jueves, 31 de enero de 2019

IGLESIA Y MUNDO




El fin de semana pasado se cumplió el sexagésimo aniversario del Concilio Vaticano II. En efecto, el 25 de enero de 1959 el Papa Juan XXIII comunicó en la Basílica San Pablo Extramuros de Roma su propósito de convocar dicho sínodo ecuménico, el cual habría de recoger, madurar y relanzar ulteriormente la renovación de la Iglesia, que venía abriéndose paso en las últimas décadas.
Uno de aspectos más salientes del Vaticano II fue la reformulación del ser y de la misión de la Iglesia en el mundo, en términos de servicio, diálogo y compartir. Sumamente expresiva en tal sentido resulta la introducción del segundo de sus dos principales documentos, La Constitución  Gaudium et Spes: “Los gozos y las esperanzas, las tristezas y las angustias de los hombres de nuestro tiempo, sobre todo de los pobres y de los que sufren, son a la vez gozos y esperanzas, tristezas y angustias de los discípulos de Cristo (…) La Iglesia por ello se siente íntima y realmente solidaria del género humano y de sus historia” (GS 1). Se definió a la Iglesia como signo e instrumento del plan de comunión de Dios para la humanidad, el cual consiste en la unidad humano-divina e interhumana.
A diferencia de la auto interpretación corriente y de vieja data, el mundo no aparece ya ante la Iglesia como algo separado, extraño, contrapuesto, con una historia paralela y un fin distinto, sino como un devenir, en cuya entraña la Iglesia existe con una misión liberadora y unificante. El mundo “es la entera familia humana (…, con sus afanes, fracasos y victorias (…) fundado y conservado por el amor del Creador, esclavizado bajo la servidumbre del pecado, pero liberado por Cristo”, para que llegue a su perfección según el plan divino (GS 2); es tiempo, pues, de claroscuro, pero con un horizonte luminoso. Se percibe en este cambio un giro copernicano: el mundo no gira ya alrededor de la Iglesia, sino que ésta existe para que el mundo se perfecciones interiormente y llegue a su plenitud en el amor. Por eso la justicia y la solidaridad, la libertad el progreso, la fraternidad y la paz son tareas que los cristianos hemos de entender como imperativos ineludibles, como voluntad de Dios. No son lo mismo entonces para la Iglesia la tiranía que la democracia, la opresión que el respeto de los derechos humanos, la injusticia que la solidaridad, el apartheid que la convivencia fraterna y pluralista. El cielo se comienza a vivir y construir desde aquí, en nuestro espacio y tiempo concretos. Fe y religión no son estupefacientes.
Ahora bien, es en este contexto renovador en el que el Vaticano II redefine positiva y dinámicamente al laico o seglar en el conjunto de la Iglesia. No lo interpreta ya como un ente pasivo, oyente y segundón, sino como verdadero protagonista en la Iglesia y en el mundo. Laico es, en este sentido, el fiel cristiano, creyente y bautizado (lo genérico), que tiene como propio y peculiar (lo específico) su ser y actuar en las realidades temporales (familia y sociedad; economía, política y cultura) como testimonio de Cristo y fermento de novedad según el Evangelio. El laico cristiano participa en la vida de la comunidad eclesial (ad intra), pero su misión propia está “afuera” (ad extra) en el ancho y largo mundo, construyendo una “nueva sociedad” correspondiente a la dignidad y vocación del ser humano.
La Iglesia está integrada en su casi totalidad por laicos; esto manifiesta, de modo patente, lo importante y decisivo del protagonismo laical para el presente y futuro del ser-quehacer de la Iglesia en el mundo. No en balde el Papa Francisco insiste en la necesidad de superar el tradicional “clericalismo”, lo cual no significa minimizar la importancia y necesidad de los pastores y religioso(a)s, pero sí redimensionar y relativizar su lugar y papel. 
Aplicando estas reflexiones a la realidad concreta de nuestra Venezuela, mayoritariamente cristiana católica ¡Quién no advierte el tremendo desafío que la actual grave crisis nacional plantea a la Iglesia, y en particular al laicado católico, en cuanto a compromiso por el necesario y urgente cambio del país hacia su reconstrucción y ulterior desarrollo, en la línea del estado de derecho, el pluralismo democrático, la justicia, la fraternidad y la paz?  



