sábado, 26 de marzo de 2022

REFUNDACIÓN PACIFICANTE NACIONAL

     Pacificar el país: gran reto nacional hoy. Porque Venezuela no está en paz.

    No nos encontramos en medio de un conflicto armado, como es lamentablemente el caso de Ucrania (aunque regiones de nuestro país sufren la presencia activa de grupos guerrilleros particularmente foráneos, así como de bandas armadas de extorsión). Pero no se puede definir la paz como “la mera ausencia de la guerra” según lo expresó el Concilio Vaticano II, el cual identifica la paz como “obra de la justicia” y no simplemente como los meros equilibrios de fuerzas, hegemonías despóticas y cosas por el estilo (ver GS 78).

    La paz es convivencia en un estado de derecho y en una interrelación social serena, multicolor y polifónica, que integra diversidad de culturas, de alineamientos políticos, de corrientes de pensamiento y adhesiones religiosas, en un clima de tolerancia y respeto. Es lo que exige una sociedad democrática genuina. Ésta no se reduce a una masa humana exenta de tensiones, pues una sana convivencia implica variedad en una unidad, que si no perfecta, es deseable y vivible. No se trata de mera utopía. Venezuela felizmente experimentó el siglo pasado décadas con una convivencia pacífica, que la convirtió en lugar de refugio y referencia para gentes de otras naciones sumidas en dictaduras y graves conflictos. Por desgracia a nuestra democracia se la interpretó como algo ya asegurado, que no exigía cuido y renovación, con la cual se podía jugar, y así se la entregó alegremente a la dictadura de tipo totalitario que aún persiste.

    La paz es legítima aspiración humana y también ineludible ilusión. Tanto que los profetas en el antiguo Israel la propusieron como don de los tiempos mesiánicos: “Forjarán de sus espadas azadones y de sus lanzas podaderas. No levantará espada nación contra nación, ni se ejercitarán más en la guerra”. (Is 2, 4). Con la venida del “Príncipe de Paz” se tendría una reconciliación envolvente de lo humano en una comunión universal: “Serán vecinos el lobo y el cordero (…) Hurgará el niño de pecho en el agujero del áspid, y en la hura de la víbora el recién destetado meterá la mano. Nadie hará daño, nadie hará mal en todo mi santo Monte, porque la tierra estará llena de cocimiento de Yahveh” (Is 11, 6.8-9).

    Cristo ha venido y ha proclamado como mandamiento máximo, lo que echa la base y constituye el instrumento y sentido de la paz: el amor. Al cual no lo concibe el Señor como puro sentimiento o idealidad vacía, sino que lo identifica como actuación solidaria y servicial precisa, según lo expone bien claro en su descripción del Juicio Final (Mateo 25, 31-46). Este texto evangélico viene a ser una especie de compendio básico de doctrina social.

    Cuando el Episcopado en estos dos últimos años ha venido insistiendo en la urgencia de “refundar la nación” entiende ésta, fundamentalmente, como “construir la Venezuela que la inmensa mayoría anhela y siente como tarea: donde predomine la justicia, la equidad, la fraternidad, la solidaridad, la unidad y la paz” (Mensaje de la Presidencia del Episcopado, 22.6.2021).  Refundación como pacificación.

    Porque en Venezuela no hay paz. Los Obispos repetitivamente ponen de relieve hechos dramáticos al respeto: emigración masiva forzada, grave empobrecimiento de las grandes mayorías, clima de amedrentamiento de la población, política represiva de toda oposición (persecución, encarcelamiento y tortura de disidentes), violación sistemática de los derechos humanos,  hegemonía comunicacional, manejo arbitrario de la economía y la geopolítica, instrumentación ideológico-partidista de lo militar, marginación del soberano (CRBV) en la orientación básica del país.

    La refundación como pacificación es objetivo que exige un compromiso global: toca los varios ámbitos societarios -económico, político y ético cultural- y requiere genuina participación de la entera comunidad nacional. Plantea, sin embargo, algunas tareas primarias y prioritarias que es preciso acometer.

