Canonización es la sentencia
solemne por la cual el Papa declara a una persona fallecida como santo (a),
es decir, alguien que goza actualmente de la gloria celestial y puede recibir
culto en toda la Iglesia. León XIV hará dentro de poco esa declaración sobre
los venezolanos José Gregorio Hernández y Carmen Rendiles; los propondrá oficialmente
así como modelos de vida cristiana, invitando también a participar con ellos de
la intimidad con Dios y a tenerlos como intercesores en necesidades o
aspiraciones tanto espirituales como corporales.
Las presentes líneas buscan destacar la
canonización del doctor José Gregorio como peculiar desafío planteado hoy tanto
a la comunidad venezolana en general, mayoritariamente cristiana, como a la
Iglesia católica en particular.
José Gregorio fue un extraño
personaje para su tiempo. Conjugó existencialmente fe y ciencia; laicidad y
compromiso cristiano temporal; calidad profesional y servicio caritativo;
altura socio cultural y humildad de vida;
protagonismo ciudadano (de primera fila en lo sanitario, se enroló para
defensa de la patria y abogó ante el poder por la Universidad agredida) y
participación eclesial (en culto y asociaciones); firme autenticidad en
convicciones y apertura pluralista, amistosa, dialogal (ejemplificada en la
relación con Razetti como también en una
corresponsabilidad social supra partidista).
No obstante sus intentos de vida monástica y seminarística, asumió como
laico, de modo coherente, su inmersión en el mundo, tanto en sencillos
vecindarios como en brillantes metrópolis. Disponible en su entrega a la entera
polis, vivió al servicio de la verdad-libertad-amor, sin dejarse atrapar
por el tener-poder-saber, asumiéndolos activamente como medios de solidaridad
especialmente con los más necesitados.
El escenario histórico nacional e
internacional del santo de Isnotú no fue de aires pacíficos. En sus dos últimas décadas se afianzó la larga
dictadura andina de Castro y Gómez (1900-1935), que siguió a la prolongada autocracia
guzmancista culminada por cortos y moderados regímenes de transición. Del siglo
XIX Venezuela salió descuartizada y empobrecida por una secuencia fratricida de
acciones de guerra y otros hechos de violencia y sangre; en cuanto a población,
en 1900 apenas arañaba el millón y medio. Pero sí abundamos en Constituciones
(¡una veintena para 1931!). Cuando murió José Gregorio, el país, cafetero
y cacaotero, estaba apenas en los albores de la exportación petrolera. En el
ámbito político cultural, a raíz de la Independencia se produjo una descomposición
de instituciones y se desencadenó un progresivo apartheid de lo
eclesiástico junto a un triunfalismo secularista, principalmente de signo
positivista. Al lado de un resistente sustrato de religiosidad popular,
subsistió una rala presencia cristiana en el ámbito de ciencias y letras. En ámbito internacional los estudios europeos los
tuvo José Gregorio durante la consolidación del imperio alemán y la república francesa,
que convulsionaron en el emergente siglo XX por la primera guerra mundial, la
cual generó una crisis global que abrió camino a la avasallante tríada
totalitaria comunista, fascista, nazista.
Como venezolanos y católicos hemos
de agradecer a Dios y alegrarnos por la próxima canonización de nuestros dos primeros
santos. Pero, particularmente en el caso de José Gregorio, esa declaración
papal nos interpela muy seriamente acerca de nuestro compromiso actual respecto
de la unión, la libertad, la fraternidad y el progreso de nuestro país. ¿Por
qué?
Somos una nación en crisis
generalizada: una cuarta parte de nuestros compatriotas es de emigrantes
forzados; la extragrande mayoría está empobrecida; miles de presos-torturados y
perseguidos políticos ensombrecen la República; la ciudadanía sin MCS y
elecciones libres se ve obligada “por las buenas o por las malas” a aceptar un
proyecto ideológico político de corte totalitario, causante primero del
desastre nacional. Somos una nación urgida de reconciliación en la verdad y de
que el soberano (CRBV 5) decida sin trabas el camino a seguir hacia una
convivencia democrática, pluralista, productiva, fraterna. La que Dios manda. ´
Y para la Iglesia la
interpelación es bien clara hacia a) una efectiva sinodalidad (caminar
juntos) con todos los venezolanos para la recuperación y el progreso integrales
del país y b) la promoción de un consistente laicado católico para la
construcción de una “nueva sociedad”.
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