viernes, 10 de octubre de 2025

SANTOS: ESTIMULANTES, NO NARCÓTICOS

 

    Una enseñanza muy acertada del Concilio Plenario de Venezuela es la que contradice expresamente, en lo que toca a lo católico nuestro, la afirmación marxista de la religión como opio alienante del compromiso terrenal: “Una de las grandes tareas de la Iglesia en nuestro país consiste en la construcción de una sociedad más justa, más digna, más humana, más cristiana y más solidaria. Esta tarea exige la efectividad del amor. Los cristianos no pueden decir que aman, si ese amor no pasa por lo cotidiano de la vida y atraviesa toda la compleja organización social, política y cultural”.

    Esta frase se encuentra en el tercer documento de la referida asamblea conciliar, el cual constituye una especie de manual criollo de Doctrina Social de la Iglesia, en virtud de la metodología seguida: ver-juzgar-actuar. Recordarla resulta muy apropiado en momentos en que se aproxima la canonización de los compatriotas Carmen Rendiles y José Gregorio Hernández.

    La Iglesia declara santos a cristianos que han terminado su peregrinación histórica y gozan ya de la presencia gloriosa de Dios. Con ello, al tiempo que los honra y festeja, los señala como ejemplos e intercesores para los que todavía peregrinamos en un mundo que reclama el ejercicio bien exigente de la fe, la esperanza y el amor. Cada canonización resalta una existencia cristiana de perfecta comunión con Dios y fraterna, y recuerda a quienes la festejamos el imperativo de ser auténticos creyentes. Lo corriente, en efecto, es pensar en lo que el santo nos consigue y no en lo que nos exige, lo cual puede llegar hasta testimonios martiriales como los que están acaeciendo en estos momentos en varias regiones de África.

    Hay una consigna que se viene difundiendo en el país y es la de “Canonización sin presos políticos”. Ha surgido en base a la proliferación de detenciones de disidentes y al creciente clima de represión política. Éstos conforman aspectos salientes de la situación nacional caracterizada por la ausencia de un estado de derecho, la marginación de la voluntad del soberano (CRBV 5) para la orientación del país, así como la cotidiana violación de los derechos humanos claramente establecidos en la Declaración Universal de 1948 y en las normas correspondientes de la Constitución nacional. Bastaría aquí citar sólo los comienzos de los artículos 18-20 de la Declaración: “Toda persona tiene derecho a la libertad de pensamiento (…) a la libertad de opinión y de expresión (…) a la libertad de reunión y de asociación pacíficas”.

    Las próximas canonizaciones son para Venezuela, país mayoritariamente cristiano católico, motivo de particular alegría. Son nuestros primeros santos. Representante, por cierto, de los dos mundos, femenino y masculino; José Gregorio, un laico, Carmen, una religiosa. Los dos, notables servidores de los más necesitados de la sociedad y practicantes efectivos del mandamiento máximo divino. En un país afligido por persistentes enfrentamientos fratricidas constituyeron un mensaje existencial de bondad, solidaridad, reconciliación y paz. José Gregorio, con un acento de presencia pública en lo científico-académico-sanitario; Carmen con un colorido de humilde servicialidad. Los santos se ofrecen como modelos y animadores de genuina humanidad y de fe coherente en un mundo no escaso en egoísmo y belicosidad.

    Hay también un aspecto, que en circunstancias como la actual nacional, exige resaltarse. Es la interpelación que lanzan los santos al conglomerado nacional, especialmente al creyente. Interpelación respecto de lo que al comienzo de estas líneas se subrayó: contribuir a la construcción de una nueva sociedad como civilización del amor.

    Vivimos actualmente en un país como en estado de guerra consigo mismo. Presos políticos, una cuarta parte de población expatriada, pobreza masiva, represión desenfrenada, un proyecto ideológico-político gubernamental de corte totalitario, militarización global y escasa “ciudadanización”.

    Los santos nos plantean el desafío de conjugar libertad y justicia, paz y progreso compartido, reconciliación y solidaridad.

    A los santos los admiramos e invocamos. Ellos nos miran y nos reclaman.  

 

lunes, 22 de septiembre de 2025

DIMENSION POLÍTICA DEL EVANGELIO

 

    ¿Qué misión recibió de Jesús la Iglesia como congregación de creyentes?  La respuesta la sintetiza el evangelista Marcos en palabras dirigidas por Cristo resucitado a sus apóstoles: “Id por todo el mundo y predicad el evangelio a toda criatura” (Mc 16, 15). La misión consiste, pues, en la evangelización, es decir, la comunicación de la buena noticia.

    Esta evangelización como aparece en el citado texto bíblico y otros paralelos como Mateo 28, 19, comprende no sólo la predicación de la buena nueva, sino otras actuaciones, como el bautismo, que configuran y manifiestan la comunidad cristiana.

    Estas tareas básicas, objetivos específicos de la misión de la Iglesia, constituyen las dimensiones de la evangelización, que pueden concretarse en seis y constituyen un conjunto orgánico de elementos interrelacionados y complementarios, como son: la proclamación de la buena nueva,  la formación de la fe de los creyentes, la celebración litúrgica de esta fe, la organización de la comunidad con sus diferentes servicios,  la puesta en práctica individual y social del mandamiento del amor, y el diálogo con los que no comparten la misma fe. Desde sus primeros momentos la congregación de los seguidores de Cristo se fue manifestando y multiplicando con esta variedad de objetivos. Ya en la primerísima comunidad surgida en Jerusalén a raíz de Pentecostés (efusión del Espíritu Santo y primera predicación de Pedro) se percibe esa diversidad de tareas.

    Quisiera a continuación detenerme en el quinto objetivo, la solidaridad fraterna. La primera narración sobre una comunidad cristiana la ofrece el libro de los Hechos de los Apóstoles; allí aparece que los cristianos compartían sus propiedades y sus bienes (2, 44-45) y “ninguno decía ser suyo propio nada de lo que poseía, sino que tenían todas las cosas en común” (4, 32). Se expresaba así una completa solidaridad inicial, en la cual la convivencia real iría imponiendo sus condiciones y limitaciones. Pero el ideal de comunión estaba definido.

    La fe y la praxis cristianas han de tener una expresión concreta de compartir efectivo en el ámbito social. El amor cristiano no es para quedarse en lo sólo espiritual, en proximidad afectiva; ha de reflejarse en real coparticipación en el tener (economía). Desde los primeros tiempos se vino precisando “la destinación universal de los bienes” como uno de los principios básicos de la enseñanza social de la Iglesia. Indispensable tarea en la aplicación de ese principio es conjugar idealismo y realismo en el escenario histórico siempre en movimiento.

    Lo dicho sobre el tener (lo económico) ha de aplicarse -en el modo y medida que corresponde- al poder (lo político) y a la calidad de vida (lo ético-cultural), es decir, al conjunto de la sociedad o polis, comenzando por las agrupaciones primarias como la familia y el vecindario.

    La fe, lo cristiano, la Iglesia tienen, por tanto, en lo real concreto un campo obligante de trabajo. No son factores alienantes de lo socio-histórico como decía Marx, sino, al contrario, positivamente comprometedores y de lo cual los humanos seremos examinados en el Juicio Final, según lo anunciado por Jesús (Cf. 25, 31-46). 

    El Papa León XIV ha dicho recientemente que la Doctrina Social de la Iglesia no es optativa para la comunidad eclesial, comenzando por su jerarquía y privilegiando al laicado. Y con mucha razón. Lo cual significa que contribuir a la edificación de una “nueva sociedad” (economía solidaria, política democrática, cultura de calidad humana) obliga a todos los cristianos. La Iglesia existe en polis como campo de ejercicio de su misión. Por ello es ineludiblemente política (con modalidades según sectores eclesiales, vocaciones, circunstancias y oportunidades), consecuente con el mandamiento máximo del Señor.

    Esto sea dicho especialmente cuando surgen regímenes de corte totalitario como el actual venezolano, que se creen dueños de la economía, hegemones de la política y gestores de lo cultural. Consideran la totalidad de lo social como propiedad de autoridades públicas y colectivos partidistas.

    Hoy más que nunca el cristiano ha de tomar conciencia de su obligante protagonismo histórico-cultural. Siempre en apertura dialogal y corresponsable. 

miércoles, 17 de septiembre de 2025

ESQUIZOFRENIA POLÍTICA

 

    Definiendo de modo bien perceptible y desde el inicio su nombre pontificio, el sucesor de Francisco está ofreciendo orientaciones sólidas y actualizadas en materia de de Doctrina Social.