jueves, 17 de enero de 2019

MORALMENTE INACEPTABLE




El Episcopado venezolano ha utilizado la categoría moralmente inaceptable para calificar al presente Régimen. Hay dos referencias claves al respecto. La primera, con ocasión de la propuesta de reforma constitucional en 2007; la segunda, a propósito de este 10 de enero.
La Conferencia Episcopal Venezolana rechazó la propuesta de reforma para instaurar un estado socialista (marxista-leninista, estatista), por ser ésta “contraria a principios fundamentales de la actual Constitución, y a una recta concepción de la persona y del Estado (…) excluye a sectores políticos y sociales del país que no están de acuerdo con el Estado Socialista, restringe las libertades y representa un retroceso en la progresividad de los derechos humanos”. Agregó: “por cuanto el proyecto de Reforma vulnera los derechos fundamentales del sistema democrático y de la persona, poniendo en peligro la libertad y la convivencia social, la considera moralmente inaceptable a la luz de la Doctrina Social de la Iglesia” (Exhortación Llamados a vivir en libertad, 19 octubre 2007). La propuesta, rechazada entonces por el pueblo soberano, el Régimen la ha venido imponiendo al margen de toda legalidad y legitimidad.
El mismo Episcopado, en asamblea plenaria de la semana pasada, ante la ilegítima pretensión del ciudadano Nicolás Maduro de continuar ejerciendo la gestión presidencial, afirmó: “Es un pecado que clama al cielo querer mantener a toda costa el poder y pretender prolongar el fracaso e ineficiencia de estas últimas décadas: ¡es moralmente inaceptable!” (Exhortación Lo que hicieron a uno de estos hermanos míos más pequeños, a mí me lo hicieron (Mt 25,40), 9 enero 2019).

A propósito de estos calificativos resulta oportuno recordar aquí tres niveles de identificación del comportamiento humano: fáctico, legal y ético. El primero se refiere a lo que simplemente se da, de facto, y que puede, ser medido en encuestas e investigaciones sociales.  El segundo (jurídico) apunta al actuar humano según se conforma o no a la Constitución y las leyes (de iure); el calificativo aquí es legal o ilegal, sin más, El tercero (ético) juzga la concordancia del actuar con la condición y la dignidad del ser humano, así como con los derechos (“derecho natural”) y deberes que de ellas se derivan; el calificativo correspondiente es moral o inmoral. Estos tres planos están llamados a conjugarse y armonizarse en una convivencia de calidad humana y social. Sin embargo, la realidad histórica abunda en divorcios y contradicciones. No todo actuar de hecho se ajusta a la ley, ni toda ley (también de rango constitucional) puede automáticamente conceptuarse como moral. El adjetivo legítimo-ilegítimo, si bien suele utilizarse también en el ámbito jurídico, se aplica más propiamente en el campo ético.

Lo “moralmente inaceptable”, por tanto, es una falla que va más en profundidad que lo ilegal e inconstitucional. Lo moral, en efecto, tiene que ver con el ser y el actuar humanos en su mayor hondura y dignidad; guardando, por consiguiente, una ligazón estrecha con lo religioso. Para el creyente lo ético expresa operativamente el relacionamiento (religatío) con Dios. Gandhi, M.L. King, Mandela y Mons. Romero en su denuncia, anuncio y compromiso, ponían el acento fundamental en lo que estimaban más trascendente del ser humano.

La política entra en todo, pero no lo es todo. La Iglesia y, consiguientemente, sus pastores, han de entrar necesariamente en lo político, lo concerniente al bien-ser/bien-estar de la polis (ciudad, convivencia); y ello en la perspectiva moral y religiosa que les corresponde, la cual tiene que ver con lo más profundo y definitoriamente humano. El criterio del Juicio Final según san Mateo 25 40, es claramente indicativo al respecto: el amor a Dios pasa ineludiblemente por el amor al prójimo. Bastante repetido en la enseñanza de la Iglesia es que: “todo atropello a la dignidad del hombre es atropello al mismo Dios, de quien es imagen”. ¡La gloria de Dios es que el hombre viva!, se dijo desde antiguo.



