MENSAJES

¡PRESIDENTE, VUELVA A LA CONSTITUCIÓN!

MENSAJE AL PRESIDENTE NICOLÁS MADURO MOROS

 

1.           Urgencia del llamado

Bajo el título “! Presidente, vuelva al Cabildo!” dirigí un llamado al entonces Primer Mandatario Hugo Chávez Frías, con ocasión del Bicentenario del 19 de abril. El contenido fundamental de esa carta pública era una invitación-reclamo de asumir su responsabilidad presidencial de impulsar, perentoria y decididamente, una vuelta, según la Constitución, a la unidad de la Patria seriamente fracturada, asumiendo el pluralismo político-ideológico y cultural de nuestro pueblo.

El llamado lo hacía como cristiano, teniendo presente la exigencia del Señor Jesucristo en la Última Cena respecto de la unión y lo subrayado por Simón Bolívar en su postrer mensaje  en línea semejante, como condición de solidez y progreso de nuestros pueblos.

A un año del fallecimiento  del Presidente Chávez, aquel llamado, caído entonces en el vacío, cobra hoy mayor urgencia, dado el ahondamiento del deterioro material e institucional de la nación en los más diversos aspectos y, sobre todo, el agravamiento de la división entre los hijos de nuestro pueblo,  que se está manifestando trágicamente con la sangre de muchos , muertos y heridos, especialmente jóvenes, derramada en las calles como fruto   de la violencia, la represión y la impunidad políticas culpables..

Como persona humana, venezolano, creyente y obispo me veo en la obligación moral, junto a muchos que creemos en la primacía del espíritu sobre la fuerza bruta, de clamar, ojalá que no en el desierto: ¡Ya basta! ¿Nos vamos a devorar fratricidamente olvidando que fuimos creados por Dios para vivir como hermanos en una casa común? ¿Echaremos por tierra un país construido con tantos esfuerzos, sudores, risas y lágrimas? ¿Hemos olvidado lo (que) proclamamos en nuestro himno nacional de que “la fuerza es la unión? Y pudiera agregar: ¿No debemos avergonzarnos como pueblo  que el Bicentenario de nuestra Independencia nos encuentre enfrentados en el propio hogar, en vez de consolidar la nación en respeto y reconocimiento mutuo, en solidaridad y paz?

 

2.           Sentido de mi invitación

Al dirigirle este llamado no me mueve otra intención y finalidad, sino el bien de nuestro pueblo multicolor, el bien común de nuestros compatriotas. Obviamente entro de modo inevitable y necesario en el campo de la política, por cuanto siendo seres sociales, conscientes y libres,  ésta toca el bien-ser y el bien-estar de la polis, de la convivencia social, de los cuales no puede desentenderse en modo alguno nadie y menos, si cabe, el cristiano junto con su Iglesia.

Lejos de mí, por tanto, y lo expreso con plena conciencia, cualquier  motivación político-ideológico-partidista, en el sentido de favorecer un grupo determinado o un interés parcial y subalterno. Aún menos me mueve un  deseo egoísta como pudiera ser la búsqueda de poder, tener, aparecer o cosas por el estilo. No presumo de purismo;  creo con serena y humilde convicción que en esta etapa de mi vida lo que me debe preocupar, delante de Dios y de mi conciencia, es aprovechar el tiempo que  todavía me conceda la Providencia, para hacer el mayor bien posible al prójimo que ese Dios-Amor me asigna como compañía en mi peregrinar terreno.

En consecuencia, las observaciones, en general críticas, léase, de discernimiento,  que me siento obligado a expresar, deben entenderse como corrección y servicio fraternos, a los cuales uno mi oración al Dios Uno y Trino , quien nos quiere, escruta nuestros corazones y orienta nuestras acciones.

