lunes, 16 de diciembre de 2013

LO QUE SÍ TIENE FUTURO

Sobre todo en tiempos inciertos y en escenarios impredecibles es saludable y necesario pensar en las actuaciones humanas, individuales y colectivas, relativas a la suerte de la comunidad o de la polis, quetienen o no futuro consistente. Un bien fundado discernimiento en este caso permite orientar la acción hacia el horizonte conveniente, cualquiera sea la dimensión de los acontecimientos que se tienen que enfrentar. Más de una vez he recordado una experiencia personal, de esas que marcan. Se trata de la visita a lo que fue la última morada de un santo sacerdote polaco asesinado (1941) en el tristemente famoso campo de exterminio nazi Auschwitz. Allí en medio de un estrecho rudo cuarto, que recordaba muerte, ardía un pequeño cirio y daba también la bienvenida una bella fresca flor, que también emanaba vida.El mártir: Maximiliano Kolbe. En ese año la maquinaria de guerra del Tercer Reich avanzaba arrolladoramente en Europa con pretensiones de dominio universal. Ese imperio del mal se dibujaba un horizonte glorioso de mil años. Personas como Maximiliano, aplastados y condenados a una inmediata destrucción, no se hacían ilusiones con respecto a su propio porvenir y al del entorno por lo menos europeo. Pero si a él le hubiesen preguntado si eso que se hacía con ellos en Auschwitz y otros campo y lo que se buscaba instaurar de idolátrico dominio racial-político-ideológico en el universo circundante tenía sólido futuro, ciertamente hubiera respondido que no. El se ofreció como suplente de alguien un padre de familia que iba a ser sacrificado, porque tenía la persuasión de la victoria definitiva del bien sobre el mal, de la luz sobre las tinieblas, del amor sobre el odio, de Dios sobre el espíritu de la perversidad. Una victoria, que si bien será completa al final de los tiempos, se adelanta en una u otra forma en el devenir de la historia. Como un dinamismo, que a pesar de sus altibajos, se va manifestando en el peregrinar mismo de la humanidad. De eso no dudaba el pisoteado de traje a rayas, como creyente que era. Hay algo que debe alimentar la esperanza de quien cree en el ser humano y en Dios: tienen futuro la verdad y el bien, la libertad y la justicia, la tolerancia y el diálogo, la dignidad y los derechos humanos, la fraternidad y la paz. No tienen futuro: la intolerancia y la discriminación, el odio y la exclusión, la injusticia y la opresión, la dictadura y el totalitarismo, la violencia y la guerra. Si el optimismo, que –como su contraparte el pesimismo- se funda en condiciones psicológicas, en datos sociológicos y en previsiones circunstanciales, puede eclipsarse, la esperanza tiene una motivo que no se desvanece: la vocación del ser humano creado para la unión inter-humana y humano-divina. Y en quien no cree en Dios: la convicción acerca de la dignidad y la potencialidad positiva de la persona humana, como también el conocimiento profundo de la historia Vale la pena entonces trabajar y luchar por lo que tiene futuro, aunque los resultados no siempre vienen al encuentro con plazos cortos y medios. Cristo el Señor muriendo en la cruz abrió caminos de esperanza. Y ha habido personas humanas como Mandela, Arnulfo Romero, Martin Luther Kingy Gandhi que no vacilaron en ofrecer la existencia por su firme convicción del triunfo de la vida sobre la muerte. Y de que la comunión entre los seres humanos es el gran futuro de la historia y del más allá de la historia.

martes, 3 de diciembre de 2013

DIMENSIÓN POLÍTICA DEL PESEBRE

He sido entusiasta promotor del Pesebre o Belén, privilegiada expresión de la religiosidad popular en tiempo de Navidad. En Coro, junto con el distinguido antropólogo J.M Cruxent, inicié la Feria Popular del Pesebre en los inicios mismos de los ’80, la cual anualmente se viene celebrando en aquella ciudad y constituye una multiforme interpretación cultural del “Misterio de la Encarnación”, es decir, de la historización del Hijo de Dios. El Pesebre es una representación plástica del nacimiento del Señor, desde los tiempos de San Francisco de Asís. Favorece la expresión y renovación de la fe y de la vida cristianas.Resulta de fácil comprensión porparte de la gente sencilla y de los letrados,de los niños así como de las personas de las subsiguientes edades. Construible con los más variados materiales y con las técnicas más a la mano. Lo único que se requiere es imaginación, fe y mucho amor. El Pesebre es una Biblia y un Catecismo abiertos. En él puede estamparse la doctrina cristiana en lo más esencial y explicarse también en muy diversasmaneras. Puede contentarse con hospedar sólo el trío de la Sagrada Familia, pero albergar igualmente las imágenes de la Santísima Trinidad y de santos,así comode muchas otras realidades-verdades cristianas (Reyes Magos, apariciones y sacramentos, pasajes del Antiguo Testamento y“misterios del Rosario”, distintos acontecimientos cristianos…). En fin, es un ámbito de máxima comprehensión. La escenografía varía mucho. Desde la pueblerina y campesina de gran ingenua libertad hasta la complicada y exigente urbana contemporánea. Allí caben tanto las ovejas con sus pastores, como los helicópteros con los pilotos y las estaciones satelitales con sus operadores. Todo y todos pueden entrar en el Pesebre. Lo único que no encuentra espacio ni acogida en ese lugar bendito es el mal. Lo corrupto y lo perverso, el odio y la guerra. Porque el Pesebre es hogar de encuentro, de compartir. Un ambiente que refleja lo profetizado por Isaías al referirse a los tiempos mesiánicos: “Forjarán de sus espadas azadones, y de sus lanzas podaderas. No levantará espada nación contra nación, ni se ejercitarán más en la guerra (2, 4)”. “Serán vecinos el lobo y el cordero y el leopardo se echará con el cabrito, el novillo y el cachorro pacerán juntos, y un niño pequeño los conducirá…Hurgaráel niño de pecho en el agujero del áspid, y en la hura de la víbora el recién destetado meterá la mano.Nadie hará daño,nadie hará mal en todo mi santo Monte”(11, 6-9). El Pesebre tiene una dimensión política innegable en cuanto es una invitación-exigencia a la reconciliación y la paz. Una cátedra de convivencia. Una lección de verdad, unidad, bondad. Un estímulo al diálogo y la solidaridad. La “polis” (caserío, ciudad y algo más), que el Pesebre representa y propicia,es una “ciudad” de entendimiento y fraternidad, de respeto y cuido mutuo y en la que lo más débil recibe aceptación y atención privilegiadas. Cuando se colocan militares, aparecen bien vestidos y en formación, alegrando el conjunto con cercanía afectuosa; divierten a los niños y en todo caso no significan amenaza ni muerte para nadie. Toda persona o grupo, toda casa o producto del ser humano, toda creatura material (rocas, plantas, animales) convergen en el Niño Dios y son iluminados por su amor. Se percibe una neta cristocentralidad. El Pesebre tiene una dimensión política. Concreta una positiva pedagogía política. Cosa necesaria siempre, pero importante y necesaria todavía más cuando rugen olas de intolerancia y discriminación, y cuando sectarias ideologías amenazan con descuartizarirracionalmente el cuerpo social.

miércoles, 20 de noviembre de 2013

SENTIDO DEL DIÁLOGO

El diálogo en sí no es algo optativo, adicional,para el ser humano.Se inscribe en su condiciónmisma de persona: ser-para-la comunicación-y-la-comunión.Lo que equivale a decir: ser-para-el-diálogo. Elser humano no ha sido creado sólo paraco-existir en sociedad (en la significación más pobre de estos términos)sino para con-vivir, comunicándose. Esta comunicaciónes la base y el sentido de la cultura como ámbito, aire, hogar del desarrollo humano. El diálogo es intercambio verbal y gestual pero con una ínsita dinámica a la relación interpersonal, que en su más auténtica expresión es comunión. La genuina relación dialogal denota un propósito de estima, simpatía y bondad, por parte de quien lo establece. Características del diálogo son: claridad, ante todo; apacibilidad, no es orgulloso, hiriente, ofensivo, impositivo,evita los modos violentos, es paciente y generoso; confianza tanto en el valor de la palabra propia cuanto en la actitud para aceptarla por parte del interlocutor; prudencia, procurando conocer la sensibilidad del otro y no serle molesto e incomprensible. Como seve, el diálogo constituye un ejercicio de racionalidad al igual que de bondad. Dialogar no significa perder la propia identidad, pero sí saber escuchar, comprender y en lo quemerezca, secundar. El clima del diálogo es de amistad y servicio sobre un sólido fundamento de verdad. Si se comienza poniendo la atención en lo que une y no en lo que divide –metodología y pedagogía profundamente personales y personalizantes–, se advierte sin dificultad la gran apertura que entraña la disposición al diálogo.Nadie puede resultar excluido de antemano, pues los factores fundamentales de confluencia son múltiples y maravillosos: la persona, la vida, la comunidad, la paz, los derechos y deberes humanos, la solidaridad, la condición ética, la preocupación ecológica y los anhelostrascendentes. El Papa Pablo VI indicó ya (encíclica EcclesiamSuam) algunas notas del diálogo: “excluye fingimientos, rivalidades, engaños y traiciones”;no puede silenciar así la denuncia de lo que significa guerra de agresión, de conquista o de predominio (Nº 99).El diálogo, si es auténtico, se amasa con sinceridad y se teje con verdad. Es, en efecto, un compartir de seres racionales, libres, responsables, iguales en su dignidad. El diálogo no equivale a parloteo bonachón o a pasatiempo de relaciones públicas. Por eso invitar a dialogar y aceptar el ofrecimiento sitúan en un escenario deseria convicción y gran disponibilidad. Progresar en humanidad implica crecer en la actitud y el ejercicio del diálogo. Este es reconocimiento de la fraternidad, aceptación de la justicia, apertura ala solidaridad. Una situación grave de quiebra en el establecimientoy crecimiento de una sana convivencia es cuando se excluye el diálogo. Porque no se quiere ningún acuerdo y se excluye toda reconciliación. En los sistemas totalitarios y en las políticas e ideologías excluyentes se parte de que no hay nada que dialogar, sino que la solución es la eliminación del adversario. Lo mismo que sucede en los enfrentamientos religiosos, origen de las guerras de religión. Algo desastroso que sucede en estos casos es que se identifican posiciones y personas. Se olvida que si el error en sí no tiene derechoy no se puede negociar con la verdad, quien está en el error no deja de ser persona y, por lo tanto, tiene derechos que son inalienables. Si la humanidad ha podido sobrevivir, es porque en alguna forma se ha abierto paso la tolerancia. Y porque, tarde o temprano, se ha podido establecer algún diálogo.

