viernes, 24 de mayo de 2019

ELEGIR PARA SALIR




Elegir, sí, para salir del presente desastre nacional. Elegir, no simplemente votar. Y elegir primordialmente a quien se quiere sea el jefe del Estado, a fin de reorientar el país hacia su reconstrucción y ulterior desarrollo.
Nuestra Conferencia Episcopal denunció sin ambages: el actual Régimen de facto “usurpó al pueblo su poder originario” (Exhortación de 12.01.18), contraviniendo abiertamente así un principio de primer orden, universalmente aceptado en la constitucionalidad democrática y fundamental en nuestra Carta Magna (CRBV 5) ¿Deber urgente y prioritario entonces de parte de los ciudadanos? Recuperar el ejercicio de su soberanía. Esta obligación postula poner por obra los medios eficaces correspondientes. Nuestra Constitución prevé al efecto diversos mecanismos. Los Obispos se limitaron a citar, a título de ejemplo, el Art. 71, que señala el camino referendario consultivo.
En la oposición se ha configurado la siguiente tríada con miras a la recuperación de la soberanía por parte del pueblo venezolano: cese de la usurpación, gobierno de transición, elecciones libres. Se identifica el fin (elecciones) y dos pasos para conseguirlo. Aquí aparece clara la obligante consulta al soberano, la cual se estima indispensable -conditio sine qua non- para que el país abra el camino hacia la solución orgánica de la gravísima crisis y un progreso integral consistente. Las elecciones libres presidenciales (que podrían eventualmente darse en sincronía con otra u otras) constituyen, por tanto, un fin, que, a su vez se convierte en medio para encaminar al país hacia una “nueva sociedad”, libre, justa, solidaria y pacífica. Sociedad que, como histórica, será siempre perfectible.
En estas últimas semanas se han registrado iniciativas bajo impulso y respaldo internacional, con miras a conversaciones o negociaciones que permitan superar el actual enfrentamiento institucional actual y posibilitar una re-unión de los venezolanos en el marco de una reinstitucionalización democrática. Lamentablemente “diálogo” se ha convertido entre nosotros en término viciado y malsonante por el abuso que el Régimen “socialista” totalitario ha hecho de él para distraer, engañar, ganar tiempo.
El planteamiento de elecciones libres se muestra necesario y urgente. Resulta primario e irremplazable consultar al soberano cuando se juega en profundidad y alcance la suerte del país ¿Qué se ha de hacer con Venezuela? ¡Pregúntesele a los venezolanos qué quieren! La respuesta no corresponde darla a un grupo de poder, a una secta de “iluminados o a una potencia externa, sino al pueblo en su conjunto. Y esa respuesta será verdadera y válida sólo si se manifiesta libremente, con conocimiento suficiente y sin coacción de ningún tipo. En las circunstancias actuales debería ser garantizada también por una efectiva supervisión internacional (tipo ONU, OEA, UE).
Las elecciones tienen que efectuarse en un plazo de meses, pues lo de “el tiempo es oro” en las actuales circunstancias significa “el tiempo son lágrimas y sangre. El proceso eleccionario han de ser un auténtico fair play (en criollo, juego “sin tramposerías”). Éste requiere, entre otras cosas, no sólo un nuevo Consejo Supremo Electoral (para asegurar limpieza), un Tribunal Supremo de Justicia distinto (para garantizar imparcialidad y respeto a los resultados), así como, por supuesto, un Ejecutivo Nacional reformulado (para lograr un escenario político sin persecuciones, presos políticos, hegemonía comunicacional, chantajes electoreros, imposición de un proyecto político-ideológico totalitario).
¿Y mientras…? La crisis humanitaria urge atención seria, inmediata y sin coloración partidista o clientelar. El deterioro de los servicios básicos tampoco puede esperar. Se trata de preparar un proceso electoral libre, pero también de escuchar operativamente desde ya el clamor de una multitud de hambrientos, enfermos abandonados, emigrantes forzados, venezolanos carentes de servicios básicos.
Es imperativo realizar elecciones realmente libres: culmen de una tríada de cambio político e inicio de una secuencia consistente de progreso integral del país. 