 

3.           Convicción democrática

Hay algo que deseo subrayar ante todo  y es mi firme convicción de que una sociedad, toda  convivencia humana,  si pretende ser tal, no puede menos que estar abierta a la diversidad de lo radicalmente singular, al pluralismo de opiniones y posiciones en los más diversos campos, político, ideológico, religioso, cultural en general, para, desde ahí, construir verdadera unidad y esperanza de comunidad. Ese abanico es reflejo de la dignidad y los derechos de la persona, y de la trascendencia de su vocación de libertad en cuanto tal. La Declaración Universal de los Derechos Humanos es clara en ese sentido. La humanidad ha sufrido ya bastante por los fundamentalismos del más diverso género, que plantean exclusiones, apartheids y discriminaciones entre los seres humanos. Frente a ellos es preciso resaltar la “Regla de oro” moral de las grandes religiones, la cual en sentido negativo dice: “No hagas a los otros lo que no te gusta que te hagan a ti” y en sentido positivo recomienda: “Haz a los otros lo que  quisieras que te hagan a ti”.

Este pluralismo, premisa y exigencia básica de la genuina democracia, figura con nitidez como principio fundamental en  nuestra Carta Magna: “Venezuela se constituye en un Estado democrático y social de Derecho y de Justicia, que propugna como valores superiores de su ordenamiento jurídico y de su actuación, la vida, la libertad, la justicia, la igualdad, la solidaridad, la democracia, la responsabilidad social y en general, la preeminencia de los derechos humanos, la ética y el pluralismo político”(Art.2).

 

4.  El problema

 Hay algo que, como una gran mayoría de compatriotas,  he percibido y discernido con creciente y punzante claridad  y apremio en estos últimos tiempos, y es lo siguiente: hay en el país problemas, muchos graves y acuciantes,  pero hay uno que emerge como “el problema”, por su carácter generador, por ser raíz y causa de muchos otros, vitales y cotidianos, que están haciendo sufrir a los venezolanos, como  la inseguridad y la impunidad; el desabastecimiento y la inflación; la dolorosa división en vecindarios, comunidades, ámbitos de trabajo y estudio; los enfrentamientos violentos; el éxodo o la separación de familias. Problemas hemos  tenido siempre y los hemos heredado de gobiernos o regímenes anteriores, pero no se puede ocultar que  algunos se han agravado exponencialmente y otros nuevos han surgido como efectos de “el problema” al que me referiré a continuación, el cual ha reducido, cuando no  neutralizado y hasta eclipsado, los  logros positivos de la gestión gubernamental, central, estadal y municipal,  en diversos campos a partir de 1999.

“El problema” principal, pues, al que se enfrenta  el país y  está radicalizando dramáticamente tanto los problemas  heredados  como los emergentes, es uno en su esencia, pero dual en su estructuración. En efecto, por un lado,   se trata de  la decisión de imponer institucionalmente a la nación el denominado “Plan de la Patria”, que concreta el así llamado “Socialismo del Siglo XXI”; un Socialismo que – no debemos olvidarlo - se propuso como reforma de la Constitución, fue rechazado en el referendo de 2007 y que, sin embargo, se viene poniendo en práctica desde entonces por otras vías. Por el otro lado, existencialmente,   está la convicción de poseer en exclusiva, tanto la clave de interpretación de la realidad, la historia y  la sociedad, y de la persona en ellas, como el proyecto y modelo ideales de  las mismas  e, igualmente, el método eficaz para alcanzar dichos fines.  

La Conferencia Episcopal Venezolana, con ocasión de dicho referendo, dio su juicio al respecto en su Exhortación Llamados a vivir en libertad del  19 de octubre de 2007:

 -la proposición de un Estado socialista  es contraria a los principios fundamentales de la actual Constitución, y  a una recta concepción de la persona y del Estado (…).

   -por cuanto el proyecto de Reforma vulnera los derechos fundamentales del sistema democrático y de la persona, poniendo en peligro la libertad y la convivencia social, la consideramos moralmente inaceptable (el subrayado es nuestro) a la luz de la Doctrina Social de la Iglesia.

El Episcopado ha ratificado esta posición en su Asamblea de enero pasado al referirse al “Plan de la Patria” y, concretamente, al segundo objetivo histórico del mismo, que es “continuar construyendo el socialismo bolivariano del siglo XXI”. Los Obispos explicitan que dicho objetivo “está al margen de la Constitución de la República Bolivariana de Venezuela” y citan al respecto lo  establecido en el  artículo segundo, señalado   anteriormente.