domingo, 3 de noviembre de 2013

INSEGURIDAD OFICIALIZADA

“Todo individuo tiene derecho a la vida, a la libertad y a la seguridad”. Esto lo leemos como artículo 3 en la Declaración Universal de los Derechos Humanos”. “El derecho a la vida es inviolable”. Con este artículo 43 comienza el capítulo III, “De los Derechos civiles”, en la Constitución de la República Bolivariana de Venezuela. Ciertamente si se habla de derechos, el referente a la vida viene a ser el fundamental. Quedó estampado por ello en el Decálogo. La valoración del derecho a la vida resultó rubricado de modo patente en el relato genesíaco, que narra la primera muerte violenta: el asesinato de Abel por parte de Caín. La pregunta de Dios allí es significativamente interpelante: “¿Dónde está tu hermano?”, así como grave es el reclamo: “Clama la sangre de tu hermano y su grito me llega desde la tierra” (Gn 3, 9-10). En Venezuela estamos viviendo tiempos sombríos en lo relativo al derecho a la vida. No es el caso de estas líneas recoger datos escalofriantes, que nos colocan en un lugar bien triste en el concierto de las naciones. Se experimenta una trágica devaluación de la vida. Y algo muy preocupante: parece que la población se va acostumbrando y las autoridades familiarizando con las cifras de homicidios y la hemorragia criminal cotidiana. Ahora bien, cuando se habla de violación del derecho a la vida no hay que fijar la mirada sólo en los casos “terminales” (asesinatos y matanzas). Es preciso incluir en tal violación todo lo que degrada culpablemente la vida, su dignidad, su calidad. Aquí cabe un inventario de tantas formas de acabar con ella, también de dañarla corporal y espiritualmente, de obstruir su desarrollo y expresión. En este sentido un aspecto muy importante es el tocante a la seguridad, al ambiente, al clima de sosiego y de paz al que tiene derecho el ser humano y la comunidad que éste construye. Nota muy negativa en la Venezuela actual es la inseguridad reinante; no hay que dar mayores explicaciones en este punto porque la experiencia de la gente de este país (y la gente somos nosotros) es dolorosamente amplia al respecto. Todos nosotros hemos de ser defensores y promotores de vida. Y de vida abundante. Comenzando por la propia familia y la convivencia del vecindario. Hay, alguien, sin embargo, a quien corresponde una peculiar y muy seria responsabilidad en este campo, como es quien ejerce autoridad en la comunidad, ciudad o polis; y tiene esa tarea como encargo, deber, y ¿por qué no decirlo? como empleo remunerado. La autoridad posee el monopolio de la fuerza pública, de las armas. Pero ¿qué sucede hoy en esta Venezuela nuestra? Una violación constante del derecho a la vida, en su amplia acepción y comenzando por la generación de inseguridad pública, viene del Gobierno mismo. No sólo por la participación de miembros de los cuerpos de seguridad en crímenes, sino por el estímulo a la intolerancia, el lenguaje guerrerista y de amedrentamiento que ya es de ordinario uso en los medios oficiales. En vez de ser un factor de serenidad y confianza, el Gobierno se ha convertido en productor de miedo, en amenaza constante. ¿Qué se puede exigir de conducta respetuosa y pacífica en los ambientes ciudadanos ordinarios cuando desde el poder se amenaza y se intimida a los compatriotas, se promueve el odio entre los venezolanos, se atiza el canibalismo político y la violencia fratricida? Estamos frente a una inseguridad oficializada, violatoria de un precepto constitucional básico y de un mandato divino fundamental.

lunes, 7 de octubre de 2013

CONSTITUCIÓN DESESTABILIZADORA

El verbo desestabilizar y los términos que le son consanguíneos están de moda en la actualidad política venezolana por su abundante utilización oficial. El adjetivo desestabilizador se le carga a cualquier manifestación o escrito disidente, a cualquier crítica o reclamo ciudadano. La Constitución de la República Bolivariana de Venezuela constituye un factor desestabilizador de primer género respecto de la política seguida por el régimen cobijado bajo el estandarte del “Socialismo del Siglo XXI”. Basta con leer ligeramente el Preámbulo y los Principios Fundamentales de nuestra Carta Magna para advertir la carga desestabilizadora que contienen. El primero establece como fin de la refundación de la República el establecimiento de una sociedad democrática, participativa, pluricultural, en un Estado de justicia, federal y descentralizado, que consolide valores como libertad, paz, bien común, convivencia; asegure el derecho a la vida, la igualdad sin discriminación, la garantía universal e indivisible de los derechos humanos. Esto entre otras cosas. En los Principios Fundamentales se establece la autoconstitución de Venezuela en Estado de Derecho y de Justicia, propugnador de valores básicos, entre los cuales: vida, libertad, justicia, igualdad, preeminencia de los derechos humanos, pluralismo político. Hace pocos días, hablando de Doctrina Social de la Iglesia (materia sobre la cual Ediciones Trípode me acaba de publicar De la Venezuela real a la posible) me fue muy grato subrayar muchos elementos de nuestra Constitución que coinciden con principios, criterios y lineamientos para la acción de aquella Doctrina. Me ha servido de inspiración en orden a una metodología, que vincule esas dos fuentes, en la formación de los católicos venezolanos hacia una nueva sociedad. La Constitución desestabiliza en cuanto cuestiona la orientación teórica y práctica del proyecto “socialista” oficial, de corte castrototalitario, caracterizado por su orientación: a) excluyente (sólo los “rojos” son patriotas y portadores de derechos);b) hegemónica (control ideológico total de la comunicación social, de la educación y de la cultura en general); c) centralizadora (absorción del poder por el Ejecutivo central, eliminando la división de poderes, el federalismo y la genuina autonomía de las instituciones y organizaciones de base) y d) monopólica (aniquilación del pluralismo político-ideológico orientada al partido-gremio-sindicato único). Frente a una pretensión de poner la “Revolución” por sobre la Constitución (se aprueban por caminos verdes “leyes” y procedimientos a-anti-constitucionales), el Art. 7 de nuestra Carta Magna es desestabilizador, al afirmar que ésta “es la norma suprema y el fundamento del ordenamiento jurídico. Todas las personas y los órganos que ejercen el Poder Público están sujetos a esta Constitución”. Viendo las cosas en positivo estimo como necesario y urgente: 1) el conocimiento serio y proactivo por parte de todos los venezolanos del texto constitucional; 2) el compromiso educativo de la Iglesia en este campo; 3) la integración del estudio de nuestra Constitución dentro la formación en la Doctrina Social de la Iglesia. Podemos decir que la Constitución de la República Bolivariana de Venezuela es felizmente desestabilizadora del régimen actual, si nos comprometemos a hacerla realidad en una “nueva sociedad”.

lunes, 30 de septiembre de 2013

IGLESIA EN DEUDA

Obligante repetirlo: la Iglesia en Venezuela está en deuda con respecto una formación masiva en Doctrina Social de la Iglesia. Por Iglesia entiendo aquí el Pueblo de Dios en su conjunto. Dentro de él ocupan un primer y más obligante lugar quienes tienen la tarea de la conducción pastoral. Pero la Iglesia es mayoritariamente el conjunto de los laicos o seglares. Estar en deuda no significa que no se haya hecho nada, sino que lo hecho no está en modo alguno a la altura del deber que corresponde cumplir. Por consiguiente la responsabilidad es grande en cuanto al compromiso que es preciso asumir. Formación masiva significa educación a todos los niveles, comenzando por la Iglesia más pequeña que es-ha de ser la familia cristiana. Por consiguiente no se reduce a formación en ciertos grupos o elites, si bien en éstos dicha formación tiene que adquirir alta densidad. Doctrina Social de la Iglesia es el cuerpo de principios, criterios y orientaciones para la acción, que la comunidad eclesial tiene para contribución a la edificación de una nueva sociedad, es decir, de una convivencia acorde con los valores humano-cristianos del Evangelio. Cuando se haba aquí de formación, no se la entiende como un conjunto doctrinal dirigido sólo a la iluminación del cerebro, sino como enseñanzas, que, en una u otra forma, han de traducirse en práctica a través del proceso pedagógico mismo. Por ejemplo, formar en la solidaridad exige un hacerla vida ya, desde el aquí y ahora, a través de expresiones concretas y discernibles. Todos hemos de formarnos para formar. Pudiera hablarse entonces aquí de una dinámica conjunción alumno-maestro. Formarse-formar en forma de un círculo, no ya vicioso, sino virtuoso. ¿La primera escuela? La familia. Allí se aprende-ha de aprender a ser libres, justos, solidarios, veraces, tolerantes, dialogantes, pacíficos. La escuela formal viene después. La Doctrina Social de la Iglesia debe formar parte de la catequesis, ya desde su fase más elemental. La formación en la fe no se reduce a la enseñanza de los dogmas, del culto, de las oraciones y del listado del Decálogo. Ha de comprender aquello que habilite y anime a un relacionamiento con el prójimo -desde el individual inmediato hasta la sociedad (polis) grande- orientado e impulsado por los valores de la verdad, la práctica de los Derechos Humanos, la aplicación del mandamiento máximo del amor. La realidad actual de Venezuela en donde impera un estatismo opresivo, reina la delincuencia-impunidad, campea la corrupción, se impone la intolerancia y el odio, no puede menos de interpelar a todos y de modo particular a los creyentes. Porque –lo repito una vez más- lo que pasa en Venezuela, sucede en un país que se autodenomina -y las encuestan lo estiman- mayoritariamente católico. Aquellos pecados se darían de modo predominante, por consiguiente al interior de la comunidad Iglesia. ¿En dónde se manifiestan la fe, el bautismo, el mandamiento supremo de Cristo? Si se está en deuda hay que pagarla, por lo menos en alguna parte. Y pagarla con mucho ánimo, constancia y autenticidad.

viernes, 13 de septiembre de 2013

ESTADO ROJO

Al margen de la Constitución de la República Bolivariana de Venezuela y en contra de ella (ver Preámbulo y Principios Fundamentales) está en marcha la instauración de un Estado Socialista, pero no de cualquier tipo, sino marxista-colectivista a lo soviético-castrista. En esta línea se proclama oficialmente que todo el esfuerzo nacional debe orientarse hacia la construcción de dicho socialismo en los diversos ámbitos sociales: económico, político y ético-cultural. Consecuencia obvia: lograr la hegemonía comunicacional y educativa, el dominio ideológico-político de las organizaciones de los trabajadores, un ejército rojo y una estructura comunal como correa de transmisión del poder central. El Estado se entiende así, no como conjunto aglutinador y servicial del pueblo soberano, sino como articulador de una sociedad totalitariamente manejada. La persona y las organizaciones sociales se interpretan como objeto e instrumento de una “vanguardia iluminada” y no como sujetos de la construcción coprotagónica, corresponsable y participativa de la comunidad nacional. Una tal pretensión no es nada original en el peregrinaje humano a través de los tiempos. Intentos y realizaciones se han dado, en una u otra forma. Se cumple así lo que aquel filósofo griego expresó: la historia no se repite; somos los hombres los que nos repetimos. Hay textos que son iluminadores acerca de lo que el Estado debe ser y los gobiernos deben hacer. Aquí en Venezuela, luego del período autocrático guzmancista en que se actuó un proyecto hegemónico en varios aspectos, también en lo religioso –en este campo se llegó a un desastroso enfrentamiento con la Iglesia-, vino una progresiva reformulación de políticas con presidentes tales como Juan Pablo Rojas Paúl (1888-1890). El Mensaje de éste al Congreso (1890) contiene expresiones que revisten particular actualidad y las cuales ya Naudy Suárez Figueroa oportunamente subrayó a propósito del centenario de la Rerum Novarum de León XIII (Revista Nueva Política 47/II-3, 156-157). El Presidente Rojas Paúl refiriéndose a la conducta más respetuosa que el Gobierno debe tener hacia las convicciones religiosas de los ciudadanos manifestó: “Está bien que los filósofos esclarezcan y propaguen las más sanas ideas sobe las creencias y los intereses religiosos de los pueblos (…) pero el gobernante, cualesquiera que sean sus convicciones individuales, no tiene ni puede tener misión que se caracterice por la oposición a las creencias de sus gobernados. Chocar contra la conciencia pública no es sistema racional de gobierno; tomar las ideas y las cosas como realmente existen; armonizar las tendencias discrepantes en la síntesis superior del bien público, esa es la ciencia verdadera de la política”. Esto lo dijo para justificar la construcción y reparación de templos católicos y la nueva actitud ante las instituciones eclesiásticas y, sobre todo, ante la conciencia y la práctica religiosas de los venezolanos. Pudiéramos traducir así la toma de posición presidencial: al Estado no le toca decidir lo que debe estar abierto al pluralismo filosófico, ideológico u otro de la sociedad civil. Un Estado –“rojo rojito”- como el que concibe el SSXXI, pretende convertirse en gestante, nutriente, niñera, maestro, tutor, en fin, prácticamente dueño de los ciudadanos. Algo bien diferente de lo que expresó Rojas Paúl (en el umbral del siglo XX) y de lo que abierta y claramente afirma nuestra Constitución (dada a luz justo ya para nacer este nuevo milenio). Un Estado rojo está en las antípodas de un Estado democrático. Y, más allá de éste, de un genuino humanismo.