jueves, 3 de enero de 2019

POSICIÓN DEL EPISCOPADO VENEZOLANO




En vista de los acontecimientos políticos de estos iniciales días de 2019 me parece oportuno exponer sintéticamente la última toma de posición de la Conferencia Episcopal Venezolana ante la realidad nacional. La formuló en su Exhortación de la asamblea plenaria de julio pasado. Por cierto, justo la próxima semana, del 7 al 12, se tendrá una nueva asamblea general ordinaria de los Obispos (la primera de las dos que estatutariamente, en enero y julio, se tienen cada año).
En este artículo me ceñiré estrictamente a lo expresado por los Obispos.
Con respecto a la crisis del país dicen: “sin temor a equivocarnos (la) calificamos como una gran tribulación (Cfr. Ap 12, 7-12) “. Añaden que es “cada vez más grave” y destacan lo siguiente: “Una de las situaciones que clama dramáticamente desde su silencio es el fenómeno de la emigración. Venezuela se ha ido convirtiendo en un país en diáspora”, con todo lo que eso significa de dramas personales y familiares y de pérdidas para el país.
Los Obispos afirman: “El principal responsable de la crisis por la que atravesamos es el gobierno nacional, por anteponer su proyecto político a cualquier otra consideración, incluso humanitaria”. Agregan:” Ignorar al pueblo, hablar indebidamente en su nombre, reducir ese concepto a una parcialidad política o ideológica, son tentaciones propias de los regímenes totalitarios, que terminan siempre despreciando la dignidad del ser humano”.
Sobre la consulta electoral de mayo, cuya ilegitimidad, extemporaneidad y graves defectos de forma advirtieron, dicen que “sólo sirvió para prolongar el mandato del actual gobernante. La altísima abstención, inédita en un proceso electoral presidencial, es un mensaje silencioso de rechazo, dirigido a quienes quieren imponer una ideología de corte totalitario, contra el parecer de la mayoría de la nación”. Luego de señalar que desde el poder “se pretende conculcar uno de los derechos más sagrados del pueblo venezolano: la libertad de elegir a sus gobernantes”, hacen esta seria aseveración: “Reiteramos que la convocatoria del 20 de mayo fue ilegítima, como lo es la Asamblea Nacional Constituyente impuesta por el Poder Ejecutivo. Vivimos un régimen de facto, sin respeto a las garantías previstas en la Constitución y a los más altos principios de dignidad del pueblo”. De inmediato ponen de relieve “Las actitudes de prepotencia, autoritarismo y abuso de poder, así como la constante violación de los derechos humanos”.
Con respecto a qué hacer, los Obispos comienzan por recordar la invitación divina “a no tener miedo, conscientes por nuestra fe, de que no estamos solos, sino que el Señor nos acompaña y nos fortalece en nuestras vicisitudes (…) la oración, el ofrecimiento del sacrificio y de las horas adversas nunca serán inútiles”. Y luego advierten que, sin pretender sustituir en su papel y vocación a los políticos, “ni convertirse en factor de gobierno o de oposición”, estimulan al laicado a intervenir activamente en la palestra política y alientan a la sociedad civil a comprometerse con el país.
Los Obispos animan aquí “a las diferentes organizaciones de la sociedad civil, y a los particos políticos, a exigir la restitución del poder soberano al pueblo, utilizando los medios que contempla nuestra Constitución”. A los líderes de la oposición les dice que “deben ofrecer al pueblo alternativas de cambio”. Y exhortan “a la Fuerza Armada a que se mantenga fiel a su juramento ante Dios y la Patria de defender la Constitución y la democracia, y a que no se deje llevar por una parcialidad política e ideológica”.
Finalmente, el Episcopado se compromete junto a las instituciones y organizaciones de la Iglesia a “continuar y reforzar” la acción solidaria, favoreciendo también “un cambio estructural en pro de la transformación de nuestra sociedad”. Agregan: “puesta la confianza en Dios, afiancemos las exigencias en favor de la justicia y la libertad”.
Concluyo con una observación mía. En la línea de su misión evangelizadora, la Conferencia Episcopal Venezolana asume, pues, una posición profética, activa, clara y corresponsable, ante la gravísima crisis nacional, promoviendo el cambio de rumbo que urge el país.