Hay que destacar que el socialismo del que aquí se trata no es uno cualquiera, sino el que se maneja oficialmente en concreto, en la línea marxista-leninista, con una referencia muy específica, idealizada y benévola,  al vecino modelo cubano. No se tiene en cuenta, por cierto, su aleccionadora historia concreta de implantación y posterior desaparición como “socialismo real”, particularmente en Europa. Un socialismo que, en realidad,  histórica y paradójicamente, no constituye un verdadero socialismo – el cual, en fidelidad al término, evoca descentralización del poder, compartir y pluralismo sociales- sino un Estatismo de extrema concentración y radicalidad. Se da así una patente contradicción: teóricamente se postula una desaparición del Estado, pero en la práctica se lo amplía y robustece en sentido totalitario. Además, el protagonismo que debería residir en las masas populares,  en realidad  lo ejerce en exclusiva una “vanguardia ilustrada”.

El gobernante -persona o grupo- que busca imponer a la nación este socialismo tipo SXXI, automáticamente se coloca fuera y contra la Constitución. Se ilegitima, por consiguiente, cualquiera que hubiese podido ser el origen jurídico de su mandato. La Constitución es clara  igualmente (por ejemplo en el Art. 333) al hablar de la conducta de los ciudadanos cuando se rompe con ella. Por otra parte, en perspectiva ética, la calificación de  “moralmente inaceptable”, conlleva, en sana doctrina católica, un juicio acerca de la negación o amplia insuficiencia de realización del Bien Común social. Este se define, clásicamente, por su referencia a la existencia y seguridad de los miembros de una sociedad, a la vigencia de un orden de derecho y justicia en la misma, y al compartir unos ideales y valores que fundamenten la vida y obrar en común. Ante tal juicio la persona y la comunidad no pueden ni  deben declararse neutras o pasivas. Estamos, por tanto, en una encrucijada muy grave de la nación, por lo que es  preciso actuar con la mayor lucidez y responsabilidad, pues más allá de la legitimidad de hecho, cuestiona la de derecho e impugna la de valor.

 

5. Los problemas

Este Socialismo,  apellidado del Siglo XXI, “Bolivariano” y de otros modos, no sólo ha fracasado históricamente , sino que su progresiva introducción inconstitucional y subrepticia en Venezuela, como lo hemos expresado más arriba, ha chocado y choca con un muy amplio y decidido rechazo de la población, y está agravando o generando muy diversos problemas en el orden social (violencia desatada, inseguridad, división de nuestro pueblo, polarización y enfrentamientos, crisis de la salud); económico (inflación, baja de la producción por el acoso a la propiedad no oficial, desabastecimiento, creciente dependencia de las importaciones); político (extinción real de la  especificidad y complementariedad de poderes, ahogo del pluralismo y creciente represión; amenazas permanentes, alineamientos y alianzas internacionales “sui generis”); ético ( perversión del sentido de la justicia y de la legalidad, ejemplarizado en el sistema carcelario; vigencia de la “doble verdad y la doble moral”, insensibilidad e irrespeto por el Bien Común); cultural (control  hegemónico de los MCS, sustitución de la realidad por la imagen  y las estadísticas, pensamiento único educativo, restricción de la libertad artística, intentos de revisión y reescritura de la historia); espiritual (ideológica devaluación de la palabra pública y descalificación del testimonio ajeno,  relativización del valor y aprecio de la vida, banalización mistificadora de lo religioso). Ligado a esto se profundiza y crece la corrupción, entre otras causas, por la ausencia de autonomía de los poderes contralor y judicial.

Estos problemas los sufre la población sin distingo de colores políticos. Producen un malestar y una incertidumbre colectivos, que impiden una marcha  pacífica, solidaria, productiva del país. Un clima tal de permanente crispación no favorece la educación escolar, el trabajo sostenido, el tejido amistoso ciudadano, la salud mental de personas, familias y grupos sociales.