    La caída del Muro de Berlín descompuso en el campo marxista dogmas ideológicos y pretendidos fatalismos históricos. Lo cultural surgió como algo serio respecto del pretendido determinismo económico y la “eternidad” socialista tuvo que sincerarse con su condición histórica. Esto llevó a una metamorfosis doctrinal y práctica que está en pleno desarrollo.

    En la acera del frente, luego de un cierto triunfalismo -alguno hasta habló del “fin de la historia”- se ha tomado progresiva conciencia de que no sólo el comunismo amenaza con su materialismo y totalitarismo la construcción de una nueva sociedad, sino que ésta reclama una revisión a fondo en los ámbitos económico, político y ético-cultural. Un humanismo integral exige ser actuado desde varios ángulos dada la complejidad del ser humano.

    En el campo democristiano el derrumbe del Muro llevó también a crisis y reformulaciones y mostró sensibles carencias y vacíos. La guerra fría había simplificado interpretaciones, diluido cambios y retardado respuestas; los factores culturales no habían sido objeto de la necesaria atención. En cuanto a la Iglesia, se ha experimentado un innegable aggiornamento y apertura a lo social pero ha faltado mayor coherencia, realismo y articulación en cuanto a lo operativo. Fácil proclamación y poca aplicación.  

    El Papa León ha subrayado recientemente en recomendaciones a políticos franceses elementos básicos para una praxis más auténtica e integrada de vida cristiana y actuación social, mayor correspondencia efectiva en la relación fe-política.

    Esquizofrenia es un término simple y útil para esquematizar la doblez de comportamiento con respecto a lo “privado” y “público”. Y en lo concerniente a los cristianos en un divorcio entre vida de fe y actuación ciudadana. Extremando las cosas se podría decir que para no pocos -creyentes y no creyentes- la política es un terreno del “sálvese quien pueda”. Verdad, justicia, honradez, delicadeza, bondad y misericordia, entre otras, son categorías que a menudo poco o nada constituyen imperativos efectivos para un político profesional. No resulta difícil identificar las consecuencias de una tal esquizofrenia. La arena político-partidista parece convertirse en un “campo de nadie” en que cualquier procedimiento se justifica, con tal de salir adelante en elecciones, progreso de agrupaciones de partidos y éxitos de gobernantes.    

     Es indudable que el quehacer político y lleva a necesarias precisiones y matices en la interpretación y práctica de lineamientos éticos. Pensemos en lo referente al decir la verdad con respecto al poner sobre la mesa pública estrategias y prácticas que exigen reserva y confidencialidad. Así como en el inevitable asumir costos sociales en determinadas decisiones administrativas. Una ética política seriamente asumida debe tener presente lo peculiar y desafiante del campo que se maneja. Todo ello lleva a programar la formación política no sólo en términos de pragmatismo operativo, sino de autenticidad personal y social. Eficacia y licitud no son sinónimos. Pero así como vicios no escasean, afortunadamente ejemplos no faltan. En todo caso el deber-ser no es simple materia de resultados y encuestas.

    Lo anterior lleva a recalcar la necesidad de la dimensión ética en la educación y praxis política. Y esto tiene una significación y consecuencias peculiares para el político cristiano, que ha de concebir su conducta personal como “ejemplar” en lo testimonial y educativo. Tanto individualmente como en grupo o institución.

    Formarse en Doctrina Social de la Iglesia (DSI) y actuar en esta línea resulta entonces tarea obligante para todo miembro de la Iglesia. León XIV la ha calificado como no opcional. Y esto vale para todos, laicos y clérigos. Para los cristianos individuales y sus comunidades, comenzado por la familia, primera escuela. 

    La DSI se funda en la ley natural, la cultiva en la Iglesia, compromete y perfecciona al cristiano y se abre como positiva invitación a todo humano que quiera construir una “nueva sociedad”.

      

lunes, 25 de agosto de 2025

JOSE GREGORIO EN LOS ALTARES

 

    Elevado a los altares es una expresión que simboliza el reconocimiento oficial de la Iglesia con respecto a la santidad de uno de sus miembros, considerándolo ciudadano ya de la polis celestial.

    El santo es venerado en la comunidad eclesial bajo diversas formas y por diversos motivos. En la devoción popular predomina el aspecto de la intercesión, en cuanto por su peculiar cercanía a Dios consigue favores, cosa que en el caso de José Gregorio resalta en cuanto a consuelo y curaciones. Otro aspecto que la Iglesia destaca es el ejemplar. Al santo se lo propone como modelo, no sólo para la admiración sino para la imitación. En este sentido la hagiografía ofrece una muy rica variedad, tanto por las características de los santos, como también por la variedad de devotos. De éstos tenemos desde religiosas contemplativas como Teresita del Niño Jesús hasta gobernantes de alto vuelo como el mártir Tomás Moro, patrono de los políticos. Bastante cercanos en el tiempo son la judía filósofa Edith Stein, quemada en Auschwitz por el nazismo y el muchacho italiano Carlos Acutis, programador de informática.   

    Actitud no tan corriente, como la de pedir un favor a los santos, es la de sentirse interpelados por ellos en las propias circunstancias y exigencias de vida. Los creyentes olvidamos fácilmente que estamos llamados no a una mediocridad de fe y entrega, sino a una total fidelidad de amor a Dios y al prójimo.  Una información que no sobra es la de que hoy en día hay muchos lugares en el mundo en los que el mantener la fe y la práctica cristianas es inscribirse en la lista de posibles mártires. Y de que el ambiente cultural contemporáneo es permanente y grave desafío a una autenticidad ética, espiritual. Un agudo teólogo contemporáneo dijo que en el presente siglo el cristiano será místico o no será cristiano.

    Hace algunas semanas surgió el planteamiento de “Canonización sin presos políticos”, en vista a la próxima elevación a los altares de los compatriotas José Gregorio Hernández y Carmen Rendiles, especialmente del primero (desiderátum y exigencia comprensibles en la actual circunstancia nacional). Ciertamente celebraciones como la exaltación de un cristiano genuino no pueden quedarse en fiesta -legítima y obligante, ciertamente-, sino que también implica recoger de modo consciente y responsable la exigencia de autenticidad que plantea a los celebrantes.  

    Al hablar de canonización estas líneas se refieren a los dos próximos santos, pero privilegian comprensiblemente a José Gregorio por su peculiar protagonismo público.

    Hay dos preguntas que nos pueden ayudar a interpretar adecuadamente la canonización en la actual coyuntura venezolana. ¿Qué país la celebra? ¿Qué país la debiera celebrar?

    Con respecto al primer interrogante, podría responderse con otra pregunta bien desafiante: ¿Es uno el país? Porque desde el poder no se lo reconoce uno. Se niega, de facto, la condición de ciudadanos venezolanos a quienes no comparten el alineamiento político-ideológico marxista del Socialismo del Siglo XXI, el cual contradice lo declarado en la Constitución sobre Venezuela como República democrática, pluralista. El drama de los presos-torturados políticos, la emigración forzada de la cuarta parte de la población y el robo del voto soberano, son bien dicientes.

    ¿Qué país la debiera celebrar? Uno que de veras realice el Preámbulo y los Principios Fundamentales de la misma Constitución. El que reclaman también los 30 artículos de la Declaración Universal de los Derechos Humanos proclamada por la ONU el 10 de diciembre de l948.

     No como agregado marginal, sino como elemento substancial, se ha de recordar la condición cristiana católica mayoritaria del país, que a pesar de las incoherencias prácticas, entraña una identidad, una dignidad y una vocación, que no se pueden ignorar y las cuales plantean exigencias altas, positivas, estimulantes.

    La canonización es para la Iglesia motivo de alegre celebración, pero, al mismo tiempo,  serio reto para ser, en Cristo, signo e instrumento eficaz  de liberación y comunión en esta Venezuela oprimida y fracturada.

 

    

miércoles, 13 de agosto de 2025

MANUAL SOCIAL CRIOLLO

 

    El nombre del nuevo Papa estimula un vigoroso relanzamiento de la Doctrina Social de la Iglesia (DSI) a un siglo y cuarto de la encíclica Rerum Novarum de León XIII, en estos nuevos tiempos, no ya de revolución industrial y amontonamiento obrero en fábricas, sino de emergentes desafíos culturales y de inteligencia artificial en oficinas. El fin de dicha doctrina, sin embargo, sigue siendo el mismo:  lograr un genuino humanismo en la polis.

    De la entraña de la Iglesia y siguiendo el cambiante devenir histórico ha venido surgiendo un tejido de enseñanzas acerca de la convivencia humana hacia un horizonte de valores como libertad y justicia, solidaridad y paz. El nombre acuñado para ese conjunto se ha concretado en DSI. Veamos un tanto el significado de estos términos.

