viernes, 17 de diciembre de 2010

Te invito a ver mi twitter @ovidioperezm
Agradezco difundas la dirección de mi blog
Sobre todo lo anterior:
Pido al Dios de toda bondad te conceda junto a los tuyos y a quienes tienes en tu corazón una Navidad llena de paz y de la satisfacción de tus mejores deseos. Y que 1911 les sea de paz, libertad, ambiente de fraternidad y solidaridad. Dios es amor, nos ha creado para amar y nos conduce a una plenitud de unión con El y unión fraterna. Que nos empeñemos todos en hacer de Venezuela una casa acogedora, abierta, fraterna, amable, servicial. Esa es la verdadera felicidad que Dios quiere para nosotros en este pedacito de tierra que nos ha dado.
Dios es grande y poderoso, bondadoso y misericordioso. En Jesucristo se nos ha manifestado y ha querido encontrarnos. Seguirlo es andar por camino seguro y marchar hacia nuestra plenitud.
Saludos y bendiciones,
amigo Ovidio
16.12.10
ESTADO COMUNAL
Ovidio Pérez Morales
En las primeras de cambio, lo de “Estado comunal” podría sonar bien. Sugiere convivencia comunitaria
Pero cuando el término se ubica en el proyecto político-ideológico oficial del país, las cosas adquieren otra resonancia. Masificante y totalitaria.
Este tiempo preparatorio de Navidad 2010 ha vivido el país un doloroso drama: inclemencia del tiempo, agravada por una culpable imprevisión humana. Y, todavía más, está siendo un tiempo estratégicamente seleccionado desde el poder, para apresurar la aprobación de leyes y medidas inconstitucionales, dirigidas a la construcción de un Estado “comunal”, desconocedor del Referendo 2007 y violatorio de derechos humanos fundamentales.
Todo esto invita a reflexionar sobre la relación persona-comunidad y lo que una “nueva sociedad” postula en cuanto a edificación de una “polis” rectamente integradora de persona-comunidad-Estado.
Debemos partir de un principio básico: una comunidad humana es-ha de ser convivencia de personas. Sin éstas, existentes y actuantes, se tendrá un simple conjunto o agregado de seres humanos, un colectivo cerrado o una pura “masa” informe o uniformada.
Un humanismo auténtico concibe la persona en una bipolaridad ineludible. La persona es subjetividad y alteridad. Es “sí misma” y comunicación. Un perfeccionamiento personal tiene que implicar, por tanto, un crecimiento bidimensional, evitando caer, ya en un egoísmo empobrecedor, ya en un diluirse relacional. Una recta comprensión antropológica ha de favorecer un desarrollo humano en el sentido de aquella bipolaridad.
Entre las posiciones equivocadas en este campo figura el marxismo, el cual, fundado en su materialismo, no parte de una adecuada concepción del ser humano, priorizando elementos estructurales económicos, a los que considera básicos y determinantes en la configuración y marcha de la sociedad. Los modos de producción privan sobre la identificación integral y la centralidad de la persona, con las consecuencias que son de esperar a la hora de pensar y actuar la liberación y el desarrollo humanos. Las monstruosidades del “socialismo real” –el fenecido y el que todavía sobrevive con pretensiones de reproducirse- no tienen otra explicación.
Desde el punto de vista cristiano una luminosa orientación antropológica se tiene a partir del la verdad (misterio) fundamental de la fe: la realidad misma de Dios, que se nos ha manifestado y comunicado en Jesucristo.
El Dios de la fe cristiana –que no es “otro” distinto del que veneran los judíos, los musulmanes y gentes de otras confesiones- no es un ser absoluto unipersonal, aislado en una especie de autocontemplación solitaria. En efecto, su unicidad se realiza en comunión, relación interpersonal. San Juan en su primera carta nos define a Dios como Amor (4, 8). Es comunidad, “familia”. En esto consiste la realidad (misterio) de la Trinidad.
Este misterio ilumina y funda una antropología integradora, así como la dinámica de un genuino humanismo, que habrá de escapar entonces, de toda tentación egocentrista o colectivista-masificante.
Un Estado comunal de orientación socialista marxista no promueve una sociedad genuinamente comunitaria. Construye masa, no familia humana ni convivencia fraterna. Porque lo “comunal” se interpreta y actúa en perspectiva homogeneizante; grupos y asociaciones resultan simples correas de transmisión del diktat totalizante de un Estado-Partido- Hiperlíder.

lunes, 29 de noviembre de 2010

2.11.10
ESCUELA A LA MANO.
Ovidio Pérez Morales
Escuela a la mano. Así se pudiera definir el Pesebre. Por lo fácil de construir. Por su acceso gratis, lo plástico de su enseñanza y la sencillez de su metodología. Sólida escuela de vida, rica en valores y abierta a todos.
Estímulo inmediato para estas líneas ha sido el fascinante libro Navidades en Venezuela. Devociones, tradiciones y recuerdos, recientemente publicado por la Fundación Empresas Polar. Fruto de múltiples aportes, plumas calificadas y activa participación de la Universidad Católica Andrés Bello y del Instituto Venezolano de Investigaciones Científicas.
El Pesebre ha sido para mí, especialmente desde mi servicio episcopal en Falcón, una grata obsesión, espoleada allí por el investigador José María Cruxent y convertida en memoria renovada a través de la Feria Popular del Pesebre y del Museo del Pesebre de Coro.
Comencemos por una definición negativa: el Pesebre no es simple adorno. Y otra, positiva, sumamente generadora: el Pesebre es fe hecha cultura y humanismo vertido en cátedra popular.
En cuanto a fe, el Pesebre ha sido denominado tanto Biblia como Catecismo abiertos, por la síntesis doctrinal cristiana que ofrece. Muestra claramente la unidad del Antiguo y del Nuevo Testamento; el amor de Dios que envuelve toda la creación; el sentido cristocéntrico, así como el horizonte trascendente del mundo y de la historia. A este propósito, convendría explicitar más, sin embargo, la condición trinitaria de Dios, representando también al Padre y al Espíritu Santo.
En lo que respecta a humanismo, el Pesebre constituye un conjunto armónico de enseñanzas sobre la dignidad común y la igualdad fundamental de los seres humanos; sobre el trabajo, la solidaridad, la fraternidad y la paz. En lo ecológico da una lección gráfica sobre la relación amistosa del ser humano con minerales, vegetales y animales. En el Pesebre nadie amenaza a nadie. Todos comparten una comunión universal.
El Pesebre recoge lo antiguo y lo nuevo. Las tres olas de la historia de que habla Alvin Toffler. Acoge, en efecto, todas las culturas y las etapas del peregrinaje humano. Lo infantil y lo adulto. Teniendo presente, con todo, como nos dice Jesús, que si no nos hacemos como niños no entraremos en el Reino de los Cielos (Ver Lc 18, 17)..
Muchas otras expresiones culturales está llamado a generar el Pesebre. Ferias como la de Coro lo muestran de modo fehaciente. Artesanía, drama, música, pintura, poesía, cocina. En fin, muchas cosas.
El Pesebre “no está hecho”. Hemos de poner por obra imaginación, reflexión, creatividad en teoría y praxis, para que esta escuela de fe y humanismo rinda los mejores frutos. Teólogos y artistas, entre otros, tienen allí un campo amplio para ejercerse.
Hemos de aprovechar al máximo la riqueza y hondura del Pesebre, al igual que de las tradiciones criollas de la Navidad, para profundizar y renovar fe y práctica cristianas, un genuino humanismo. Esto, necesario siempre, se vuelve urgente en este tiempo. Hoy, una marea globalizante secularista y mercantilista busca vaciar la Navidad de su savia vital, para substituirla con símbolos y prácticas ajenas al acontecimiento de fe que se celebra, y a un humanismo capaz de llevarnos a una convivencia de altura.
El Pesebre es algo y mucho más que un adorno. Es una verdadera escuela. Y un lugar de oración.

viernes, 19 de noviembre de 2010

DONDE ENCONTRAR LA DOCUMENTACION DEL CONCILIO PLENARIO DE VENEZUELA
Siendo el Concilio Plenario de Venezuela tan importante para el presente y futuro de nuestra Iglesia y de Venezuela, es preciso conocerlo bien, para su correspondiente puesta en práctica por parte de los católicos y, en lo que pueda corresponder, de los cristianos en general y de los hombres y mujeres de buena voluntad.Esto último, porque se dan puntos de convergencia en muchísimos elementos teóirico-prácticos. Para favorecer esto, la Universidad Católica Cecilio Acosta de Maracaibo (UNICA) ha colocado en su sitio web toda la documentación conciliar, con la facilidad de un trabajo interactivo. La página es: http://www.unica.edu.ve
Como lo pueden ver eustedes en artículo de este blog, el próximo 26 de noviembre se cumplen 10 años de la solemne inauguración del Concilio, que concluyó el 7 de octubre 2006. El número del semanario católico de Caracas, "La Iglesia Ahora" trae este fin de semana abundante material sobre el Concilio. Saludos y bendiciones para todos.
26.11.10
LA CLAVE DEL CONCILIO
Ovidio Pérez Morales
Elemento clave para entender y valorar adecuadamente el Concilio Plenario de Venezuela (CPV) es su línea teológico-pastoral ¿Por qué?
Para responder debidamente, precisemos: 1) en qué consiste la línea teológico-pastoral (LTP), y 2) cuál es la línea asumida por el CPV.
Primero. ¿Qué es línea teológico-pastoral? Dejemos que lo explique el Episcopado venezolano: por LTP “se entiende la noción o categoría, interpretativa y valorativa, que constituye el principio o eje unificador de lo que teológicamente se afirma y pastoralmente se propone”. Esto lo dijo en su carta pastoral: Con Cristo hacia la comunión y la solidaridad (CCCS) del 10 de enero 2000. Allí mismo mostró la importancia y utilidad de una tal línea:
“… la doctrina cristiana, fundada en la Revelación Divina, recoge una serie de verdades que iluminan nuestra inteligencia y demandan nuestra aceptación como creyentes; pensemos en la Confesión de Fe contenida en el Credo de la Misa, o en el conjunto de enseñanzas del Catecismo. Por otra parte, al cristiano se le plantean una serie de exigencias: las contenidas en los mandamientos de la Ley de Dios, en las normas de vida cristiana que nos ofrece el Nuevo Testamento (Ef. 4, 17-32) -en particular las más radicales del Sermón de la Montaña- y en las directrices morales y pastorales de la Iglesia. Todo esto puede y debe ser interpretado en forma de un conjunto armónico” (CCCS 19).
Las verdades y normas que integran el mensaje cristiano no son, en efecto, simple agregado o yuxtaposición de proposiciones y exigencias, sino que conforman una armonía porque tienen una LTP, como hilo conductor, eje, principio integrador y núcleo aglutinante.
Segundo. ¿Cuál es la LTP formulada por el Episcopado para el Concilio y asumida por éste? La comunión, noción de raigambre bíblica (griego koinonía), que por ser equivalente a la de amor (griego, ágape; latín. caritas) puede asumirse como eje y polo referencial del entero conjunto doctrinal-práctico del mensaje cristiano. Comunión subraya lo entitativo; amor, lo dinámico. El Episcopado le agregó a comunión, como complemento, solidaridad, porque es- ha de ser reflejo y exigencia de aquella, cosa que se debe subrayar particularmente en la situación venezolana.
Comunión define lo que es Dios; señala el sentido de la creación y de la salvación; manifiesta el ser y la misión de Cristo y de su Iglesia, así como la función unificante del Espíritu Santo; da la razón del “mandamiento máximo”; declara la dinámica de la humanidad según el plan de Dios y la perfección de ésta en la plenitud del Reino.
La noción de comunión nos permite tener, entonces, un cuadro coherente, en el cual los diferentes elementos doctrinales y prácticos aparecen orgánicamente trabados, siguiendo una “lógica”, cuya raíz y fuente es Dios, Comunión Trinitaria, principio y fin de todas las cosas.
La línea teológico-pastoral armoniza e integra lo que el corpus conciliar expone. Pero su validez y su alcance van más allá. Estimo que el Episcopado y el CPV, siguiendo el ejemplo de Puebla (1979) al formular una LTP y, concretamente, la de comunión, han brindado un invalorable aporte a toda la Iglesia y su misión evangelizadora.
18.11.10
¿QUE BUSCA LA IGLESIA?
Ovidio Pérez Morales
Esta pregunta, puesta a la Iglesia en general, se podría responder lacónicamente con las últimas líneas del evangelio de Mateo (28,19-20). Allí, de modo sintético, se narra la misión que Jesús encomienda a los once discípulos, antes de dejar visiblemente este mundo.
Esa misión recibe el nombre de evangelización, la cual comprende desde el primer anuncio de la Buena Nueva hasta el diálogo con otros creyentes y también con los no creyentes, pasando por diversas tareas que despliegan el ser y quehacer de la Iglesia, hasta el retorno glorioso de Jesucristo.
La Iglesia en nuestro país ha tratado de concretar el cumplimiento de su misión en las coordenadas del presente nacional y sus perspectivas. Para ello congregó el Concilio Plenario de Venezuela (CPV), cuya solemne inauguración llegará al décimo aniversario el próximo viernes 26.
Dicho Concilio congregó, junto al Episcopado patrio, unas doscientas personas más, representantes de los distintos sectores de nuestra Iglesia (laicado, ministerio ordenado, vida consagrada), provenientes de los más diversos puntos de la geografía nacional.
Cuatro años duró la celebración del Concilio (2000-2006); del mismo salieron dieciséis documentos, elaborados según la metodología de ver-juzgar-actuar, y correspondientes a los distintos objetivos o dimensiones de la misión de la Iglesia.
La Conferencia Episcopal Venezolano acaba de subrayar la importancia del Concilio Plenario en su carta pastoral Sobre el Bicentenario de la Declaración de Independencia. Allí, luego de renovar el compromiso de la Iglesia “con la marcha actual y futura de la nación en la perspectiva de un desarrollo integral y de un genuino humanismo cristiano”, expresa que el CPV constituye “el fundamento de un proyecto evangelizador pastoral de gran alcance” para la renovación de la Iglesia “en función de un mejor servicio a nuestro pueblo”.
El corpus conciliar traza orientaciones y establece normas orientadas a que la Iglesia sea, en Cristo, cada vez más y mejor, signo e instrumento de la unidad (comunión) de los venezolanos con Dios y entre sí. En este sentido se propone impulsar una Iglesia más profética y santa, más solidaria y participativa, más inculturada y dialogante.
Entre las cosas particularmente significativas, el Concilio enfatiza: la fe como encuentro personal con Cristo, el carácter misionero de la Iglesia y de cada uno de sus miembros, la formación de la fe como proceso hacia una adultez cristiana, el protagonismo de los laicos, la inculturación del evangelio, la índole servicial del ministerio pastoral o jerárquico, el empeño de todos los creyentes en la construcción de una “nueva sociedad”.
Un gran logro del Concilio ha sido el contar con un núcleo referencial o eje vertebrador de todo lo planteado en lo doctrinal y lo práctico; es lo que se formuló como línea teológico-pastoral. A tal efecto asumió la categoría de comunión como noción armonizadora del conjunto de lo que se cree y se debe actuar. La comunión tiene su raíz, fuente y sentido en Dios mismo, que es único en trinidad (relación, compartir interpersonal).
¿Qué busca la Iglesia en Venezuela? Lo que ha precisado el Concilio Plenario. Esto explica por qué en la citada carta del Bicentenario, el Episcopado nacional dijo, refiriéndose al CPV: “Urge, por consiguiente, su puesta en práctica, decidida y responsable, a lo ancho y largo del país”.