En sana lógica, la solución de estos problemas depende primordialmente de la que se dé al problema principal.  Marginar la imposición del socialismo permitirá un reencuentro nacional, que estimulará, sin duda alguna, conjugar esfuerzos para atacar los problemas arriba mencionados y otros que afectan seriamente a la población. Entonces se promoverán, en concreto,  la producción y la iniciativa de los particulares en muchas direcciones como efecto del clima de confianza y de seguridad jurídica, así como del cese de las estatizaciones y de la proliferación de controles; se enfrentará de modo efectivo la inseguridad mediante un funcionamiento genuino y mancomunado de la educación, la acción policial, la justicia penal y la realidad carcelaria; se mejorarán los servicios públicos como efecto de la despartidización de la administración y la incorporación de cuadros preparados y eficientes; se elevará el nivel de la educación, liberándola de cargas político-ideológicas, que marginan talentos, empobrecen contenidos y bajan la calidad pedagógica; se ampliará la información, la formación y el desarrollo de potencialidades del pueblo con una genuina libertad de la comunicación social. Por último y no como último, se impulsará una cultura de la solidaridad y de la paz, que propiciará  superar el enfrentamiento y la mutua marginación producidos o reforzados  tanto por la exclusión  heredada como por una nueva ideología del conflicto. . 

Con un país ampliamente fracturado y para no pocos al borde de la ruptura, no se puede pensar en verdadero progreso nacional, pues las energías  se consumen negativamente en divisiones fratricidas y en la subordinación de lo conveniente a lo ideológico. Al final de su vida y con  base en  la experiencia de los primeros años republicanos el Libertador percibió agudamente los efectos tanto negativos de la división como positivos de la unidad de la convivencia. ¿Se podría evocar aquí la reflexión sobre las causas  de la guerra civil hecha años más tarde por un pensador español: todos intuían que estaban al borde del abismo,  prácticamente nadie hizo nada eficaz para evitar caer en él?

 

 6. Hacia una solución

Un país no puede, en efecto,  caminar partido por la mitad. Jesús, el Señor, advirtió: “Todo reino dividido contra sí mismo queda asolado, y toda ciudad o casa dividida contra sí misma no podrá subsistir (Mt 12, 25). Resulta apropiada aquí una expresión que se suele utilizar en situaciones de crisis: “O nos unimos o nos hundimos”.

Se viene  hablando de paz y de diálogo, con respecto a los cuales están en curso algunas iniciativas a nivel presidencial. Desde la Conferencia Episcopal Venezolana se ha insistido bastante al respecto. La paz, lo mismo que la reconciliación, para ser verdadera, durable, integral,  supone ausencia de violencia, coacción y amenazas, pero, positivamente y más de fondo, voluntad efectiva de justicia y solidaridad, promoción libre del bien, vida en la verdad y la autenticidad, esperanza eficaz de unidad en la diversidad.

El diálogo, por su parte,  es bastante exigente. No se le puede imponer, pero sí tiene intrínsecamente condiciones y so pena de idealismo o intento de manipulación, posee  también condicionantes, porque supone actitud previa de reconocimiento mutuo, aceptación de una común racionalidad,  aspiración a consensos sobre situaciones y temas específicos,  disponibilidad a ofrecer gestos, tanto más necesarios y valorados cuanto mayor es la responsabilidad por la investidura que se ejerce. En concreto, el diálogo  implica encuentro, clima de respeto, comprensión y aprecio, que permita valorar posiciones y lograr puntos de progreso compartido, pues al no haber enemigos, sino a lo sumo adversarios, hay elementos comunes de base y destino.

Estimo, por tanto,  que condición indispensable (conditio sine qua non) para el diálogo auténtico y la verdadera paz en nuestro país,  es la renuncia, de parte de sector oficial, a la pretensión de imponer el Socialismo tal como  lo entiende y ha venido aplicando, y el cual, como lo ha declarado el Episcopado venezolano, no sólo va contra la Constitución, sino igualmente contra principios morales fundamentales. Esa pretensión, repito serena pero diáfanamente,  cuestiona  la legitimidad de ejercicio o desempeño del  Gobierno y de su  relacionamiento con los otros poderes del Estado y, más importante aún, con el conjunto de los venezolanos, encarnación primera y última de la soberanía; por ello, dicha pretensión plantea en conciencia el firme retiro o rechazo del reconocimiento de valor por parte de la ciudadanía. Algo muy delicado que no se resuelve con procedimientos coactivos y abre alternativas muy graves para la nación.