martes, 10 de septiembre de 2013

AUTODESLEGITIMACIÓN Y REENCUENTRO

En estos últimísimos tiempos venezolanos se han venido manejando bastante los términos de legitimidad e ilegitimidad a raíz de los cambios habidos en la dirección presidencial de la República. Hasta el Tribunal Supremo ha llegado la controversia, tema que no aspira a ser objeto de las presentes líneas Quisiera concretarme, en efecto, a un aspecto casi nunca tratado en esta materia y es cuando la causa de la ilegitimidad no reside en un agente extraño al ilegitimado, sino en éste mismo, quien, a través de actos propios, conscientes y libres, se autodeslegitima. No es la primera vez que toco el presente tema. Lo hice ya en un llamado hecho al entonces Presidente Hugo Chávez Frías, a propósito del 19 de abril de 2010. Por lo tanto al calor de la celebración bicentenaria de la Independencia. El título de esa interpelación fue: “!Presidente, vuelta al Cabildo”. No es conveniente autocitarse, a menos de que sea necesario. Así justificado, traigo aquí las siguientes líneas: “Volver al Cabildo exige, de modo prioritario y patente, que asuma Usted su responsabilidad de Presidente de la República. Este delicado cargo implica la escucha y dedicación a todos los venezolanos, trabajando por su unión en pro del bien común nacional. Nada más contradictorio con ello, que la identificación, implícita o explícita –y, peor, cuando se la exhibe- con sólo un sector de la población, despreciando y marginando a los demás, con base en motivos ideológico-políticos, raciales, religiosos o de cualquier otro género. El Presidente lo es, de verdad, cuando respeta a los ciudadanos no a pesar de, sino precisamente por sus diferencias, conviviendo en la diversidad comprensible e inevitable de una sociedad democrática, pluralista. Cuando tiene el reconocimiento de todos: los que lo eligieron y los que no votaron por él o lo adversan, pero que, en todo caso, deben y necesitan percibirlo sensible, cercano, humano, como su Presidente. De otro modo, está en juego la legitimidad de su ejercicio como mandatario. “La vuelta al Cabildo, Ciudadano Presidente, no podría menos que acarrear al país la alegría del reencuentro de los venezolanos, con la esperanza de lógicos frutos: progreso compartido, vigencia de la justicia y el derecho, fraterna solidaridad, paz estable, cultura de civilidad”. Fue un llamado que hice desde entraña venezolana y cristiana. Queda vigente. Y la circunstancia es propicia para reiterarlo, porque las condiciones nacionales se han agravado y también porque la circunstancia internacional lo demanda. En efecto, desde nuestro país, en desencuentro, se hacen reclamos por la paz en Siria, nación que dolorosamente exhibe las consecuencias trágicas de un sangriento desencuentro. Venezuela en su decurso histórico ha sufrido ya bastante con repetidas autodeslegitimaciones como para volver a reeditar fracasos. Felizmente la historia no se ha cerrado. Y Dios regala siempre horizontes a nuestra libertad.

jueves, 15 de agosto de 2013

INCONSTITUCIONALIDAD

No es lo mismo estar frente a una inconstitucionalidad puntual que navegar en un mar de inconstitucionalidad. Cuando se da un genuino estado de derecho, que implica la real separación de poderes, es relativamente fácil manejar un recurso en un caso de inconstitucionalidad. Se ponen en marcha una serie de mecanismos legales, dando por supuesto de que habrán de funcionar de acuerdo a la letra y el espíritu de la Carta Magna.. En un sistema democrático verdadero, se cuida mucho, desde el poder y desde la oposición en mantener un juego limpio al respecto que, a la postre, se traducirá en efectivo bien común. El problema se plantea, y de modo grave, cuando en un régimen que ostenta su carácter democrático y apela a una constitución según la cual repetitivamente dice regirse, se ajusta de facto a una supraconstitucionalidad en base a exigencias ideológico-políticas, que considera superiores e inapelables. Es el caso de Socialismo del Siglo XXI. La Revolución que éste asume, se erige en imperativo en base a la dialéctica histórica marxista y lleva a relativizar en su favor instituciones, constituciones, y el mismo Estado. Como absoluto se impone entonces la sociedad comunista, hacia la cual apuntaría de modo irreversible e inevitable la flecha de la Revolución. Esto ha llevado a lemas como “Dentro de la Revolución todo, fuera de la Revolución, nada”. En la situación que se ha venido creando en Venezuela, de imposición oficial del “socialismo”, las frecuentes faltas puntuales contra la Constitución no constituyen el núcleo del problema político. Este reside, en efecto, en algo más grave y generador: la globalización de la inconstitucionalidad, que parte de la tesis de la simple funcionalidad de la Constitución con respecto a la construcción de la sociedad socialista. Ello se puso de manifiesto cuando en 2007 se negó en referendo una Reforma de la Constitución y el oficialismo decidió que ese cambio tenía que actuarse por otros caminos. Dentro de la globalización de la inconstitucionalidad se inscribe una red de medidas y proyectos: Estado comunal, homogeneización y reconcentración del poder en torno al ejecutivo, ecuaciones patentemente antidemocráticas como las de Estado=Gobierno=Partido=Líder y pueblo=líder manipuladoras especialmente de los pobres en favor del totalitarismo, “legalidad” enderazada a la intauración del “pensamiento único”, la “hegemonía comunicacional” y el culto de la personalidad. Cuando uno pone de un lado el Preámbulo y los Principios fundamentales de la Constitución de la República Bolivariana de Venezuela, y del otro, el discurso y la práctica oficiales, percibe de inmediato y sin dificultad, que estamos navegando en un mar de inconstitucionalidad. Cuando uno ve la persecución de que es objeto todo aquel que disiente de la línea oficial, al punto que se lo considera apátrida, sin derechos (a empleo, a comunicación social, etc), condenado al apartheid, asilado sin salir de la propia tierra, se da cuenta de que el problema en Venezuela no es el de una inconstitucionalidad puntual sino el de la globalización de la inconstitucionalidad. Frente a esto no queda otro camino que reforzar convicciones democráticas y humanistas con fe y esperanza de creyentes; organizar el protagonismo ciudadano; apelar a todos los medios que la Constitución prevé para resguardar el Estado de derecho; defender y promover los derechos humanos; corresponsabilizarse en una convivencia a la altura de la dignidad de la persona humana.

domingo, 28 de julio de 2013

IGNORANCIA DAÑINA

Hay ignorancias no dañinas. Los nombres de las esquinas de la vieja Caracas para un habitante del interior, que no tiene ningún interés por la capital. Hay ignorancias culpables. Los nombres de las esquinas de la Plaza Bolívar de Caracas para un bombero metropolitano. Dando la vuelta a la medalla, hay conocimientos que son beneficiosos, así como también otros que son ética y religiosamente obligantes. ¿Dónde ubicar el conocimiento de la Doctrina Social de la Iglesia para un católico que se precie de ser tal? La Doctrina Social de la Iglesia constituye un cuerpo de enseñanzas acerca del bien-ser y del bien-estar de la convivencia social. Acerca del manejo de una persona, particularmente si cristiana, en lo tocante al relacionamiento en la ciudad. Y, utilizando la palabra griega de corriente uso: en la polis ¿Cómo construir el conglomerado social de manera que sea casa habitable, digna, a la altura de los seres humanos que la componen? La ciudad, propiamente hablando, no son los edificios ni las avenidas o servicios que la dibujan, sino la gente que la vive. Ya una tragedia griega planteaba ¿Qué son las naves o las torres si no hay gente en ellas? Ciudadano etimológicamente significa es el ser humano de la ciudad. Podría traducirse por político en su sentido más directo. Ahora bien, se puede ser ciudadano o político de diversos modos. Consciente, responsable y corresponsable, proactivo. O también lo contrario, como los que esperan que la ciudad (la cual comienza desde el vecindario) les solucione los problemas, sin tener ellos que mover un dedo. Estas y otras consideraciones muestran la necesidad de que la formación en la fe, la educación cristiana, integre entre sus constitutivos fundamentales, obligantes, indispensables, la enseñanza teórico-práctica de la Doctrina Social de la Iglesia. Ésta contiene principios, criterios y orientaciones para la el compromiso social, o sea, para la construcción de una nueva sociedad, civilización del amor). Junto a la explicación del Credo, del Decálogo y de los Sacramentos tiene que procurarse lo básico de dicha Doctrina. Movido por esta convicción y urgido por lo que estamos viviendo en el país (involución, división, desmantelamiento… ),acabo de publicar un manual de bolsillo sobre la Doctrina Social de la Iglesia, bajo el título animador De la Venezuela real a la posible (Ediciones Trípode, Caracas). Un cristiano no puede esperar a que le edifiquen su ciudad. Tiene que ser un decidido constructor de su polis, es decir, un actor político. Lo cual significa: un con-vivente responsable. Así no le impondrán, junto a sus hermanos todos de la ciudad, un proyecto dictatorial, totalitario (como el Socialismo Siglo XXI), un modelo insolidario, sálvese quien pueda (capitalismo salvaje), una cultura libertina, politeísta del tener-poder-placer, sin horizonte mayor trascendente (ideología relativista consumista). El cristiano es político o no es cristiano. El no saber esto es ignorancia dañina. Y el no practicarlo, pecado de omisión.

