jueves, 18 de julio de 2019

VUELTA A LA CONSTITUCIÓN




El Episcopado nacional acaba de hacer pública (11 de julio) una declaración bajo el título sugerente Dios quiere para Venezuela un futuro de esperanza y siguiendo la acostumbrada metodología del ver-juzgar-actuar.
En cuanto a balance de la situación, los Obispos asumen datos muy graves planteados pocos días antes (4 de julio) por Michelle Bachelet, Alta Comisionada de las Naciones Unidas para los Derechos Humanos. Agregan otras manifestaciones que completan un cuadro bastante triste e interpelante en materia de respeto a la dignidad de los venezolanos y sus derechos fundamentales.
La Declaración justifica la intervención del Episcopado en esta materia socio política recordando que “una de las grandes tareas de la Iglesia en nuestro país consiste en la construcción de una sociedad más justa, más digna, más humana, más cristiana y solidaria”, lo cual “postula un decidido compromiso de todos por la defensa de la dignidad de la persona humana y el bien común”. La misión de la Iglesia, que es la evangelización, no se limita a lo cultual y a lo explícitamente religioso, sino que entraña también una presencia transformadora de la convivencia humana en la perspectiva de los valores del Evangelio y su e, je o núcleo que es el amor.
En cuanto al actuar, junto a urgir una efectiva respuesta a la “emergencia humanitaria” y reiterar la contribución de la Iglesia en tal sentido, los Obispos reafirman: “ante la realidad de un gobierno ilegítimo y fallido, Venezuela clama a gritos, una vuelta a la Constitución”. Esto, dicho hace seis meses, lo han repetido, en una u otra forma, en estos últimos años. Exigencia fundamental de dicho cambio es “la elección en el menor tiempo posible de un nuevo Presidente de la República”. A continuación, exponen “algunas condiciones indispensables” para asegurar que esa elección “sea realmente libre y responda a la voluntad del pueblo soberano”. Entre esas condiciones mencionan: renovar el Consejo Nacional Electoral asegurando su imparcialidad, actualizar el registro electoral, posibilitar el voto de los compatriotas en éxodo, contar con una efectiva supervisión internacional. Y, last but not least, acabar con la Asamblea Nacional Constituyente. Antes de hablar de elección, el Episcopado pone como exigencia del cambio “la salida de quien ejerce el poder de forma ilegítima”.
Me parece que el ritmo de los acontecimientos está llevando, sin dar más vueltas, a poner sobre la mesa de la praxis, de modo urgente, efectivo y transparente, la aplicación del artículo 5 de la Constitución. En tiempos de gravísima crisis que se manifiesta en un insoportable sufrimiento del pueblo, en parálisis productiva y despoblamiento del país, es ineludible preguntar a los venezolanos qué presente y futuro quieren para su país; si seguir con estancamiento político, miseria, inseguridad y desesperanza o enderezarse hacia la nación deseable, libre, justa, fraterna, edificada por todos y acogedora como casa común.
La caída del Muro de Berlín ha sido para mí en estos últimos tiempos y en varias formas, generadora de esperanza. Significó superación no violenta de enfrentamientos, encuentro inimaginable de contrarios, síntesis sorpresiva de opuestos; y todo ello sin pólvora ni sangre. Viví de cerca ese Muro en diversos momentos (antes, en y después) y nunca imaginé su sorprendente fin. Pienso que la humanidad ha sobrevivido en milenios porque ha sido capaz de lograr imposibles.
Hay muchas cosas en nuestra Constitución. Pero entre las que leo y releo hay pasajes que resumen la Venezuela deseable y obligante, que hoy nos reclama un esfuerzo decidido, sacrificado, generoso, esperanzado. Esos pasajes son el Preámbulo y los Principios Fundamentales de la Carta Magna, que comienzan así: “El pueblo de Venezuela, en ejercicio de sus poderes creadores e invocando la protección de Dios, el ejemplo histórico de nuestro Libertador Simón Bolívar…”.
Así como Pérez Bonalde escribió su Vuelta a la Patria nosotros ahora hemos de realizar nuestra Vuelta a la Constitución.