Con relación a lo anterior, he venido proponiendo, como una vía posible de solución, o más ampliamente aún, de respuesta   al actual drama nacional, la formación de un gobierno de transición, que abra paso a una gobernabilidad sólida y estable a través de   los mecanismos que posibilita la Carta Fundamental. No es de mi competencia, por supuesto, entrar en mayores especificaciones al respecto, pero sí diría que lo de transición consistiría, en una primera instancia,  en asumir como referencia insoslayable los resultados de las últimas elecciones presidenciales, con vistas a formar un Gobierno de Integración, que no sería exagerado calificar de unión  o de emergencia  o incluso de salvación nacional, para caracterizar tanto su urgencia como su significación e importancia. No se trataría entonces de un quitar a unos para poner a otros, sino de tejer una conducción del país, que siendo ella misma   fruto de una voluntad de reencuentro,  se haga signo y produzca más y mejor encuentro y reconocimiento. Hay experiencias ajenas de concertación, que estimulan al respecto: la historia enseña, cómo  se han producido impensables acontecimientos  de reunión, de unión, sin pagar el precio de catástrofes e inundaciones de sangre que se habían  “profetizado” (ejemplo concreto: la reunificación de Alemania a raíz de la caída del Muro de Berlín).

Parece obvio que para llegar a una tal integración  es indispensable  un diálogo serio de parte suya y del sector oficial con la Mesa de la Unidad y con representantes calificados tanto de la sociedad civil organizada como de Instituciones básicas representativas de la vida nacional, para lo cual estimo que la Conferencia Episcopal Venezolana estaría dispuesta, si se le solicita consensualmente,  a prestar un servicio de facilitación.

 

7. Interpelación del Bicentenario

La celebración del Bicentenario de la Independencia nos interpela a los venezolanos de la hora presente a recoger responsable y proactivamente la herencia de una Patria soberana, libre de injerencias y dependencias externas, pero ante todo, por ejercicio de la primera soberanía, la de las personas como sujetos y la del pueblo como protagonista. Bastante sangre se derramó entonces para lograrla y no poca, especialmente joven, se ha derramado en estos últimos meses y días, interpretando servirla. Por encima y más allá de toda interpretación parcial creo un deber moral lanzar un grito de llamado a la conversión  intelectual, moral y espiritual a la presente generación de compatriotas: ¡Ya basta de sangre fratricida! ¡Ya basta de autodestrucción nacional! ¡No podemos seguir convirtiendo la casa común recibida de Dios en una jaula de fieras! ¿Tendremos que sufrir aún más y avergonzarnos de dilapidar la valiosa herencia recibida de nuestros próceres? 

Todos hemos de convertirnos, pues,  a la unión fraterna a la que Dios nos convoca, Simón Bolívar nos lo reclama y un mínimo  instinto de supervivencia nacional nos lo exige.  Unión que significa no la eliminación de nuestras diferencias ni el desconocimiento de ciertas incompatibilidades en  los principios, pero sí la aceptación tolerante de algunos compromisos razonables y prudentes en vez del “todo o nada” pretensioso y destructivo, así como   la conjunción de fines en aras del bien común de todos los venezolanos y de cuantos comparten la suerte de este país.

Ciudadano Presidente, Ud. tiene hoy la primera responsabilidad histórica de procurar  esa unión de los venezolanos. Una responsabilidad ante nuestro pueblo,  ante Usted mismo y ante Dios.

A este llamado con “temor y temblor” como expreso San Pablo, uno mi oración, convencido ante todo, como dice el Salmo 127: que “Si Dios no construye la casa, en vano se afanan los constructores; si Dios no guarda la ciudad, en vano vigila la guardia”.

 

Caracas, 19 de marzo de 2014.

Ramón Ovidio Pérez Morales

Arzobispo-Obispo Emérito de Los Teques

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