lunes, 8 de julio de 2013

IGLESIA PRO DEMOCRACIA

¿Apoyó la Iglesia siempre la democracia? No. ¿Y actualmente? Sí, como deber y con decisión. Ahora bien, para ayudar a comprender lo anterior, conviene recordar un par de cosas. 1ª. Históricamente la democracia, aparte de algunas limitadas manifestaciones en la antigüedad, ha sido progresiva conquista de los tiempos modernos. 2ª. La Iglesia no sólo vive en la historia sino que es historia y corre la suerte de la historia; aprovecha también, por tanto, la maduración, el progreso del devenir humano. La Iglesia no sólo enseña, sino que también aprende. En los comienzos del despertar democrático la Iglesia oficialmente no vio con buenos ojos esta novedad. El pluralismo democrático (libertad de conciencia, de expresión, de cultos…) significaba a su entender una igualación de los derechos de la verdad y del error, del bien del mal. Igualmente estimaba que eso de la soberanía popular desatendía el origen divino de la autoridad. La Iglesia interpretaba todo ello en la perspectiva restringida de un sistema como el de cristiandad, que se había consolidado a lo largo de siglos en Europa, e implicaba una estrecha relación poder político- poder eclesiástico. Hay algo que tuvo un influjo muy grande en hacer variar la valoración de la democracia por parte de la Iglesia: la opresión de los grandes totalitarismos del siglo XX y la hecatombe de la II Guerra Mundial. En las filas de los campos de concentración se alineaban, para la matanza, prisioneros católicos, cristianos no católicos, creyentes de otras confesiones y también no creyentes; memoria especial se debe hacer de los judíos. Todas esas víctimas se tuvieron que reconocer allí como prójimos y hermanos en humanidad, y portadores, por tanto, de una dignidad que no era concesión del Estado ni dependía de afiliación política, raza, religión, nación. Se percibía igualmente que el poder político tenía que responder al bien común, a los anhelos y la voluntad libre de los ciudadanos y no simplemente a los intereses hegemónicos e impositivos de un “Líder” o de un partido o sector social determinado. Se facilitaba la comprensión de que la soberanía de Dios se movía en un plano distinto, trascendente, de la humana soberanía popular. Dios dejaba verdaderamente en manos de la libertad del hombre la estructuración de su convivencia, según principios y valores inscritos en la naturaleza humana, más allá de un puro legalismo societario. Los criminales juzgados en el Tribunal de Nurenberg lo fueron porque hicieron algo que, a pesar de ser aún “legal”, violaba elementales normas de humanidad (de derecho natural o como se lo quiera denominar). En el centenario de la Rerum Novarum de León XIII, a unos dos siglos de la Revolución Francesa y fresco todavía el derrumbe del Muro de Berlín-imperio comunista, Juan Pablo II –papa que sufrió en carne propia lo monstruoso del Nazismo y el Comunismo-, publicó (1. 5. 1991) otra iluminadora encíclica, Centesimus Annus, tratando de animar la búsqueda de nuevos caminos. De ésta quisiera recordar sólo un número, el 46, que invita, por lo demás, a un contacto directo con el Documento. Contiene una enseñanza particularmente útil en el hoy venezolano, cuando se trata de imponer un proyecto “socialista”, que falsea la democracia y pretende resucitar experiencias fracasadas: “La Iglesia aprecia el sistema de la democracia, en la medida en que asegura la participación de los ciudadanos en las opciones políticas y garantiza a los gobernados la posibilidad de elegir y controlar a sus propios gobernantes, o bien la de sustituirlos oportunamente de manera pacífica. Por esto mismo, no puede favorecer la formación de grupos dirigentes restringidos que, por intereses particulares o por motivos ideológicos, usurpan el poder del Estado. “Una auténtica democracia es posible solamente en un Estado de derecho y sobre la base de una recta concepción de la persona humana. Requiere que se den las condiciones necesarias para la promoción de las personas concretas, mediante la educación y la formación en los verdaderos ideales, así como de la “subjetividad” de la sociedad mediante la creación de estructuras de participación y de corresponsabilidad”. La Iglesia tiene hoy-hacia-el-futuro un sincero y patente compromiso democrático.

lunes, 1 de julio de 2013

ÁRBOL Y BOSQUE POLÍTICOS

Importa el árbol, pero más el bosque. Aquél no debe impedir la visión del conjunto. Toda violación de una ley, especialmente si pertenece al ordenamiento constitucional, exige reprobación, denuncia, así como ser sometida al juicio de la correspondiente instancia judicial. Y si las faltas no se quedan en hechos aislados, sino que manifiestan una conducta sostenida, ésta debe ser rechazada por la ciudadanía con toda la claridad y el vigor posibles. Ahora bien, lo de conducta sostenida es lo que desgraciadamente viene sucediendo en Venezuela. El pasar por encima de la Constitución, hacerlo de manera persistente y, peor todavía, de modo abierto y arrogante, se ha convertido en actuación cotidiana. Lo que resulta en una permanente ausencia del estado de derecho. Aquí se hizo en 2007 un referendo sobre una propuesta de reforma constitucional, respecto de la cual, el Episcopado nacional declaró, por cierto, que iba “más allá de una Reforma” y que “la proposición de un Estado Socialista es contraria a principios fundamentales de la actual Constitución y a una recta concepción de la persona y del Estado ( … ) excluye a sectores políticos y sociales del país, que no estén de acuerdo con el Estado socialista, restringe las libertades y representa un retroceso en la progresividad de los derechos humanos (…) vulnera los derechos fundamentales del sistema democrático y de la persona, poniendo en peligro la libertad y la convivencia social”. Por todo lo anterior el Episcopado declaró que consideraba dicho proyecto “moralmente inaceptable”. Pues bien, el referendo se hizo y fue rechazado por la mayoría de los venezolanos. Pero ¿Qué sucedió? Se puso en práctica lo que había sido propuesto mediante atajos y “caminos verdes”. A mí me gusta reflexionar con frecuencia sobre el Preámbulo y los Principios Fundamentales de la Constitución de la República Bolivariana de Venezuela. Son de una gran positividad, profundidad y alcance. Pongamos ahora sobre el tapete la declaración de nuestra patria como democracia pluralista, participativa y descentralizada. Esta definición resulta extraña e interpelante en tiempos como los actuales, en que oficialmente se trata de imponer un sistema político claramente dictatorial, hegemónico y, más aún, totalitario (de signo castro-comunista). Lo anterior manifiesta una patente e intrínseca ilegitimidad del Poder, cuya calificación en ese sentido no depende simplemente, por tanto, de una formal, expresa y solemne jurídica declaración nacional o internacional. No se necesita ser un agudo constitucionalista para percibir esa triste contradicción entre la realidad nacional y nuestra Carta Magna. Y un agravante en este caso es que la violación del derecho no se hace de manera soterrada sino de modo clamoroso, como imperativo de una “Revolución”, que tendría con su carácter absoluto y su aura mesiánica, cuasi religiosa, indiscutible prioridad sobre cualquier precepto, también constitucional. Por todo ello, la protesta y el rechazo ante el abuso de cualquier órgano del Poder (represión de una legítima manifestación ciudadana, encarcelamiento injusto, expropiación o regulación indebidas, marginación o exclusión ciudadanas) no debe olvidar nunca el marco político en que ese abuso concreto se inscribe. Es decir, el bosque-sistema (Socialismo Siglo XX) en el cual esos árboles (ilegalidades aquí y ahora) se inscriben. Es preciso resguardar una visión del conjunto. Esta ayudará a no extraviarse; ni a dejarse extraviar por operaciones que distraigan la atención. Por escaramuzas fácilmente encendidas desde el poder para que la ciudadanía olvide la tenaza monopolizante que se va cerrando de modo implacable.

martes, 18 de junio de 2013

DIÁLOGO

El diálogo en sí no es algo adjetivo, accidental, para el ser humano. Se inscribe en su condición misma de persona. La Biblia narra la creación y la salvación en términos relacionales, de diálogo divino-humano y la constitución del ser humano como ser-para-la-comunicación-y-la comunión. Ser-para-el-diálogo. El pecado, mal uso de la libertad, aparece ya desde entonces como una ruptura, por parte del ser humano, de su debida relación-comunicación amistosa, con Dios y con “el otro”, el proximus. El diálogo, intercambio verbal y gestual en su manifestación primaria, dice una ínsita dinámica a la relación interpersonal, que en su más honda y auténtica expresión es encuentro, comunión. El establecimiento de un puente dialogal denota ya un propósito de estima, simpatía y bondad, por parte quien lo inicia. Pablo VI en su encíclica Ecclesiam Suam (1964) hablando del diálogo dice que éste excluye “la condenación apriorística, la polémica ofensiva y habitual, la futilidad de la conversación inútil. Si bien no mira a obtener inmediatamente la conversión del interlocutor, ya que respeta su dignidad y su libertad, mira, sin embargo, al provecho de éste, y quisiera disponerlo a una más plena comunión de sentimientos y convicciones” (Nº 73). Características del diálogo son: claridad, ante todo; apacibilidad, no es orgulloso, hiriente, ofensivo, impositivo, evita los modos violentos, es paciente y generoso; confianza tanto en el valor de la palabra propia cuanto en la actitud para aceptarla por parte del interlocutor; prudencia, procurando conocer la sensibilidad del otro y no serle molesto e incomprensible. Como se ve, constituye un ejercicio de racionalidad al igual que de bondad. Dialogar no significa perder la propia identidad, pero sí saber escuchar, comprender y en lo que merezca, secundar. El clima del diálogo es de amistad y servicio sobre un sólido fundamento de verdad. El diálogo comienza poniendo la atención en lo que une y no en lo que divide. Ésta es, por cierto, la metodología y la pedagogía para construir la paz; ellas abren un amplio campo de acuerdo: persona, vida, comunidad, derechos y deberes humanos, solidaridad, condición ética, preocupación ecológica, anhelos trascendentes. Pablo VI indica otras notas del diálogo en el referido documento: “excluye fingimientos, rivalidades, engaños y traiciones” (Nº 99). El diálogo, si es auténtico, se amasa con sinceridad y se teje con verdad. Es, en efecto, un compartir de seres racionales, libres, responsables, iguales en su dignidad. El diálogo no equivale a parloteo bonachón o a pasatiempo de relaciones públicas. Invitar a dialogar y aceptar el ofrecimiento sitúan en un escenario de seria convicción y gran disponibilidad. Progresar en humanidad entraña crecer en la actitud y el ejercicio del diálogo. Una situación grave de quiebra en el establecimiento y crecimiento de una sana convivencia es cuando se excluye el diálogo. Porque no se quiere ningún acuerdo y se margina toda reconciliación. En los sistemas totalitarios y en las políticas e ideologías excluyentes se parte de que no hay nada de qué dialogar; la solución de los problemas es la eliminación del adversario. Lo mismo que acontece en los enfrentamientos religiosos, origen de las guerras de religión. En la raíz de esta actitud actúa algo erróneo y destructivo: la identificación de posiciones y personas. Se olvida que si bien el error en sí no tiene derecho y la verdad no puede pactar con él, quien está en el error no deja de ser persona y, por lo tanto, tiene derechos que son inalienables. Si la humanidad ha podido sobrevivir, es porque en alguna forma se ha abierto paso la tolerancia. Y porque, tarde o temprano, se ha podido establecer algún diálogo.