    Lo de doctrina expresa la conjugación de sólidos valores humanos y cristianos en una propuesta abierta, que no se estanca en formulación ideológica cerrada, ni se dirige en exclusividad a una determinada audiencia; lo de social porque comprende múltiples elementos de la entera tríada económica- política-ético cultural; lo de Iglesia identifica su origen primario, pero en amplia apertura en cuanto a fuentes y destinatarios. Se define como oferta servicial abierta, apta para el diálogo y la cooperación de grupos y pueblos. Lo específico cristiano se entiende como perfeccionamiento de lo humano y no como forzado complemento religioso. Así el imperativo de construir corresponsablemente una sociedad terrena digna se interpreta, no como un añadido restringido para creyentes, sino como digna preparación de la polis celestial según el mandamiento máximo del amor. La esperanza de lo supra temporal fundamenta y refuerza el compromiso humano general por una “nueva sociedad”. Desde la fe, las dos ciudadanías, mundana y trascendente, están en íntima conexión.

    La formación en DSI no es optativa para al cristiano y su Iglesia. El mandamiento del amor no se agota en el relacionamiento persona-persona, sino que se amplía como corresponsabilidad y solidaridad en correspondencia a la auténtica socialidad del ser humano y al carácter comunional del plan de Dios sobre la historia. La DSI no es, por tanto, materia electiva para la Iglesia. El cristiano y su comunidad son necesariamente políticos ya que el amor evangélico ha de tomar cuerpo en la polis y visibilizarse en derechos humanos, bien común, progreso compartido, calidad cultural. Tentación amenazante siempre es la de interpretar y vivir la fe en sentido verticalista, intimista, “espiritualista” para hacerse acreedor del conocido reproche de “opio del pueblo”. La santidad cristiana, como la de José Gregorio Hernández, es de pies en tierra.  

    Esta es la razón por qué el Concilio Plenario de Venezuela (2000-2006), la asamblea operativa más importante de la Iglesia en este país durante sus quinientos años, se ocupó de la “contribución de la Iglesia a la gestación de una nueva sociedad” y de la acción transformadora del evangelio en la cultura. Produjo así dos documentos (3º y 13º), no simplemente reflexivos, sino también operativos, gracias a la metodología seguida del ver-juzgar-actuar. Estos trabajos -disponibles en Internet en lugar destinado al Concilio- conforman un verdadero “manual “criollo” en la materia; es obvio que ellos exigen una actualización en materia tan dinámica (pensemos en novedades como las ideológico-políticas del Socialismo del Siglo XXI y las antropológicas woke y género, así como en las agendas globalistas), pero el grueso de las formulaciones permanece válido.        

    En medio de las crisis contemporáneas, abundosas en revoluciones e involuciones, la DSI ofrece un material consistente, ágil y renovado, a la hora de pensar y actuar un humanismo integral, atento a la pluridimensionalidad del hombre y la complejidad de su devenir histórico.

    La misión evangelizadora de la Iglesia, el mandamiento máximo del amor y la fidelidad a Dios Unitrino obligan a los cristianos y su comunidad en el peregrinar histórico a contribuir seriamente en la construcción de una nueva sociedad, como ámbito político de libertad, justicia, paz y espiritualidad genuinas.

 

miércoles, 30 de julio de 2025

ALIENACIÓN COMO PARADOJA

     La contribución de la Iglesia a la gestación de una nueva sociedad (CIGNS) es el título del tercero de los 16 del Concilio Plenario de Venezuela (2000-2006). Constituye un muy útil manual de Doctrina Social de la Iglesia aplicada a nuestro país, dada su metodología del ver-juzgar-actuar.

    Clave e ineludible desafío es el que plantea el referido documento: “Una de las grandes tareas de la Iglesia en nuestro país consiste en la construcción de una sociedad más justa, más digna, más humana, más cristiana y más solidaria. Esta tarea exige la efectividad del amor. Los cristianos no pueden decir que aman, si ese amor no pasa por lo cotidiano de la vida y atraviesa toda la compleja organización social, política, económica y cultural” (CIGNS 9).

    Este imperativo lleva a recordar la interpretación marxista de la religión preparada ya por el filósofo alemán Feuerbach (1804-1872) con su categoría de alienación, de acuerdo a la cual, el hombre se vacía de sí mismo transfiriendo a un dios ficticio su propia dignidad. Marx concretó esa alienación en una causa económica: en la sociedad capitalista, de clases, el proletario es despojado de lo que le pertenece, de su dinero y, con ello, de su valor. Con la colectivización, fruto de la revolución comunista mediante la eliminación de la propiedad privada y las clases sociales, el ser humano se recuperará, será él mismo. Eliminada la propiedad privada esclavizante, el hombre recobrará su genuina identidad y destino, sin tener que apelar a expectativas de felicidad extra mundanas, a fantasías religiosas.

    La caída del Muro de Berlín mostró lo engañoso de los “paraísos terrenos” propuestos por proyectos destructivos de entraña totalitaria. Lo monstruoso de esa imaginería lo pusieron de relieve autores como Milovan Djilas a mediados de los 50´ con su Nueva clase y tres décadas más tarde George Orwell con su 1984.

    Con respecto al marxismo bastante agua ha corrido bajo los puentes y ha sido notable su metamorfosis al enfocar la revolución y el binomio de los opuestos, acentuando no ya tanto lo económico cuanto lo político y cultural; siempre, sin embargo, en un sentido totalitario de imposición excluyente. Un marxismo metamorfoseado, asumiendo disfraces democráticos que favorecen el marketing ideológico y el dominio gradual. Caso patente es el del Socialismo del Siglo XXI en la línea del castro narcomunismo.

    En cuanto al relacionamiento de estos neomarxismos político-culturales con los entes religiosos estamos frente una novedosa paradoja: no atacan y persiguen ya tanto explícita y directamente la religión, sino que buscan por todos los medios a su alcance, también punitivos, que ésta sea de veras alienante, no se comprometa en lo terrenal, “no se meta en política”, entendiendo por ésta, cosas como lo relativo a defensa y promoción de los derechos humanos, autenticidad de la convivencia democrática, exigencias básicas de un estado de derecho. A lo cultual y litúrgico, lo devocional privado, lo organizativo-administrativo indispensable institucional religioso, le dejan campo discretamente abierto, aunque siempre delimitado -cuando gobiernan- por la autoridad cívico-militar. La medida de la alienación la establece autoritativamente el Estado, que absorbe también las funciones de Sumo Sacerdote. En perspectiva totalitaria se “colectiviza” así también la religatio.

    Resulta así una patente paradoja: para corrientes y regímenes marxistas o congéneres como el Socialismo del Siglo XXI, la religión -y con ella, la Iglesia- es aceptable y puede actuar, sólo si se comporta efectivamente como “opio del pueblo”. Sin entrar en la suerte de la polis.

    Esta paradoja plantea para instituciones religiosas e iglesias -pienso en primer lugar en mi Iglesia católica- a) negativamente, evitar una presencia intimista y “espiritualista” en el mundo ajena al compromiso temporal y b) positivamente, integrar una espiritualidad, liturgia y vida de gran profundidad y aliento con un protagonismo consciente y activo humanizante en la polis.  El norte ha de ser construir en este mundo una “nueva sociedad”, que anuncie y prepare la polis celestial.

sábado, 12 de julio de 2025

CANONIZACIÓN Y PEREGRINANTES

 

    La fe cristiana identifica el trajinar humano en la historia como un peregrinar hacia la plenitud de los tiempos, la cual se inscribe en otro tipo de duración, definitiva, eterna. El último libro de la Biblia, el Apocalipsis, busca describir, con su peculiar género literario y riqueza simbólica, la etapa culminante del Reino (Reinado) de Dios, que constituyó lo central de la predicación de Jesús. La polis terrena cederá su lugar a la Jerusalén celestial, ciudad de luz y convivencia perfecta de los justos (santos) en comunión con Dios Amor, Trinidad. En esta perspectiva, el tiempo, devenir mundano, es ámbito de prueba, de decisión, respecto del mandamiento máximo, el amor a Dios-prójimo (ver Mateo 25, 31-46).

    La canonización es la declaración oficial de la Iglesia respecto de la integración de un ser humano en la ciudad definitiva. Y se lo declara santo, para que quienes todavía peregrinamos lo veneremos como modelo e intercesor. El catálogo de los santos (santoral) ofrece una rica variedad de personajes, que animan y ayudan al pueblo de Dios en su devenir histórico, como creyente y corresponsable en la misión evangelizadora encomendada por Cristo. Los santos son hombres y mujeres de los distintos sectores eclesiales, de las más diversas categorías sociales y características personales. Los próximos dos santos venezolanos son ejemplos de esa variedad hagiográfica.

