martes, 26 de mayo de 2015

ELECCIONES Y GOBIERNO DE TRANSICIÓN




El 19 de marzo del año pasado dirigí un mensaje hecho público al Presidente Nicolás Maduro en relación a la grave crisis nacional.
A poco más de transcurrido un año y empeorada dicha crisis, retomo, con alguna precisión adicional, lo que entonces propuse: “la formación de un gobierno de transición, que abra paso a una gobernabilidad  sólida y estable a través de   los mecanismos que posibilita la Carta Fundamental”. Para identificar ese gobierno nuevo ofrecía algunos sinónimos: gobierno de Integración,  de unión,  de emergencia  e incluso de salvación nacional, para caracterizar tanto su urgencia como su significación e importancia.
Este año debe haber elecciones parlamentarias –cuya fecha se mantiene indebidamente en suspenso-. A pesar del alineamiento del Consejo Nacional Electoral con el Gobierno y de todas las reservas que se puedan formular sobre el mecanismo del proceso,  el acudir a las urnas ofrece a la ciudadanía una oportunidad para expresar convicciones, rechazos y anhelos y provocar un cambio hacia una mejor conducción política. En cualquier hipótesis estimo que el votar se hace obligante.
Considero la propuesta de un Gobierno de transición, o según se lo quiera denominar, como complemento de las elecciones parlamentarias. Cualquiera sea el resultado de éstas, la gravísima crisis nacional urge una   reformulación en los cuadros del poder para posibilitar la indispensable reconciliación, el obligante reencuentro de los venezolanos, que posibiliten el ulterior progreso del país en un marco de pluralismo democrático.
Con una Venezuela partida por la mitad –para decir lo menos-, en confrontación suicida e irracional marcha hacia el precipicio ¿En qué futuro deseable se podría pensar?
“El día después” es una película que intenta ser profecía de lo que le espera al mundo luego de una guerra nuclear. Buen instrumento pedagógico para tiempos en que la confrontación ciega la mirada y empuja hacia horizontes autodestructivos. ¿Quiénes resultarían ganadores? Los difuntos y sus deudos incapacitados que los velarían.
La Biblia ofrece un pasaje muy ilustrativo en el Libro Primero de los Reyes (12, 1-20). Roboam, sucesor de Salomón, endureció la terca, dura  y desordenada política de su padre, haciéndose sordo a razonables  consejos.  Entonces Jeroboam se alzó con la gente que esperaba un cambio y dividió el Reino ¿Qué vino después? Ruina común de Judá e Israel, destrucción, destierro. Para todos.
Gobierno de transición quiere decir dejar a un lado el dogmatismo ideológico, la intolerancia partidista, la exclusión de la disidencia, el monopolismo estatizante y abrir paso a una Venezuela realmente de-y-para todos, en la que todos participemos en su construcción.
Rojos, amarillos, verdes, blancos, morados, grises e incoloros podemos-debemos hacer de este pedazo de suelo, que nos ha dado Dios (“Tierra de gracia” se le llamó), un hogar común, no “a pesar de”, sino “precisamente  por” y con nuestras diferencias.

¡Después  de las tragedias abundan los “malhayas”! Que “un día después” no tengamos que lamentar nuestra miopía de corazón. 

jueves, 21 de mayo de 2015

RENOVACIÓN ECLESIAL A LA LUZ DEL CONCILIO PLENARIO


DIEZ PUNTOS CLAVE

Introducción


El número inicial del primero de los diez y seis documentos del Concilio Plenario (CPV), titulado La proclamación profética del Evangelio de Jesucristo en Venezuela, luego de referirse a los quinientos años de la evangelización en nuestro país, señala que la Iglesia desde 1498 “no ha cejado en su empeño de cumplir la misión fundamental que Jesús confió a sus discípulos: anunciar el Evangelio a toda criatura”. Y agrega:

 La Iglesia en Venezuela, hoy, quiere continuar esta misión examinándose a sí misma, haciendo suyas las angustias y esperanzas del pueblo venezolano para comunicarle con mayor eficacia la buena noticia de Jesucristo y su proyecto salvador, a través de una Nueva Evangelización, que exige nuevo ardor, nuevos métodos y nueva expresión (PPEV 1). 

