viernes, 23 de julio de 2010

10.12.09
CHAVEZ PRO AMNISTIA
Ovidio Pérez Morales
La Iglesia en Venezuela ora a Dios y pide a los órganos competentes del Estado venezolano, lo mismo por lo que oró y pidió, hace un poco más de quince años: medidas de gracia para los presos políticos.
En estos días se ha desempolvado una carta fechada en San Francisco de Yare, 31 de julio de 1993, dirigida a mí, por entonces Presidente de la Conferencia Episcopal Venezolana. Está firmada por el Comandante MBR-200 Hugo Chávez Frías, junto con el Cap. Ronald José Blanco La Cruz y otros compañeros detenidos.
Las razones que allí se alegan para justificar una “Ley de Amnistía o sobreseimiento”, son idénticas a las que hoy la Iglesia arguye, para solicitar un tal género de medidas al firmante principal de la carta, hoy ciudadano Presidente de la República.
Dejo bien claro que al publicar estas líneas, en vísperas de la Navidad, lo hago, no en plan político controversial, sino por una neta motivación cristiana humanitaria. La misma que me movería, en un futuro hipotético, si solicitase medidas semejantes, en escenarios bien distintos del presente, que urgiesen una tal gestión.
La carta textualmente dice así: “
“El MOVIMIENTO BOLIVARIANO REVOLUCIONARIO 200, se honra en dirigirse a usted muy respetuosamente, con el propósito de agradecer la solidaridad y preocupación que ha tenido para con Venezuela y los profesionales militares y civiles involucrados en el pronunciamiento militar del 4 de febrero y 27 de noviembre del pasado año, al plantear ante el gobierno nacional y la colectividad en general, la imperiosa necesidad de la aprobación de la Ley de Amnistía o sobreseimiento por parte del Congreso Nacional o el Primer Magistrado de la República de Venezuela, respectivamente.
“Con la libertad de quienes nos encontramos en cada una de las “Cárceles de la dignidad”, como se ha hecho conocer ante el pueblo venezolano; es una fórmula para buscar la reconciliación, tranquilidad y paz social, y así poder frenar la grave crisis política que hoy atraviesa el país, con el deseo de encaminar hacia la confianza colectiva y la normalidad de Venezuela.
“Apreciado compatriota, sentimos y estamos seguros que la acción emprendida por usted y la de otros sectores de la vida nacional, ejercerá la presión necesaria para que mediante los mecanismos legales establecidos, se apruebe la Ley de Amnistía o sobreseimiento que es una aspiración general de todos los venezolanos, en este tiempo de crisis que vive la Nación.
“Sin otro particular a qué hacer referencia, quedamos de usted agradecidos con el sentimiento de la más alta y distinguida consideración y respeto.
“Atentamente,” Siguen firmas del Comandante Chávez y de otros seis militares.
No añadiré otra cosa. Dejemos que el profeta Isaías describa, en términos antropo-ecológicos, sus sueños sobre la paz de los tiempos mesiánicos, los cuales plásticamente representamos en nuestros pesebres, especialmente los que elaboramos con la más fresca evangélica “ingenuidad”: “Serán vecinos el lobo y el cordero, y el leopardo se echará con el cabrito, el novillo y el cachorro pacerán juntos, y un niño pequeño los conducirá. La vaca y la osa pacerán, juntas acostarán sus crías, el león, como los bueyes, comerá paja. Hurgará el niño de pecho en el agujero del áspid, y en la hura de la víbora el recién destetado meterá la mano. Nadie hará daño, nadie hará mal en todo mi santo Monte, porque la tierra estará llena de conocimiento de Yahvéh, como cubren las aguas el mar”.
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22.7.10
MARTIRIO EN SIGLO XXI
Ovidio Pérez Morales
Las persecuciones contra la Iglesia son cosa vieja. Y suelen actualizarse. El africano Tertuliano (160-240), apologista cristiano, acuñó en su tiempo la conocida sentencia: “La sangre de los mártires es semilla de cristianos”. Acotación: los perseguidores buscan en nuestro tiempo, no tanto derramar sangre de creyentes, cuanto excluirlos e intentar destruirlos moral y síquicamente.
Los términos martirio y mártir son calcados del griego y significan testimonio y testigo. Todo cristiano está llamado, en múltiples formas, a ser mártir de Jesucristo y de su Evangelio. Desde la cotidianidad del servicio prestado por amor, hasta el martirio en forma cruenta. Como discípulo fiel del primer mártir, que dio su vida por la liberación y unidad de toda la humanidad. Y quien advirtió: “Si me han perseguido a mí los perseguirán a ustedes… Bienaventurados los que padecen persecución por la justicia” (Jn 15, 20; Mt 5, 10).