jueves, 4 de julio de 2019

LEVIATÀN SSXXI



El Estado venezolano tal como lo viene utilizando el autodenominado Socialismo del Siglo XXI no se parece en modo alguno al que describe la Constituciòn nacional (CRBV Artìculos 2 y 3), sino al Leviatàn descrito a mediados del siglo XVII por el filòsofo inglès Thomas Hobbes
Nuestra Carta Magna declara al Estado como “democrático y social de Derecho y de justicia”,  definiendo una serie de valores superiores que han de orientar su ordenamiento y actuación ¿Cuàles? Ademàs de los que se acaban de mencionar, identifica los siguientes: vida, libertad, igualdad, solidaridad, responsabilidad social; asigna la preeminencia a los derechos humanos, la ética y el pluralismo político (Art. 2). Como fines esenciales del Estado venezolano la Constituciòn destaca: defensa y desarrollo de la persona, respeto a su dignidad, ejercicio democràtico de la voluntad popular,  construcción de una sociedad justa y amante de la paz, promoción  de la prosperidad y bienestar del pueblo; igualmente,  garantía del cumplimiento de principios, derechos y deberes integrados en el texto constitucional.
Este cuadro luminoso contrasta con la realidad tràgica nacional, que el actual régimen ha venido causando en estas dos décadas iniciales del tercer milenio con la formulación y la progresiva puesta en pràctica de su proyecto. Èste es   de carácter comunista, totalitario, aderezado con una fuerte carga de inoperancia y narcorrupciòn, todo lo cual lo ilegitima tanto moral como constitucionalmente. El Estado en manos del  SSXXI no es el que dibuja y manda la CRBV, sino  el Leviatàn del filòsofo inglés.
Hobbes, materialista y pesimista, define al ser humano como egoísta por naturaleza (homo homini lupus), lobo para su vecino y contrincante en una “guerra de todos contra todos”. Para poderse manejar en este conflicto los seres humanos pactan que alguien  -monarca o consejo-  asuma el comando de la situación y asegure asì paz y defensa. Ese alguien se convierte en soberano, omnipotente, en un absoluto del cual todo depende y èl de nadie; concentra la  globalidad de todos los poderes, de modo que política, moral y hasta religión le quedan sometidas. El Estado se convierte asì en Leviatàn.
Hobbes hace la comparaciòn con ese animal, bestia maligna, ser mítico, monstruoso, horripilante, que aparece en la .literatura del Medio Oriente;  también en la Biblia (ver, por ejemplo, Isaìas 27, 1), como poder nefasto que evoca la fuerza contraria a Dios y su pueblo. No es difícil percibir en los tiempos modernos al Leviatàn cristalizado en el estado nazi y el comunista, con su pretensiòn de omnisciente y  todopoderoso. El ser humano queda entonces aplastado por un poder omnímodo.
Resulta algo màs que curioso comprobar lo sucedido con el socialismo real (tipo URSS, Corea del Norte, Cuba). La teorìa marxista concibe al Estado  como una entidad destinada a desaparecer con el advenimiento del comunismo, luego de la dictadura del proletariado. ¿Què ha sucedido? Esa dictadura de transitoria se ha convertido en permanente y de proletariado ha quedado sòlo una casta iluminada que ejerce el poder a sus anchas. Es la “nueva clase” (oligarquía comunista, nuevo grupo de tiranos privilegiados y paràsitos) que denunciò el yugoeslavo  Milovan Djilas en el inmediato postguerra (1957). El socialismo, que de por sì evoca participaciòn social, se convierte en un régimen de total centralización en lo econòmico, lo polìtico y lo cultural. Una dinámica conducente al culto de la personalidad (el  hermano mayor: Stalin,  Mao ,los Kim, Fidel y congèneres)
En Venezuela el Leviatàn está en marcha. Tarea de los demócratas y humanistas genuinos es evitar que la fiera subsista, crezca y llegue al dominio total de la naciòn. Para los cristianos y creyentes en general, asì como para los no creyentes de genuina convicción humanista, tarea insoslayable es evitar que el Leviatàn devore al Estado definido por nuestra Carta Magna y exigido por la dignidad de los hombres y mujeres de este país.