de la poquedad del ser humano y de la necesidad del fundamental auxilio divino en todas nuestras empresas, así como de la evidencia de que uno es con-causa entre muchas otras creadas. Pero me ayuda mucho ese pensamiento porque me mantiene siempre proactivo. No quiero ser de los que ven pasar los trenes y se montan en ellos para que los conduzcan a donde quieran. No me resigno a que me construyan un mundo sin que yo sea partícipe en la definición de sus fines y en la edificación de la obra. Esto sea dicho también en lo que respecta a la Iglesia y a su construcción No podemos esperar, sentados o enchinchorrados, a que nos compongan el mundo. Hemos de componerlo. Más aún, si no nos comprometemos en la tarea, nos lo transformarán en cualquier cosa y también en lo que menos podríamos desear. Dios nos creó como sujetos activos en el mundo. Para desarrollarlo, poniendo en ello todo nuestra inteligencia y nuestra voluntad. Todo nuestro tesón. Una frase muy usada, pero sumamente expresiva, es la de que “el mundo anda como anda, no tanto por lo que hacen los malos, cuanto por lo que los buenos dejan de hacer”. Una y otra vez me gusta citar el Evangelio de Mateo en aquella sección referente al Juicio Final (25, 31-46). Allí aparece que los condenados resultan tales, no por sus obras malas, sino solamente por sus pecados de omisión respecto del prójimo, el cual aparece, por cierto, como representación de Cristo: “tuve hambre y no…”. Suena extraño que se tenga que insistir tanto en el llamado a votar en un país sumido en profunda crisis. Pero este llamado debe incrementarse “no a pesar de” ello, sino “precisamente por” ello. ¿Compónganme mi mundo? ¡No! ¡Me lo compondré yo!

sábado, 1 de diciembre de 2012

DOCTRINA SOCIAL A TODO NIVEL

DOCTRINA SOCIAL A TODO NIVEL Ovidio Pérez Morales Lo que acontece de negatividad social en nuestro país (asesinatos, violencia, injusticias, odios, corrupción administrativa…) tiene lugar en un pueblo que se confiesa mayoritariamente católico. Esto constituye una seria interpelación a la conciencia de os creyentes y a la Iglesia como conjunto. Ante esta realidad es preciso actuar, individual y colectivamente. Desde la sociedad civil y desde los órganos del Estado. A la Iglesia le corresponde obviamente una enorme responsabilidad en la materia. Gran parte de esta tarea se sitúa en el ámbito formativo. El documento del Concilio Plenario de Venezuela Iglesia y educación subraya que los actores educativos son múltiples: educandos, familia, escuela, educadores, Estado, sociedad (medios de comunicación social y nuevas tecnologías, “la calle”, asociaciones diversas), comunidad eclesial. Cada uno tiene que situarse frente a su deber. Para formar no sólo en conocimientos y técnicas, sino, sobre todo, en lo que respecta a valores personales y de convivencia. En lo relativo a la Iglesia urge que ella se comprometa a formar en la Doctrina Social de la Iglesia en todos los niveles o instancias eclesiales. Y ello desde la catequesis más elemental, hasta la educación en la fe en seminarios, institutos para laicos y facultades eclesiásticas. Partiendo de la iglesia-escuela más chiquita pero de importancia inimaginable como es la familia. Punto de partida en todo esto es entender la acción social -que pudiera más integralmente denominarse edificación de una nueva sociedad- no como algo secundario u optativo, sino como uno de los seis objetivos específicos o dimensiones de la misión de la Iglesia (Evangelización), junto al anuncio kerigmático, la catequesis, la liturgia, la organización de la comunidad visible y el diálogo. No puede quedarse la formación cristiana en lo puramente sacramental y oracional, ni en el solo aprendizaje de los dogmas y el Decálogo. Ha de formar para la convivencia en libertad, justicia, participación, solidaridad, paz. En este sentido me gusta mucho recordar el criterio del Juicio Final como aparece en el evangelio según san Mateo (cap. 25, vv. 31-46). Es inaceptable que se apoyen o acepten, con “conciencia tranquila”, formas de relacionamiento social y de ejercicio del poder político realmente opresivas y despersonalizantes, violatorias de los Derechos Humanos y contradictorias con el mensaje evangélico. Formación “masiva “en la Doctrina Social de la Iglesia: eh aquí una tarea inaplazable, obligante. En alguna parte he referido el luminoso ejemplo del inolvidable arzobispo caraqueño Rafael Arias Blanco, quien por allá en los ’40-’50, en su Catecismo destinado a niños de la escuela primaria, ofrecía lecciones concernientes a la referida Doctrina. Abundan los folletos de piedad, está bien, pero brillan por su ausencia los de formación social. Claro que no basta difundir ideas, pues ha de traducírselas en la práctica, pero ¿qué pasa si ni siquiera se tienen buenas ideas?. Por otra parte, una enseñanza pedagógica de la Doctrina Social debe incluir experiencias de aplicación y compromiso. A mí me gusta martillar cosas como la de que la familia “ha de ser la primera cátedra de democracia”. Formar en la Doctrina Social de la Iglesia a todo nivel: reto urgente e ineludible.