domingo, 14 de noviembre de 2010

13.11.10
DIACONADO PERMANENTE: 40 AÑOS
Ovidio Pérez Morales
Acaba de cumplir cuarenta años el Directorio para la Restauración del Diaconado Permanente en Venezuela. Fue aprobado por la Conferencia Episcopal Venezolana en su asamblea del 29 de agosto de 1970. El Concilio Ecuménico Vaticano II (1962-1965) había abierto la puerta a esta forma de ministerio jerárquico en la Iglesia (en la parte conocida como occidental, latina). Con ello se podría contar en adelante también con clérigos casados, conservando un estilo de vida seglar (laico).
Un año después del Directorio, del 25 al 28 de octubre de 1971), se tuvo el Primer Encuentro Nacional sobre Diaconado Permanente en La Macarena, Los Teques. Paso consistente para la efectiva restauración del nuevo ministerio.
Memoria especial de tan importantes acontecimientos se acaba de hacer en el Encuentro Nacional de Diáconos Permanentes y Esposas, celebrado en Fuente Real, Otopúm, Barinas, del 9 al 12 del pasado mes de octubre.
El Concilio Plenario de Venezuela en su documento Obispos, Presbíteros y Diáconos al Servicio de una Iglesia Comunión dedica amplio espacio al ministerio diaconal permanente de acuerdo a la metodología seguida del ver-juzgar-actuar. El Desafío 5 del documento se identifica así: “Promover el diaconado permanente”.
Resulta particularmente oportuno traer aquí lo que hace cuarenta años se formuló como Introducción del Directorio: “La restauración del diaconado permanente puede considerarse como un valioso don del Espíritu Santo a la Iglesia de nuestro tiempo. Al aprobarlo el Vaticano II, atento a los signos de los tiempos, a las exigencias pastorales contemporáneas, y fiel a la riqueza ministerial de los orígenes de la Iglesia, abrió la puerta a un ministerio que ciertamente contribuirá a una pastoral más eficaz y, por ende, a una más salvadora presencia del Pueblo de Dios en el mundo”.
Es importante recordar aquí las dos razones que la Conferencia Episcopal Venezolan arguyó para decidir la restauración del Diaconado Permanente en el país: una teológica, la otra pastoral.
Razón teológica: se restablece así “efectivamente la trilogía obispo-presbiterio-diáconos que pertenece a la más primigenia estructura pastoral de la Iglesia. A este respecto se subraya la indudable raíz bíblica y se ofrecen significativos testimonios patrísticos. Conclusión: “La restauración se presenta, pues, como un acto de fidelidad de la Iglesia a su estructura jerárquica original”.
Razón pastoral: la restauración no es “una pura reconstitución arqueológica”, sino “respuesta eficaz del Pueblo de Dios a las exigencias actuales de su misión”. Se subraya “la urgencia de un incremento cualitativo y cuantitativo del Ministerio”. Vale la pena recordar aquí algunos de los señalamientos del Directorio: “numerosas comunidades rurales y densos sectores urbanos carecen de una efectiva presencia pastoral; de otro lado, los cambios operados en el mundo y en la Iglesia inducen la conveniencia de un tal ministerio que, por su pluriformidad y su aptitud para una más plena inserción en la vida de las comunidades, puede agilizar y hacer más eficaz la atención pastoral”. La argumentación dada entonces conserva plena actualidad; más aún, se ve reforzada en la presente situación histórico-cultural y eclesial.
El reciente Encuentro en Fuente Real genera mucha esperanza. El Diaconado Permanente es una realidad en crecimiento, que anima ahora a un fuerte relanzamiento de dicho ministerio en Venezuela.
Algo muy positivo que no podemos olvidar hoy es lo siguiente: la restauración del Diaconado Permanente está y debe estar acompañada por la promoción de los ministerios conferidos a laicos. De estos se ocupa el Concilio Plenario en varios de sus documentos; y en el de los laicos dispone: “Elabore y publique la Conferencia Episcopal Venezolana un plan y un directorio nacionales sobre los ministerios conferidos a laicos” (LCV 163)..
Puede decirse claramente que una nueva evangelización plantea, entre sus exigencias ineludibles, la restauración del Diaconado Permanente y la instauración de ministerios delegados a laicos. Todo ello requiere encuadrarse, por supuesto, en el marco de la conversión eclesiológica y pastoral postulada por el Concilio Plenario y Aparecida. Al respecto pueden verse, respectivamente, el documento La comunión en la vida de la Iglesia en Venezuela (No. 4) y el de la V Conferencia (No. 366).
Hace cuarenta años, a cinco de terminado el Vaticano II, se tomó una decisión con ilusión. Concluyendo la primera década del tercer milenio es preciso retomarla con redoblada firmeza y esperanza.
11.11.10
DECÁLOGO SOCIAL
Ovidio Pérez Morales
La Doctrina Social de la Iglesia (DSI) es un corpus dinámico, en continuo desarrollo, pues trata de seguir los signos de los tiempos. Se propone en apertura dialogal a todos los humanos de buena voluntad.
El Concilio Plenario de Venezuela (2000-2010) ha expuesto elementos fundamentales de la DSI, situándolos en la realidad del país. Los leemos en el documento La contribución de la Iglesia a la gestación de una nueva sociedad (CIGNS), el cual se debe interpretar en interrelación con los quince restantes y de modo particular con Evangelización de la cultura en Venezuela.
Podríamos sintetizar la DSI expuesta por el Concilio Plenario, en una especie de decálogo, que puede resultar útil en la actual coyuntura. Helo aquí:
1. Centralidad de la persona humana. Ésta es “el principio, el sujeto y fin de de todas las instituciones sociales” (CIGNS 93). Creada a imagen y semejanza de Dios. Vale por sí misma. Es fin, no medio; subjetividad-socialidad. Libre, con vocación de fraternidad.
2. Derechos humanos. Son innatos e inviolables; brotan de la dignidad y grandeza de la persona humana. Constituyen “el eje central de toda actividad y defensa y promoción en el ámbito social y ético-cultural” (CIGNS 108).
3. Opción preferencial por los pobres. Es la que hizo Jesucristo. Opción de comunión y solidaridad con los más débiles; los olvidados o ignorados; los oprimidos, marginados, excluidos, estigmatizados.
4. Bien común. Debe ser “el eje rector y ordenador de los bienes parciales, así como la meta de toda la actividad social, económica, política y cultural de la comunidad nacional” (CIGNS 96).
5. Solidaridad. Empeño por el bien común. Consecuencia de la socialidad e igualdad del ser humano. Postula la desaparición de las desigualdades y la superación de la pobreza. Impulsa la participación de todos en la vida de la sociedad (Ver CIGNS 103s).
6. Desarrollo humano integral. Pablo VI lo definió como el paso de cada ser humano y de todos, de condiciones de vida menos humanas, a condiciones más humanas (Ver CIGNS 100). La economía debe estar al servicio del hombre, integrada en su crecimiento personal, social, espiritual. Ésta debe ser la perspectiva de la globalización.
7. Trabajo humano. Primacía “del trabajo, es decir, del trabajador, sobre cualquier otro factor económico” (CIGNS 99). La persona como sujeto y origen de la actividad económica, debe ser el centro y el beneficiario de la misma.
8. Destino universal de los bienes. Están al servicio de todos y cada uno de los seres humanos. De allí la función social de la propiedad y lo que Juan Pablo expresó en Puebla (1979): “Sobre toda propiedad privada grava una hipoteca social” (CIGNS 88).
9. Subsidiaridad. Las personas, las familias y las comunidades pequeñas o menores han de conservar su capacidad de acción ordenándola al bien común; el Estado y las diversas ramas de éste, deben realizar sólo lo que aquellas no están en capacidad de ejecutar. (Ver CIGNS 106).
10. Democracia. Se está ante un serio desafío: “Ayudar a construir y consolidar la democracia, promoviendo la participación y organización ciudadana, así como el fortalecimiento de la sociedad civil” (3.2.4.)
Estas líneas han sido un intento de concisión en materia tan rica y tan urgente. La DSI se orienta a la construcción de una “nueva sociedad”, a la altura del ser humano, creado como existente libre, solidario, llamado a la comunión con Dios y fraterna.
xx

