viernes, 10 de octubre de 2025

SANTOS: ESTIMULANTES, NO NARCÓTICOS

 

    Una enseñanza muy acertada del Concilio Plenario de Venezuela es la que contradice expresamente, en lo que toca a lo católico nuestro, la afirmación marxista de la religión como opio alienante del compromiso terrenal: “Una de las grandes tareas de la Iglesia en nuestro país consiste en la construcción de una sociedad más justa, más digna, más humana, más cristiana y más solidaria. Esta tarea exige la efectividad del amor. Los cristianos no pueden decir que aman, si ese amor no pasa por lo cotidiano de la vida y atraviesa toda la compleja organización social, política y cultural”.

    Esta frase se encuentra en el tercer documento de la referida asamblea conciliar, el cual constituye una especie de manual criollo de Doctrina Social de la Iglesia, en virtud de la metodología seguida: ver-juzgar-actuar. Recordarla resulta muy apropiado en momentos en que se aproxima la canonización de los compatriotas Carmen Rendiles y José Gregorio Hernández.

    La Iglesia declara santos a cristianos que han terminado su peregrinación histórica y gozan ya de la presencia gloriosa de Dios. Con ello, al tiempo que los honra y festeja, los señala como ejemplos e intercesores para los que todavía peregrinamos en un mundo que reclama el ejercicio bien exigente de la fe, la esperanza y el amor. Cada canonización resalta una existencia cristiana de perfecta comunión con Dios y fraterna, y recuerda a quienes la festejamos el imperativo de ser auténticos creyentes. Lo corriente, en efecto, es pensar en lo que el santo nos consigue y no en lo que nos exige, lo cual puede llegar hasta testimonios martiriales como los que están acaeciendo en estos momentos en varias regiones de África.

    Hay una consigna que se viene difundiendo en el país y es la de “Canonización sin presos políticos”. Ha surgido en base a la proliferación de detenciones de disidentes y al creciente clima de represión política. Éstos conforman aspectos salientes de la situación nacional caracterizada por la ausencia de un estado de derecho, la marginación de la voluntad del soberano (CRBV 5) para la orientación del país, así como la cotidiana violación de los derechos humanos claramente establecidos en la Declaración Universal de 1948 y en las normas correspondientes de la Constitución nacional. Bastaría aquí citar sólo los comienzos de los artículos 18-20 de la Declaración: “Toda persona tiene derecho a la libertad de pensamiento (…) a la libertad de opinión y de expresión (…) a la libertad de reunión y de asociación pacíficas”.

    Las próximas canonizaciones son para Venezuela, país mayoritariamente cristiano católico, motivo de particular alegría. Son nuestros primeros santos. Representante, por cierto, de los dos mundos, femenino y masculino; José Gregorio, un laico, Carmen, una religiosa. Los dos, notables servidores de los más necesitados de la sociedad y practicantes efectivos del mandamiento máximo divino. En un país afligido por persistentes enfrentamientos fratricidas constituyeron un mensaje existencial de bondad, solidaridad, reconciliación y paz. José Gregorio, con un acento de presencia pública en lo científico-académico-sanitario; Carmen con un colorido de humilde servicialidad. Los santos se ofrecen como modelos y animadores de genuina humanidad y de fe coherente en un mundo no escaso en egoísmo y belicosidad.

    Hay también un aspecto, que en circunstancias como la actual nacional, exige resaltarse. Es la interpelación que lanzan los santos al conglomerado nacional, especialmente al creyente. Interpelación respecto de lo que al comienzo de estas líneas se subrayó: contribuir a la construcción de una nueva sociedad como civilización del amor.

    Vivimos actualmente en un país como en estado de guerra consigo mismo. Presos políticos, una cuarta parte de población expatriada, pobreza masiva, represión desenfrenada, un proyecto ideológico-político gubernamental de corte totalitario, militarización global y escasa “ciudadanización”.

    Los santos nos plantean el desafío de conjugar libertad y justicia, paz y progreso compartido, reconciliación y solidaridad.

    A los santos los admiramos e invocamos. Ellos nos miran y nos reclaman.  

 

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