    Dentro de lo primario y prioritario para refundar-pacificar el país emerge la función constituyente y originaria, que le corresponde al soberano y que urge la ejerza. Todo retardo significa más dolor y lágrimas para el pueblo venezolano, especialmente para el más necesitado y desvalido. ¡El soberano asuma ya su obligación!.

jueves, 10 de marzo de 2022

NUDO GORDIANO INSTITUCIONAL

     Bastante conocida es la anécdota de Alejandro Magno, quien en su marcha victoriosa a través de Anatolia (333 aC) se encontró en Gordio (capital de Frigia) con un enigmático problema: quien pudiese desatar allí el extraño nudo que amarraba una carreta depositada en el templo, habría de ser conquistador de Asia. Alejandro se dejó de complicaciones y simplemente con su espada cortó el nudo. Solución drástica para un problema aparentemente insoluble.

    La compleja situación institucional del país semeja el nudo gordiano. Constituye, en efecto, un enredo de organismos y fundamentaciones conceptuados como constitucionales e inconstitucionales, legítimos e ilegítimos,  de iure y sólo de facto. ¿Consecuencias?  Bicefalia al nivel más alto de autoridad y  manejo esquizofrénico del país. En el concierto internacional ello se refleja en un reconocimiento contradictorio. Todo lo cual incide en la imagen negativa de un Estado, que antes era apreciado por su consistencia económica y seriedad democrática. Por décadas, Venezuela constituyó un refugio digno y seguro de gente de distinta identidad ideológica y, en general, de prójimos que encontraban aquí un lugar respetuoso y amigable en donde establecerse provisoria o definitivamente. Hoy millones de compatriotas buscan en tierras extrañas lo que aquí debieran conseguir, pero que no encuentran o se les niega.

    No es fácil desenredar el nudo institucional venezolano. Sobre todo cuando una de las partes se niega a un diálogo serio, genuino, patriótico. La situación es de grave y progresiva crisis; el Episcopado Venezolano la ha calificado de “caos generalizado”, llegando a subrayar la urgencia de una refundación nacional. Muchos compatriotas sufren extrema confusión y  desesperanza, cuando no es que los ha devorado ya el síndrome de Estocolmo. La falta de un liderazgo opositor claro, firme, aglutinante, con lúcida estrategia, ha retardado la superación de la crisis.

    El doloroso conflicto ucraniano, sin bien, por una parte, ha disminuido la atención a nuestra problemática, por la otra, ha resaltado lo destructivo del régimen SSXXI, así como lo ineludible de  reconstruir el país.

    El nudo no tiene solución sino mediante un corte a lo alejandrino ¿A quién le toca la tarea? Al único a quien le corresponde: el señalado por el Artículo 5 de nuestra Constitución, el cual, partiendo de ésta, puede actuar de modo constituyente en correspondencia al poder originario del pueblo soberano. Éste no se enredaría en embrollos legales pues estaría capacitado para disponer todo lo que considerase conveniente para la recuperación del país. Facultado para redactar un nuevo texto constitucional, podría, previa o simultáneamente, designar la dirigencia de los órganos del poder público nacional y determinar líneas básicas de la marcha del Estado hasta la realización de las correspondientes elecciones. Cortando el nudo paralizante, el soberano pondría en movimiento seguro las instituciones y el conjunto societario.

    El hecho de que hayamos tenido casi una treintena de constituciones en lo que va de existencia republicana no ha de generar desinterés ciudadano respecto de la convocatoria de una asamblea constituyente, porque ésta no se reduciría a la producción de una nueva carta magna, sino que tarea prioritaria suya sería el reordenamiento concreto y efectivo del Estado hacia la república deseable. Claro está, nuevas normas constitucionales se justifican, entre otras cosas, para redimensionar la macrocefalia presidencial, el centralismo monopólico, la unicameralidad populista y para asegurar una indispensable municipalización, una efectiva subordinación cívica del sector militar y un redimensionamiento del volumen estatal respecto de la sociedad civil.

    Cabría, para concluir, añadir una palabra sobre el sentido de la refundación del país. No basta con cambiar estructuras. Lo que ha sucedido en las últimas décadas pone de relieve la necesidad y urgencia de una renovación ética y espiritual de quienes constituyen la razón, vida y sentido de dichas estructuras: las personas humanas y la sociedad que estas forman.