lunes, 18 de octubre de 2010

7.10.2010
IGLESIA DE LAICOS
Ovidio Pérez Morales
“Los signos de los tiempos muestran que el presente milenio será el del protagonismo de los laicos”. Lo dice el Concilio Plenario de Venezuela en su documento sobre El laico católico, al referirse a la participativa y progresiva presencia de éste en la Iglesia.
Esa afirmación conciliar, “pretensiosa”, ciertamente-, pero necesario indicador de renovación de la Iglesia en esta nueva etapa histórica, la hemos recordado bastante el pasado fin de semana en Calabozo, al constituirse allí el Consejo Arquidiocesano de Laicos, organismo orientado a la animación del protagonismo laical.
En la Iglesia se denomina “laico” (o seglar) a la persona integrada a ella por el bautismo. Este sacramento incorpora a quien lo recibe, al Pueblo de Dios, uniéndolo íntimamente a Cristo y haciéndolo partícipe de su misión evangelizadora. Por la fe y el bautismo se es-debe ser “cristiano” (léase “de Cristo”), con todo lo que esto comporta de dignidad y destinación.
La Iglesia está compuesta en su extra grande mayoría por laicos, es decir, por cristianos que tienen como propio, peculiar, su carácter “secular” (término que viene del latín seculum=siglo=mundo). Los laicos, inmersos en lo temporal, están llamados a transformar sus realidades (economía, política, cultura) según los valores humano-cristianos del evangelio. Esto los diferencia de los otros dos sectores de cristianos, que tienen sus correspondientes peculiaridades: el ministerio jerárquico (obispos, presbíteros y diáconos) prestan un especial servicio pastoral a las comunidades cristiana; y la “vida consagrada” (comúnmente, religiosos y religiosas), se caracteriza por una peculiar entrega a Dios y al prójimo.
El Concilio Plenario de Venezuela ha planteado algo que suena bastante extraño y para muchos, escandaloso: la necesidad de que los católicos experimentemos un cambio profundo (conversión) en nuestro modo de concebir e interpretar la Iglesia (=conversión eclesiológica). En efecto, a raíz de la ruptura cristiana del S. XVI, la noción y praxis de Iglesia, que se asumió y robusteció en el campo católico, se polarizó en lo institucional y jerárquico, con marcado acento clericalista; a los laicos se les asignaba un papel fundamentalmente pasivo, como simples destinatarios de la acción pastoral. De allí la identificación espontánea y generalizada: Iglesia= jerarquía, clero.
La noción renovada (genuinamente primitiva) de Iglesia no niega ni podría negar el ministerio jerárquico. Pero lo reubica, lo reinterpreta, como servicio necesario, de institución divina, para que el Pueblo de Dios, en su peregrinar, realice su vocación y ejerza su misión. Una concepción renovada de Iglesia (Eclesiología renovada) mira, subraya, primero lo común, lo que corresponde al conjunto cristiano; luego, sí, lo sectorial o peculiar (ministerial, laical, consagrado).
El cambio de una noción de Iglesia Jerarquía e Institución, a una Iglesia comunión- Pueblo de Dios, habrá de llevar a una praxis pastoral también de comunión. De verdadera participación y corresponsabilidad, en la que unidad no significa homogeneización sino armonización de las peculiaridades sectoriales.
Un cambio de este tipo, con una carga de siglos a cuestas, no se logra de un plumazo, ni por un puro decreto. Exige estudio, meditación; conjugar decisión y paciencia. Razonamiento y oración.
Iglesia de laicos equivale a decir: laicos protagonistas en una Iglesia comunión- Pueblo de Dios.

martes, 21 de septiembre de 2010

16. 9. 10
EL 26 DEFINIMOS NUESTRO FUTURO
Ovidio Pérez Morales
A quienes van al encuentro de las próximas elecciones con una actitud de indiferencia, neutralidad o abstención, es necesario y urgente recalcarles que el voto del 26 significa optar por: comunismo o democracia.
Cada uno tiene su propia conciencia como faro de decisión. La conciencia, sin embargo, debe abrirse, con diligencia y honestidad, a la verdad. Así la libertad podrá ejercerse con lucidez y responsabilidad. Y en situaciones particularmente delicadas como la presente venezolana, urge afinar éticamente esa conciencia y sensibilizarla respecto del bien común.
Entre los problemas que seriamente aquejan hoy a Venezuela están la inseguridad, la inflación-empobrecimiento, el deterioro de la producción y los servicios, el descenso en la calidad de la educación y de la convivencia ciudadana. Problemas que requieren también una interpretación, más honda, en perspectiva ético-cultural.
Hay un problema, con todo, que se muestra en el panorama nacional como el más grave, por su hondura, globalidad y consecuencias históricas. Se trata del proyecto oficial socialista, en ejecución.
A estas alturas no constituye ni exageración interesada, ni descubrimiento ingenioso, el afirmar que dicho socialismo equivale al clásico “socialismo real”. Es decir al comunismo (aunque en la ortodoxia marxista este último término se reserva para la fase culminante –paraíso terrenal- del socialismo.
Las próximas elecciones ponen en juego, en forma dilemática, la identidad del país en elementos fundamentales. ¿Cuál es la opción? ¿Un país en donde la justicia se busque en libertad, o en donde la libertad desaparezca para establecer una justicia irreal? ¿Una nación en donde la persona humana juegue el papel central que le corresponde, o en donde pase a ser simple función respecto de una ideología y un partido? ¿Una sociedad en donde los derechos humanos tengan consistencia, o en donde la “Revolución” prive sobre todo derecho? ¿Una Venezuela abierta a la trascendencia, o en donde los ídolos del Estado=Gobierno=Partido=Hiperlíder pretendan substituir a Dios?
Democracia es una forma societaria perfectible por su naturaleza misma. En ella pueden edificarse la justicia y la solidaridad, la unidad y la paz, en un marco de respeto y de libertad, valores indispensables todos estos para el logro de una sociedad mejor, una “nueva sociedad”.
Un verdadero dilema no permite escapatoria. De paso sea dicho que el actual dilema electoral, indeseado por la democracia, tiene su génesis en la concepción marxista-leninista misma. En efecto, es allí donde se concibe la historia y, consiguientemente, la dinámica social, en forma maniquea, fundamentalista, excluyente, segregacionista, totalitaria. De allí lemas absolutizantes como “Patria, Socialismo o Muerte”, que vemos exhibidos a-in-anticonstitucionalmente también en instalaciones del Estado venezolano. La democracia, al contrario, tolerante aun con los intolerantes, se plantea como marco político incluyente, relativo, plural.
El “no alineado”, que piense navegar tranquilo e intocado en las aguas de un sistema comunista, está dramática o trágicamente equivocado. Fidel Castro dixit.
Para el cristiano que quiera actuar en coherencia con su fe, la opción del 26 es clara. Como también para todas aquellas personas de cualquier credo o convicción, que anhelan una convivencia pacífica, plural, en la lógica-práctica de los derechos humanos.

sábado, 11 de septiembre de 2010

3.2.10
SUEÑO DE CONVIVENCIA
Ovidio Pérez Morales
Me fue sumamente grato encontrarme el pasado 28 de agosto en Washington, en el 47º aniversario del discurso de Martin Luther King: Tengo un sueño. Entonces, una muchedumbre que culminaba su marcha por empleos y libertad, escuchó las proféticas palabras del incansable protagonista del movimiento de los derechos civiles pronunciadas en las escalinatas del Lincoln Memorial. King permanece como Gandhi, ícono de la protesta no violenta o no violencia activa.
En este día aniversario hubo en la ciudad dos multitudinarias manifestaciones, contrastantes desde el punto de vista ideológico-político. Una, predominantemente de blancos –por cierto que entre los oradores resaltó la voz de una sobrina de M. L. King-, se desarrolló en el mismo lugar de la famosa proclama de 1963; la otra, sobre todo de gente de color, luego de pasar al lado de la primera, culminó su recorrido bastante cerca, donde se erigirá el King Memorial. Las dos concentraciones coincidieron, desde distintos ángulos, en exaltar la persona y el mensaje del líder de la justicia racial.
Algo que me impresionó muy positivamente de las dos concentraciones fue el respeto mutuo entre sus participantes. Y estamos hablando de centenares de miles de personas. Un ambiente pacífico, sin despliegue alguno manifiesto de fuerza pública, con ausencia patente de toda violencia verbal o física.
La fecha aniversaria me hizo volver, no sólo físicamente al lugar del histórico discurso, sino, sobre todo, espiritualmente, a una meditación sobre su contenido, que permanece actual en el reclamo válido contra toda discriminación y en favor de un compromiso efectivo por los derechos humanos, por la fraternidad.
“Tengo un sueño que un día esta nación se levantará y vivirá el verdadero sentido de su credo: mantenemos… que todos los hombres han sido creados iguales… Con esta fe, seremos capaces de extraer de la montaña de la desesperación una piedra de esperanza. Con esta fe seremos capaces de transformar los discordantes desencuentros de nuestra nación en una bella sinfonía de hermandad”. King, en coherencia con su fe cristiana –fue ministro bautista desde los 18 años- y en sincera comprensión de todo credo y convicción, orientó su acción a un encuentro sin fronteras. Todos los seres humanos son hijos de Dios y deben vivir, por tanto, en comunión, rompiendo cualquier barrera de discriminación, intolerancia, exclusión.

La fe en el origen y destinación comunes de los seres humanos, alimentó su firme esperanza, que lo llevó a un trabajo persistente por la libertad y la igualdad. Y como creyó en la humana fraternidad, encauzó su acción por el camino de la no violencia. No trató de aplastar y destruir al otro, sino de atraerlo, interpelarlo y presionarlo, por medios no violentos y acordes con su dignidad de persona, a una convivencia que a todos habría de dignificar. Su “sueño” no era inoperante fantasía, sino anhelo operativo. King –asesinado en 1968- tuvo la suerte de Gandhi. La de Cristo: “nadie tiene mayor amor, que el que da su vida por sus amigos” (Jn 15, 13).

¿Qué entraña el sueño de Martin Luther King para los venezolanos de hoy? Lograr que este país sea una casa, un hogar, para todos los nacidos en este país y para los se han sembrado en este suelo. Edificar una convivencia fraterna, no “a pesar de”, sino, precisamente con nuestras diferencias.

jueves, 19 de agosto de 2010

19.8.10
DEFINIR EL SOCIALISMO
Ovidio Pérez Morales
Alguien me pidió, por twitter, definir el socialismo. Me puso un serio problema. Por el laconismo obligante de ese medio de comunicación, unido a lo complejo de una tal definición. He decidido responder con las presentes líneas.
Cuando uno viene opinando desde hace unos cuantos años, siente no pocas veces la tentación de “plagiarse”. Porque en nuestro cambiante mundo, los seres humanos tienden a repetirse, reeditando sus historias.
Los obispos venezolanos y el socialismo, artículo publicado por mí en este mismo Diario, dieciséis años antes de la caída del Muro de Berlín, es una de esas piezas documentales críticas de museo, que pueden salir hoy campantes a relucir, porque ideas y políticas consideradas hasta poco jurásicas, pretenden aparecer up-to-date. Tal el caso del socialismo marxista. A continuación sintetizo lo expuesto entonces, con sus inevitables actualizaciones.
1. El término socialismo ofrece gran variedad de acepciones y, por ende, una innegable ambigüedad. Esto en la teoría y en la práctica. Por eso aquel vocablo dice mucho y no dice nada.
2. Un diálogo o una discusión sobre el socialismo exige una inicial definición de dicho multiforme término, para precisar la significación que concretamente se asume. Es decir, ¿de qué socialismo se está hablando?. Pues no es lo mismo, por ejemplo, el socialismo romántico, que el denominado democrático; el explicitado en la identificación de la U.R.S.S., que el llamado árabe; el monárquico-hereditario castrista y el collage que por ahora ofrece el PSUV, que el “africano” propuesto por un obispo en 1973 como solución para ese continente..
3. Las posiciones con respecto al socialismo varían necesariamente, por tanto, frente a lo que se entiende específicamente como tal. De manera que si se sinonimizase el término simplemente con responsabilidad social, búsqueda de justicia, promoción de solidaridad y valores por el estilo, no hay persona coherentemente humana y cristiana que no deba ser socialista.
4. Los obispos venezolanos han asumido en los últimos años una posición bien clara en relación a un socialismo muy preciso: el oficial Socialismo del Siglo XXI, inspirado en el castro comunismo y reedición del marxista-leninista-stalinista. El del lema “Patria, Socialismo o Muerte”.
5. El oficialismo para implantar su proyecto a un pueblo que mayoritariamente lo rechaza, juega con ambigüedades retóricas; por ello ha reaccionado duramente frente a la clarificación hecha por el Episcopado.
Uno de los derechos fundamentales de los seres humanos y de los pueblos es el de que no se les trate de engañar en cuestiones que tocan lo más definitorio de su destino; es el caso de las apelaciones al mensaje cristiano, para maquillar ideologías materialistas y sistemas totalitarios.
El próximo septiembre estamos llamados a ejercer nuestra responsabilidad ciudadana frente al futuro del país. Es preciso tener bien clara la alternativa real que se presenta. Frente a “Patria, Socialismo o Muerte” es preciso mantener muy firme esta positiva convicción: “Patria, Democracia y Vida”.
La celebración del Bicentenario de la Independencia nos interpela a todos a progresar en verdadera soberanía, genuina libertad, auténtica solidaridad. Asumiendo coherentemente el legado cristiano en el nuevo escenario pluralista y construyendo un nuevo modelo de sociedad, verdaderamente democrática y fraterna. De todos. Para todos.