En los tiempos de la embestida persecutoria del SS XXI resulta refrescante leer algo de las Actas de los mártires de los primeros tiempos del Cristianismo. Relatos sencillos y escuetos, que invitan a la coherencia fe-vida, sin aspavientos, pero con fortaleza; veamos a continuación uno de ellos.
Ubiquémonos en Cesarea de Palestina. Año 262, bajo el dominio del emperador romano Galiano.
Marino, oficial del ejército imperial, es decapitado por confesar su fe cristiana. Repasemos los antecedentes. Hallándose vacante un puesto de centurión –comandante de cien soldados- , a Marino le corresponde el ascenso. Un rival se presenta ante el tribunal con una grave acusación: Marino es cristiano y se niega a ofrecer sacrificios, a rendirle culto al emperador; según las leyes, no puede, por tanto, ser ascendido.
El juez interviene. Interroga a Marino por su religión, quien confiesa su condición cristiana. En juicio relámpago se le da al acusado un plazo de tres horas para reflexionar. Las Actas de los Mártires continúan así: “Al salir del tribunal, Marino se encontró con Teocteno, obispo de la ciudad, y entró en conversación con él. El obispo lo tomó de la mano y lo condujo a la iglesia. Allí el obispo entreabrió la capa del oficial, le indicó la espada que llevaba colgada y al mismo tiempo le presentó el libro de los santos evangelios, mandándole escoger entre los dos según su decisión. Sin titubear, Marino extendió la mano y tomó el libro divino. Entonces Teocteno lo exhortó: Mantente unido, muy unido a Dios; que él te conforte con su gracia y que alcances lo que has elegido. ¡Vete en paz!”.
Marino vuelve ante el juez, confiesa su fe ahora con mayor fervor. La conclusión viene rápida: Marino es conducido al suplicio y consuma su martirio.
Medito frecuentemente sobre el mensaje que nos hizo llegar Juan Pablo II en 1998: “El creyente que haya tomado seriamente en consideración la vocación cristiana, en la cual el martirio es una posibilidad anunciada ya por la Revelación, no puede excluir esta perspectiva en su propio horizonte existencial. Los dos mil años transcurridos desde el nacimiento de Cristo se caracterizan por el constante testimonio de los mártires. Además, este siglo que llega a su ocaso ha tenido un gran número de mártires, sobre todo a causa del nazismo, del comunismo y de las luchas raciales o tribales” (Bula Incarnationis mysterium sobre el Gran Jubileo de 2000, 13).
El cristianismo no es simple adhesión verbal. Es-ha de ser: opción fundamental. Vida. Martirio.
15.7.10
ESPIRITUALISMO VACIO
Ovidio Pérez Morales
Vivir según el Evangelio, en modo alguno significa caer en un espiritualismo vacío, en un intimismo religioso. En una religiosidad alienante. Cosas que desean aquellos que buscan excluir de la vida pública todo influjo real de los valores cristianos.
Quienes acusan a la religión, y en particular al cristianismo, de ser opio del pueblo, cuando llegan al poder quieren que aquella se convierta precisamente en eso. Es decir, que los creyentes no digan una palabra acerca de las implicaciones que la fidelidad a Cristo y su mensaje tienen en la organización de la convivencia social. Por eso, por ejemplo, cuando los pastores de la comunidad eclesial se pronunciar a favor de los derechos humanos, de la reconciliación, de la libertad, de la justicia y de la paz, los marxistas los acusan de entrometerse en lo que no les atañe.
“Los cristianos no pueden decir que aman, si ese amor no pasa por lo cotidiano de la vida y atraviesa toda la compleja organización social, política, económica y cultural”. Afirmación tajante del Concilio Plenario de Venezuela (CIGNS 90).
Para tener clara la doctrina católica en esta materia, reflexionemos un momento sobre la misión de la Iglesia. Si se nos pregunta ¿Cuál es esta misión?, la respuesta no se hace esperar: evangelizar. Ahora bien, si se nos repregunta ¿Y qué es evangelizar?, hemos de exponer los objetivos específicos o dimensiones de la evangelización.
Pues bien, las dimensiones de la evangelización, es decir, las tareas básicas de la misión de la Iglesia son seis:
1) Anunciar la buena nueva del amor de Dios manifestado en Cristo (Primer Anuncio o Kerygma).
2) Formar a los creyentes en la fe, para su viva y progresiva unión con Dios e integración en la Iglesia (Catequesis en su sentido más amplio);
3) Celebrar la buena nueva de liberación y unidad humano-divina e interhumana (Liturgia y oración).