Para más información al respecto, haz clic en el enlace.

https://docs.google.com/document/d/1_Q0Zo2B6g8k2JqbBOKg4EkqgNSeljIKeRKs0yn_Th4s/pub

miércoles, 13 de mayo de 2015

MONSEÑOR ROMERO



A partir del próximo sábado 23 de mayo  nuestro querido Oscar Arnulfo Romero  será ya beato. Murió mártir el 24 de marzo de 1980.
Me siento feliz de haber experimentado en la tierra su cercanía. Y de contar con su intercesión desde el cielo.
No puedo menos de recordar hoy tres momentos significativos de nuestro compartir episcopal.
El primero, cuando lo conocí personalmente, tuvo lugar en Puebla (México), en la oportunidad de la Tercera Conferencia General del Episcopado Latinoamericano (27 enero-13 febrero 1979), de la cual fuimos miembros. Monseñor Romero, al dejar San Salvador para asistir a dicha reunión, había manifestado a los fieles de su Arquidiócesis: “Quisiera quedarme con ustedes en una hora tan dolorosa y tan peligrosa de nuestra Iglesia; pero, por otra parte, siento la necesidad de llevar esta voz para hacerla sentir en Puebla a las amplitudes del Continente y del mundo” (Mons. Oscar A. Romero, Su pensamiento, IV, 127). Quería también robustecerse allí encontrándose con el Papa y sus hermanos obispos latinoamericanos.
En Puebla coordiné la elaboración y firma de una carta de solidaridad de obispos participantes con el Arzobispo de San Salvador. A éste se la entregué una tarde, en que pudimos intercambiar ampliamente sobre la conflictiva situación de su país (violencia, guerra fratricida, destrucción, muertes, persecución) y la actividad pastoral que él venía desarrollando en favor de la justicia, la libertad y la paz, con atención privilegiada a los más pobres. Se sentía rodeado de amenazas, herido por incomprensiones, pero firme en su testimonio. La carta le confortó hondamente.
El segundo momento (septiembre 1979) fue la visita que le hicimos en su sede arzobispal  Mons. Domingo Roa Pérez, Presidente de la Conferencia Episcopal Venezolana, y mi persona, por entonces Secretario General. Compartimos largamente con él, en el terreno mismo del terrible drama, sus preocupaciones, luchas, esperanzas. Nos llevó, entre otros lugares, a la capilla en donde celebraba regularmente la Misa y lugar de su próximo martirio; también a un lago en donde echaban cadáveres de asesinados por motivos políticos. Conversando con él se percibía al hombre de Dios, que, por encima de banderías, buscaba abrir espacio al respeto de los derechos humanos, a la reconciliación, al rencuentro fraterno, a la práctica del “mandamiento nuevo” de Jesús.
El tercer momento fue particularmente emotivo. En días inmediatamente  después de su asesinato acaecido el 24 de marzo,  recibí una carta suya, fechada el 11 del mismo mes, en la cual me agradecía la solidaridad que le habíamos hecho llegar desde una reunión de obispos de los países  bolivarianos celebrada en Lima (11-16 febrero). “Su fraternal solidaridad como signo de unidad eclesial –respondía Mons. Romero-, alienta vivamente nuestra pastoral de acompañamiento al pueblo, en sus justas causas y reivindicaciones”.
Entre las muchas cosas que he leído del Arzobispo mártir quisiera recordar aquí una, sobre la alegría, para que ayude a cuantos se sienten tentados de caer en derrotismo y depresión: “No hay derecho para estar tristes. Un cristiano no puede ser pesimista (…) siempre debe alentar en su corazón la plenitud de la alegría. Hagan la experiencia, hermanos, yo he tratado de hacerla muchas veces y en las horas más amargas de las situaciones, cuando más arrecia la calumnia y la persecución, unirme íntimamente a Cristo, el amigo, y sentir más dulzura que no la dan todas las alegrías  de la tierra” (Homilía 20.5. 1979). Palabras de un creyente de veras. Y que supo amar.
Mons. Romero fue coherente desde el Evangelio. Por eso interpelaba, tanto a quienes con violencia sojuzgaban, como a quienes concebían sólo respuestas violentas. Unos diez días antes de morir predicó: “Saber que nada violento puede ser duradero. Que hay perspectivas aún humanas de soluciones racionales y por encima de todo está la palabra de Dios que nos ha gritado hoy: ¡reconciliación!”.
El mártir Oscar Arnulfo es invitación a servir hasta la muerte, a imitación de Jesús.