Por real se entiende corrientemente lo verdadero, objetivo, lo que
manejamos o aspiramos manejar con el pensamiento y el obrar. Frente a ello ubicamos
lo puramente ideal, lo imaginario, lo aparente y fantasioso. Con distinciones
como ésta se encaró desde sus comienzos la reflexión humana, tanto ordinaria
como filosófica. Desafío fundamental ha sido siempre el identificar y manejar
lo real; como esto no fue nunca tarea fácil, surgieron desde el comienzo actitudes
de renuncia y desesperación como el relativismo y el escepticismo. El ser
humano persiste, sin embargo, en encontrarse con lo real y declararse siempre
en búsqueda del mismo.
Ahora bien, en cuanto a interpretaciones de sí mismo y de su entorno, el
ser humano ha explorado en todas direcciones y producido las cosas más
disímiles. Su mente no es infinita, pero sí infinita e inevitablemente abierta.
De allí que no pueda renunciar a pensar, sea en grande o también a nivel rastrero;
y, paradójicamente, posibilite a los ateos materialistas concebir la materia con
características divinas como serían la absolutez y la omnipotencia.
El hombre es un ser que se descubre y desarrolla en una realidad envolvente
y en constante devenir. Es un yo circunstanciado espacial y temporalmente. Su
habitación es una morada que se va ampliando como en círculos concéntricos,
desde lo que tiene a la mano hasta lo cósmico e insondable. Y esto, quiéralo o
no. Con solo cerrar sus ojos y vaciar su mente no anula la danza de nuestro
planeta ni la agitación de la Vía Láctea. Y puede paralizar, sí, las agujas del
reloj, pero no la carrera del tiempo.
Abundan quienes afirman ser muy realistas y dueños del futuro, pero se
quedan en la epidermis de la circunstancia. No captan más allá de la punta de
los dedos ni toman en serio la fragilidad de la existencia. Esto explica por
qué, en contracorriente, una filosofía contemporánea, desafiando la banalidad, ha
subrayado lo que constituye un auténtico existir y la identidad de la muerte
como definición del ser. (Muerte que, en perspectiva cristiana, es, por cierto,
paso a una vida en plenitud).
En la política las ideologías suelen desviar la realidad hacia idealismos
utópicos y programas ilusorios. Y hoy en día fuertes tendencias culturales vacían
al ser humano de valores consistentes para atosigarlo con la fugacidad del
espectáculo y la superficialidad del consumo. También inflan un engañoso
libertinismo y un atrayente sensualismo, pretendiendo llenar el vacío dejado por
humanismos coherentes y trascendentes. Diseñado para el ser y el bien totales,
seres y bienes limitados no agotan definitivamente la insaciabilidad humana.
A la luz de las anteriores reflexiones cabe formular algunas invitaciones
hacia una actitud realista de futuro consistente.
Una primera sería tomar viva conciencia de la propia persona creada por
Dios como ser social, para la comunicación y la comunión. Social, político. “El
otro” no aparezca ya como sobrecarga, sino como socio en el peregrinaje
histórico. Lo cual no sobra recalcar, pues una matriz antropológica cultivada
en la modernidad ha sido precisamente la de un marcado ego-centrismo. La
democracia, no así el colectivismo, va en buena dirección. La dictadura se
sitúa en contradirección.
Una segunda sería la de una conversión espacio-temporal. El paso de una
reclusión mental en el ámbito inmediato a una ubicación progresivamente abierta
a hábitats más amplios. Volamos, en efecto, en un pequeño globo espacial como
ciudadanos en el cosmos, lo que nos exige ser más humildes y fraternos. Por
otra parte peregrinamos en una desconcertante fugacidad temporal. Cada momento
es un inaferrable flash. Cuando hablamos de presente, éste ya se esfumó; y lo
futuro es mera expectativa. La humildad
tiene aquí un sensato y obligante asidero. Salmos como el 39, el 90 y el 104
son tremendamente interpelantes, así como la parábola del iluso empresario expuesta por Jesús (ver Lc 12, 16-21). Uno no puede menos de recordar aquí las megalómenas
promesas totalitarias de imperios por mil años y de “vinimos para quedarnos”.
El realista genuino es el consciente de su circunstancia limitada, que no
teme confrontarse con lo absoluto y busca perfeccionarse en servicial alteridad.
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