Hay un texto bíblico particularmente expresivo por su fuerte repercusión en
la conducta cristiana y su peculiar incidencia en la crisis actual del país. Es
el capítulo 25, versículos 31-46, del evangelio de Mateo. Se refiere al Juicio
Final y ofrece la narración de dicho acontecimiento, hecha por el mismo Jesús.
Texto capital para la comprensión del compromiso que se plantea al discípulo de
Cristo con respecto a la construcción de una nueva sociedad.
El Señor identifica al amor como “su” mandamiento, máximo y central
imperativo moral. La perspectiva ética que plantea el texto citado se sitúa en
las antípodas de la alienación, que pensadores como Feuerbach y Marx
subrayan como actitud del creyente ante las precariedades de la realidad
social. El cielo aparece simplemente como refugio y la vida eterna como
consuelo ante las calamidades de este mundo. El paraíso sería la ilusión de un
futuro feliz ultraterreno, que vendría a ser “opio del pueblo” ante las
estrecheces de la realidad.
En la narración que hace Jesús, el criterio de juicio de salvación o
condenación viene a ser la praxis obligante con respeto a situaciones bien concretas
de necesidades tangibles del próximo. Como aprobados para la vida eterna están
los que han dado de comer al hambriento o de beber al sediento, los que se han
acercado a los enfermos y visitado a los presos. Y esto sin pedir carnets o
asegurar reconocimientos y retribuciones. Jesús personaliza esas acciones solidarias
poniéndose como el beneficiario de las mismas. A la pregunta de “¿cuándo te
vimos enfermo o en la cárcel, y fuimos a verte? (…) el Rey les dirá: En
verdad les digo que cuanto hicieron a unos de estos hermanos míos más pequeños,
a mí me lo hicieron”. En el caso de
los reprobados la respuesta de Jesús va en la misma dirección: su
“in-personificación” en el prójimo vulnerable. Lo religioso en modo alguno se
plantea como alienación; es, al contrario, máxima exigencia de servicio y amor.
Para entender cabalmente esta lección es preciso proyectar los comportamientos
allí mencionados en escenarios más amplios, sociales, desde los más cercanos
(vecindario y otros) hasta los nacionales o globales. Lo de dar de comer al hambriento y de beber al
sediento se ha de traducir también en políticas hídricas o nutricionales; y lo
de los sin techo, enfermos y presos, en políticas habitacionales, sanitarias y
carcelarias, que respondan a auténticos derechos-deberes humanos. El salir al encuentro de necesidades sectoriales
ha de cristalizar en lo que se podría definir como la construcción de una nueva
sociedad, libre, justa fraterna, de calidad ético-espiritual de vida.
Hay quienes por motivos diversos (pragmáticos inmediatos, intereses
egoístas o grupales, espiritualismos vacíos, concepciones erróneas de lo
religioso, motivaciones ideológicas), establecen un corte entre lo religioso y
lo secular mundano. El texto del Juicio Final de Mateo va en un sentido
integrador de lo temporal y lo supra terreno trascendente. Otros párrafos dignos de citar y que van en
esta misma dirección, son los siguientes del Concilio Plenario de Venezuela:
“Una de las grandes tareas de la Iglesia en nuestro país consiste en la
construcción de una sociedad más justa, más digna, más humana, más cristiana y
solidaria. Esta tarea exige la efectividad del amor. Los cristianos no pueden
decir que aman, si ese amor no pasa por lo cotidiano de la vida y atraviesa
toda la compleja organización social, política, económica y cultural”
(Documento No. 3 sobre Iglesia y nueva sociedad, 90).
En tiempo de Primarias y Presidenciales, en medio de la situación
desastrosa nacional y de la grave amenaza de la continuación impuesta de un
sistema dictatorial de proyecto totalitario, es menester una seria toma de
conciencia de las exigencias que una actitud cristiana y genuinamente humana
plantean al venezolano actual. Lo cristiano no es confesión de fe vacía, mero
rito o convención social. Es exigencia de una nueva sociedad, de un genuino
humanismo integral, que asume seriamente lo temporal proyectándolo en lo
eterno.
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