    Las canonizaciones son también llamados y exigencias que se plantean a la Iglesia, con peculiares especificaciones y acentos en las circunstancias concretas. De allí la necesidad de leer los “signos de los tiempos”. Por ejemplo una Edith Stein, carmelita filósofa quemada en el campo de concentración de Auschwitz aparece como patente advertencia frente a políticas de intolerancia y culturas de permisividad; así como en su tiempo otro mártir, el político Tomás Moro, testimonió por dónde debía ir el ejercicio del poder.

    Es la razón por qué hemos de escarbar en la interpelación que la canonización de nuestros primeros santos, Carmen Rendiles y José Gregorio Hernández y, en particular, la del “médico de los pobres”, plantea a la Iglesia venezolana y a la nación entera en este tiempo de grave crisis nacional. Ellos se entregaron por completo al servicio de Dios y del prójimo, demostrando las radicales exigencias del amor evangélico. Su canonización es “fiesta”, celebración de agradecimiento a Dios así como de alegría fraterna, pero ha de ser también de reflexión y compromiso respecto de lo que ella exige en autenticidad de fe y expresión religiosa, así como en materia de verdad y libertad, justicia y solidaridad en la convivencia nacional. A dos siglos del 5 de Julio y de Carabobo en los inicios de un nuevo siglo-milenio, la interpelación al país es ineludible respecto de la inexistencia de un estado de derecho, la imposición de un proyecto ideológico-político de corte totalitario, la tragedia de un empobrecimiento masivo y la emigración forzada de una cuarta parte de nuestra población. Urge interpretar la canonización como un llamado imperativo a la recomposición del tejido nacional, a la reconciliación y la convivencia genuinamente democrática de los venezolanos.

    Por ello, sintetizando angustias y anhelos, puede decirse que la canonización es ocasión propicia para exigir:

1.La liberación de todos los presos políticos y de la actual ola represiva.

2.El restablecimiento de la libertad de los medios de comunicación social.

3. La pronta y efectiva obediencia al soberano (CRBV 5), en lo que ha decidido (28 Julio 2024) y pueda decidir desde ahora, por un procedimiento creíble, para la reconstitucionalización de la República. Eventuales acuerdos y decisiones que habrán de contar con seria garantía internacional.

    Dios revelado por Cristo es Trinidad, encuentro interpersonal; creó al ser humano para la comunión y quiere la reconciliación, la unidad de nuestro pueblo venezolano, al cual le regala ahora dos santos. A éstos los ofrece como modelos de servicio fraterno, especialmente del prójimo más débil. Su canonización desafía a construir una nación pacífica, libre, emprendedora, solidaria, de calidad espiritual.

 

 

   

 

 

domingo, 29 de junio de 2025

PROPUESTAS ANTE CANONIZACIÓN

 

    La canonización de los dos primeros santos venezolanos, José Gregorio Hernández y Carmen Rendiles, cabe dentro del concepto griego de kairós, momento oportuno.  Es la razón de la siguiente tríada de propuestas, dos para la Iglesia y una para el país.

    En lo tocante a la Iglesia, destacar el marco fundamental doctrinal, trinitario-cristológico de la canonización y popularizar ampliamente el himno a la patrona de Venezuela, Salve aurora jubilosa. En lo concerniente al país, urgir la refundación nacional planteada no hace mucho por nuestro Episcopado ante la grave y global crisis de la República.

    1. La canonización exige integrar adecuadamente el culto a los santos en el conjunto doctrinal y pastoral de la Iglesia. Lo exige la débil formación del pueblo católico en materia de fe. Es preciso destacar la jerarquía de verdades y prácticas, cuya observancia asegura una recta inteligencia de lo que se cree y una coherente expresión religiosa, con lo cual también se preserva de errores y deformaciones. El tesoro de la religiosidad o piedad popular está siempre amenazado por desviaciones y sincretismos que contaminan la verdad y favorecen devociones inconvenientes y dañinas. La doctrina cristiana tiene un eje articulador (núcleo, centro): la fe en el Dios Unitrino revelado por Jesucristo y en éste como Salvador. Es lo que planteó públicamente san Pedro el día de Pentecostés (Hechos 2), iniciando así la misión evangelizadora de la Iglesia en el mundo. Los santos canonizados son propuestos como modelos de fe y de obediencia a Dios, practicantes ejemplares del mandamiento máximo del amor, al tiempo que intercesores valiosos en el peregrinar hacia lo definitivo celestial. La referencia a la Trinidad y Cristo Salvador constituye lo fundamental en lo doctrinal y práctico de los cristianos. Un símbolo, en creciente difusión actualmente, es de patente ayuda al respecto: la Cruz Trinitaria, que conjuga lo trinitario (triángulo) y cristológico (cruz) en estrecha e indivisible unidad; dicho símbolo viene a llenar un gran vacío en una cultura como la contemporánea, doblemente simbólica.

    2. El himno Salve aurora jubilosa, por cierto muy bello y bien vibrante, se identifica como expresión mariana nacional. La canonización es ocasión favorable para difundirlo en cobertura y frecuencia, como signo de la unidad católica venezolana. Nuestra Iglesia ha tenido en el culto a la Madre de Jesús un firme apoyo a la fe en Dios y la adhesión a Cristo, a través de una historia bastante convulsionada y en no pocos tiempos con notables carencias de pastores y apoyos institucionales, junto a medidas políticas discriminatorias y el fuerte influjo de círculos ilustrados contrarios o nada favorables. La Virgen de Coromoto como símbolo de una Iglesia en renovación estimulará también a construir una nueva sociedad, libre, justa y fraterna. El canto en su honor será en este sentido un permanente recordatorio.

    3. El tercer punto tiene que ver con el conjunto del país. Se trata de la refundación nacional, a la cual han convocado los Obispos en repetidas ocasiones. Ya en Exhortación de enero de 2021, ante la beatificación próxima de José Gregorio, la estimaron como “hermosa ocasión” para “refundar a Venezuela con los principios de nacionalidad inspirados en el Evangelio”; en esa oportunidad los Obispos denunciaron, entre otras cosas, el modelo de corte totalitario impuesto por el Régimen, el desconocimiento de derechos humanos y el aumento de la migración forzada; subrayaron la necesidad de un “cambio radical en la conducción política”. Sobre la refundación con “una verdadera la participación de todos los ciudadanos” se volvió con insistencia en julio siguiente. Es un tema que está sobre el tapete; la crisis se ha agudizado. No es del caso aquí entrar en particulares de la refundación, cuya necesidad acontecimientos como el del 28 de Julio del ´24 han puesto de relieve.

    Lo cierto es que la canonización es un innegable y desafiante kairós. Fiesta también liberadora y unificante en perspectiva evangélica.             

miércoles, 18 de junio de 2025

CANONIZACIÓN INTERPELANTE

 

Canonización es la sentencia solemne por la cual el Papa declara a una persona fallecida como santo (a), es decir, alguien que goza actualmente de la gloria celestial y puede recibir culto en toda la Iglesia. León XIV hará dentro de poco esa declaración sobre los venezolanos José Gregorio Hernández y Carmen Rendiles; los propondrá oficialmente así como modelos de vida cristiana, invitando también a participar con ellos de la intimidad con Dios y a tenerlos como intercesores en necesidades o aspiraciones tanto espirituales como corporales.

 Las presentes líneas buscan destacar la canonización del doctor José Gregorio como peculiar desafío planteado hoy tanto a la comunidad venezolana en general, mayoritariamente cristiana, como a la Iglesia católica en particular.  

José Gregorio fue un extraño personaje para su tiempo. Conjugó existencialmente fe y ciencia; laicidad y compromiso cristiano temporal; calidad profesional y servicio caritativo; altura socio cultural y humildad de vida;  protagonismo ciudadano (de primera fila en lo sanitario, se enroló para defensa de la patria y abogó ante el poder por la Universidad agredida) y participación eclesial (en culto y asociaciones); firme autenticidad en convicciones y apertura pluralista, amistosa, dialogal (ejemplificada en la relación con Razetti  como también en una corresponsabilidad social supra partidista).   No obstante sus intentos de vida monástica y seminarística, asumió como laico, de modo coherente, su inmersión en el mundo, tanto en sencillos vecindarios como en brillantes metrópolis. Disponible en su entrega a la entera polis, vivió al servicio de la verdad-libertad-amor, sin dejarse atrapar por el tener-poder-saber, asumiéndolos activamente como medios de solidaridad especialmente con los más necesitados.