domingo, 16 de junio de 2013

PRIORIDADES EN DOCTRINA SOCIAL

La Doctrina Social de la Iglesia es un conjunto de vasta temática, como es de suponer; en su lago recorrido histórico ha venido integrando, junto a cuestiones de perenne actualidad, otras que responden a signos de los siempre cambiantes tiempos. Pensemos, por ejemplo, en lo tocante a la dignidad de la persona humana (la destaca ya el libro del Génesis) al lado de lo que contemporáneamente se exige en materia de responsabilidad ecológica. Ahora bien, dentro de las múltiples afirmaciones que se plantean en dicha enseñanza social, hay algunas que emergen con carácter prioritario y deben calificarse, por lo tanto, como fundamentales y generadoras dentro del conjunto. Prioridad equivale a primacía y es un elemento o aspecto que ocupa un lugar anterior o superior a otro u otros. Así se habla de una necesidad prioritaria que atender o de una cualidad o capacidad que privilegiar. Lo prioritario no se plantea entonces con carácter excluyente ni entiende minimizar lo otro. Aparece integrado en un conjunto de elementos todos ellos válidos. Así, en una exposición antropológica se podrá decir que el espíritu tiene prioridad sobre la materia, lo cual no implica en modo algún que se descuida la corporeidad humana, la cual entra esencialmente en la consideración del hombre; sólo quiere decir que en una escala de valores lo espiritual tiene primacía, priva sobre lo simplemente corporal, siendo los dos necesarios. Es así como la crítica a la interpretación marxista del proceso social, que polariza su valoración en las condiciones materiales, no quiere decir que se margina o minimiza la importancia de las mismas en el entramado social y en la suerte de la historia; tampoco quiere decir que en un momento determinado, en una situación o proceso concretos, lo socioeconómico no sea lo único determinante. Cosa parecida se diga del juego de la oferta y la demanda o del papel del capital como factores importantes en el tejido económico. El peligro o el daño de los ismos consiste, precisamente, en la afirmación hegemónica o totalizante de un solo factor dentro de un conjunto. Afirmar la primacía de lo espiritual no implica caer en el espiritualismo. Se requiere una buena dosis de discernimiento para superar las frecuentes tentaciones de absolutizar lo relativo o inflar lo parcial. Dicho lo anterior, he aquí algunas prioridades o primacías en la Doctrina Social de la Iglesia: –del destino común de los bienes sobre la propiedad privada. –del trabajo sobre el capital; –del bien común sobre el interés particular; –del ser sobre el tener-poder-placer; –del espíritu sobre la materia; –de la ética sobre la técnica; –del hombre sobre las cosas; –del ser humano sobre la estructura; –de lo eterno sobre lo temporal; Las prioridades de la Doctrina Social de la Iglesia constituyen faros particularmente orientadores para la acción social, no sólo de los cristianos, sino también de muchos otros que, más allá de identificaciones confesionales, comparten una visión del ser humano que subraya su carácter personal, comunitario y trascendente.

viernes, 7 de junio de 2013

NOCIÓN CLAVE: COMUNIÓN

El mensaje cristiano comprende verdades, elementos doctrinales, de una parte, y de la otra, normas de vida y orientaciones para la acción. En carta pastoral previa al Concilio Plenario de Venezuela, nuestro Episcopado se refirió a ello decir que “la doctrina cristiana, fundada en la Revelación Divina, recoge una serie de verdades que iluminan nuestra inteligencia y demandan nuestra aceptación como creyentes; pensemos en la Confesión de Fe contenida en el Credo de la Misa, o en el conjunto de enseñanzas del Catecismo. Por otra parte, al cristiano se le plantean una serie de exigencias, las contenidas en los mandamientos de la Ley de Dios, en las normas de vida cristiana que nos ofrece el Nuevo Testamento (Ef. 7, 17-32), en particular las más radicales del Sermón de la Montaña y en las directrices morales y pastorales de la Iglesia” (Con Cristo hacia la comunión y la solidaridad 19). Pero luego de haber expresado esta variedad y multiplicidad teórico-práctica, que uno capta fácilmente, por ejemplo, hojeando el Catecismo de la Iglesia Católica, los obispos agregaron: “Todo esto puede y debe ser interpretado en forma de un conjunto armónico”. Esta última afirmación es de grandísima importancia y tiene enormes consecuencias. En efecto, el amplio y diversificado contenido del mensaje cristiano, así como el largo elenco de exigencias morales y otras del orden de la acción, no se quedan en una suma de enunciados, afirmaciones o requerimientos. Hay algo que une todo ello, lo conjuga y lo despliega en armonía. Se da un núcleo articulador, un eje organizador alrededor del cual se integran de modo orgánico y estrechamente interrelacionado todo lo que se cree y sostiene doctrinalmente y todo lo que se acepta como norte y guía para la conducta. Este principio unificador de lo doctrinal y de lo práctico en sí mismos como subconjuntos articulados, y en su interrelación como conjunto bien trabado, se da objetivamente y, por tanto, se debe convertir subjetivamente en bien común los cristianos. Esto permitirá una percepción armónica del mensaje en su integralidad. Ahora bien ¿Cuál es ese núcleo articulador o eje organizador? El que la III Conferencia General del Episcopado (Puebla 1979) y el Episcopado Venezolano con miras al Concilio Plenario (2000) formularon bajo la denominación de “línea teológico-pastoral”: la comunión. Muy iluminador al respecto es lo que leemos en la referida Carta Pastoral: “Ante un mundo roto y deseoso de unidad es necesario proclamar, con gozo y fe firme, que Dios es comunión, Padre, Hijo y Espíritu Santo, unidad en la distinción, el cual llama a todos los hombres a que participen de la misma comunión trinitaria. Es necesario proclamar que esta comunión es el proyecto magnífico de Dios (Padre); que Jesucristo, que se ha hecho hombre, es el punto central de la misma comunión; y que el Espíritu Santo trabaja constantemente para crear la comunión y restaurarla cuando se hubiere roto. Es necesario proclamar que la Iglesia es signo e instrumento de la comunión querida por Dios, iniciada en el tiempo y dirigida a su perfección en la plenitud del Reino"(Ib. 21). Comunión (unidad), por ser núcleo articulador, se convierte en la respuesta a las múltiples preguntas doctrinales y prácticas que se pueden plantear acerca de lo que son Dios, Jesucristo, la Iglesia, el plan creativo-salvífico de Dios, el Reino de los Cielos, la vida eterna, la santidad, la evangelización, el sentido de vida moral, la misión del cristiano en el mundo, el pecado (como negación). Se entiende así cómo la evangelización (tarea de la Iglesia en la historia) es un quehacer unificante (comunional) y por qué el mandamiento máximo explicitado por Jesús es el amor, virtud unitiva por excelencia. Lo que el cristiano cree y ha de actuar no es, por consiguiente, un simple agregado, suma o yuxtaposición de elementos doctrinales y prácticos, sino un conjunto armónico, que tiene como fundamento, principio, raíz y sentido un Dios que es comunión: relación interpersonal, amor, Trinidad. Un Dios que ha puesto su “sello” comunional, unificante a su designio amoroso sobre la humanidad.

domingo, 19 de mayo de 2013

PROTAGONISMO LAICAL EN NUESTRA REALIDAD

1. “Hombre de Iglesia en el corazón del mundo y hombre del mundo en el corazón de la Iglesia” (Documento de Puebla 786). Tal es el laico. Este término, que equivale a seglar, recibió en el Concilio Vaticano II una definición positiva, a partir del bautismo, sacramento de incorporación a Cristo y a su Iglesia. Miembro del Pueblo de Dios, el laico participa de la condición profética-sacerdotal y regia del Señor y es corresponsable de la misión de la Iglesia en el mundo: la evangelización. Ahora bien, lo peculiar del laico reside en su secularidad. Este vocablo viene del latín saeculum, siglo, que equivale a mundo (acentuando su temporalidad). El laico vive en el mundo, obviamente, como todo fiel cristiano (ministro ordenado, religioso/a o seglar), pero tiene como específico o propio suyo, el tratar y transformar las realidades temporales de acuerdo con la voluntad de Dios, según los valores humano-cristianos del Evangelio. Mundo es aquí: sociedad, economía, política, cultura. Aquí están incluidas, entre otras, familia, educación, comunicación social, entretenimiento, responsabilidad ecológica. ¿Qué es aquello con lo cual no tiene que ver el laico? Éste tiene ante sí, como campo de trabajo, el amplio y complejo siglo. 2. Laicos: extragrande mayoría en la Iglesia. Si en la pantalla dibujamos una “torta” con la población católica y representamos en ella a los laicos, ¿qué resulta? Prácticamente una ecuación: católicos=laicos. En la Iglesia se distinguen tres sectores: ministros jerárquicos, laicos y religiosos. En Venezuela los autoidentificados católicos sumamos grosso modo al menos unos veinte millones. De ellos, exagerando cifras, los ministros y los religiosos llegan a diez mil. El resto del conjunto es del sector de los laicos. ¿Qué proporciones resultan entonces? Es cierto que los otros dos sectores, particularmente el jerárquico, juegan un papel de singular importancia en el Pueblo de Dios, de modo que no todo se reduce a cálculos cuantitativos. Pero más cierta todavía es la elocuencia de los números al pensar en el presente y el futuro de la Iglesia venezolana con respecto a su misión y a la inmensa parte que en ésta corresponde a los laicos. 3. De auxiliar a protagonista. En la concepción que se tenía de la Iglesia antes del Vaticano II, el laico aparecía como un personaje de segunda. No sólo se lo definía (negativamente) por lo que “no era” (laico es el que no es ni cura ni religioso), sino que operativamente se lo catalogaba como simple colaborador de la jerarquía (es decir, del obispo o del presbítero). Bien significativa por lo notablemente distinta es la siguiente afirmación del Concilio Plenario de Venezuela: “Los signos de los tiempos muestran que el presente milenio será el del protagonismo de los laicos” (LCV3) De auditor, paciente y ayudante pasa a constituirse en agente, “locuente”, protagonista, tanto al interior de la comunidad eclesial, como desde ésta hacia el mundo. Ello no implica en modo alguno minusvaloración o, menos, marginación de la jerarquía, pero sí conduce a una reformulación de roles, sobre la base, caro está, de lo instituido por el Señor. 4. Protagonista de una “nueva sociedad”. Violencia, corrupción, injusticia, intolerancia, exclusión y otras realidades tenebrosas son, en Venezuela, país que se autodefine mayoritariamente como católico, maldades mayormente intraeclesiales, es decir, cometidas principalmente entre católicos. Esta triste realidad no puede menos que interpelar gravemente a la Iglesia como conjunto y a sus miembros individualmente considerados. Y en particular, a los laicos católicos, dado lo específico de su misión cristiana en el mundo. Las anteriores líneas sirvan, no para autoflagelarse con inútiles lamentaciones, sino para estimular el compromiso efectivo de muchos y muchos laicos para que, bajo propia responsabilidad y con la ayuda de sus pastores, se formen y actúen con miras a construir una “nueva sociedad” en Venezuela. Una convivencia en justicia y libertad, solidaridad y paz, fraternidad y amor.