4) Organizar la comunidad de la Iglesia, con sus carismas, ministerios y servicios (Comunidad Visible).
5) Contribuir a la edificación de la convivencia social según el Evangelio (Nueva Sociedad).
6) Dialogar con quienes no comparten la fe para fomentar la solidaridad y la paz (Diálogo).
Vemos, por tanto, que la tarea de edificar una nueva sociedad, una convivencia humana según los valores humano-cristianos del Evangelio, es una de las tareas básicas de la Iglesia y, por ende, de todos sus miembros, en colaboración con los hombres y mujeres de buena voluntad.
La vida cristiana necesariamente tiene que proyectarse y vivirse en las realidades de este mundo (economía, política, cultura), que, según el plan creador y salvador de Dios-Amor han de orientarse en un sentido liberador y unificante. Por ello, todo lo que se inscribe en la línea de la libertad y la justicia, de la solidaridad y la fraternidad, se encamina en esa dirección profundamente humanizante.
El Evangelio, la fe, la Iglesia tienen, por consiguiente, una condición y una misión ineludiblemente políticas, en cuanto son y deben ser anuncio, testimonio, realización, en este mundo (polis) concreto, de la buena nueva del amor de Dios, que se ha encarnado en Jesucristo y quien nos ha dejado como mandamiento máximo, el amor. Este amor ha de traducirse en entrega, alabanza, adoración a Dios, así como en compartir, fraternidad, comunión con el prójimo, especialmente el más necesitado. ¿Quién no percibe aquí las consecuencias que todo ello tiene respecto de la construcción de la sociedad humana en verdad, libertad, justicia, solidaridad, unidad y paz?
La vida cristiana ha de cultivar una honda espiritualidad, pero ésta no se identifica con un intimismo cerrado ni con un espiritualismo vacío. Tiene que ser amor encarnado. Espiritualidad de comunión, sólida, efectiva.
El cristianismo auténtico no forma gente alienada, sino comprometida con el mejor futuro de este mundo. Las promesas de “paraísos terrenos” sí son espejismos alienantes, como lo ha comprobado con creces –y dolorosamente- la historia. El cristiano, peregrino en este mundo, debe hacerlo digna morada de los seres humanos, en la esperanza de una plenitud final, don de Dios.

martes, 13 de julio de 2010

8.7.10
GRAVISIMO DILEMA ELECTORAL
Ovidio Pérez Morales
Con superlativo es preciso calificar el dilema. Semejante al planteado a la Italia de la inmediata posguerra: o anexarse al bloque comunista o incorporarse a la Europa en democratización.
A más de medio siglo de distancia resulta dolorosamente extraño que una tal alternativa reaparezca en Venezuela, donde muchos demuestran no haber aprendido de la historia lo terrible del “socialismo real”. No es la primera vez que humanos pongan a marchar el cronómetro al revés, aunque el tiempo, inevitablemente, siga hacia adelante. La extrañeza es todavía mayor en momentos bicentenarios de un acontecimiento de libertad.
Este 5 de Julio 2010 nos ha encontrado ante un proceso electoral, que puede calificarse de histórico, por lo que está en juego a dos siglos de la ruptura con la maltrecha Corona, cuando se inició la marcha de una accidentada emancipación.
Rafael Arráiz Lucca ha puesto de relieve el carácter exclusivamente civil del “proceso que va de 1808 al 5 de julio de 1811”, en artículo publicado en este Diario el pasado 4, que destacó también el papel emblemático de Juan Germán Roscio en los hechos fundacionales. El Episcopado venezolano había felizmente subrayado esa misma característica, en su carta pastoral Sobre el Bicentenario de la Declaración de Independencia de la República (12. 1. 2010): “Tanto el 19 de abril como el 5 de julio fueron dos acontecimientos en los que brilló la civilidad. La autoridad de la inteligencia, el diálogo, la firmeza y el coraje no tuvieron que recurrir al poder de las armas o a la fuerza y a la violencia”
El hermoso sueño de los fundadores de la República fue un proyecto –histórico al fin- imperfecto. Su realización se topó pronto con enfrentamientos fratricidas. La civilidad de los inicios contrasta con la recurrente belicosidad del recorrido republicano: secuencia de asonadas, golpes, guerras, enfrentamientos autodestructivos del más diverso género, que desangraron el cuerpo de la nación durante el siglo XIX. Aun en el “siglo de paz”, después de la Batalla de Ciudad Bolívar (21.6.1903), no estuvieron ausentes del panorama nacional hechos armados de significación, aunque las últimas décadas del XX parecieron consolidar la estructura pacífica y democrática de la nación. Las aspiraciones primordiales de los fundadores, de validez permanente, constituyen un llamado continuo a la conciencia del país. Y una punzante interpelación a la Venezuela de hoy.