El escenario histórico nacional e internacional del santo de Isnotú no fue de aires pacíficos.  En sus dos últimas décadas se afianzó la larga dictadura andina de Castro y Gómez (1900-1935), que siguió a la prolongada autocracia guzmancista culminada por cortos y moderados regímenes de transición. Del siglo XIX Venezuela salió descuartizada y empobrecida por una secuencia fratricida de acciones de guerra y otros hechos de violencia y sangre; en cuanto a población, en 1900 apenas arañaba el millón y medio. Pero sí abundamos en Constituciones (¡una veintena para 1931!). Cuando murió José Gregorio, el país, cafetero y cacaotero, estaba apenas en los albores de la exportación petrolera. En el ámbito político cultural, a raíz de la Independencia se produjo una descomposición de instituciones y se desencadenó un progresivo apartheid de lo eclesiástico junto a un triunfalismo secularista, principalmente de signo positivista. Al lado de un resistente sustrato de religiosidad popular, subsistió una rala presencia cristiana en el ámbito de ciencias y letras.  En ámbito internacional los estudios europeos los tuvo José Gregorio durante la consolidación del imperio alemán y la república francesa, que convulsionaron en el emergente siglo XX por la primera guerra mundial, la cual generó una crisis global que abrió camino a la avasallante tríada totalitaria comunista, fascista, nazista.

Como venezolanos y católicos hemos de agradecer a Dios y alegrarnos por la próxima canonización de nuestros dos primeros santos. Pero, particularmente en el caso de José Gregorio, esa declaración papal nos interpela muy seriamente acerca de nuestro compromiso actual respecto de la unión, la libertad, la fraternidad y el progreso de nuestro país. ¿Por qué?

Somos una nación en crisis generalizada: una cuarta parte de nuestros compatriotas es de emigrantes forzados; la extragrande mayoría está empobrecida; miles de presos-torturados y perseguidos políticos ensombrecen la República; la ciudadanía sin MCS y elecciones libres se ve obligada “por las buenas o por las malas” a aceptar un proyecto ideológico político de corte totalitario, causante primero del desastre nacional. Somos una nación urgida de reconciliación en la verdad y de que el soberano (CRBV 5) decida sin trabas el camino a seguir hacia una convivencia democrática, pluralista, productiva, fraterna. La que Dios manda. ´

Y para la Iglesia la interpelación es bien clara hacia a) una efectiva sinodalidad (caminar juntos) con todos los venezolanos para la recuperación y el progreso integrales del país y b) la promoción de un consistente laicado católico para la construcción de una “nueva sociedad”.

 

sábado, 31 de mayo de 2025

DEMOCRATIZACIÓN DE LA INTELIGENCIA

     El tema del desarrollo de la inteligencia con novedosas exploraciones en este campo, entre las cuales sobresale la inteligencia artificial, me llevó a destacar, en reciente intervención en Coro sobre el expresidente Luis A. Herrera Campins, lo que estimo la principal y peculiar obra de su gobierno.

    Paradójica y lamentablemente esa iniciativa, revolucionaria en el mejor sentido de la palabra, fue enterrada sin pena ni gloria al terminar el mandato del ilustre portugueseño, como si hubiese sido una menuda disposición de ordinaria administración. Desde entonces no ha habido dolientes que recuperen en algún modo el tesoro sepultado.

    A mí me gusta repetir lo que una vez oí de un amigo brasileño: “no hay cosa más peligrosa que enseñar a alguien a pensar con su propia cabeza”. ¿Por qué? Se está formando, en efecto, a un crítico de lo que uno propone. Pero no hay remedio, si se pretende edificar una sociedad de personas pensantes y protagonistas y no una masa de simples oyentes y seguidores, es preciso educar en el sentido genuino de esta palabra. Y educar es procurar que desde el interior del ser humano mismo emerjan concepciones, convicciones y creaciones. Como del mármol emergieron los davides y piedades del escultor toscano. Y en cuanto al saber, importa el tenerlo, pero, más todavía, el cómo obtenerlo. El método, cuyo aprendizaje no exige edad para comenzar.

    El timón de la aventura cristalizó en el Ministerio de Estado para el Desarrollo de la Inteligencia, del cual fue encargado otro gran venezolano y amigo, Luis Alberto Machado. Sobre la finalidad y motivación, realizaciones y valoración de tan importante iniciativa conviene leer La democratización de la Inteligencia editada oficialmente en 1984 con Presentación e importantes intervenciones del presidente Herrera Campins.  

    El proyecto y sus primeros frutos fueron apreciados más fuera que dentro del país. Recibió apoyo de institutos, centros de investigación y gobiernos de las más diversas naciones e ideologías, al tiempo que catalizó muy diversos intercambios y encuentros a los más varios niveles.  Esa revolución, verdadera de verdad, tocaba no simplemente determinadas expresiones del quehacer humano, sino su fuente misma, como es la inteligencia. Facultad no encerrada en sí misma, sino interpretada como gemela de una voluntad orientada éticamente hacia el desarrollo integral, la justicia y la paz. La Revolución de la inteligencia- El derecho a ser inteligente”, de Luis Alberto (Ed. Planeta 1983) es bien explícita al respecto.

    El cultivo sistemático de la inteligencia asumido, por su amplitud y trascendencia, como tarea del Estado, planteaba entre sus características principales: su sólida fundamentación científica, su funcionalidad respecto de la realidad concreta, su direccionalidad a toda la población sin distingos de ninguna especie, su talante inclusivo en materia ideológica y política, su apertura en beneficio de todos los pueblos. El término “Democratización de la inteligencia” expresaba esta apertura servicial, constructiva, genuinamente humanista, de dicha “Revolución”.

    En esta línea se integraban la participación protagónica de la familia, la orientación de la educación formal, el compromiso sindical y la más variada contribución social. Y se promovía el trabajo conjunto con altos centros de investigación mundial y organizaciones nacionales investigativas y pedagógicas.

    A un buen número de años del ocaso de tan valiosa iniciativa del Presidente Herrera se pueden apreciar las dimensiones de esa gran pérdida nacional. No sólo por lo que se marginó de positivo, sino por la negatividad creciente en el campo de la educación y la investigación en el país. El corte totalitario del régimen imperante ha acentuado desde entonces una estatización masificante, el monolitismo ideológico, la hegemonía comunicacional, el cierre a la formación de una conciencia crítica y de una convivencia pluralista.

    Importante es pensar; pero más, todavía, es pensar cómo pensar más y mejor. Aprovechando la inteligencia que Dios nos regaló, no sólo para utilizarla sino para hacerla crecer desarrollarla en perspectiva de bien. Democratizándola para lo mejor.  

 

martes, 20 de mayo de 2025

TRÍADAS Y PEROS EN DOCTRINA SOCIAL

     Por Doctrina Social de la Iglesia (DSI) puede entenderse el conjunto de principios, criterios y orientaciones para la acción, que desde la Iglesia se ofrece con miras a la organización de una integral convivencia social.

    Cuando se habla de este tema inevitablemente surge la mención de un documento considerado como el de arranque oficial en la materia, la encíclica Rerum Novarum del Papa León XIII (15 mayo 1891). La DSI se enraíza en la Sagrada Escritura y se ha venido desarrollando en la historia a través de aportes, ya oficiales, ya de entidades o personas particulares de los distintos sectores o niveles de la Iglesia. Un proceso que ha sido siempre de dar y recibir, enseñar y aprender, en virtud de la condición histórica cristiana. Pensemos en temas como el ecológico, de incorporación relativamente reciente. En Venezuela contamos con una especie de manual propio en la materia, en virtud de la metodología del ver-juzgar-actuar seguida en su elaboración; se trata del documento 13 producido por el Concilio Plenario de Venezuela (200-2006) y titulado Contribución de la Iglesia a la gestación de una nueva sociedad.

    El manejo de la DSI no se restringe a personas o grupos determinados; me gusta recordar que ya el Arzobispo de Caracas a finales de los 40´ incorporó temas de la misma al catecismo para alumnos de escuela primaria, y Juan Pablo II planteó incorporar dicha doctrina en la etapa inicial de formación catequética. Recordemos a este propósito algo de Perogrullo: la familia es la primera escuela.

    En la DSI se pueden señalar algunas tríadas de particular importancia y que son muy útiles a la hora de organizar su teoría y praxis. Cuando se habla de tríadas la memoria vuela inevitablemente al filósofo Hegel, cuyo sistema es un intrincado tejido tripartita, comenzando por la muy conocida dialéctica de tesis-antítesis y síntesis. Para un cristiano lo de triádico no extraña en modo alguno, dada su fe que es, fundamental y centralmente, confesión de un Dios Unitrino, Padre-Hijo-Espíritu Santo.