IGLESIA EN DEUDA

14.11.12 IGLESIA EN DEUDA Ovidio Pérez Morales En deuda con muchas cosas. Nada de extraño en una Iglesia que se considera en peregrinación hacia su plenitud, “santa, pero necesitada de purificación” como lo confesó el Vaticano II, Concilio que está celebrando su 50º aniversario. Una de esas deudas, y no la menor, es la muy débil dedicación a capacitar a sus miembros, y específicamente a los laicos, para que sean protagonistas en la construcción de una nueva sociedad, es decir, de una convivencia humana deseable según las exigencias humano-cristianas del Evangelio. Desde el tiempo del Papa León XIII, autor de la famosa encíclica Rerum Novarum, se ha denominado como Doctrina Social de la Iglesia la herramienta apta para una tal tarea. En el entendido de que esa Doctrina debe ser interpretada no como pura especulación ética, sino como instrumento operativo, que contiene principios, criterios y orientaciones para la acción. Juan Pablo II escribió en un documento sobre la catequesis en 1979, que esa Doctrina debía estar presente desde la formación cristiana más elemental. Y los venezolanos tenemos que celebrar que el Arzobispo Rafael Arias Blanco –el mismo que en 1957 irritó a la Dictadura con una carta pastoral profética para el 1º de Mayo- dedica una de sus lecciones a “La cuestión social” (la 54ª). en un folleto para la catequesis básica en las parroquias y escuelas. En dicha lección subraya: “debemos conocer la Doctrina Social de la Iglesia” para poder defender la justicia social con una orientación cristiana”, indica las fuentes donde podemos aprenderla y desarrolla sintéticamente, con sencillez y claridad, algunos temas fundamentales. En la portada del Catecismo -impreso en los inicios de la década de los cincuenta- pone como subtítulo: “Texto oficial para los grados 3o, 4º,5º y 6º de Instrucción Primaria. Como se ve, a dicha Doctrina no se la puede concebir como algo reservado para una elite profesional o para un círculo de iniciados en la política, sino que se la entiende como algo que ya desde niños se debe estudiar y poner en práctica en la medida correspondiente. Felizmente el Concilio Plenario de Venezuela, pensado y actuado como concreción de la “nueva evangelización” para nuestro país, tiene dos documentos específicos en materia de Doctrina Social en su más amplia interpretación actual: Contribución de la Iglesia a la gestación de una nueva sociedad (el No 3) y La evangelización de la cultura en Venezuela. Excelente material para obrar un genuino cambio positivo de la convivencia social. Útil para todos, pero de modo muy especial para los laicos, que conformar la gran mayoría de la Iglesia y cuya propia y peculiar tarea es, precisamente, una presencia transformadora social, en lo económico, político y ético-cultural). La Iglesia (pastores, laicos, religiosos) estamos en deuda con nuestra obligante formación y su debida extensión a otros, en materia de Doctrina Social de la Iglesia, para una presencia activa y efectiva –particularmente laical- en la edificación de una nueva sociedad. Ésta no es algo optativo o secundario dentro del quehacer de la Iglesia, sino que constituye una dimensión fundamental de la tarea evangelizadora. Especialmente en un país como el nuestro, que se confiesa en su gran mayoría católico y en el cual, por tanto, la injusticia, la violencia, la intolerancia, las discriminaciones se realizan mayoritariamente “entre católicos”. ¿Cómo saldar la deuda? Perogrullo diría, saldándola. Con formación masiva, escalonada, progresiva, aprovechando también la metodología del ver-juzgar-actuar. ¿De quién habrá de ser la iniciativa? De todos y desde los más diversos ángulos. En esto no se tiene que esperar directivas desde arriba ni fabricar excusas. Los documentos citados del Concilio Plenario ayudarán mucho en esta labor. ¿Qué hacer? ¡Abrir operaciones para pagar la deuda!