Los inicios del nuevo siglo-milenio no han sido auspiciosos para nuestra patria. Si bien el país ya no está en guerra con la España monárquica, parece que lo estuviera consigo mismo. El aire que se inyecta desde el poder, es bélico; el lenguaje y los procedimientos oficiales, cuarteleros; los objetivos político-ideológicos que se trazan “desde arriba”, militares. El diálogo es sustituido por la orden. La diversidad por la hegemonía. La independencia por la sujeción. La democracia, por el totalitarismo.
Los anhelos de libertad y de paz de los fundadores de la República, sin embargo, no han muerto. Ni morirán. La opresión no tiene futuro. Por eso urge ahora robustecer el espíritu democrático y el sentido de fraternidad nacional. La esperanza activa. De cristianos y no cristianos, creyentes y no creyentes, se espera un compromiso efectivo.
La elección de septiembre es dilemática. Comunismo o democracia. Así de sencillo y gravísimo.

jueves, 1 de julio de 2010

28.6.2010
PROPIEDAD PRIVADA
Ovidio Pérez Morales
El tema de la propiedad privada se plantea entre nosotros con peculiar acento y máxima actualidad. En efecto, la política oficial, de explícita alineación marxista, acelera la estatización partidizada –falsa socialización- de los medios de producción y, en general, de toda propiedad significativa.
Es preciso enfatizar, como primer paso de reflexión, el carácter relativo de la propiedad privada. Esta no tiene sentido por sí misma, sino por su vinculación con el ser humano, a cuyo servicio se orienta. Dicha propiedad se explica y justifica, por tanto, en función de la persona, individual y grupalmente considerada, de su desarrollo integral y del bien común. De allí que se formule como principio básico: la función social de cualquier forma de posesión privada. Una frase del discurso inaugural de Juan Pablo II en la Conferencia de Puebla (1979) ha hecho bastante camino: “sobre toda propiedad privada grava una hipoteca social”.
En consecuencia, lo que interesa, real y definitivamente, es la persona humana y su comunidad histórica. Su dignidad, sus valores, el ejercicio de sus derechos fundamentales. Así se entiende la siguiente afirmación que subraya el Compendio de la Doctrina Social de la Iglesia, publicado por el Pontificio Consejo Justicia y Paz: “La tradición cristiana nunca ha aceptado el derecho a la propiedad privada como absoluto e intocable”. Sólo el ser humano, creado a imagen y semejanza de Dios, tiene categoría de fin. La propiedad se cataloga en el inventario de lo instrumental, en el ámbito de los medios.
Hay un principio clave y de larga tradición en la referida Doctrina Social, a saber, la destinación universal de los bienes, el cual tiene una particular resonancia en tiempos de globalización o mundialización. Ese principio funda sólidamente la opción preferencial por los pobres (personas, comunidades, pueblos) y sitúa articuladamente la propiedad privada y, en general, las diversas formas de propiedad, en el entramado social.
Ahora bien, caracterizada por su función social, su necesaria democratización y enmarcada en la destinación universal de los bienes, la propiedad privada se legitima en base al trabajo que la genera, la autonomía personal y familiar que propicia, la libertad que garantiza, la iniciativa y la responsabilidad que estimula en progreso individual y social. Por ello el referido Compendio afirma: “La propiedad privada es un elemento esencial de una política económica auténticamente social y democrática y es garantía de un recto orden social”.
Conviene repetir que no hay “un modelo cristiano” para el ordenamiento económico, político o cultural. Aquí se abre el campo a la creatividad. Cuando en medios cristianos se dice “ni capitalismo liberal ni socialismo marxista”, se quiere, simple pero seriamente, animar a la construcción de modelos, realistas y de previsible eficacia, que apunten a una “nueva sociedad” en la línea de un genuino humanismo. Los modelos correspondientes han de aprovechar al máximo la experiencia histórica e integrar, entre otros, justicia y libertad, productividad y solidaridad, iniciativa privada y función contralora-promocional del Estado.
En este campo se deben evitar los dogmatismos ideológicos y las involuciones históricas; los anacrónicos “mesianismos” y las tentaciones totalitarias. Cosas éstas paradójicamente presentadas como “novedades” en la Venezuela que celebra el Bicentenario de su Independencia.