    En cuanto a las múltiples tríadas identificables y manejables en la DSI valgan los siguientes ejemplos. 1) Ámbitos sociales con sus respectivos campos y valores: económico/tener/justicia, político/poder/libertad, ético- cultural/calidad espiritual/gratuidad. 2)  Puntos capitales antropológicos y sociales:  centralidad de la persona, bien común y estado de derecho. 3) Exigencias para una recta y fecunda praxis: solidaridad, participación y subsidiaridad. 4) Componentes de lo que podría denominarse una “nueva sociedad”: comunidad participativa de bienes, democracia y calidad espiritual. 5) Modos o formas de praxis política: actuación ciudadana, actividad partidista, ejercicio del poder.

    Puede también decirse de la DSI en varios aspecto un sí, junto a un pero. En efecto, a) tiene su fuente e igualmente su fuerte en la Iglesia, pero no está amarrada a una perspectiva de fe, pudiendo ser asumida también por no creyentes y convertirse en ámbito de encuentro y diálogo; b) alimenta propuestas teóricas y prácticas, pero sin reducirse a una ideología o programa determinados; c) es apta para orientar un proyecto concreto, pero su desarrollo y progresividad no la amarran a un tiempo determinado; d) está pensada para orientar propuestas, programas y movimientos, pero como conjunto abierto no es identificable o monopolizable como algo exclusivo de un movimiento o partido.

    Para un cristiano la DSI desarrolla en profundidad y trascendencia la condición del ser humano y de la polis que está llamado a construir. El Dios de referencia es amor, la solidaridad que exige es estrecha fraternidad y el futuro definitivo al que abre es de convivencia supra temporal.

    Como estamos en momentos de nuevo pontificado resulta oportuno recordar, en lo concerniente a doctrina social, la contribución significativa del Papa Francisco con su encíclica Laudato Si´ en materia de “cuidado de la casa común”, “comunión universal” humano-cósmica y “lectura de la realidad en clave trinitaria”. Y el nombre mismo del nuevo Papa, que recuerda el del lanzador oficial de la DSI con su documento “Sobre la condición de los obreros”.  

 

 

domingo, 4 de mayo de 2025

DIOS TRINIDAD EN FRANCISCO

     El título de estas líneas destaca aplicaciones concretas particularmente significativas del magisterio de Francisco de la cristiana sobre Dios en cuanto revelado por Cristo, como comunión, relación interpersonal.

    Lo central de la fe cristina, que se expresa sintéticamente en el Credo de la Misa, se confiesa en la conocida alabanza del Gloria y se manifiesta comúnmente al trazarse la señal de la cruz, es la confesión del Dios uno y único como Trinidad: Padre-Hijo-Espíritu Santo.

    Esto es en cuanto a explicitaciones. No sucede lo mismo en lo que se refiere a la implicitación de esa verdad fundamental en el tejido ordinario reflexivo y práctico de la vida de los cristianos. La noción de la divinidad que se maneja de modo corriente se queda, en buena medida, en lo que la razón humana puede alcanzar con su propio potencial e instrumentos. Pensemos en lo que el filósofo Leibniz (+1716) sistematizó en su Teodicea y el pensamiento ilustrado formuló, de modo reductivo y esquemático, desvinculándolo del devenir histórico. en el período inmediatamente siguiente del siglo XVIII.

    Si bien el cristiano ordinario va más allá de la empobrecida interpretación iluminista, no incorpora suficientemente, con todo, de modo patente y efectivo, la revelación hecha por Jesús acerca de la naturaleza e intimidad trinitarias de Dios, con las consecuencias que ello debe tener para el ser y el quehacer creyentes.

    En perspectiva cristiana Dios es y actúa como comunión interpersonal; es, en sí, diálogo, comunicación, compartir; o como la Primera Carta de Juan lo sintetiza, a saber, Dios es Amor (4, 8). No es, por tanto, el infinito, absoluto, solitario, del Iluminismo, ni se queda en el trascendente unipersonal de las grandes religiones.

    Pero no basta para el cristiano la confesión conceptual y aislada de Dios como Trinidad. Es preciso descubrir y relacionarse con ésta, poniendo sobre el tapete sus implicaciones en el devenir humano y el dinamismo cósmico. Percibirla en la cotidianidad y la globalidad de su obra de creación y salvación.

    Del amplio y rico magisterio del Papa Francisco estimo oportuno, provechoso y obligante en este momento tan especial destacar algunas expresiones magisteriales suyas relativas a la trinitariedad divina aplicadas a varios temas de particular importancia de la Iglesia y el mundo.

    Un primer punto sea el cósmico: “El mundo fue creado por las tres Personas como un único principio divino (…)”. De allí “el desafío de tratar de leer la realidad en clave trinitaria” (Laudato Si´ 238). El mundo es una “trama de relaciones”, como obra que es de la intercomunicación divina (Cf. Ibid. 240). El hombre forma “con los demás seres del universo una preciosa comunión universal” (Ibid. 220). Aquí el Papa Bergoglio amplía analógicamente la comprensión del concepto comunión 

     Otro punto sea el antropológico: “El misterio mismo de la Trinidad nos recuerda que fuimos hechos a imagen de esa comunión divina, por lo cual no podemos realizarnos ni salvarnos solos. Desde el corazón del Evangelio reconocemos la íntima conexión que existe entre evangelización (misión de la Iglesia) y promoción humana” (Evangelii Gaudium 178). Es la razón última de la socialidad, convivialidad, politicidad humanas.

    Un tercer punto toca lo kerygmático (del griego kérygma, anuncio), referente a la proclamación primera y principal cristiana de lo central y nuclear de la buena nueva, es decir, de la evangelización.  Pues bien, Francisco recordó, subrayando: “El kérygma es trinitario” (Ibid. 164). El anuncio cristiano, con todas sus implicaciones en el orden doctrinal y práctico de la misión de la Iglesia, es, pues, radicalmente trinitario e integralmente trinitario-cristológico. Penetra y da sentido a todo el conjunto cristiano, con sus obvias consecuencias en los campos de la moral y la espiritualidad.

    Francisco dejó sobre el tapete eclesial la temática de la sinodalidad. Pues bien, ésta, que entraña un “caminar juntos”, es reflejo, consecuencia, condición, exigencia, de la comunión, que Dios Trinidad quiere tejer en el mundo. Propósito del cual la Iglesia se entiende como signo e instrumento, es decir, como sacramento.

 

 

viernes, 25 de abril de 2025

DIOS ES AMOR

 

    El catálogo que ofrece la historia en cuanto a concepciones y definiciones de Dios es abundante y se inscribe en un conjunto bien amplio, que comprende las múltiples expresiones religiosas y elaboraciones teológicas con sus antecedentes míticos, además de las variadas posiciones planteadas en el ámbito filosófico.

    Dentro de este vasto campo podemos fijar hoy nuestra atención en algo que dice la Primera Carta de Juan: “Quien no ama no ha conocido a Dios, porque Dios es amor” (1 Jn 4, 8).  Allí el Autor explicita una condición hondamente existencial para acceder a dicho conocimiento: adhesión de la voluntad al bien genuino, apertura del corazón al amor auténtico. No basta una lógica de razones determinantes de una conclusión; se requiere una libre disponibilidad afectiva, que abra a la aceptación de Dios, como ser personal absoluto, que da sentido y plenitud al ser humano. No es una escueta conclusión sobre una realidad neutra. Se trata de un encuentro con alguien, que ilumina la existencia de quien pregunta y se pregunta. Si bien en latín se tiene el aforismo nil volitum nisi praecognitum (no queremos nada que no hayamos conocido de antemano), parece que en el presente caso las cosas son al revés: el amor posibilita el conocimiento. Ya Platón había intuido esta precedencia.

     “Dios existe”, como afirmación personal, no es una proposición neutra, pensemos en las físico-matemáticas. Es la aceptación de un relacionamiento interpersonal con inmensas consecuencias morales y espirituales. La religatio, desencadenada por un tal encuentro, presupone o implica una reformulación o conversión de la persona en búsqueda, una superación del egocentrismo y la adopción de una postura servicial. Obstáculos para la aceptación primacial de Dios constituyen entonces la soberbia, la avaricia y otros pecados capitales, fruto de actitudes y culturas hedonistas auto referenciales, de tecnocratismos deshumanizantes o de ideologismos cerrados.

    Ahora bien, el teísmo cristiano va más allá de lo que la sola capacidad humana puede alcanzar respecto de la existencia y naturaleza de Dios; así como de lo que el judaísmo, el islam u otras grandes religiones asumen de lo divino. La revelación hecha por Jesús es radicalmente original: el monoteísmo se interpreta como conjunto relacional interpersonal, comunión, amor. El Absoluto divino no es ya un solitario infinito, sino el Unitrino, tres personas en una sola divinidad. Algo que, aún después de revelado, permanece como misterio.