RE-UNIÓN DE LOS VENEZOLANOS

Reunir, decía Perogrullo, es volver a unir. Cuando se da un alejamiento de partes, una ruptura del conjunto. Ello no implica que lo anterior haya sido necesariamente perfecto ni, mucho menos, idílico. Simplemente que era pasable y vivible. El último documento de la Conferencia Episcopal Venezolana se refiere, precisamente, a la urgente re-unión de nosotros los venezolanos, quienes, viviendo en una misma casa territorial e histórica, estamos “divididos en dos mitades prácticamente iguales”. Así lo señalan los obispos en su Comunicado y ha quedado en evidencia en las últimas elecciones”. Venezuela no puede continuar así. No sólo va contra una elemental racionalidad, sino que está en juego la supervivencia misma de la nación. Se suele hacer mención –hasta la saciedad- de Bolívar. Pues bien, atiéndase a su último grito de moribundo en Santa Marta a favor de la re-unión. Sirva para algo la memoria –tan gastada- del Libertador. Paso primero, condición elemental para una re-unión es el reconocimiento mutuo. Es tragicómico decirlo. Sí, reconocimiento mutuo. Este reclamo interpela a todos pero, especialmente, a quienes tienen el poder, la Fuerza Armada, el Banco Central y la casi completa hegemonía comunicacional. Aquí se podría utilizar la comparación de la lucha entre un león suelto (sector oficial) y un gato amarrado (disidencia u oposición). Esta desigualdad sea dicha sólo en cuanto a disponibilidad de recursos). Cuando se habla de encuentro y de diálogo la iniciativa y el esfuerzo mayores han de venir del sector oficial. ¿Qué significa aquí reconocimiento? Aceptar al “ otro” como ser humano, ciudadano, compatriota. Y si se es creyente, aceptarlo como hijo de Dios. Y si se es cristiano, aceptarlo como hermano en el Señor. Si se lo acepta así, se lo respetará (Derechos Humanos), se lo escuchará (entre otros con la libertad de MCS), se admitirá su participación en tareas que son y ha de ser comunes (obras comunitarias, organizaciones, gremios, Asamblea Nacional, juntas comunales o vecinales). Si medio país está en la otra acera política, bajar fraternalmente a la calle es cuestión fundamental para el país. Lo anterior excluye y tiene que excluir muchas cosas. Citemos: sectarismo, apartheid, violencia física o verbal, fanatismo, odio, rostro furibundo agresivo, hostigamiento por razones políticas, criminalización de la protesta…). El creyente tiene doble motivo para actuar en la línea del re-encuentro. Su fe en Dios, la cual si es sincera y no mero show, ha de llegar a una actitud delicada y amistosa hacia el prójimo, no “a pesar de” ser distinto, sino “precisamente por” no ser exactamente como uno. El cristiano. ¿Qué decir? El Evangelio es clarísimo con su primer y "nuevo mandamiento“que se explica muy bien en el Sermón de la Montaña. Delante de Dios no vale ostentar imágenes ni besar crucifijos. Seremos juzgados por el amor. Y el amor de Dios es bondadoso y misericordioso; es servicio y con-dolencia, es iniciativa de aprecio y primer paso para el encuentro. Y algo que hemos de recalcar en nuestra vida y acción: la verdad. El Señor nos dice que la verdad nos hará libres. El Demonio es el padre de la mentira. Dios, que escruta nuestros corazones y para quien no hay nada oculto, nos exige proceder en la verdad. El título del Comunicado de los obispos es una cita de 1 Jn 3, 17: “Amemos no sólo de palabra sino con hechos y conforme a la verdad”.

domingo, 28 de abril de 2013

DERECHOS HUMANOS

La Declaración Universal de los Derechos Humanos de 1948 fue fruto de una larga maduración de la conciencia humana. Hitos importantes constituyeron las declaraciones revolucionarias e independentistas de los finales del siglo XVIII en Francia y América del Norte. La pavorosa contienda de la II Guerra Mundial, que concluyó en 1945, aunada a las monstruosas inclemencias de sistemas totalitarios, precedidas por tragedias como el Holocausto Armenio, evidenciaron un “non possumus” (un tajante “no podemos aceptarlo”), que presionó la Declaración sobre lo que la humanidad debe ser y hacer para convivir en un relacionamiento cónsono con su dignidad. Y aún más, simplemente para poder sobrevivir. El Concilio Plenario de Venezuela subraya que los Derechos Humanos se fundan en “la grandeza y dignidad de la persona”, que los hace “innatos e inviolables” (CIGNS 107). No son, por tanto, simple convención social ni, mucho menos, concesión gratuita del Estado. Radican en lo más profundo del ser de la criatura corpóreo-espiritual brotada de las manos amorosas de Dios. “El pensamiento social contemporáneo –continúa el Concilio- considera los derechos humanos, individuales y sociales, económicos, políticos y culturales, así como los derechos de las naciones, el eje central de toda actividad de defensa y promoción en el ámbito social y ético cultural”(Ib. 108). La causa de los Derechos Humanos es tarea obligante para la Iglesia, no puede dejar de promoverlos y considera que todos los atropellos a la dignidad humana concretada en dichos derechos, constituyen atropellos al mismo Dios. Lamentablemente, la marcha histórica de los humanos, grandemente progresiva en cuanto a conocimientos y técnicas, no corre pareja con el debido trato mutuo, ni con el crecimiento moral de los pueblos. En efecto, junto a los logros teóricos y prácticos en muy diversos ámbitos, se dan también innegables involuciones en la calidad de la convivencia. Ideologías y sistemas opresivos se resisten a desaparecer. Los seres humanos, estamos siempre tentados de recaer en conductas y comportamientos reprobables. No se debe ignorar, sin embargo, que, al menos en cuanto a definición y reconocimiento público e internacional de los Derechos Humanos, se ha venido dando un innegable avance. La comparación con la manga del mago, de la cual salen pañuelos de manera ininterrumpida, resulta también aquí fiel y oportuna: unos derechos van acarreando otros en secuencia continua. La Declaración Universal del ’48 así como otras declaraciones en el mismo sentido, son producto de consensos políticos, indudablemente, pero tienen una base de sustentación más profunda y son fruto de un ineludible imperativo. Los Derechos Humanos, como queda dicho, se fundan en la condición o naturaleza humana misma y responden a una auctoritas trascendente. Por eso se habla de “ley natural” con sustentación divina. Se da algo muy “curioso” e ilustrativo con respecto a esto último: es en las situaciones límite en donde se manifiesta el carácter hondo y trascendente de los Derechos Humanos. En el Juicio de Nüremberg, por ejemplo, el respaldo último y primero, verdadero, ético, de la autoridad del juez y de las sentencias residió en que los acusados hicieron algo que “no se podía (moralmente) hacer”; estaban de por medio, en efecto, derechos ínsitos de las víctimas; la fuerza de la decisión no se apoyaba en que los jueces eran los vencedores en la contienda y en que los argumentos eran jurídicamente sustentables, sino en que el juicio y la condena estaban “naturalmente” fundados. Los Derechos Humanos constituyen un maravilloso logro, que debe ser defendido, ampliado y, sobre todo, llevado a la práctica en la verdad.

LIBRO DE MONS. PEREZ MORALES SOBRE MINISTERIOS

Acaba de ser publicado un libro de Mons. Ovidio Pérez Morales sobre el Ministerio Ordenado o Jerárquico. Se trata de un comentario al documento Obispos, Presbíteros y Diáconos del Concilio Plenario de Venezuela. Punto resaltante de esta nueva obra de Mons. Pérez Morales es la interpretación del Ministerio Ordenado como funcional respecto del Sacerdocio, Profetismo y Realeza comunes a todo el Pueblo de Dios. Esto desarrolla lo que afirma el No 1 del referido documento, el cual sintetiza la doctrina católica sobre el Ministerio Jerárquico, considerado, por cierto, desde la realidad venezolana, en virtud de la metodología del Ver-Juzgar-Actuar seguida por el Concilio Plenario. La exposición del libro aborda el Ministerio desde un ángulo muy diferente al de la Teología preconciliar o postridentina, que prácticamente marginaba el sacerdocio común de los fieles y polarizaba la atención en el sacerdocio ministerial. La perspectiva renovada se sitúa en la línea del Vaticano II, que no minusvalora en modo alguno el Ministerio Jerárquico, pero si lo reformula significativamente. Toda la reflexión parte de lo que la Carta a los Hebreos enseña sobre el Sacerdocio-Sacrificio existencial de Cristo. El libro contiene también elementos importantes sobre Vocación y Seminarios (Segunda Parte del documento conciliar). Con respecto a la primera se aborda también desde lo común (vocación humana, de la Iglesia, de cada cristiano), y en lo concerniente a los Seminarios se resalta la noción de éstos como “pequeñas Iglesias” antes que como simples institutos de formación al sacerdocio ministerial. Mons. Pérez Morales entiende ésta y otras obras publicadas recientemente como invitación a tomar contacto directo con los documentos del Concilio Plenario de Venezuela, los cuales asumen, actualizan y concretan para nuestro país el Concilio Vaticano II, que está cumpliendo sus cincuenta años. Nota: para cualquier información sobre adquisición de este libro, comunicarse con Carolina Rivas León, Tfs. 04164159597, 0212 2147019; carolajes31@gmail.com

martes, 23 de abril de 2013

OPOSICION TOLERADA O APRECIADA

Ovidio Pérez Morales La oposición existe. Es un hecho. Es imposible, históricamente, que no exista. Aún en los sistemas extremadamente opresivos. Porque para que no la hubiese, tendrían que desaparecer o ser desaparecidos todos y cada uno de los actuales o potenciales opositores. Pero el problema no es la existencia de opositores, sino cómo, desde la otra acera, la del Poder, se juzgue la oposición, no sólo teórica sino también prácticamente: si aceptable o inaceptable En una democracia, que en la realidad responda a este nombre de modo suficiente, la oposición es aceptada con similar convicción con que se acepta el gobierno. Pudiera decirse que oposición y gobierno son dos polos que mutuamente se reclaman. Aunque el uno y el otro se contrapongan. Porque la oposición quiere ineludiblemente dejar de ser tal y el gobierno legítimamente se aferra a su propia identidad. En un sistema/ régimen autocrático, dictatorial o totalitario la oposición resulta inaceptable. Aunque alguna vez convenga conservar algún vestigio de ella para el mercadeo diplomático. Pero en, principio, se la trata de eliminar, para lo cual se comienza por tolerarla. Cuando la oposición es solamente tolerada, el Poder poner pone por obra todos sus medios y herramientas con el fin de irla asfixiando hasta su extinción pública. Una muestra concreta de ello se tiene con la actitud hacia los medios de comunicación social. Se los cerca y condiciona hasta la rendición o la muerte. Un caso patente en la Venezuela up-to-date es el de Globovisión. La inaceptabilidad de la oposición proviene de fuentes diversas. Pero hay una que reviste características monstruosas. La que concibe la sociedad como un conjunto que se debe modelar según una ideología totalizante. Ejemplos típicos de una tal fuente son el nazismo y el comunismo. No está de más recordar la clara diferencia que se da entre simple dictadura y sistema totalitario. La dictadura busca el control político de la nación y algo de control económico. Pero lo cultural en sentido estricto no le preocupa mayormente. Quiere el control de lo que se manifiesta en público, pero no, propiamente, de lo que se maneja en las mentes. Los sistemas totalitarios dirigen sus esfuerzos hacia el logro del “pensamiento único”, la hegemonía cerebral. Y por eso se desvelan por llegar a la hegemonía comunicacional y educativa. La Nomenclatura en un tal sistema pretende también, por tanto, forjar un arte peculiar y una historia pret-a-porter. Expresión plena de una tal concepción totalizante son las multitudinarias concentraciones de “masas humanas” uniformadas, monocromáticas, monofónicas, con el brazo unánimente alzado y marchando al exacto mismo paso. Un espectáculo monolítico entusiasmante para Parménides. En un régimen democrático, pluralista, al contrario, lo multicolor y polífónico es apreciado. No solamente tolerado. Se quiere cerebros diversos y posiciones distintas, reflejo de un ejercicio abierto de libertades. En un régimen democrático auténtico el diálogo tiene carta de ciudadanía. Se aprecia al “otro” y se busca el encuentro. Que no significa rendición y homogeneización, sino genuino compartir humano. De seres creados a imagen y semejanza de Dios-Comunión.

