lunes, 26 de septiembre de 2016

ARMONÍA DEL MENSAJE CRISTIANO



Cuando un cristiano quiere manifestar el contenido fundamental de su fe, recita el Credo, síntesis que proviene de los orígenes de la Iglesia y consiste en un listado de proposiciones, que identifican al creyente  al tiempo que constituyen la razón de ser de su vida.
Y cuando quiere conocer o exponer las normas y orientaciones de su acción como cristiano, apela a un conjunto moral, que tiene como columnas primarias los Diez Mandamientos y las exigencias que Jesús plantea en el Sermón de la Montaña.
El corpus doctrinal y práctico de cristiano se ha venido desarrollando a través de los siglos mediante un trabajo reflexivo teológico en el marco de la experiencia de vida eclesial y cristiana en general; labor realizada en campo católico bajo la guía de un magisterio, que se entiende dotado de autoridad. Un compendio de todo ello ofrecen  los catecismos y textos similares. La profundización y explicación del mensaje ha entrado también con rigor metodológico al ámbito  académico.
El mensaje cristiano no se queda, sin embargo, en un agregado de proposiciones doctrinales o de proposiciones prácticas, como de elementos yuxtapuestos  o simple agregado de cuestiones o temas. Constituye, en efecto, un conjunto armónico que se organiza en torno a un eje, que le confiere unidad y permite ver la interrelación de las partes; esto es posible en cuanto se da una noción o categoría que sirve de núcleo articulador o eje armonizador de los distintos elementos y es la de comunión (corresponde al término griego koinonía). Comunión dice compartir, encuentro y  tiene como sinónimos unidad, unión, pero entendidos en perspectiva de interrelación personal. Es conveniente subrayar que comunión en el orden práctico es lo mismo que  amor (explicitado por Jesús como el mandamiento máximo y referencia última del actuar cristiano). El amor teje la comunión, es comunión.
Esta función de núcleo articulador del conjunto doctrinal y práctico del mensaje cristiano se percibe fácilmente cuando se formula dicha categoría comunión como respuesta a las distintas preguntas que se pueden plantear, por ejemplo, sobre qué es Dios, el Reino o Reinado de Dios como divino plan creador y salvador, el mismo Cristo y el sentido de su obra, el ser y la misión de la Iglesia, el norte de la conducta  cristiana y la plenitud terminal de la historia.
El Dios uno y único según la relevación cristiana no es un sujeto solitario sino comunión de vida, relación trinitaria de Padre, Hijo y Espíritu. No es soledad, sino compartir; por eso el evangelista Juan dice que “Dios es amor” (1Jn 4, 8). A partir de esta condición misma de Dios se explican la estructura antropológica del ser humano, creado  como ser-para-la-comunión, así como, entre otros, la dinámica comunional, amorizante, del plan divino creador y salvador y con ello la misión de Cristo y de su Iglesia.
¿Cuál es-ha de ser entonces la tarea de la Iglesia y, correspondientemente, de los cristianos en el mundo, según el designio de Dios? No otra que ser y hacer comunión (unión, compartir, unidad) con Dios y con el prójimo. Esto lo afirmó justamente el Concilio Vaticano II en el primer número de su documento principal, la Constitución Lumen Gentium. Es así como la Iglesia tiene que estructurarse y actuar entonces como comunidad (grande o pequeña) y trabajar por la comunión (unidad, solidaridad, fraternidad, paz) en el  entorno mundano. Cuando el Papa Francisco subraya la dimensión social del Evangelio no hace otra cosa que recalcar las consecuencias “comunionales” que la fe tiene en el plano de la convivencia social (económica, política y cultural). Lo cristiano no se encierra en intimidades ni se recluye en sacristías.