    Para la fe cristiana lo de Unitrino no se queda en simple afirmación intelectual; postula hondas y fecundas consecuencias vitales para la praxis creyente.  Lo comunional -Teilhard de Chardin diría amorizante- de Dios implica una reformulación de la propia persona y del entorno mundano en su devenir y conjunto cósmico. Dios pone su sello relacional en lo que crea y salva: el hombre como ser para la comunión, la salvación actuada en una comunidad (Iglesia) abierta a la humanidad como signo e instrumento del plan unificante divino universal. Éste constituye el horizonte (telos, griego) definitivo de la historia. En el plano ético y espiritual el amor resplandece así como mandamiento principal y sentido del quehacer humano. Consecuencia de éste es la deseable y obligante construcción de una nueva sociedad en libertad y solidaridad, participación y corresponsabilidad. La cual puede denominarse también civilización del amor.

    Conceptos de Dios como el infinito absoluto, el individuo solitario y lejano de la Ilustración, o como el frio postulado kantiano (garante, junto a la libertad y la inmortalidad, de una consistente moralidad humana), se quedan cortos ante aceptación Dios como amor amorizante, manifestado y regalado a la humanidad en su Hijo hecho hombre: Jesucristo.

    La definición dada por Juan interpela a los creyentes de todo tiempo, tentados de reducir la relación con Dios a una vinculación individualista y vertical, a simple obediencia u otorgamiento de castigos y premios, olvidando el relacionamiento amoroso que el Unitrino quiere establecer con y entre nosotros. 

domingo, 6 de abril de 2025

LA INDISPENSABLE DEMOCRACIA

 

    No hay nada más problemático que formar gente que piense con su propia cabeza.

    Es frase que me gusta repetirme y repetir. Con ella comencé un artículo que, por cierto, recibió el premio de El Nacional en 1992. Lo escribí pocos días después del intento de golpe de estado, aventura que desembocó, antes de una década, en el régimen de corte totalitario durante todo lo que va de siglo y milenio.

    El referido artículo tenía como título La exigente democracia. Junto a identificar innegables fallas políticas de entonces insistía en lo indispensable de una educación para la democracia, la cual, como obra de la libertad ciudadana, es algo vivo, necesitado de continua revisión, cuido, alimentación y perfeccionamiento.

    Mucha agua ha corrido desde entonces bajo los puentes. La experiencia demostró que la democracia es una planta que exige delicada atención, porque de otro modo se debilita hasta secarse. No pocos habían pensado que la convivencia democrática en nuestro país tenía una especie de seguro de vida y podía permitirse juegos de poder, hasta cambiar alegremente un presidente a escaso tiempo del término de período constitucional.

    El pasado es eso y lo que fue, fue. El futuro no existe. El único tiempo de que disponemos es un presente fugaz, que es preciso aprovechar con inteligencia, responsabilidad, previsión, bondad. Y con lo que en cristiano entendemos como algo obligante y bien exigente, amor.

    De la democracia no podemos quedarnos en calificarla como algo bueno, deseable. Sin ser la perfección terrena absoluta, hemos de asumirla como algo valioso y obligante, como relacionamiento social querido por Dios para nosotros, seres libres y responsables; puestos en el mundo para la comunicación y el diálogo; creados políticos (humanos para emerger y desarrollarse en polis), personas con dignidad y derechos inalienables. Democracia es com-partir propiedades, tareas y responsabilidades. Construir juntos lo que atañe a todos, lo que conforma el bien común.

    Por ello es obligante formarse y formar para convivir en democracia. Lo que implica educarse en derechos, pero también e inseparablemente, en deberes como regalo que nos hacemos.

    A propósito de educación para la democracia, resulta oportuno recordar algo sobre el primero de estos términos, para lo cual resulta muy iluminador recordar su etimología. Educar viene del verbo latino educere, de muy rica significación (criar, cuidar, alimentar, sacar, hacer salir…) Puede decirse que Miguel Ángel edujo de un bloque de mármol su Moisés. No lo introdujo. La mano del artista   lo fue generando y la piedra lo fue dando a luz.  Educar no es inyectar y hacer del alumno un repetidor. Como en la mayéutica socrática, es una ayuda liberadora ¿Qué significa educar para la responsabilidad, para la solidaridad, para la libertad?  No se trata tanto de procurar aptitudes cuanto actitudes.

    Una pedagogía para la democracia entraña que el ciudadano se transforme desde dentro en persona sensible a los derechos del otro, a la fraterna solidaridad, a la corresponsabilidad en el bienestar colectivo, en la atención preferencial a los más débiles; al descubrimiento y apreciar del otro como proximus.

    La democracia es, por tanto, tarea común, siempre en hacerse. No se debe esperar que nos la hagan y den. Debe formarse desde el hogar en el cultivo de un relacionamiento responsable, delicado y servicial. La democracia es un derecho humano. Con su otra cara, el deber.

    En Venezuela no gozamos de una convivencia democrática. Lograrla es imperativo común. Para lo cual hemos de educarnos y educar. Recordando que es planta que hemos de regar, abonar, podar, proteger. 

    La experiencia nos enseña que interpretar la democracia como algo dado, que ha de permanecer al margen de lo que hagamos o no hagamos, es una nefasta ilusión. Agentes y soportes de una democracia hemos de ser todos los ciudadanos; sólo así se evitará que los “líderes” se conviertan en sus solos protagonistas y los gobernantes en sus solos administradores para terminar en déspotas. 

 

domingo, 23 de marzo de 2025

JOSE GREGORIO, POLÍTICO

 

    No pocos libros se han venido escribiendo sobre José Gregorio Hernández, rica personalidad que se presta a ser expuesta en sus múltiples y significativas dimensiones. Por demás está decir que sus facetas como persona de hondura caritativa y cientificidad de altura son las que se recuerdan con particular aprecio.

    El escarbar en la vida de José Gregorio fue para mí un feliz encargo recibido en mi tiempo de universitario en Roma, cuando fui asignado como ayudante del postulador de la entonces incipiente causa, el P. Carlos Miccinelli, jesuita. Tuve así la fortuna de contribuir en los primeros pasos del proceso de beatificación, permitiéndome familiarizarme con la “vida y milagros” de nuestro santo.

    Hay una original faceta del “médico de los pobres”, que María García de Fleury convierte en capítulo de una biografía, el cual lleva como título: “El político”. Algo muy oportuno cuando el recuerdo y la veneración de José Gregorio tienden a reducirse a aspectos religiosos de sesgo individual e intimista, a la exaltación de su caridad en expresiones privadas y al reconocimiento de su innegable protagonismo universitario y académico. No se trata aquí de minusvalorar o relativizar elementos, sino de integrarlos en un marco más amplio y circunstanciado de interpretación.

    El referido capítulo nos muestra al Santo de Isnotú como una persona bien consciente de su pertenencia a una polis (convivencia, ciudad) concreta, que le exige un compromiso ciudadano efectivo en lo tocante al bien común, a la res publica. Conviene subrayar esta operosidad cuando es frecuente cubrir lo político de un manto de misteriosidad, reserva o distancia, olvidando que la persona humana es por naturaleza “política”, emerge y se desarrolla ineludiblemente en un relacionamiento de interacción social, que comienza en la propia familia y se va ampliando en círculos crecientes hasta la integración en la polis global. El Génesis nos habla del hombre creado como ser social, al cual Aristóteles habría de identificar como animal político. De allí que expresiones como la de que “yo no me meto en política” carecen de sentido, si no se específica de qué política se trata (ejercicio de poder o alineamiento partidista). Porque uno nace ya político. Y quien dice que no se mete, está ya metido… y por cierto, no raramente, mal.  

    José Gregorio en la polis fue un ciudadano activo, tanto en la vida ordinaria como en la universidad y la academia; caritativo en expresiones sociales menudas y hospitalarias; fue el primero en alistarse en su parroquia cuando el país se vio amenazado de invasión; asumió pública denuncia ante agresiones gubernamentales a la Universidad y el cierre de la misma; formó agentes de servicio sanitario público, interpretando la investigación y la docencia como obligante servicio nacional; asumió la evangelización de la cultura en su amplio sentido, como tarea indeclinable del laico católico. Lo guiaba una convicción de fe profunda, pero abierto al diálogo (baste pensar en el binomio amistoso Hernández-Razetti). Con un entorno cultural de beligerante acento positivista y bajo un régimen político opresivo, se entregó de lleno a servir en perspectiva de fraterna solidaridad, no a pesar de, sino precisamente por su firme convicción cristiana.

     “Su venezolanismo -recuerda María de Fleury- lo esparció en toda su actividad social, literaria y profesional. Su ejemplo de abnegación, cariño por las tradiciones patrias, por las glorias nacionales y el amor por compatriotas enfermos y pobres, su padrinazgo espiritual en materia educativa, el cumplimiento exacto de las leyes y el valor de su personalidad, lo han convertido en gloria nacional”.