lunes, 1 de abril de 2013

EL AMOR EN POLÍTICA

Ovidio Pérez Morales “Para que el odio deje lugar al amor, la mentira a la verdad, la venganza al perdón, la tristeza a la alegría". Por esta intención oró el Papa Francisco en su primera celebración romana de la Pascua. Es una oración que tiene privilegiado lugar de aplicación en esta Venezuela, que se prepara para la jornada electoral del 14-A. Ésta, al igual que la del 7-0, pone ante la más grave alternativa histórica de la Venezuela republicana. Porque, y considero obligante martillarlo, se decidirá entre democracia y totalitarismo, cosa que, para cristianos, creyentes otros más, no tiene carácter opcional. Esa oración de Francisco, muy franciscana por cierto, refleja de modo directo el sentido del Sermón de la Montaña y va al corazón de la Buena Nueva de Jesús: el amor. Pero ¿Es que se puede hablar de amor en política? ¿La exigencia central del Evangelio tiene que detenerse en la puerta de la controversia político-partidista y de la acción de gobierno sin entrar en ellas? ¿Está reservada esta confrontación para el ejercicio de la falsedad y el encubrimiento, de la injusta descalificación y el odio, de la calumnia y la violencia? Considero que antes de hablar de amor en este contexto se hace necesario deshacer algunas deformaciones del mismo, que lo confinan a la vida privada y a un ámbito intimista. El amor sería un sentimiento bondadoso no cónsono con la controversia de ideas y la pugna político-ideológica; una virtud rosácea que evita una firme oposición, la denuncia pública y la resistencia cívica. En la arena electoral tendría que regir ineludiblemente el “sálvese quien pueda” y una “ética” de la a-moralidad. El laico cristiano, que se identifica como creyente en el mundo para la transformación del tejido social, no podría mantener su coherencia con el Sermón de la Montaña y el “hombre nuevo” según el Evangelio. Porque la política es “cosa sucia” y él tendría que cuidar sus “manos limpias”. Pero el amor no son sus caricaturas. El amor se construye sobre la verdad; implica justicia y equidad. No engaveta la legítima defensa y la necesaria denuncia. Está abierto a la reconciliación y al perdón. Y a la donación de sí mismo para la salvación del prójimo. Es, sobre todo, proactivo, buscando siempre mejores caminos para construir fraternidad y paz, siendo eficientes y eficaces. En una palabra: el amor no es blandenguería ante el mal ni bonachonería ante lo real, sino esforzada y creativa búsqueda del bien común. Cuando uno lee la vida del inglés Tomás Moro y ha conocido la del venezolano Arístides Calvani, ve las cosas de modo diferente. Percibe que, precisamente porque la política no debe transitar malos caminos, el laico cristiano tiene que meterse allí. Para hacer de la política una práctica de la justicia y la solidaridad, del servicio y del diálogo, de la honestidad y la honradez. Del amor. El Sermón de la Montaña y el “mandamiento máximo” de Jesús valen también para los políticos cristianos. Y uno pudiera decir, particularmente para ellos, si se quiere una “política nueva “para una “nueva sociedad”.

domingo, 24 de marzo de 2013

LA IGLESIA ANTE EL 14-A

Ovidio Pérez Morales Estamos a menos un mes de las elecciones presidenciales. Éstas no serán una elección más, sino un momento de gravísima definición para el país, por cuanto la alternativa a resolver es: democracia o totalitarismo. Como miembro de la Iglesia, sin pretender asumir aquí su vocería oficial –función que toca a la Conferencia Episcopal Venezolana-, quiero sí, con toda seriedad y responsabilidad, hacer pública mi interpretación creyente sobre lo que entiendo es y ha de ser la posición de la Iglesia con respecto al 14-A. Me circunscribo aquí, como es de suponer, a la Iglesia católica, aunque la validez de los argumentos se extienda más allá. Ante la alternativa puesta para el 14-A a la Iglesia no le pueden caber dudas. No se justifica un ni-ni. El 14-A no plantea simplemente una opción ante modelos políticos diferentes por las soluciones que proponen para determinados problemas importantes y muy importantes del país, como la seguridad y la producción, el empleo y la educación, el petróleo y los servicios. No se trata de escoger, en definitiva, tampoco, entre diferentes posiciones en cuanto a descentralización y política exterior, a controles en materia de medios de comunicación social y de manejos financieros. Éstos y otros elementos han de tenerse en cuenta. Ciertamente y dan motivos suficientes para buscar otra dirección política del país. Pero non los más de fondo. ¡Lo que se decidirá el 14-A es algo mucho más que problemas parciales o sectoriales! Es algo clave, trascendental, referente a la orientación global del país, desde sus raíces y cimientos. Algo que toca la identidad nacional misma. El alma de Venezuela, pudiera decirse, y, por tanto, su definición, no sólo económico-política fundamental, sino primaria y principalmente, cultural. Y al decir esto se implica también, por supuesto, lo ético-religioso. Por consiguiente, para la Iglesia el 14-A, no cabe indefinición, indecisión, in-diferencia, ni-ni. La opción coherente de los católicos el 14-A tiene que ser en favor de la democracia pluralista y, por lo tanto, en contra del socialismo totalitario de índole marxista y castro-cubano, que propugna el oficialismo. Tradicionalmente la Iglesia, en cuanto comunidad de creyentes, ha expresado, a través de su representación institucional, su neutralidad (la cual no es lo mismo que indiferencia) en los procesos electorales; no ha querido asumir lo que entiende por alineamiento político-partidista. Esta vez, sin embargo, no puede haber neutralidad, pues ahora, el necesario alineamiento no es propiamente político-partidista, sino nacional, humano-cristiano. Lo que está de por medio, en efecto, son bienes no negociables pertenecientes a los Derechos Humanos, a un genuino humanismo cristiano. Porque el Estado (Gobierno-Partido-Líder) no es el dueño de la libertad humana, de las propiedades y las convicciones morales y religiosas de los ciudadanos; no puede erigirse en Poder Absoluto. Sólo Dios es adorable. Para la Iglesia no es moralmente decidible el que un sistema ideológico-político arrebate o no la libertad religiosa y todas las libertades y derechos de los ciudadanos. Lo que sucede en Cuba y busca imponerlo en Venezuela el Socialismo del Siglo XXI, no es algo éticamente abierto a libre escogencia. Al votar por la democracia, la Iglesia no se cuadra con un candidato, con un partido, con una Mesa o con la oposición. Se cuadra con la Nación.

PAPA LATINOAMERICANO

Con el anuncio en el balcón de la Basílica de San Pedro “habemus Papam” y la identificación del nuevo Sucesor de San Pedro, se estaba comunicando al mundo un cambio histórico en la Iglesia. En efecto, se tenía ya un Romano Pontífice procedente de un continente extra europeo. Ruptura de una tradición milenaria. Para los latinoamericanos esta elección es justificadamente de doble júbilo, al contar no sólo con un Papa que llena la “sede vacante”, sino que procede de esta América nuestra. Francisco significa no sólo un enriquecimiento de la lista del pontificado en cuanto a procedencias y nacionalidades, sino de la catolicidad de la Iglesia con el sensible aporte de lo eclesial latinoamericano. El Papa Bergoglio lleva consigo a Roma la peculiaridad de la Iglesia de este lado del Atlántico, su estilo, sus características propias, su índole cultural. La Iglesia es católica porque Pueblo de Dios integrado por pueblos, es decir historias, fisonomías y culturas diversas. La historia de la Iglesia de América Latina y el Caribe tiene varios momentos estelares. En 1492, su inicio en estas tierras; en 1899, el Primer Concilio Plenario de América Latina en Roma, que congregó nuestras Iglesias en torno al centro de la catolicidad y las impulsó en su dinamismo, integración y organización; en 1955, la creación del Consejo Episcopal Latinoamericano (CELAM) a raíz de la Conferencia General del Episcopado en Río de Janeiro, organismo muy importante para la comunión de las Iglesias de nuestros países; 1962-1965 y 1968, el Concilio Vaticano II conjuntamente con la Conferencia de Obispos en Medellín, que animaron poderosamente la renovación de la Iglesia en los nuevos tiempos y un mayor servicio suyo a nuestros pueblos en un sentido liberador y unificante; 2013, elección del primer Papa latinoamericano. Siendo la Iglesia católica mayoritaria en nuestras naciones, se siente muy contenta con la presencia de Francisco como eje de comunión en el centro mismo de la catolicidad. Ad multos annos es saludo latino que expresamos ante Dios augurando muchos años de salud, felicidad y éxito para nuestro hermano el Papa Bergoglio.

lunes, 18 de febrero de 2013

ESE NO ES MI PROBLEMA

Ovidio Pérez Morales “Ese no es mi problema”. Con estas y otras palabras de la misma índole solemos despachar solicitudes o reclamos que nos vienen del entorno. Es lo mismo que con un gesto bien significativo hizo Pilato para deshacerse de la absolución debida al justo que tenía delante, acusado por una vociferante asamblea. Es evidente que hay problemas cuya solución total o parcial no entra en nuestras posibilidades o deberes. Frente a ellos no tenemos responsabilidad alguna. Al mendigo de la esquina se le escapa de las manos una medida económica, que pueda paliar el desequilibrio social. Y uno no tiene nada que ver con el orden de los planetas. Pero uno sí tiene, y mucho, que ver, con innumerables problemas pequeños y grandes, que entrar en el tejido de la propia existencia y sobre los cuales no se toma conciencia de la propia responsabilidad. Situaciones familiares, del vecindario, del lugar de trabajo o de estudio, de la ciudad y del país. Puede tratarse de un prójimo necesitado de una solidaridad concreta en ayuda material o espiritual, de la participación en un reclamo colectivo o de una elección para un cargo público. Puede consistir en una palmada en el hombro, una denuncia necesaria o una iniciativa gremial ¿Has pensado en el Juicio Final? Antes era un tema más manejado. Actualmente muchísimos lo niegan o lo estiman como idea inoportuna. Jesús lo planteó en serio en su predicación del Reino, como discernimiento y sentencia al final de la travesía humana por la historia. Lo cierto es que le dedicó amplio espacio en su predicación del Reino. Los capítulos 24 y 25 del evangelio según san Mateo reciben generalmente en el Nuevo Testamento el título de “Discurso escatológico” porque llaman la atención sobre lo definitivo, las postrimerías, la culminación de lo que denominamos historia y, al mismo tiempo, el inicio de ¿cómo decir? una post o metahistoria, o, mejor, la consumación del designio divino sobre la humanidad. La Biblia nos habla de la plenitud del Reino de Dios. Pues bien, en ese texto, Mateo, luego de referir discursos y parábolas sobre el tópico, trae (25, 31-46) una especie de reportaje sobre el Juicio Final. No me detengo en particulares, que el lector puede buscar, para concretarme en un elemento fundamental que aparece allí: el criterio del juicio. ¿Qué es lo que el Rey, el Hijo del hombre, aplica como medida para premiar o castigar? Simplemente el haber atendido o no a necesidades concretas del prójimo. Por ejemplo, tuve hambre y me diste-no me diste de comer. Los condenados no son lanzados al castigo por haber hecho algo malo (matar, mentir…), sino por no haber hecho algo bueno (dar de comer o beber al hambriento o sediento…). Reciben el premio eterno, entonces, los que han hecho, de verdad, proximus al “otro” (hambriento, sediento…). Jesús castiga la indiferencia y la frialdad. Premia la solicitud, la solidaridad. Castiga la omisión. Felicita la proactividad. Mat 25, 31-46 es una punzante advertencia a todos nosotros, que solemos mantener y aplicar una moral “negativa” (no matar, no, no, no), sin ocuparnos de lo principal, que consiste en positividad, proactividad, con respecto a los demás. El mandamiento máximo de Jesús es amar. Como él nos amó. Y amar no reside puramente en no dañar al otro (padres, vecinos, connacionales…), sino, principalmente, en servir, apreciar, ayudar, hermanar. Una manoseada conseja dice: “El mundo anda como anda, no por lo que hacen los malos, sino por lo que los buenos dejan de hacer”. Es decir, por los “pecados de omisión” de quienes se consideran “buenos”. Con “lavarse las manos” no se llega muy lejos en la construcción de una nueva sociedad, justa, libre, pacífica. Jesús nos pone en guardia frente al “ese no es mi problema”.