El mensaje cristiano es, pues, no un agregado de doctrinas y mandatos sino un conjunto armónico doctrinal y práctico que se teje en torno a la noción o categoría de comunión. Y la razón última de todo esto es que Dios no es soledad sino comunión. Y nos tiene en la historia para generar una convivencia del compartir.

jueves, 1 de septiembre de 2016

REFERENDO URGENTE Y OBLIGANTE



El pueblo venezolano no aguanta más dilaciones. El soberano no admite suplente. La Constitución no acepta plan B.
El Revocatorio debe darse ya, porque la gente en su inmensa mayoría quiere un inmediato cambio de Régimen y éste, además de dañino, carece tanto de  legitimidad moral como como de respaldo constitucional.   
El desastre nacional en los más diversos órdenes urge un relevo en la conducción de la República. El hambre (por escasez  y carestía), la muerte y la enfermedad (por falta de medicamentos y asistencia),la delincuencia desatada (por combinación de incapacidad administrativa y política de estado), la corrupción hecha metástasis (por la concentración-hiperpartidización-discrecionalidad del poder), la opresión oficial (por la imposición de un proyecto político-ideológico totalitario con criminalización de la disidencia), el colapso de los servicios y de la producción nacional (por la estatización de toda actividad económica) hacen indispensable la entrega del timón a otra dirigencia, venezolana de veras, democrática, capaz, transparente y de futuro.
El país cuenta con un instrumento constitucional y viable para iniciar de modo efectivo este mismo año el cambio necesario: el Referendo Revocatorio. Algunos pasos se han dado ya en este sentido y a pesar de los múltiples obstáculos puestos por el Consejo Nacional Electoral -contradiciendo de modo patente y desvergonzado su finalidad y sentido- hay tiempo suficiente para la referida consulta.
El cambio lo haremos los venezolanos desde adentro, pero debemos contentarnos porque el marco internacional es muy propicio. Organismos internacionales de la más diversa índole manifiestan su apoyo al Referendo y a un nuevo escenario político venezolano.
En casa se ha ido tejiendo una amplia convergencia ciudadana. Se logró constituir una mesa de unidad interpartidista y crece  una dinámica confluencia de instituciones, asociaciones y sectores de la sociedad civil sobre este  común denominador: el establecimiento de una convivencia pluralista, que refleje y actúe las notas con las cuales  la Constitución identifica el deber ser de  la sociedad y del Estado venezolanos.
Ahora bien, como vivimos en un mundo concreto de Estados y, por cierto, en uno de problemática tradición en cuanto a la relación entre lo civil y lo militar, no se puede obviar el tema de dicha relación en la Venezuela actual. A pesar de la mescolanza que se ha hecho en década y media de “revolución socialista” entre uno y otro campo, debido principalmente al mesianismo chavista y a la orientación castrocomunista del Régimen, soy de los que creen y esperan que la Fuerza Armada de nuestra República, superando liderazgos y grupos “enrojecidos” y/o corruptos, responderá a su compromiso con la Constitución y el bien de la República, y así romperá el encadenamiento del sector militar a una causa históricamente fracasada y dañina para la propia institución castrense.
Como obispo de la Iglesia católica puedo afirmar que ésta, por medio de su Conferencia Episcopal, denunció, aún antes que otros sectores o entes nacionales (comenzando por los partidos políticos), la naturaleza del Régimen, identificándolo no ya sólo como democrático a medias y aún dictatorial, sino, más todavía,  como totalitario en la línea socialista-marxista-leninista). Y en lo que respecta ahora al Referendo Revocatorio, la misma Conferencia ha sido clara y firme en apoyarlo  y defenderlo para 2016. El Proyecto del Socialismo Siglo XXI-Plan de la Patria fue siempre para los obispos moralmente inaceptable y constitucionalmente ilegítimo.
El cambio de régimen y, como paso hacia éste, el Referendo Revocatorio para el presente año son, pues, moralmente obligantes y constitucionalmente imperativos. Ahora bien, frente a las amenazas oficiales y recogiendo el anhelo profundo del pueblo venezolano traería aquí la plegaria del Salmo 19: “Unos confían en sus carros, otros en su caballería; nosotros invocamos el nombre del Señor, Dios nuestro”.