jueves, 5 de agosto de 2010

5.8.10
EL ESPEJO DEL CARDENAL
Ovidio Pérez Morales
El Cardenal Jorge Urosa Savino no ha dicho nada nuevo al manifestar que “el Presidente Chávez quiere llevar al país por el camino del socialismo marxista”. Así se expresó el Arzobispo en su exposición ante la Asamblea Nacional el pasado 27 de julio.
¿Por qué nada nuevo? Una razón de gran peso es la que el Cardenal allí mismo explicitó: “el Presidente en varias ocasiones ha afirmado ser marxista, como lo hizo, por ejemplo en esta Asamblea el 15 de enero de 2010, y está decidido a convertir a Venezuela en un estado socialista”.
El Cardenal reafirmó su Declaración de Roma (7 de julio de 2010), en respuesta a los ataques del Jefe de Estado: “Pasando por encima de la Constitución Nacional, el Presidente y su gobierno quieren llevar al país por el camino del socialismo marxista, que copa todos los espacios, es totalitario, y conduce a una dictadura, ni siquiera del proletariado, sino de la cúpula que gobierna. Contrariando la voluntad popular, que el 2 de diciembre de 2007 rechazó la propuesta de reforma estatizante socialista de la Constitución Nacional, a través de leyes inconstitucionales se pretende implantar en Venezuela un régimen marxista, como abiertamente lo ha proclamado en repetidas ocasiones el Presidente. Tal conducta es inconstitucional e ilegal, pero sobre todo, atenta contra los derechos humanos, civiles y políticos de los venezolanos. El fracaso del socialismo marxista en otros países es más que evidente”.
Poco días después (12 de julio) de la Declaración de Roma, la Conferencia Episcopal Venezolana, reunida en asamblea plenaria, afirmó: “es absolutamente inaceptable la imposición de un Estado socialista que se inspira en el régimen comunista cubano y se ha venido concretando a través de leyes y hechos que desconocen la voluntad popular y la Constitución vigente” (Exhortación Democracia y participación: compromiso de todos).
¿Por qué hay molestia oficial ante la explicitación del Cardenal? Éste ha recogido, simplemente lo que se dice y hace todos los días en el sector oficial. Quién esté interesado en algo sistemático al respecto, puede leer las Bases Programáticas del PSUV y la respectiva Declaración de Principios. Y quien quiera algo más corto y audiovisual vean-oigan la publicitada “fraternidad” (los italianos dirían gemellaggio) castro-chavista.
Se esconde falazmente lo que orgánicamente se asume. Se quiere “construir el socialismo marxista”, que es el camino al comunismo, procurando que el común de la gente no se entere. De allí la presentación mercadotécnica de un “socialismo” de ribetes románticos, apelaciones éticas y préstamos a la Biblia, que intentan disfrazar el férreo propósito totalitario de la Nomenclatura. Las elecciones de septiembre recomiendan un adecuado maquillaje, que incluye el vetar la transmisión televisiva “oportuna y veraz” de la visita del Arzobispo a la Asamblea Nacional. Por cierto que el “manual de urbanidad” que ésta usó para tratar al Cardenal, constituye un signo patente de lo que el socialismo marxista piensa de la religión y quiere hacer con ella.
El electorado católico consciente sabe ya qué tiene como opción en septiembre.
El Cardenal ha puesto ante el oficialismo un espejo. Lo ha hecho como Pastor, que vive con preocupación la suerte del pueblo al que sirve. Porque no es lo mismo una convivencia en libertad, justicia y paz, que una masa manejada por una cúpula gobernante, de mentalidad- y- procedimiento totalitario.

viernes, 23 de julio de 2010

10.12.09
CHAVEZ PRO AMNISTIA
Ovidio Pérez Morales
La Iglesia en Venezuela ora a Dios y pide a los órganos competentes del Estado venezolano, lo mismo por lo que oró y pidió, hace un poco más de quince años: medidas de gracia para los presos políticos.
En estos días se ha desempolvado una carta fechada en San Francisco de Yare, 31 de julio de 1993, dirigida a mí, por entonces Presidente de la Conferencia Episcopal Venezolana. Está firmada por el Comandante MBR-200 Hugo Chávez Frías, junto con el Cap. Ronald José Blanco La Cruz y otros compañeros detenidos.
Las razones que allí se alegan para justificar una “Ley de Amnistía o sobreseimiento”, son idénticas a las que hoy la Iglesia arguye, para solicitar un tal género de medidas al firmante principal de la carta, hoy ciudadano Presidente de la República.
Dejo bien claro que al publicar estas líneas, en vísperas de la Navidad, lo hago, no en plan político controversial, sino por una neta motivación cristiana humanitaria. La misma que me movería, en un futuro hipotético, si solicitase medidas semejantes, en escenarios bien distintos del presente, que urgiesen una tal gestión.
La carta textualmente dice así: “
“El MOVIMIENTO BOLIVARIANO REVOLUCIONARIO 200, se honra en dirigirse a usted muy respetuosamente, con el propósito de agradecer la solidaridad y preocupación que ha tenido para con Venezuela y los profesionales militares y civiles involucrados en el pronunciamiento militar del 4 de febrero y 27 de noviembre del pasado año, al plantear ante el gobierno nacional y la colectividad en general, la imperiosa necesidad de la aprobación de la Ley de Amnistía o sobreseimiento por parte del Congreso Nacional o el Primer Magistrado de la República de Venezuela, respectivamente.
“Con la libertad de quienes nos encontramos en cada una de las “Cárceles de la dignidad”, como se ha hecho conocer ante el pueblo venezolano; es una fórmula para buscar la reconciliación, tranquilidad y paz social, y así poder frenar la grave crisis política que hoy atraviesa el país, con el deseo de encaminar hacia la confianza colectiva y la normalidad de Venezuela.
“Apreciado compatriota, sentimos y estamos seguros que la acción emprendida por usted y la de otros sectores de la vida nacional, ejercerá la presión necesaria para que mediante los mecanismos legales establecidos, se apruebe la Ley de Amnistía o sobreseimiento que es una aspiración general de todos los venezolanos, en este tiempo de crisis que vive la Nación.
“Sin otro particular a qué hacer referencia, quedamos de usted agradecidos con el sentimiento de la más alta y distinguida consideración y respeto.
“Atentamente,” Siguen firmas del Comandante Chávez y de otros seis militares.
No añadiré otra cosa. Dejemos que el profeta Isaías describa, en términos antropo-ecológicos, sus sueños sobre la paz de los tiempos mesiánicos, los cuales plásticamente representamos en nuestros pesebres, especialmente los que elaboramos con la más fresca evangélica “ingenuidad”: “Serán vecinos el lobo y el cordero, y el leopardo se echará con el cabrito, el novillo y el cachorro pacerán juntos, y un niño pequeño los conducirá. La vaca y la osa pacerán, juntas acostarán sus crías, el león, como los bueyes, comerá paja. Hurgará el niño de pecho en el agujero del áspid, y en la hura de la víbora el recién destetado meterá la mano. Nadie hará daño, nadie hará mal en todo mi santo Monte, porque la tierra estará llena de conocimiento de Yahvéh, como cubren las aguas el mar”.
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22.7.10
MARTIRIO EN SIGLO XXI
Ovidio Pérez Morales
Las persecuciones contra la Iglesia son cosa vieja. Y suelen actualizarse. El africano Tertuliano (160-240), apologista cristiano, acuñó en su tiempo la conocida sentencia: “La sangre de los mártires es semilla de cristianos”. Acotación: los perseguidores buscan en nuestro tiempo, no tanto derramar sangre de creyentes, cuanto excluirlos e intentar destruirlos moral y síquicamente.
Los términos martirio y mártir son calcados del griego y significan testimonio y testigo. Todo cristiano está llamado, en múltiples formas, a ser mártir de Jesucristo y de su Evangelio. Desde la cotidianidad del servicio prestado por amor, hasta el martirio en forma cruenta. Como discípulo fiel del primer mártir, que dio su vida por la liberación y unidad de toda la humanidad. Y quien advirtió: “Si me han perseguido a mí los perseguirán a ustedes… Bienaventurados los que padecen persecución por la justicia” (Jn 15, 20; Mt 5, 10).
En los tiempos de la embestida persecutoria del SS XXI resulta refrescante leer algo de las Actas de los mártires de los primeros tiempos del Cristianismo. Relatos sencillos y escuetos, que invitan a la coherencia fe-vida, sin aspavientos, pero con fortaleza; veamos a continuación uno de ellos.
Ubiquémonos en Cesarea de Palestina. Año 262, bajo el dominio del emperador romano Galiano.
Marino, oficial del ejército imperial, es decapitado por confesar su fe cristiana. Repasemos los antecedentes. Hallándose vacante un puesto de centurión –comandante de cien soldados- , a Marino le corresponde el ascenso. Un rival se presenta ante el tribunal con una grave acusación: Marino es cristiano y se niega a ofrecer sacrificios, a rendirle culto al emperador; según las leyes, no puede, por tanto, ser ascendido.
El juez interviene. Interroga a Marino por su religión, quien confiesa su condición cristiana. En juicio relámpago se le da al acusado un plazo de tres horas para reflexionar. Las Actas de los Mártires continúan así: “Al salir del tribunal, Marino se encontró con Teocteno, obispo de la ciudad, y entró en conversación con él. El obispo lo tomó de la mano y lo condujo a la iglesia. Allí el obispo entreabrió la capa del oficial, le indicó la espada que llevaba colgada y al mismo tiempo le presentó el libro de los santos evangelios, mandándole escoger entre los dos según su decisión. Sin titubear, Marino extendió la mano y tomó el libro divino. Entonces Teocteno lo exhortó: Mantente unido, muy unido a Dios; que él te conforte con su gracia y que alcances lo que has elegido. ¡Vete en paz!”.
Marino vuelve ante el juez, confiesa su fe ahora con mayor fervor. La conclusión viene rápida: Marino es conducido al suplicio y consuma su martirio.
Medito frecuentemente sobre el mensaje que nos hizo llegar Juan Pablo II en 1998: “El creyente que haya tomado seriamente en consideración la vocación cristiana, en la cual el martirio es una posibilidad anunciada ya por la Revelación, no puede excluir esta perspectiva en su propio horizonte existencial. Los dos mil años transcurridos desde el nacimiento de Cristo se caracterizan por el constante testimonio de los mártires. Además, este siglo que llega a su ocaso ha tenido un gran número de mártires, sobre todo a causa del nazismo, del comunismo y de las luchas raciales o tribales” (Bula Incarnationis mysterium sobre el Gran Jubileo de 2000, 13).
El cristianismo no es simple adhesión verbal. Es-ha de ser: opción fundamental. Vida. Martirio.
15.7.10
ESPIRITUALISMO VACIO
Ovidio Pérez Morales
Vivir según el Evangelio, en modo alguno significa caer en un espiritualismo vacío, en un intimismo religioso. En una religiosidad alienante. Cosas que desean aquellos que buscan excluir de la vida pública todo influjo real de los valores cristianos.
Quienes acusan a la religión, y en particular al cristianismo, de ser opio del pueblo, cuando llegan al poder quieren que aquella se convierta precisamente en eso. Es decir, que los creyentes no digan una palabra acerca de las implicaciones que la fidelidad a Cristo y su mensaje tienen en la organización de la convivencia social. Por eso, por ejemplo, cuando los pastores de la comunidad eclesial se pronunciar a favor de los derechos humanos, de la reconciliación, de la libertad, de la justicia y de la paz, los marxistas los acusan de entrometerse en lo que no les atañe.
“Los cristianos no pueden decir que aman, si ese amor no pasa por lo cotidiano de la vida y atraviesa toda la compleja organización social, política, económica y cultural”. Afirmación tajante del Concilio Plenario de Venezuela (CIGNS 90).
Para tener clara la doctrina católica en esta materia, reflexionemos un momento sobre la misión de la Iglesia. Si se nos pregunta ¿Cuál es esta misión?, la respuesta no se hace esperar: evangelizar. Ahora bien, si se nos repregunta ¿Y qué es evangelizar?, hemos de exponer los objetivos específicos o dimensiones de la evangelización.
Pues bien, las dimensiones de la evangelización, es decir, las tareas básicas de la misión de la Iglesia son seis:
1) Anunciar la buena nueva del amor de Dios manifestado en Cristo (Primer Anuncio o Kerygma).
2) Formar a los creyentes en la fe, para su viva y progresiva unión con Dios e integración en la Iglesia (Catequesis en su sentido más amplio);
3) Celebrar la buena nueva de liberación y unidad humano-divina e interhumana (Liturgia y oración).
4) Organizar la comunidad de la Iglesia, con sus carismas, ministerios y servicios (Comunidad Visible).
5) Contribuir a la edificación de la convivencia social según el Evangelio (Nueva Sociedad).
6) Dialogar con quienes no comparten la fe para fomentar la solidaridad y la paz (Diálogo).
Vemos, por tanto, que la tarea de edificar una nueva sociedad, una convivencia humana según los valores humano-cristianos del Evangelio, es una de las tareas básicas de la Iglesia y, por ende, de todos sus miembros, en colaboración con los hombres y mujeres de buena voluntad.
La vida cristiana necesariamente tiene que proyectarse y vivirse en las realidades de este mundo (economía, política, cultura), que, según el plan creador y salvador de Dios-Amor han de orientarse en un sentido liberador y unificante. Por ello, todo lo que se inscribe en la línea de la libertad y la justicia, de la solidaridad y la fraternidad, se encamina en esa dirección profundamente humanizante.
El Evangelio, la fe, la Iglesia tienen, por consiguiente, una condición y una misión ineludiblemente políticas, en cuanto son y deben ser anuncio, testimonio, realización, en este mundo (polis) concreto, de la buena nueva del amor de Dios, que se ha encarnado en Jesucristo y quien nos ha dejado como mandamiento máximo, el amor. Este amor ha de traducirse en entrega, alabanza, adoración a Dios, así como en compartir, fraternidad, comunión con el prójimo, especialmente el más necesitado. ¿Quién no percibe aquí las consecuencias que todo ello tiene respecto de la construcción de la sociedad humana en verdad, libertad, justicia, solidaridad, unidad y paz?
La vida cristiana ha de cultivar una honda espiritualidad, pero ésta no se identifica con un intimismo cerrado ni con un espiritualismo vacío. Tiene que ser amor encarnado. Espiritualidad de comunión, sólida, efectiva.
El cristianismo auténtico no forma gente alienada, sino comprometida con el mejor futuro de este mundo. Las promesas de “paraísos terrenos” sí son espejismos alienantes, como lo ha comprobado con creces –y dolorosamente- la historia. El cristiano, peregrino en este mundo, debe hacerlo digna morada de los seres humanos, en la esperanza de una plenitud final, don de Dios.