    En una Venezuela de represión política, con ausencia de un estado de derecho y grave fractura de la convivencia, abundosa en corrupción administrativa y en pobreza del pueblo, José Gregorio Hernández constituye una invitación existencial a la justicia y la paz, a la participación y la solidaridad, a la coherencia de fe y vida. A una presencia y una acción políticas orientadas a una “nueva sociedad”, “civilización del amor”.

 

viernes, 7 de marzo de 2025

CÉSAR Y CONSTITUCIÓN

 

    Bastante conocida es la respuesta dada por Jesús a la maliciosa pregunta formulada por algunos fariseos y herodianos -partidarios de la dinastía reinante y de la autoridad del emperador romano- acerca de la licitud o no del pago del tributo al régimen. Éste se concretaba en una moneda con la imagen e inscripción correspondientes al emperador. Así respondió: “lo del César devuélvanselo al César, y lo de Dios a Dios” (Mateo 22, 21).

    Esta respuesta se ha tornado paradigmática con respecto al reconocimiento de la autoridad civil y religiosa por parte de los creyentes. Distinción que no implica oposición, sino especificidad   delimitante de competencias.  “Cada loro en su estaca” sería el refrán ilustrativo de una relación bien seria, generadora no raras veces de graves confusiones y conflictos.

    Todo esto sea dicho a propósito de lo que de modo oficial se acaba de poner sobre el tapete nacional, a saber, una reforma constitucional semejante a la denunciada públicamente por el Episcopado el 19 de octubre de 2007 (en la Exhortación Llamados a vivir en libertad) y rechazada ulteriormente por decisión ciudadana. No todo lo que hace o pretende el César es de por sí lícito, pues tiene sus condiciones. Entre los considerandos que entonces plantearon los obispos contra la propuesta de implantar un “Estado socialista” de tipo marxista-leninista estaba el que una tal proposición era contraria a 1) principios fundamentales de la actual Constitución, 2) “al pensamiento del Libertador Simón Bolívar (cf. Discurso ante el Congreso de Angostura)”, 3) y también “a la naturaleza personal del ser humano y a la visión cristiana del hombre, porque establece el dominio absoluto del Estado sobre la persona”.

    El positivismo jurídico carece de ética justificación. La pura forma no totaliza la substancia. Recordemos, a título de ejemplo, las leyes antisemitas, inhumanas, de Nuremberg en la Alemania nazi. Muy oportunamente el Episcopado venezolano planteó entonces: “Dios nos ha creado como personas libres con capacidad de organizar la vida personal y la vida social. Vida y libertad son inseparables. Dios libera, porque es el Dios de la vida; se revela en la historia liberando a su pueblo, no quiere que ninguna nación esté esclavizada o dominada por otras, ni por sus propias autoridades (…) La libertad es un derecho fundamental innato en cada ser humano, que no tienen otros límites que la libertad y los derechos de los demás”. La cuestión es bien clara: “El Estado existe para la persona y para el pueblo, y no al revés”.

    Desde lo alto del poder se ha venido tratando de acostumbrar los oídos del soberano venezolano (CRBV 5) a la conseja de “por las buenas o por las malas”. Se la exhibe como principio operativo oficial, para imponer diktats tiránicos y totalitarios. Refleja una concepción de la autoridad como poder absoluto, omnímodo, sin otra limitación que ella misma. Absoluto -y por cierto, bueno y misericordioso- es sólo Dios, creador del ser humano, libre, social, político (ciudadano). El totalitarismo, diabólico, tiene una fundamentación, explícita o implícita, atea.

    La actual Constitución no es, obviamente, perfecta. Es, por tanto, mejorable. Pero –“un pero tan importante como todos los peros” enfatizaba mi profesor de Derecho en la Universidad Central (UCV), Luis Villalba Villalba-  en una línea de genuina legitimidad, en forma y fondo. Oportunamente el Episcopado venezolano señaló en su documento de 2007: “el verdadero sujeto de la Constitución es el pueblo, no el Estado y menos aún el gobierno; por eso ella debe expresar el acuerdo de todos los sectores, corrientes e ideologías. No puede ser la consagración de las ideas o propósitos políticos de un determinado grupo partidista. Consiguientemente, una modificación de la Carta Magna debe apoyarse en el mayor consenso posible”.

    El Concilio Vaticano II estampó esta declaración: “El principio, el sujeto y el fin de todas las instituciones sociales es y debe ser la persona humana” (GS 25).

 

 

 

 

 

 

 

 

   

viernes, 21 de febrero de 2025

LA MORAL DE LA AMORALIDAD

     De rancia antigüedad es esta frase: negar la validez del filosofar es afirmarla. Expresa, en efecto, una evidencia: la filosofía es simplemente la explicación o el sentido últimos que la razón humana puede darse acerca de la realidad (mundo, cosas…). Negar esa búsqueda, es ya, por tanto, ejercerla, pues implícitamente se está afirmando que lo último y definitivo es que no hay nada racional último y definitivo. Por ello José Gregorio Hernández -que no era filósofo (“cultivado”)- puso como primera línea del Prólogo de sus Elementos de Filosofía: “Ningún hombre puede vivir sin tener una filosofía”

    Algo parecido sucede con la afirmación de la amoralidad como ausencia de una consistente valoración ética de la conducta. Porque entonces se está asumiendo el libertinismo (espontaneísmo) como brújula orientadora suprema del comportamiento humano. La amoralidad resulta ser entonces una moral al revés. Antes de seguir adelante recordemos que la ética tiene que ver con los principios básicos y la moral con las orientaciones concretas de la conducta.

    Ahora bien, el “amoralismo” generalizado llevaría a la autodestrucción de la convivencia humana. Algo parecido a lo que el Génesis simbolizó con la Torre de Babel, la cual produjo la dispersión de la gente por la pérdida de un lenguaje común. La crisis cultural contemporánea va por allí con a) la desestructuración antropológica, que descompone lo humano, b) la ideología de género, que disuelve la sexualidad y c) la marginación de una genuina trascendencia, que encierra al hombre en sus mortales límites. Se destruyen así las bases de un norte sólido, compartido, ético y moral de los terrícolas.

    Las formulaciones y convicciones religiosas se acompañan normalmente de directrices morales. En “Occidente” ha sido patente en el caso del judaísmo y el cristianismo a los cuales se junta la religión del islam. Con la crisis racionalista y positivista surgieron propuestas de humanismos con pretendida autosuficiencia (pensemos en el imperativo categórico de Kant y la moral-religión del positivismo de Comte). En la crisis cultural de la postmodernidad proliferan los “amoralismos” de la más diversa especie, que entienden la libertad humana guiada por una pura y simple autolimitación. Por cierto que la proliferación de la violencia impositiva en grupos y asociaciones de este tipo (conglomerado woke…) son expresiones paradójicas de una tal concepción o tendencia. Estos enfoques y actitudes  inmanentistas son a la postre autodestructivos de la persona y la sociedad. Lo que los creyentes llaman pecado suele cobrar caro.

    La interpretación cristiana, de raíces judías, vincula estrechamente lo ético-moral con lo religioso. Ya en el primer libro bíblico se habla de un árbol de cuyo fruto no se podía comer, como símbolo de una libertad humana, que es maravilloso don divino, pero también, consecuencial e ineludiblemente, creatural y por tanto sub-ordinado (Génesis 3).  El olvido o negación de tal condición lleva, produce pronto o tarde, daño y pérdida. Pensemos, por ejemplo, en los efectos de pecados “capitales” como son la soberbia y la avaricia. El alejamiento y negación de Dios, a más de auto perjudicial, resulta en alejamiento y negación del “otro”, del “proximus”.

    La ética-moral cristiana es patentemente positiva, constructiva, pues tiene como principio y sentido supremos, como el eje de la conducta: el amor. Así lo definió Jesús el Señor al preguntársele cuál era el mandamiento máximo. El amor entrelaza a Dios y al prójimo (ver Mt 22, 36-39). Una norma que se funda en la entraña de la Divinidad misma: “Dios es amor” (1 Juan 4, 8).  La acción humana ha de tener así, entonces, una dirección esencialmente amorizante. El Decálogo, a la luz del Sermón de la Montaña, se revela así como un código substancialmente propositivo, de crecimiento subjetivo y  fructuosa solidaridad. En este sentido es bien expresiva la narración que Jesús mismo hace del Juicio Final (Mateo (25, 31-46).

    Si la moral de la amoralidad es anarquismo auto referencial, la moral cristiana es constructiva relacionalidad.