viernes, 10 de mayo de 2019

PERSONA: FIN O MEDIO




El actual régimen, así como ha desvalorizado el bolívar, ha hecho otro tanto con el venezolano. Ha sobrevaluado Estado, gobierno, partido oficial, “hermano mayor”, convirtiendo a las personas en útiles y herramientas del poder.
Común denominador de los sistemas autocráticos, dictatoriales o tiránicos, cuyo paroxismo se tiene en los totalitarios es la devaluación de la persona. Del respeto a ésta, con su dignidad y derechos inalienables, pasa a interpretarla como medio e instrumento de un plan (proyecto político, diseño ideológico). Como simple función.
Una concepción humanista auténtica, que en coordenadas cristianas encuentra fundamento firme y horizonte trascendente, reconoce a la persona la como el sentido y el fin del ser-quehacer social. Claro está, entendiendo la persona no como subjetividad aislada, autosuficiente o autorreferencial, sino como ser “en sí”- para la comunicación y la comunión.
La Doctrina Social de la Iglesia destaca la centralidad de la persona y su estructura bidimensional: es, de una parte, sujeto consciente y libre y, de la otra, relación, diálogo, alteridad.  Dos realidades indisolublemente unidas, en íntima conjunción, lo cual tiene repercusiones inmediatas y decisivas en la intelección y praxis del desarrollo integral de la persona y de la dinámica social. Ahora bien, el fundamento último del valor y la vocación de la persona se basa en la condición del ser humano creado a imagen y semejanza de Dios (ver Génesis 1, 26-27), que es comunión, amor (1Jn 4, 8). Por eso nuestro primero y máximo defensor es Dios mismo. Y no deja de ser particularmente significativa la predilección de Jesús y del Padre celestial por los más débiles de la sociedad (hambrientos, enfermos, inmigrantes, presos…) como aparece en la descripción del Juicio Final, que ofrece el evangelio de Mateo (25 31-46).  Patente debilidad divina hacia los más necesitados.
La persona humana, por consiguiente, vale por sí misma, no sólo o principalmente por determinadas capacidades o cualidades, ni, mucho menos, por los bienes materiales que posee o el poder que ejerce. Las discriminaciones y exclusiones tienen su origen en una valoración simplemente funcional de la persona, según su adecuación a un determinado objetivo económico, político o cultural. Los criterios de estimación son entonces los de productividad económica, afiliación político-ideológica, identificación religiosa y otros factores de calificación.
El ser humano ha sido puesto en el mundo para crecer, desarrollarse en él y con él, en perspectiva ecológica integral. Y la flecha del ascenso en humanidad va en el sentido de una personalización en comunión. Esto se sitúa en las antípodas tanto del individualismo aislante como de la colectivización masificante. Los totalitarismos de cualquier especie disuelven la persona en entes a-personales como raza, nación, colectivo; los rostros singulares desaparecen y el hombre vale en definitiva apenas en cuanto medio e instrumento para un fin. Se torna así fácilmente en desechable. Y no extrañan entonces los genocidios, en los cuales se deben incluir los multitudinarios éxodos forzados, así como el hambre y la enfermedad de poblaciones enteras por la negación de asistencia humanitaria fácilmente asequible (tragedias que vive Venezuela).
El caso venezolano es doloroso. Para el régimen lo humano pasa un segundo plano. El primero lo ocupa el sometimiento al proyecto totalitario oficial (Socialismo del Siglo XXI, Plan de la Patria). Los disidentes son catalogados como apátridas, candidatos al desempleo y a la lista de sospechosos, perseguidos y encarcelables, los cuales no merecen justicia sino ajusticiamiento. El poder no es ya servicio, sino dominación. De allí lo inevitable de la militarización o uniformización de la sociedad, del pensamiento único y de la obediencia indiscutida. 
¿Cuál es el cambio que necesita y urge el país? El paso hacia una sociedad de personas, con rostros propios. Comunidad de seres humanos libres y responsables, convivencia de sujetos críticos y de recta conciencia moral. Por ahí va la construcción de una nueva sociedad.