martes, 13 de julio de 2010

8.7.10
GRAVISIMO DILEMA ELECTORAL
Ovidio Pérez Morales
Con superlativo es preciso calificar el dilema. Semejante al planteado a la Italia de la inmediata posguerra: o anexarse al bloque comunista o incorporarse a la Europa en democratización.
A más de medio siglo de distancia resulta dolorosamente extraño que una tal alternativa reaparezca en Venezuela, donde muchos demuestran no haber aprendido de la historia lo terrible del “socialismo real”. No es la primera vez que humanos pongan a marchar el cronómetro al revés, aunque el tiempo, inevitablemente, siga hacia adelante. La extrañeza es todavía mayor en momentos bicentenarios de un acontecimiento de libertad.
Este 5 de Julio 2010 nos ha encontrado ante un proceso electoral, que puede calificarse de histórico, por lo que está en juego a dos siglos de la ruptura con la maltrecha Corona, cuando se inició la marcha de una accidentada emancipación.
Rafael Arráiz Lucca ha puesto de relieve el carácter exclusivamente civil del “proceso que va de 1808 al 5 de julio de 1811”, en artículo publicado en este Diario el pasado 4, que destacó también el papel emblemático de Juan Germán Roscio en los hechos fundacionales. El Episcopado venezolano había felizmente subrayado esa misma característica, en su carta pastoral Sobre el Bicentenario de la Declaración de Independencia de la República (12. 1. 2010): “Tanto el 19 de abril como el 5 de julio fueron dos acontecimientos en los que brilló la civilidad. La autoridad de la inteligencia, el diálogo, la firmeza y el coraje no tuvieron que recurrir al poder de las armas o a la fuerza y a la violencia”
El hermoso sueño de los fundadores de la República fue un proyecto –histórico al fin- imperfecto. Su realización se topó pronto con enfrentamientos fratricidas. La civilidad de los inicios contrasta con la recurrente belicosidad del recorrido republicano: secuencia de asonadas, golpes, guerras, enfrentamientos autodestructivos del más diverso género, que desangraron el cuerpo de la nación durante el siglo XIX. Aun en el “siglo de paz”, después de la Batalla de Ciudad Bolívar (21.6.1903), no estuvieron ausentes del panorama nacional hechos armados de significación, aunque las últimas décadas del XX parecieron consolidar la estructura pacífica y democrática de la nación. Las aspiraciones primordiales de los fundadores, de validez permanente, constituyen un llamado continuo a la conciencia del país. Y una punzante interpelación a la Venezuela de hoy.
Los inicios del nuevo siglo-milenio no han sido auspiciosos para nuestra patria. Si bien el país ya no está en guerra con la España monárquica, parece que lo estuviera consigo mismo. El aire que se inyecta desde el poder, es bélico; el lenguaje y los procedimientos oficiales, cuarteleros; los objetivos político-ideológicos que se trazan “desde arriba”, militares. El diálogo es sustituido por la orden. La diversidad por la hegemonía. La independencia por la sujeción. La democracia, por el totalitarismo.
Los anhelos de libertad y de paz de los fundadores de la República, sin embargo, no han muerto. Ni morirán. La opresión no tiene futuro. Por eso urge ahora robustecer el espíritu democrático y el sentido de fraternidad nacional. La esperanza activa. De cristianos y no cristianos, creyentes y no creyentes, se espera un compromiso efectivo.
La elección de septiembre es dilemática. Comunismo o democracia. Así de sencillo y gravísimo.

jueves, 1 de julio de 2010

28.6.2010
PROPIEDAD PRIVADA
Ovidio Pérez Morales
El tema de la propiedad privada se plantea entre nosotros con peculiar acento y máxima actualidad. En efecto, la política oficial, de explícita alineación marxista, acelera la estatización partidizada –falsa socialización- de los medios de producción y, en general, de toda propiedad significativa.
Es preciso enfatizar, como primer paso de reflexión, el carácter relativo de la propiedad privada. Esta no tiene sentido por sí misma, sino por su vinculación con el ser humano, a cuyo servicio se orienta. Dicha propiedad se explica y justifica, por tanto, en función de la persona, individual y grupalmente considerada, de su desarrollo integral y del bien común. De allí que se formule como principio básico: la función social de cualquier forma de posesión privada. Una frase del discurso inaugural de Juan Pablo II en la Conferencia de Puebla (1979) ha hecho bastante camino: “sobre toda propiedad privada grava una hipoteca social”.
En consecuencia, lo que interesa, real y definitivamente, es la persona humana y su comunidad histórica. Su dignidad, sus valores, el ejercicio de sus derechos fundamentales. Así se entiende la siguiente afirmación que subraya el Compendio de la Doctrina Social de la Iglesia, publicado por el Pontificio Consejo Justicia y Paz: “La tradición cristiana nunca ha aceptado el derecho a la propiedad privada como absoluto e intocable”. Sólo el ser humano, creado a imagen y semejanza de Dios, tiene categoría de fin. La propiedad se cataloga en el inventario de lo instrumental, en el ámbito de los medios.
Hay un principio clave y de larga tradición en la referida Doctrina Social, a saber, la destinación universal de los bienes, el cual tiene una particular resonancia en tiempos de globalización o mundialización. Ese principio funda sólidamente la opción preferencial por los pobres (personas, comunidades, pueblos) y sitúa articuladamente la propiedad privada y, en general, las diversas formas de propiedad, en el entramado social.
Ahora bien, caracterizada por su función social, su necesaria democratización y enmarcada en la destinación universal de los bienes, la propiedad privada se legitima en base al trabajo que la genera, la autonomía personal y familiar que propicia, la libertad que garantiza, la iniciativa y la responsabilidad que estimula en progreso individual y social. Por ello el referido Compendio afirma: “La propiedad privada es un elemento esencial de una política económica auténticamente social y democrática y es garantía de un recto orden social”.
Conviene repetir que no hay “un modelo cristiano” para el ordenamiento económico, político o cultural. Aquí se abre el campo a la creatividad. Cuando en medios cristianos se dice “ni capitalismo liberal ni socialismo marxista”, se quiere, simple pero seriamente, animar a la construcción de modelos, realistas y de previsible eficacia, que apunten a una “nueva sociedad” en la línea de un genuino humanismo. Los modelos correspondientes han de aprovechar al máximo la experiencia histórica e integrar, entre otros, justicia y libertad, productividad y solidaridad, iniciativa privada y función contralora-promocional del Estado.
En este campo se deben evitar los dogmatismos ideológicos y las involuciones históricas; los anacrónicos “mesianismos” y las tentaciones totalitarias. Cosas éstas paradójicamente presentadas como “novedades” en la Venezuela que celebra el Bicentenario de su Independencia.

jueves, 24 de junio de 2010

24.6.10
SER PARA LA COMUNION
Ovidio Pérez Morales
Uno de los mejores logros del Concilio Plenario de Venezuela (2000-2006) ha sido el poner de relieve el término comunión, como aglutinante y armonizador, en un conjunto orgánico, de todo lo que el cristiano cree (doctrina) y está llamado a realizar (moral, pastoral). Cosas que él considera válidas no sólo para su Iglesia, sino también para toda la humanidad, a la cual las ofrece como “buena nueva” e invitación.
Varios términos nos ayudan a comprender mejor lo que significa e implica comunión: unidad, participación, compartir.
En el relato que el primer capítulo del Génesis hace de la creación, leemos lo siguiente (versión Biblia de Jerusalén): “Hagamos al ser humano a nuestra imagen, como semejanza nuestra” v. 26). Esta expresión se entiende normalmente en el sentido de que el ser humano no sólo es cosa con las cosas y viviente con los vivientes, como los ya creados (vv. 1-25 del mismo capítulo), sino, también y principalmente, espíritu (inteligencia y voluntad), que lo convierte en interlocutor de Dios, como bien se manifiesta en la conversación que éste inaugura (vv. 28-30).
Hay, sin embargo, otro elemento capital en el ser corpóreo-espiritual creado a imagen y semejanza de Dios, a saber, su condición social. Ésta se muestra ya en la pareja que emerge, y significativamente por cierto, en diversidad sexual (“macho y hembra los creó”, v. 27). El ser humano puede ser definido entonces como “ser para la comunión”, para el encuentro, la comunicación, el diálogo. Persona, en bipolaridad de interioridad y alteridad.
Ahora bien, esta socialidad del ser humano refleja la de Dios mismo, que siendo único, no es un ente unipersonal aislado, sino encuentro de relaciones interpersonales, comunión, Trinidad. Esto justifica el que se hable de “familia divina”. “Dios es amor” (1 Jn 4, 16). Así se comprende por qué el plan divino, creativo-salvífico, respecto de la humanidad, es unificante, tendido hacia la comunión humano-divina e interhumana. Para realizar este plan, Dios Padre ha enviado a su Hijo al mundo (encarnación). Jesucristo constituye, así, el gran signo e instrumento (sacramento) de esa unidad universal, para cuya actuación asocia a la Iglesia, a la cual corresponde anunciar, celebrar y actuar significativamente la “buena nueva” de la comunión. Ésta, en realización ya en la historia, tendrá su plenitud “al final de los tiempos”, comienzo de lo definitivo “celestial”. El “Reino de Dios”, centro de la predicación de Jesús, consiste precisamente en ese designio unificante de Dios sobre la humanidad. Teilhard de Chardin subrayó, acertadamente, el sentido amorizante de la historia.
En esta lógica de comunión se entiende cómo la praxis cristiana tiene como núcleo y síntesis el amor (“mandamiento máximo”). Éste, horizonte y sentido de la libertad, teje la comunión y se identifica con ella. El amor ha de traducirse en alabanza a Dios y en solidaridad con el prójimo, especialmente el más débil, reconociendo en él la presencia de Cristo mismo.
En esta lógica se explica igualmente por qué la acción cristiana en el mundo ha de orientarse a la edificación de una “nueva sociedad”, caracterizada por la convivencia fraterna, la reconciliación, el encuentro, la paz.
Comunión, noción de raigambre bíblica, nos permite captar la organicidad del conjunto doctrinal y práctico del mensaje cristiano, que se ofrece en apertura dialogal a todos los seres humanos.