lunes, 4 de febrero de 2013

SOMOS RESPUESTA DE DIOS

Ovidio Pérez Morales ”Escucha mis palabras, oh Dios, repara en mi lamento”. “¡Escucha, oh Dios, mi clamor, atiende a mi plegaria!”. Así comienzan los salmos 5 y 61, respectivamente. Son la invocación del ser humano, sumido en la angustia, o frente a problemas punzantes de la vida cotidiana. ¿No hemos oído decir a muchas personas que Dios no las ha escuchado en sus necesidades, a pesar de que él mismo las ha invitado a pedir frecuente e insistentemente? ¿Nosotros mismos, no hemos sido, al menos, tentados de quejarnos así? ¿Es sordo o se hace el sordo el Señor? Meditando en esto y siguiendo la orientación iluminadora de la Escritura Santa (ver, por ejemplo Mt 25, 31-46), se me impone en la mente este imperativo: “Yo debo ser, en la medida de mis posibilidades y en asuntos en que pueda serlo, la respuesta que mi prójimo espera de Dios”. Yo: la respuesta de Dios. Personalizando de otro modo esta afirmación, se la puede formular así: Yo, tu, nosotros debemos ser la respuesta que nuestro prójimo espera del Señor. Pensemos aquí, ahora, en la situación concreta de nuestra circunstancia grande o pequeña: país, ciudad, vecindario. Percibimos situaciones de violencia desenfrenada, así como carencias materiales y espirituales del más diverso tipo. Y en medio de ellas, captamos también las invocaciones a Dios por parte de mucha gente, en el sentido de que en vez del odio, la crueldad, la indiferencia, el egoísmo, reinen, el amor, la compasión, la solidaridad, el compartir. Dios responde siempre. Hay ocasiones en que lo hace de manera perceptible y milagrosa, como Jesús en Palestina, al curar leprosos, dar la vista a ciegos y poner a caminar a paralíticos. Otras veces Dios actúa efectiva pero ocultamente. Pero el quiere obrar, ordinariamente, a través de nosotros. El quiere responder, sí, mediante nuestro compromiso con el prójimo. Para ello nos hizo libres-responsables y nos dio un mandato muy preciso por boca de Jesús: “Este es el mandamiento mío: que se amen los unos a los otros como yo los he amado” (Jn 15, 12). En el Padre Nuestro pedimos a Dios que se haga su voluntad y que nos dé el pan de cada día. Pues bien, la voluntad de Dios es que estemos atentos y seamos operativos con respecto a las necesidades de los demás; cuando hacemos así, damos la respuesta de Dios a las plegarias que se le elevan. Cuando atendemos una súplica, damos un consejo, hacemos un servicio o prestamos una ayuda a personas amigas, a conocidos o extraños, pero también a quienes no nos caen bien y aún a los que podemos considerar no amigos, estamos convirtiéndonos en boca, oído, corazón, brazos de Dios para el hermano necesitado. Maximiliano Kolbe, Teresa de Calcuta y, más cerca de nosotros, Oscar A. Romero, María de San José, entendieron muy bien esta lección. No se lavaron las manos frente a injusticias y necesidades. No se escabulleron con el acostumbrado “ese no es problema mío”. Se identificaron como respuesta de Dios a enfermos, pobres, maltratados, excluidos. Convirtiéndose a su vez, así, en clara lección para nosotros de lo que es amar a Dios y de lo que significa verdadera religión. Por tanto, yo, tu, nosotros, hemos de ser la respuesta de Dios al prójimo suplicante

domingo, 20 de enero de 2013

LA FE ES ENCUENTRO

Ovidio Pérez Morales Con motivo del 50 aniversario del inicio del Concilio Ecuménico Vaticano II, el Papa ha declarado un “Año de la Fe”. El que estamos viviendo. El documento con el cual lo ha comunicado y explicado se llama Porta Fidei, La Puerta de la Fe (1.10.2011). Para los católicos este Año tiene una especial significación y encierra un ineludible llamado. En efecto, la fe es la virtud o disposición fundamental de una existencia creyente. Por allí comienza la vida cristiana y constituye su referencia y perspectiva primarias. Concede, junto con el bautismo, la integración en el cuerpo de la Iglesia. No pocos interpretan la fe como una adhesión casi puramente intelectual –cerebral, diría- a contenidos de la fe y, por cierto, no siempre ateniéndose a los principales o siquiera tomándolos en cuenta. La fe se vuelve algo superficial, sin implicaciones serias en la orientación de la persona. No implica mayor compromiso. Hay quienes se identifican como cristianos, sin que ello tenga repercusiones existenciales ¿Qué significa, en este sentido, la afirmación de que Venezuela es un país cristiano, católico? Un instrumento privilegiado para ayudar grandemente en este tiempo a profundizar en el conocimiento y la práctica de la fe, es el primero de los diez y seis documentos de nuestro Concilio Plenario: La proclamación profética del Evangelio en Venezuela. Un documento que también se puede bajar fácilmente por Internet. En indudable que la fe implica la aceptación de un conjunto de verdades, como su contenido o aspecto objetivo. Cuando se bautiza a una persona, se le pregunta “Crees en Dios Padre…., en Dios Hijo…, en Dios Espíritu Santo?” Si en la Misa se pide a los participantes renovar su fe, éstos recitan entonces el Credo, el cual contiene una síntesis del contenido esencial de lo que se cree. Pero, y he aquí un pero tan importante como todos los peros: La fe consiste todavía en algo y mucho más. La fe, dice el Concilio Plenario de Venezuela, es “adhesión a la persona de Cristo y al programa de vida (…) que Él propone” (PPEV 69). Es, por tanto, un encuentro personal. Y agrega: “El encuentro con Jesús es transformador y exige conversión personal y colectiva. No podemos pretender creer en Jesucristo y vivir en la indiferencia, en la permisividad y sin compromiso alguno” (PPEV 76). En el Evangelio se nos relatan varios encuentros, realmente transformadores, de personas bien diversas con Jesús. Pensemos el tenido con el recaudador de impuestos Leví, el experimentado por un comerciante inescrupuloso llamado casualmente Zaqueo, el milagroso que convirtió a Saulo de fanático perseguidor de cristianos en apasionado evangelizador, el que hizo de una nada correcta samaritana una entusiasta proclamadora de Jesús. Encuentros que iluminaron vidas. Un encuentro genuino de fe hace de la persona un discípulo misionero de Cristo. Es lo que el Año de la Fe trata de suscitar. Un cambio que haga de cristianos nominales, creyentes auténticos. Desde el punto de vista estadístico, Venezuela es un país católico (oscilando entre un 80% y un 90%). ¿Realmente lo es? La realidad socioeconómica, política y cultural pone graves interrogantes y plantea serias interpelaciones a los autodenominados católicos. Una fe entendida y vivida como encuentro, tendría inmensas positivas consecuencias para el presente y futuro tanto de la Iglesia como del país.

CRISTIANO EN TIERRA

Ovidio Pérez Morales El cristiano aparece definido claramente en el Nuevo Testamento como ciudadano de dos mundos. Uno, el definitivo: la plenitud del Reino prometida por Jesús para el “más allá “de la historia. El otro, el mundano, teatro del acontecer histórico. Sin esas dos referencias fundamentales integradas y asumidas con seriedad y responsabilidad, la existencia cristiana se desvanece y descompone. Quedaría, de un lado, un espiritualismo alienante, que alguna corriente materialista ha conceptuado como “opio del pueblo”. Del otro lado, si el bautizado olvida la dimensión trascendente, el cristianismo se convierte en una ideología intramundana a secas, con las alas recortadas y sin mayor aliento. Un documento que da la substancia de lo que significa ser cristiano en tierra, es la primera carta de Juan, en donde “el otro”, el prójimo, aparece como camino hacia Dios, como presencialización de Cristo. Entonces el compromiso mundano fraterno se muestra supremamente ineludible, obligante, No sólo en lo que refiere a la relación solidaria yo-tu y al proximus más cercano, sino a la que abre a la hermosa tare de edificar una “nueva sociedad”. El cristiano se torna así en ciudadano activo y corresponsable. La formación para este trabajo de con-vivencia es parte integrante, fundamental, de la educación en la fe; no se queda en algo adherente, secundario. Es substancial. Si la misión de la Iglesia -y, consiguientemente, de los cristianos- en el mundo es la evangelización, entonces lo tocante a su compromiso social constituye una dimensión de ese quehacer evangelizador, al lado de las otras cinco: primer anuncio o kerigma, educación de la fe, celebración litúrgica y oración, organización de la comunidad visible y diálogo. Para formar en el compromiso social, en el protagonismo ciudadano, la Iglesia dispone de una Doctrina Social. Ésta no se restringe en modo alguno a un conjunto pedagógico reservado a una elite de cristianos. Ha de entrar, en efecto, en la formación de la fe desde la infancia hasta la más avanzada madurez. Por ello, tiene que comenzar desde temprano en la familia. Vuelvo a recordar un ejemplo patente de esta integración de la Doctrina Social en la evangelización y, más concretamete, en la dimensión catequesis: el Catecismo de la Doctrina Cristiana elaborado por el Arzobispo de Caracas Mons. Rafael Arias Blanco (+1959). ¡Ese texto estaba hecho para los alumnos del 3º al 6º grados de Instrucción Primaria! En la lección 54 encontramos las siguientes pregunta y respuesta: “¿Debemos conocer la Doctrina Social de la Iglesia? Sí; (…) para poder defender la justicia social con una orientación cristiana”. Gran desafío a la Iglesia en Venezuela, particularmente en estos tiempos muy desafiantes consiste en formar en la Doctrina Social de la Iglesia a todos los católicos, de todas las edades, de todos los sectores eclesiales y en todos los niveles o instancias de la Iglesia. Teniendo presente que esa enseñanza buscará no sólo alcanzar los cerebros, sino penetrar en los corazones y hacerse práctica progresiva en las vidas. Así se tendrá un cristiano en tierra. No en las nubes, ni en un espiritualismo infecundo, ni en una espera vacía.