miércoles, 20 de noviembre de 2013

SENTIDO DEL DIÁLOGO

El diálogo en sí no es algo optativo, adicional,para el ser humano.Se inscribe en su condiciónmisma de persona: ser-para-la comunicación-y-la-comunión.Lo que equivale a decir: ser-para-el-diálogo. Elser humano no ha sido creado sólo paraco-existir en sociedad (en la significación más pobre de estos términos)sino para con-vivir, comunicándose. Esta comunicaciónes la base y el sentido de la cultura como ámbito, aire, hogar del desarrollo humano. El diálogo es intercambio verbal y gestual pero con una ínsita dinámica a la relación interpersonal, que en su más auténtica expresión es comunión. La genuina relación dialogal denota un propósito de estima, simpatía y bondad, por parte de quien lo establece. Características del diálogo son: claridad, ante todo; apacibilidad, no es orgulloso, hiriente, ofensivo, impositivo,evita los modos violentos, es paciente y generoso; confianza tanto en el valor de la palabra propia cuanto en la actitud para aceptarla por parte del interlocutor; prudencia, procurando conocer la sensibilidad del otro y no serle molesto e incomprensible. Como seve, el diálogo constituye un ejercicio de racionalidad al igual que de bondad. Dialogar no significa perder la propia identidad, pero sí saber escuchar, comprender y en lo quemerezca, secundar. El clima del diálogo es de amistad y servicio sobre un sólido fundamento de verdad. Si se comienza poniendo la atención en lo que une y no en lo que divide –metodología y pedagogía profundamente personales y personalizantes–, se advierte sin dificultad la gran apertura que entraña la disposición al diálogo.Nadie puede resultar excluido de antemano, pues los factores fundamentales de confluencia son múltiples y maravillosos: la persona, la vida, la comunidad, la paz, los derechos y deberes humanos, la solidaridad, la condición ética, la preocupación ecológica y los anhelostrascendentes. El Papa Pablo VI indicó ya (encíclica EcclesiamSuam) algunas notas del diálogo: “excluye fingimientos, rivalidades, engaños y traiciones”;no puede silenciar así la denuncia de lo que significa guerra de agresión, de conquista o de predominio (Nº 99).El diálogo, si es auténtico, se amasa con sinceridad y se teje con verdad. Es, en efecto, un compartir de seres racionales, libres, responsables, iguales en su dignidad. El diálogo no equivale a parloteo bonachón o a pasatiempo de relaciones públicas. Por eso invitar a dialogar y aceptar el ofrecimiento sitúan en un escenario deseria convicción y gran disponibilidad. Progresar en humanidad implica crecer en la actitud y el ejercicio del diálogo. Este es reconocimiento de la fraternidad, aceptación de la justicia, apertura ala solidaridad. Una situación grave de quiebra en el establecimientoy crecimiento de una sana convivencia es cuando se excluye el diálogo. Porque no se quiere ningún acuerdo y se excluye toda reconciliación. En los sistemas totalitarios y en las políticas e ideologías excluyentes se parte de que no hay nada que dialogar, sino que la solución es la eliminación del adversario. Lo mismo que sucede en los enfrentamientos religiosos, origen de las guerras de religión. Algo desastroso que sucede en estos casos es que se identifican posiciones y personas. Se olvida que si el error en sí no tiene derechoy no se puede negociar con la verdad, quien está en el error no deja de ser persona y, por lo tanto, tiene derechos que son inalienables. Si la humanidad ha podido sobrevivir, es porque en alguna forma se ha abierto paso la tolerancia. Y porque, tarde o temprano, se ha podido establecer algún diálogo.

domingo, 3 de noviembre de 2013

INSEGURIDAD OFICIALIZADA

“Todo individuo tiene derecho a la vida, a la libertad y a la seguridad”. Esto lo leemos como artículo 3 en la Declaración Universal de los Derechos Humanos”. “El derecho a la vida es inviolable”. Con este artículo 43 comienza el capítulo III, “De los Derechos civiles”, en la Constitución de la República Bolivariana de Venezuela. Ciertamente si se habla de derechos, el referente a la vida viene a ser el fundamental. Quedó estampado por ello en el Decálogo. La valoración del derecho a la vida resultó rubricado de modo patente en el relato genesíaco, que narra la primera muerte violenta: el asesinato de Abel por parte de Caín. La pregunta de Dios allí es significativamente interpelante: “¿Dónde está tu hermano?”, así como grave es el reclamo: “Clama la sangre de tu hermano y su grito me llega desde la tierra” (Gn 3, 9-10). En Venezuela estamos viviendo tiempos sombríos en lo relativo al derecho a la vida. No es el caso de estas líneas recoger datos escalofriantes, que nos colocan en un lugar bien triste en el concierto de las naciones. Se experimenta una trágica devaluación de la vida. Y algo muy preocupante: parece que la población se va acostumbrando y las autoridades familiarizando con las cifras de homicidios y la hemorragia criminal cotidiana. Ahora bien, cuando se habla de violación del derecho a la vida no hay que fijar la mirada sólo en los casos “terminales” (asesinatos y matanzas). Es preciso incluir en tal violación todo lo que degrada culpablemente la vida, su dignidad, su calidad. Aquí cabe un inventario de tantas formas de acabar con ella, también de dañarla corporal y espiritualmente, de obstruir su desarrollo y expresión. En este sentido un aspecto muy importante es el tocante a la seguridad, al ambiente, al clima de sosiego y de paz al que tiene derecho el ser humano y la comunidad que éste construye. Nota muy negativa en la Venezuela actual es la inseguridad reinante; no hay que dar mayores explicaciones en este punto porque la experiencia de la gente de este país (y la gente somos nosotros) es dolorosamente amplia al respecto. Todos nosotros hemos de ser defensores y promotores de vida. Y de vida abundante. Comenzando por la propia familia y la convivencia del vecindario. Hay, alguien, sin embargo, a quien corresponde una peculiar y muy seria responsabilidad en este campo, como es quien ejerce autoridad en la comunidad, ciudad o polis; y tiene esa tarea como encargo, deber, y ¿por qué no decirlo? como empleo remunerado. La autoridad posee el monopolio de la fuerza pública, de las armas. Pero ¿qué sucede hoy en esta Venezuela nuestra? Una violación constante del derecho a la vida, en su amplia acepción y comenzando por la generación de inseguridad pública, viene del Gobierno mismo. No sólo por la participación de miembros de los cuerpos de seguridad en crímenes, sino por el estímulo a la intolerancia, el lenguaje guerrerista y de amedrentamiento que ya es de ordinario uso en los medios oficiales. En vez de ser un factor de serenidad y confianza, el Gobierno se ha convertido en productor de miedo, en amenaza constante. ¿Qué se puede exigir de conducta respetuosa y pacífica en los ambientes ciudadanos ordinarios cuando desde el poder se amenaza y se intimida a los compatriotas, se promueve el odio entre los venezolanos, se atiza el canibalismo político y la violencia fratricida? Estamos frente a una inseguridad oficializada, violatoria de un precepto constitucional básico y de un mandato divino fundamental.