sábado, 19 de junio de 2010

17.6.10
ESPERANZA E HISTORIA
Ovidio Pérez Morales
En una interpretación cristiana de la historia, ésta aparece no como reino del azar sino como proyecto divino, que envuelve creación y redención en un único movimiento cristo-referencial. La historia no es un irremediable ciclo de generaciones y corrupciones, de eternos retornos; constituye una duración de acontecimientos únicos, que tiende hacia una plenitud definitiva. De modo semejante, el tiempo no es un fatum donde la persona se disuelve en intrincadas redes de determinismos y necesidades, sino duración calificada por la libertad humana, que si bien débil, es fortalecida y solicitada continuamente por la iniciativa dialogal divina.
El cristiano percibe la historia, en virtud de su fe, no como devenir secular librado a las solas capacidades y proyectos humanos, y cerrado en sí mismo. Por ello, entre otras cosas, excluye la visión dialéctico-materialista de la historia, al igual que el mito del progreso humano indefinido.
Para el cris¬tiano, en la historia se juega un sinergismo humano-divino y un proceso dialéctico trascendente. El hombre es responsable en un mundo que recibe como ámbito de libertad y como desafío a sus posibilidades y capacidades; pero no está solo en ese mundo, ni abandonado a su propia y simple suerte en el cosmos. Cuál sea el sentido último del hombre y de su historia, lo re¬cuerda el Concilio Vaticano II: “Todos los pueblos forman una co¬munidad, tienen un mismo origen, puesto que Dios hizo habitar a todo el género humano sobre la faz de la tierra (Cfr. Hch 17, 26), y tienen también el mismo fin último, que es Dios, cuya providencia, manifestación de bondad y designios de salvación se extienden a todos, hasta que se unan los elegidos en la ciudad santa...” (NA 1). El mismo Concilio afirma: “El Verbo de Dios, por quien todo fue hecho, se encarnó para que, Hombre perfecto, salvara a todos y recapitulara todas las cosas. El Señor es el fin de la historia humana, punto de convergencia hacia el cual tienden los deseos de la historia y de la civilización, centro de la humanidad, gozo del corazón humano y plenitud total de sus aspira¬ciones. Él es a quien el Padre resucitó, exaltó y colocó a su derecha, constituyéndolo juez de vivos y muertos. Vivificados y reunidos en su Espíritu, caminamos como peregrinos hacia la consumación de la historia humana, la cual coincide plenamente con su amoroso designio: Res¬taurar en Cristo todo lo que hay en el cielo y en la tierra (Ef 1, 10)” (GS, 45).
El cristiano no ignora la debilidad y la miseria humanas; las vive, así como también participa del dolor y de la muerte. Comparte igualmente las alegrías, expectativas y trabajos de sus hermanos los hombres en la búsqueda de un mundo mejor. La esperanza cristiana está llamada a consolar, acoger, animar, abrir a los seres humanos a perspectivas más amplias, serviciales y hermosas. El creyente sabe que “por Cristo y en Cristo se ilumina el enigma del dolor y de la muerte” (GS, 22f) y se comprenden y amplían las más altas esperanzas de la humanidad (GS, 21f).
Por ello la esperanza cristiana no se reduce al el éxito humano, ni desaparece ante el dolor y la muerte, porque sabe que la historia tiene su alfa y su omega en una opción amorosa de la libertad infinita. En esta per¬suasión procedía Pablo, para quien nada “podrá separarnos del amor de Dios manifestado en Cristo Jesús, nuestro Señor” (Rm 8, 39).
La perspectiva escatológica proyecta la historia en sentido trascendente. El tiempo del hom¬bre no es simple ilusión, “opinión”, o puro trampolín para fantasiosos anhelos. Es consistente tiempo de prueba, de decisión, interpelación y compromiso. Nada hay más alejado del Evangelio que una devaluación de la historia. El “intervalo” (entre la Ascensión y el retorno glorioso del Señor) es el “tiempo oportuno”, del testimonio, de la esperanza fructuosa, del servicio y del amor. San Pablo en su carta a los filipenses (4, 4-9) nos advierte que el tiempo de la espera es el espa¬cio para el trabajo servicial, la realización de los mejores valores, el agradecimiento y la oración.
La esperanza cristiana, antes que amortiguar el compromiso tem¬poral, lo estimula, pues el creyente sabe que ha de manifestar en el mundo la vida nueva del Evangelio y preparar así el regreso del Señor.

miércoles, 9 de junio de 2010

10.6.10
POLAR-IZAR TOTALITARI0
Ovidio Pérez Morales
El socialismo marxista (asumido por el SS XXI), postula dogmáticamente como suprema realización histórica el comunismo; en esta línea, formula y alienta, como dinámica del proceso social, la polarización conflictiva (de clases, ricos-pobres) tendiente a la eliminación de uno de los términos, para llegar así a la imposición exclusiva y excluyente del polo supuestamente de los pobres. Estos entrarían así, integrando a todos los humanos, al reino de la libertad, de la felicidad.
La lucha actual del Gobierno contra la Polar reviste, en este sentido, un carácter paradigmático, altamente simbólico y muy estimulante en perspectiva de la “Revolución”. Se iza dicha empresa como bandera-ícono de lo que se trata de eliminar, para el establecimiento del Socialismo- aurora del Comunismo (así, con mayúscula, porque se los absolutiza). De allí la justificación de una serie de medidas persecutorias, sin importar, por supuesto, que vayan en contra de la actual constitución (así, “minusculizada”), dada su funcionalidad respecto del “Proceso” socializante, sacralizado por la Ideología.
En una lógica democrática o de eficiencia económica y social, se consideran un grave daño los efectos de una tal confrontación (desempleo, desabastecimiento, inflación, decrecimiento, corruptela burocrática y otros). En una lógica socialista-marxista, sin embargo, se estiman como grandes logros, en cuanto desmontan la propiedad privada, desarticulan el movimiento obrero autónomo, acaban con la pluralidad de ofertas, fortaleciendo de tal modo la planificación y administración centralizadas del Estado monopólico (estructurado en la pirámide ascendente Gobierno- Partido- Hiperlíder).
Lo más dramático o trágico de esta polarización bélica empujada por el sector oficial y asumida doctrinalmente como necesaria y obligante, es el deterioro de la calidad de la vida del venezolano, en sus varias dimensiones. La razón es que el real bienestar de la gente no cuenta. La suerte de los pobres, antes que interesar por sí misma, se convierte en función respecto de la validación de una doctrina, la realización de un proyecto político-ideológico, que, histórica y previsiblemente, terminan en la imposición totalitaria de una nomenklatura o nueva clase comandada por un hiperlíder omnisciente y omnipotente.
Oficialmente, entonces, todo se explica y se justifica todo, también los errores más crasos, ya achacándolos a conspiraciones contrarrevolucionarias, ya considerándolas como inevitables sombras en el luminoso camino de la Revolución. Se llega hasta edulcorar la pobreza, tergiversando maliciosamente textos bíblicos, en tanto que la “nueva clase” se rodea de anillos de seguridad, abulta sus presupuestos y aumenta sus privilegios. La caída del PIB, los índices económicos negativos macro y micro, los cortes de luz-agua, las colas para adquirir la enflaquecida cesta básica y otras minucias, parecen no quitar el sueño a quienes tienen el poder y buscan mantenerlo y acrecentarlo.
Para un sistema socialista-marxista (comunista), el que la gente sea más pobre, más desvalida, más temerosa, más dependiente, más insegura, ¡tanto mejor! Así se la somete y maneja con mayor facilidad. Basta cruzar el “mar de la felicidad” para comprobarlo.
Hemos de ser muy lúcidos en interpretar la realidad, pues el país nos exige hoy un servicio de reconstrucción nacional muy esforzado, generoso, eficaz y esperanzado. Y, para ello, superar la presente polarización.

sábado, 5 de junio de 2010

3.5.10
A DIEZ AÑOS DE CONCILIO PLENARIO
Ovidio Pérez Morales
Este año se cumple el primer decenio de la solemne inauguración del Concilio Plenario de Venezuela, el primero en los cinco siglos de evangelización de nuestro país. El 26 de noviembre de 2000, en pleno puente de siglos y milenios, comenzó ese trascendental encuentro llamado a concretizar la “nueva evangelización” de nuestro pueblo.
El marco histórico del Concilio Plenario no ha podido ser menos desafiante. En medio de un salto histórico-cultural de la ecumene, en pleno Bimilenario de la Encarnación del Hijo de Dios, y todavía fresco el V Centenario del anuncio de su buena nueva en el Continente. En Venezuela, prácticamente coincidiendo con los quinientos años de la primera siembra del Evangelio en esta “tierra de gracia”, se estaba en los comienzos de un “proceso revolucionario” de índole socialista-marxista contrario a nuestra genuina identidad nacional y a un auténtico humanismo.
El Concilio inició sus reuniones tras cuatro años de preparación. Sus sesiones de trabajo se prolongaron por un sexenio. La participación fue amplia. Y no sólo por parte de quienes se congregaron en el encuentro sinodal: una doscientas cincuenta personas pertenecientes a los tres sectores del Pueblo de Dios, de las cuales una cuarentena de obispos.
Resultado visible del Concilio Plenario: un corpus de diez y seis documentos contentivos de un Ver-Juzgar-Actuar relativo a las varias tareas fundamentales de la misión de la Iglesia, que es la evangelización.
¿Importancia del Concilio? La acaba de subrayar la Conferencia Episcopal Venezolana: “nuestra Iglesia cuenta con un conjunto doctrinal sólido proporcionado por el Concilio Plenario de Venezuela, el cual constituye el fundamento de un proyecto evangelizador pastoral de gran alcance para su renovación en función de un mejor servicio a nuestro pueblo. Urge, por consiguiente, su puesta en práctica, decidida y responsable, a lo ancho y largo del país” (Carta Pastoral Sobre el Bicentenario de la Declaración de Independencia de la República, 12 de Enero de 2010).
El Concilio Plenario clausuró sus sesiones el 7 de Octubre de 2006. Sus decisiones entraron en vigencia el 6 de Enero del año siguiente. Cinco meses después tuvo lugar en Aparecida (Brasil) la V Conferencia General del Episcopado Latinoamericano y del Caribe (13-31 de mayo de 2007). Para nosotros, en Venezuela, esta Conferencia ha venido a confirmar, reforzar y, en algunos puntos, a enriquecer el Concilio Plenario, el cual queda, en palabras de nuestro Episcopado, como “el fundamento” del proyecto pastoral de la Iglesia en Venezuela para los próximos años y décadas.
¿Qué estamos haciendo y nos proponemos hacer del Concilio Plenario? Es una pregunta bien interpelante para toda nuestra Iglesia. Los Obispos venezolanos en la citada Carta Pastoral han expresado: “como Pastores manifestamos nuestra decisión de impulsar una decidida puesta en práctica de las decisiones conciliares”. Pero la aplicación del Concilio no es cuestión de los solos Obispos. Concierne a todo el Pueblo de Dios, que peregrina en Venezuela, en virtud de la corresponsabilidad de todos los ciudadanos de ese Pueblo, como bautizados y creyentes. Alguien dijo, y muy certeramente, al concluir el Concilio: “¿A quien toca aplicarlo? A mí, aquí y ahora”. Este “a mí” tiene que personalizarlo todo(a) laico(a), consagrado(a) y ministro ordenado, que sienta en lo vivo de su espíritu y de su sangre la misión evangelizadora encomendada por el Señor y conferida en el bautismo.
A diez años de iniciado el Concilio urge robustecer y, donde sea necesario, lanzar la puesta en práctica del Concilio. Algo que la situación nacional, con su agravarse, exige todavía más. Pero no nos sentemos a esperar que nos pongan la mesa servida para ocuparnos del asunto. Tratándose de algo tan decisivo para la Iglesia y tan importante para el país, cada quien ha de tomar la iniciativa para conocer, profundizar y aplicar el Concilio. Por cierto que la mayor parte de lo él recomienda o pide, no necesita de ninguna decisión a nivel superior para ser puesta en práctica. Esto lo digo pensando de modo especial en los laicos (quienes, de paso sea dicho) constituyen la extra grande mayoría o casi totalidad de los miembros de la Iglesia.
El Episcopado venezolano, luego de referirse al compromiso de la Iglesia (comunidad y miembros) con respecto a la construcción y reconstrucción del país, enfatiza: en la puesta en práctica del Concilio Plenario “está en juego todo lo relativo a valores como la defensa y promoción de los derechos humanos; lo tocante a la superación del empobrecimiento, la exclusión y las hegemonías, mediante la promoción de la justicia, la participación y la subsidiaridad; así como el fortalecimiento de la democracia y la sociedad pluralista, la educación libre hacia un desarrollo compartido y el dinamismo cultural orientado a una calidad espiritual de vida”.
El Concilio busca, integralmente, promover la comunión con Dios y la comunión-solidaridad con los hermanos, el encuentro vivo con Jesucristo y la fraternidad con el prójimo que lo “presencializa” en nuestro mundo concreto. Por ello, la aplicación del Concilio interesa no sólo a la Iglesia, sino también a la entera nación, con la variedad de confesiones y convicciones que comprende.

viernes, 28 de mayo de 2010

27.5.10
GRATUIDAD PARA NUEVA SOCIEDAD
Ovidio Pérez Morales
El término “nueva sociedad” designa otro “tipo” de convivencia social, que corresponda más y mejor a lo que requiere la comunidad humana. Y entre los factores (valores) que se explicitan al perfilarla, destacan la justicia y la libertad, los Derechos Humanos.
La “nueva sociedad” no puede pensarse como un punto terminal histórico; es, en efecto, un horizonte, que progresivamente se alarga en metas y exigencias, aprovechando la experiencia (logros y frustraciones) y la reflexión del homo viator (el humano caminante).
Ahora bien, a la hora de precisar formas y estructuras de la convivencia por alcanzar, se manifiestan filosofías e ideologías, concepciones diversas de la vida, con sus correspondientes proyectos societarios. Adam Smith y Marx, por ejemplo, abren, en perspectiva económica, caminos distintos. De modo semejante corrientes espiritualistas orientales y utilitarismos de corte occidental despliegan escenarios contrastantes en cuanto al sentido del perfeccionamiento humano. En el Evangelio, los cristianos encontramos, por supuesto, principios y orientaciones, valores y motivaciones relativos a la edificación de esa “nueva sociedad” (civilización del amor). Y no sobra repetir que el incansable molino de la historia es permanente trituradora y/o mezcladora de especulaciones y diseños, forzando así una permanente generación de novedades.
Un factor que debe ser incluido en la concepción y construcción de esa “sociedad deseable” es la gratuidad, la cual ofrece un ícono patente en nuestro tiempo: Teresa de Calcuta. Invita a todos, cualesquiera sean los campos en que se muevan y sus situaciones personales, a obrar no simplemente por la ganancia económica, el mantenimiento o aumento del poder (político o de otra índole), el prestigio y culto de la propia imagen, el placer de los sentidos. De Jesús es la frase: “Mayor felicidad hay en dar que en recibir” (Hechos 20, 35)
La gratuidad supone la justicia e implica, junto con la solidaridad (que es empeño por el bien común, por el bien de todos y cada uno), variadas formas de sensibilidad humana y también de delicadeza ecológica. El Evangelio invita a ir todavía más allá, abriendo la gratuidad a fascinantes, escandalosas y trascendentes exigencias. Es la razón de por qué, para muchos, resulta risible y chocante el Sermón de la Montaña. Éste llama e interpela hacia la com-pasión y la misericordia, el perdón y la reconciliación, el amor a los enemigos. La medida de la gratuidad evangélica es como un tonel sin fondo, porque tiene como modelo el amor de Cristo, la caridad de Dios.
La gratuidad, además de impregnar el relacionamiento interpersonal, comunitario, ha de abrirse espacio también en el ámbito organizacional y empresarial, para hacer más perceptibles y eficaces, la fraternidad y el amor en nuestro mundo concreto. Por eso, hoy, términos como economía de gratuidad, economía de comunión, no son sólo palabras y romántico fantaseo, sino búsqueda y trabajo serios y realistas.
De Benedicto XVI es esta afirmación: la economía globalizada parece privilegiar la lógica del intercambio contractual; pero tiene necesidad de otras dos: la de la política y la de la gratuidad (Véase Caritas in Veritate 37). La economía exige acompañarse de ética y de mística. Por el bien de toda la sociedad. ¡Y de ella misma!
Una “nueva sociedad” es impensable sin gratuidad, que es don sin contraprestación.

sábado, 22 de mayo de 2010

20.5.10
SUBSIDIARIDAD FRENTE A ESTATIZACION
Ovidio Pérez Morales

En la lógica estatizante del proyecto comunista “Socialismo del S.XXI” está en marcha una desenfrenada carrera oficial para absorber las más diversas obras y empresas que están en manos de particulares (individuos, grupos, asociaciones).
No se trata aquí, propiamente hablando, de una “socialización” o “colectivización”, sino de un monopolio del Estado, entendido como control gubernamental de sentido ideológico-partidista, con su polarización última en el “líder supremo”.
Lo predominante en todo este proceso centralizador no es, en definitiva, la suerte de la gente y, en particular de los trabajadores y de los pobres, a quienes se los exhibe como bandera, sino el fortalecimiento del poder hegemónico. Porque, ya de entrada, a los ciudadanos se los considera, de facto, como simples súbditos, para dividirlos, de inmediato, en partidarios/enemigos, según la adhesión/disenso con respecto al proyecto oficial (“Revolución”).
Frente a una concepción estatizante, que prioriza así una total centralización, es preciso reafirmar y defender la subsidiaridad, uno de los principios fundamentales que debe regir una sociedad personalizante, y, por ende, promotora de sujetividad y comunitariedad. Con todo lo que esto conlleva de corresponsabilidad y participación.
El principio de subsidiaridad figura, por tanto, “entre las directrices más constantes y características de la doctrina social de la Iglesia”, como lo enfatizan el Compendio de la misma, publicado por el Pontificio Consejo Justicia y Paz (2004), y el documento La contribución de la Iglesia a la gestación de una nueva sociedad (2006) del Concilio Plenario de Venezuela.
El Compendio describe así la subsidiaridad: “Conforme a este principio, todas las sociedades de orden superior deben ponerse en una actitud de ayuda (subsidium) –por tanto de apoyo, promoción, desarrollo- respecto de las menores” (No 186).
Caricaturizando este principio se lo podría formular así: el pez grande respalda al chico.
Los cuerpos sociales intermedios están llamados a actuar, sin ceder indebidamente sus funciones a otros superiores. De lo contrario, éstos terminarían por debilitarlos o eliminarlos, contrariando su dignidad propia y afectando su espacio vital. Por su parte, los cuerpos superiores tienen que reconocer y apoyar a sus “inferiores”, nunca minusvalorarlos o excluirlos. Pensemos, por ejemplo, en lo que significa la adecuada relación entre una comunidad pequeña o una asociación de vecinos y su alcaldía, y entre ésta y la respectiva gobernación. Lo que puede hacer la base no tiene porqué asumirlo la cúpula.
El principio de subsidiaridad concreta en el plano operativo la primacía que se debe dar a la persona y a sus organizaciones inmediatas o próximas, a los cuerpos intermedios, en el proceso social. La aplicación coherente de dicho principio concreta de modo efectivo la democracia en los distintos ámbitos del quehacer social.
Resulta particularmente oportuno insistir en la subsidiaridad, cuando en el país se busca desarrollar un “poder comunal”. Un tal poder, manejado en el marco de la Constitución y en concordancia con las exigencias de una auténtica subsidiaridad, puede constituir una valiosa herramienta de desarrollo integral de la nación. De otro modo se convertirá en una simple correa de transmisión del poder centralizado.
La subsidiaridad funciona con un Estado promotor. Se paraliza con uno totalitario.

jueves, 13 de mayo de 2010

13.5.10
NUEVA JERUSALEN DE MARX
Ovidio Pérez Morales
La Biblia se abre con un drama de profundas repercusiones históricas. El relato (Génesis 1-3), rico en símbolos, luego de narrar la libre decisión creativa, refiere una ruptura (caída) original y originante, que busca explicar la condición conflictiva del ser humano y el claroscuro dialéctico de su peregrinar histórico.
Esa misma Escritura se cierra con el Apocalipsis, cuyos dos últimos capítulos, bajo la figura de la Nueva Jerusalén, describen la consumación de la historia con el inicio de una “duración” definitiva, que será la plena comunión interhumana y humano-divina. “Un cielo nuevo y una tierra nueva”, sin lágrimas ni fatigas, ni llantos ni muerte, “porque el mundo viejo ha pasado”.
En el credo cristiano son básicos estos dos polos referenciales. Ellos constituyen r el fundamento sólido y exigente, tanto de un compromiso constructivo en la ciudad presente, como de una indeclinable esperanza de la ciudad futura.
Un número muy interesante de la encíclica de Benedicto XVI sobre la esperanza (Spe Salvi del 30.11.2007), es el 21. Allí el Papa hace referencia a la Nueva Jerusalén de Marx. Éste proclama también una consumación de la historia, consistente en una perfecta unidad interhumana (comunismo), como fruto, en definitiva, de la “socialización” de los medios de producción. Resulta atractivo leer las profecías “científicas” descriptivas de este “happy end” en los manuales marxistas (los hay clásicos como el de F.V.Konstantinov). Ese final-indefinido será: expresión superior, culminante, del humanismo; trabajo convertido en la primera necesidad vital; sociedad dotada de “una abundancia de toda clase de bienes materiales y espirituales”; plena vigencia del principio “de cada uno, según su capacidad; a cada uno, según sus necesidades”. Final que es afirmación de “fe” y de “esperanza”, intramundanas, las cuales recogen hondas y sentidas aspiraciones humanas y tratan de realizar innegables valores. Pero…
La implantación del “socialismo real” ha manifestado “el error fundamental de Marx”, según expresa el Papa. Gravísimo vacío, pudiera también decirse. En modo fatalista y cuasi mecanicista, Marx proclama una Nueva Jerusalén, pero sin decir nada acerca del cómo (mediaciones) de su estructuración. Supone simplemente que solucionado el desarreglo económico (cabría decir: absuelto el “pecado original” de la propiedad privada de los medios de producción), lo demás (lo político y lo ético-cultural) vendrá por añadidura. La “añadidura”, sin embargo, ha sido desastrosa.
En la base –irreparable- del desastre está la índole materialista del edificio marxista, cuya correspondiente antropología olvida, nada más ni nada menos, al antropos integral y concreto. La plenitud apocalíptica marxista desconoce el drama genesíaco. Koba el Temible de Martin Amis ofrece, lamentablemente, no pocos elementos para una antropología del “socialismo real”.
El “hombre nuevo” marxista, no sabe de pecados capitales, ni del porqué del Decálogo. Por ello, esa antropología ahístórica desemboca en gulags siberianos y en nomenclaturas vitalicias caribeñas.
Al ser humano no se lo puede componer simplemente desde afuera. Y su idolización termina siempre –como en el relato genesíaco- en la triste experiencia de la propia desnudez.
La crítica al marxismo no puede ignorar las injusticias que éste busca superar, ni destruir totalmente su parte válida de utopía. Con todo, la Nueva Jerusalén será logro humano, sí, pero, fundamental y radicalmente, don de Dios.

miércoles, 5 de mayo de 2010

Concilio en Bicentenario

6.5.10
CONCILIO EN BICENTENARIO
Ovidio Pérez Morales
Particular significación entraña el fuerte relanzamiento que el Episcopado nacional ha decidido dar al Concilio Plenario de Venezuela (CPV), en cuanto a su efectiva aplicación.
La reciente Carta Pastoral de la Conferencia Episcopal Sobre el Bicentenario de la Declaración de Independencia de la República, luego de renovar el compromiso eclesial con el desarrollo integral de la naciónen una línea de humanismo cristiano, afirma que nuestra Iglesia cuenta con el conjunto doctrinal sólido del Concilio Plenario, al cual define como “fundamento de un proyecto evangelizador pastoral de gran alcance” para renovar a la Iglesia y servir mejor al país.
¿Conclusión sobre el Concilio Plenario? El Episcopado la enfatiza: “Urge, por consiguiente, su puesta en práctica, decidida y responsable, a lo ancho y largo del país (No. 40).
Con respecto al aporte eclesial a la construcción y reconstrucción de la República en justicia, libertad y fraternidad, se destacan dos documentos conciliares: La contribución de la Iglesia a la gestación de una nueva sociedad y Evangelización de la cultura en Venezuela. Aquél aporte se lo entiende conjugado al de todos los hombres y mujeres de buena voluntad de este país, que se entiende como hogar común, en cuyo cuido, bienestar y progreso nadie puede quedar o considerarse excluido.
Un poco más adelante los Obispos remachan su clara determinación de “impulsar una decidida puesta en práctica de las orientaciones conciliares”. Y, teniendo muy presente la situación nacional, justifican esta decisión: “En ello está en juego todo lo relativo a valores como la defensa y promoción de los derechos humanos; lo tocante a la superación del empobrecimiento, la exclusión y las hegemonías, mediante la promoción de la justicia, la participación y la subsidiaridad; así como el fortalecimiento de la democracia y la sociedad pluralista, la educación libre hacia un desarrollo compartido y el dinamismo cultural orientado a una calidad espiritual de vida (No. 43).
El Concilio Plenario en sus 16 documentos aborda todos objetivos específicos o dimensiones de la misión de la Iglesia, que es la evangelización. Por tanto, desde el primer anuncio del evangelio hasta el diálogo ecuménico e interreligioso, así como la contribución para construir una nueva sociedad, pasando por la formación de la fe, la liturgia y la organización de la comunidad visible eclesial. Por ello el cuerpo documental conciliar, fundamenta un gran proyecto pastoral, de nueva evangelización, hacia el interior de la Iglesia y de ésta hacia la entera sociedad.
Para la Iglesia en Venezuela la puesta en práctica del Concilio Plenario, sin dilación y de modo efectivo, no es, por tanto, algo optativo ni secundario. Constituye una tarea prioritaria en la que se juega su credibilidad y su eficacia evangelizadora, desde ya y en los próximos años y décadas.
Especialmente en tiempos en que se proyecta “refundar” el país en base a principios y criterios incompatibles con una genuina concepción humanista y cristiana, el Concilio Plenario impulsa a un auténtico progreso de nuestro pueblo en el genuino sentido del Evangelio.
Para terminar, me complace comunicar la buena noticia de que la Universidad Católica “Cecilio Acosta” de Maracaibo, pondrá en Internet, a disposición de la Iglesia y del país, la documentación conciliar para su utilización interactiva. Además facilitará, mediante CDs, el mayor y mejor aprovechamiento del corpus conciliar.
Aplicar el CPV: excelente labor para una constructiva celebración bicentenaria.

jueves, 29 de abril de 2010

IGLESIA EN LA REPÚBLICA

Artículo 29.4.2010
IGLESIA EN LA REPUBLICA
Ovidio Pérez Morales

Desde 1498 la Iglesia ha estado íntimamente presente en el devenir venezolano.
La fe católica penetró el espíritu nacional hasta convertirse en un signo de identidad, que los fundadores de la República reflejaron en los documentos constituyentes. Luego se irán integrando otras confesiones y convicciones, manteniéndose, con todo, la adhesión mayoritaria católica de nuestro pueblo, en un marco de fluido respeto y diálogo.
Situaciones críticas no le han faltado a las instituciones de la Iglesia católica en el período republicano. Ejemplos: cuando el país se inauguró como independiente en 1830, el usurpado Patronato Eclesiástico llevó a los obispos al exilio. Con Guzmán Blanco el laicismo-cesaropapista llegó al clímax: destierro de obispos, arrasamiento de conventos, cierre de seminarios, aparte de leyes dirigidas al cerco administrativo y jurisdiccional de la jerarquía. Un testimonio patente de la postración institucional de la Iglesia y las penurias en su actividad apostólica en el cruce de siglos XIX-XX, lo ofrece la comunicación dirigida por los Obispos al Presidente Dr. J.P. Rojas Paúl (26.9. 1889).
No podrían omitirse en un análisis de los roces Iglesia-Estado durante el siglo XIX, las fallas operativas de la jerarquía misma, como tampoco el débil bagaje doctrinal y pastoral de la Iglesia para abordar adecuadamente la modernidad y sus nuevos tiempos laicos, liberales, democráticos. El renovador Concilio Vaticano II se tuvo apenas en los 60´ del siglo siguiente.
Los tiempos “serenos” del Gomecismo registran prisión y muerte de algunos sacerdotes, un decreto (no puesto en práctica) de expulsión del Episcopado, el ostracismo del Obispo de Valencia –futuro mártir del régimen nazi- . El trienio postoctubrista (1945-1948) encrespó las aguas (por el Decreto 321 y otras causas). La década “militar” inaugurada con la caída de don Rómulo Gallegos experimentó un in crescendo en distanciamientos y tensiones, que llegaron con la carta pastoral de Monseñor Arias Blanco del 57´ a un choque frontal con la dictadura.
La Iglesia se comprometió muy decididamente en pro de la convivencia democrática durante la etapa que se inició el 23 de Enero de 1958, en la perspectiva de su misión evangelizadora, con sentido crítico, promoviendo siempre el bien del país y el mayor servicio a los más débiles. Para conocer la mente y la acción del Episcopado a partir de esa fecha hasta 2007 es fundamental acudir a Compañeros de camino, tres volúmes de documentos compilados y presentados por los obispos Baltazar Porras Cardozo (I-II) y José Luis Azuaje (III).
La amplia Declaración de la Conferencia Episcopal Venezolana a los treinta años del 23 de enero de 1958 (12.1.98) advierte algo que, a poco más de veinte años de distancia de 1988, resuena con peculiar acento: “Muy distinto habría sido nuestro proceso democrático, y otra la situación actual, si quienes han conducido los diversos órdenes de la vida nacional, hubieran escuchado y puesto en práctica las orientaciones, que, desde el Evangelio, comunicábamos a los hijos de la Iglesia y a todos los venezolanos” (No. 3.6).
Una Declaración del Episcopado a inicios del crucial ´98, luego de subrayar algunas tareas nacionales apremiantes, enfatizó: “la democracia como sistema político no es negociable”
La Iglesia fue lanzada a la historia para evangelizar. Esto le exige enseñar, aportar; pero también aprender, recibir. En la línea del mandamiento máximo.

ENTREVISTA A EL NACIONAL

ENTREVISTA A OVIDIO PEREZ MORALES POR MILAGROS SOCORRO PUBLICADA EN EL DIARIO “EL NACIONAL” DE CARACAS EL 25 ABRIL 2010

Monseñor Ovidio Pérez Morales insta al Gobierno a retomar la Constitución

“Venezuela padece una ineficaz, ineficiente y dolosa gestión”

En un documento de orden personal, el Arzobispo Emérito, quien estuvo en las diócesis de Coro, Maracaibo y Los Teques, conmina al Presidente a “acercarse con amorosa sencillez a las personas concretas”.

Milagros Socorro

-La Patria es hoy un país desgarrado que se desangra e involuciona –así resume monseñor Ovidio Pérez Morales la situación del país, en carta abierta , titulada “¡Presidente, vuelva al Cabildo!”, que hará pública este lunes, a través de la dirección de Internet: www.perezdoc1810.blogspot. com.

El documento de 5 puntos tiene al presidente Hugo Chávez como interlocutor. Allí le dice que “Venezuela ya no es una. Por motivos ideológico-políticos se la ha dividido. Por lo menos a la mitad se la califica de apátrida, decretándosela excluida del goce pleno de los derechos ciudadanos”. El segundo ítem establece que: “A pesar de que en Referéndum de 2007 se dijo NO a la propuesta de convertir a la República en un Estado Socialista, se persiste desde el Poder en la desobediencia manifiesta a ese mandato… La Constitución está siendo violada, no se oculta su utilización como simple función del proyecto ‘socialista’… Está en juego la legalidad del régimen”. En el tercero, monseñor Pérez Morales aborda la inseguridad ciudadana y resume: “…el gobierno siembra violencia cuando descalifica, injuria, amenaza y discrimina… No faltan quienes, ante la galopante inseguridad, se preguntan si ella no correspondería a una política de estado, tendiente a que muerte y miedo conduzcan a una parálisis que facilitaría la sumisión de la ciudadanía”.

En el punto 4, el arzobispo afirma que: “una ineficaz, ineficiente y dolosa gestión, está llevando a la caída de la producción, del abastecimiento y del consumo, agravada por crisis inéditas y previsibles en los servicios eléctrico e hídrico, y configura un cuadro de carencias y dependencia”. Y en el apartado 5, alude a un “líder máximo, inobjetable, inapelable, insustituible, omnipotente”, al que recomienda “preocuparse por la propia nación, no cayendo en aquello de luz para la calle y oscuridad para la casa”.

Nacido en Pregonero, estado Táchira, Ovidio Pérez Morales fue alumno de monseñor Rafael Arias Blanco, arzobispo de Caracas el 1 de mayo de 1957, cuando escribió una carta pastoral que al ser leída en las todas las iglesias del país elevó la moral de la disidencia y contribuyó a la caída de Pérez Jiménez casi un año después. “Siempre lo he tenido como modelo”, dice Pérez Morales.

-Su pronunciamiento es más duro que el de su maestro.

-Sí, porque la situación, desgraciadamente, es más dura. Pero me atrevo a decir que en lo sustancial de esta declaración, formulada ante la circunstancia bicentenaria tan importante para el país, no voy más allá de lo que los obispos de este país han expresado en sus documentos de los últimos años e interpreto su posición frente a la actual circunstancia.

-Se diría que está a Dios rezando y con el mazo dando.

-En el sentido de pedir a Dios que ayude al país, al tiempo que asumo el compromiso ineludible que en este momento nos toca por el bien de la nación.

-¿Qué supone para usted asumir un compromiso como el que implica su carta?

-Primordialmente, hacer todo lo posible desde el punto de vista individual, grupal e institucional por rehacer la unidad del país. El principal problema de la Venezuela del bicentenario es la división del país. Estamos como en una jaula de fieras, arañándonos e hiriéndonos, cuando tendríamos grandes posibilidades de avanzar unidos mediante el reencuentro y las redes de colaboración.

-El Presidente asegura que no hay reconciliación posible.

-Esa posición abre la puerta a la desesperación de la ciudadanía, al descuartizamiento del país. Uno se pregunta si esa imposibilidad de encuentro fue lo que soñó Bolívar, cuya invocación en Santa Marta fue, precisamente, al cese de los enfrentamientos y la consolidación de la unión para bajar tranquilo al sepulcro.

-Usted mismo no elude la confrontación. Su documento expresa juicios muy duros con respecto al Gobierno y al Presidente.

-Me he visto en la obligación porque quiero a este país y un futuro feliz para él. La verdad es dura pero puede ser la condición de una sanación real. Yo recojo el sentir de mis hermanos obispos, quienes, durante la etapa democrática, hicieron un seguimiento de la situación y advirtieron sobre una serie de situaciones. Si se los hubiese escuchado, otra habría sido la suerte del país. Los obispos hablaron con sentido profético en momentos neurálgicos del país: ante el boom petrolero de los 70, ante el malestar creciente de los 80 y en las crisis planteadas en los 90. Creo que se hace un gran aporte denunciando situaciones, proponiendo salidas positivas y, por supuesto, comprometiéndose en el servicio del país.

-Da la impresión de que después de este pronunciamiento suyo no hay vuelta atrás con el Gobierno. ¿Esa es la idea?

-La idea no es la ruptura. Yo, como obispo, asumo la posición del Episcopado de hacer lo posible y lo imposible por abrir espacios de diálogo. No solamente entre el Episcopado y el Gobierno sino entre los diversos sectores de la nación. No podemos claudicar convenciéndonos de que la reconciliación es imposible. La reconciliación supone conversión, otro talante personal y colectivo: yo me reconcilio adoptando posiciones de tolerancia, apertura y respeto. Debo añadir que rezo todos los días por el Presidente y por el bien del país. Eso me ayuda a liberarme de sentimientos negativos y de animadversión.

-No será que la conversión que usted sugiere pasa por la renuncia del Presidente?

-El documento es una invitación a una vuelta al Cabildo del señor Presidente, que traería la alegría del reencuentro y frutos muy positivos de progreso compartido, de vigencia de la justicia y el derecho, de solidaridad y de paz. Una vez pedí respetuosamente la renuncia de un presidente: al doctor Jaime Lusinchi, a quien le expuse que si quería divorciarse y casarse de nuevo, lo más conducente era que renunciara y lo hiciera al margen de la primera magistratura. Para responder su pregunta: no estoy pidiendo la renuncia del Presidente, exijo que sea de verdad mi presidente y el de todos los venezolanos. Asumir esa responsabilidad sería volver al Cabildo.

-Por menos que eso, está preso Oswaldo Álvarez Paz. ¿Está usted preparado para la cárcel?

-No. Yo no estoy preparado para la cárcel. Pero el señor Jesucristo nos enseñó que el asumir con conciencia y decisión un camino no excluía situaciones de persecución; y él mismo no murió en un lecho de rosas. Ojalá nadie fuera perseguido en este país… Hablando de presos, conservo como algo muy significativo una carta que me escribió el comandante Chávez desde Yare, agradeciendo lo que había hecho junto con el Episcopado en defensa de los derechos humanos de él y de sus compañeros del golpe de Estado del 92. En ese momento lo hicimos como un deber, así como ahora intervenimos como un deber.

-¿Qué edad tiene usted?

-En junio cumplo 78 años.

-Este paso al frente que usted ha dado, ¿tiene que ver con su edad?

-A esta edad, con gran experiencia acumulada, uno se vuelve más lúcido, sereno y sensible. Uno quiere que haya una Venezuela mucho mejor, más fraterna, más unida. Venezuela padece una hemorragia que debe conmovernos a todos. No podemos callar ante el sufrimiento de tantos venezolanos víctimas de la delincuencia, homicidios, secuestros y robos. Lo primero que tiene que ofrecer un gobierno es seguridad. Y no es el caso.

-¿Ha adquirido más valentía?

-Un poco mas de sabiduría. Y, definitivamente, más desprendimiento. Yo no tengo nada que buscar en el plano humano. Desde luego, eso no me lleva a conducirme con ligereza, sino, al contrario, a ofrecer un aporte que me siento obligado a dar, porque de eso se me pedirá cuentas en la última hora. No quiero ser reprobado por no haber cumplido con mi deber.