jueves, 26 de abril de 2018

CRIMEN DE LESA HUMANIDAD




Siguiendo patrones reconocidos como el Estatuto de Roma de la Corte Penal Internacional y exigencias básicas del ser humano, no cabe duda de que el Régimen imperante en Venezuela comete un crimen de lesa humanidad al sojuzgar le libre comunicación de los ciudadanos.

Antonio Pasquali dice que  el derecho a la comunicación  “pertenece al grupo de derechos humanos primigenios y orgánicos” (18 ensayos sobre comunicaciones, 45). Para tan distinguido investigador del fenómeno de la comunicación ésta no se restringe al campo de los medios de comunicación antiguos o novísimos, sino que  constituye un hecho que trasciende lo instrumental y lo sectorial. No se reduce, por tanto, a lo que cubren ciertos reclamos como el de “libertad de expresión” y “derecho a la información”. La comunicación es algo más y sobre esto sirvan las siguientes reflexiones.

El término comunicación en su más amplia y verdadera extensión es algo que va allá de lo que ordinariamente se entiende por comunicación social (expresión, por cierto, tautológica porque toda comunicación es social), es decir,  la que se teje con determinados instrumentos como la prensa o las redes. Tiene, en efecto, un sentido englobante del relacionamiento humano. Toca la estructura misma de la persona, que es ser-para-los-demás-,  relación, lo que justifica   la afirmación de que “vivir es comunicarse”.

En este sentido Pasquali llega a manifestar lo siguiente: “disponemos de un sólido asidero gnoseológico para asumir que todo lo humano puede e incluso debiera ser pensado, inter alia, en clave comunicacional” (Comunicación mundo, 7). Advierte, sin embargo, que esta lectura  relacional del espíritu y de la praxis humana está apenas en sus albores. La cultura  -particularmente en estos tiempos de cambio epocal- ha de ser interpretada desde el ángulo conceptual de la comunicación. Cultura es comunicación.
Lo anterior no debe sonar extraño a oídos acostumbrados a la identificación aristotélica del hombre como “animal político” (constituido para vivir y convivir en polis, ciudad) traducible fácilmente en “ser social”. Del Concilio Vaticano II es la siguiente reflexión antropológica: “la índole social del hombre demuestra que el desarrollo de la persona humana y el crecimiento de la propia sociedad están mutuamente condicionados” de modo que el ser  humano, “por su misma naturaleza, tiene absoluta necesidad de la vida social” (GS 25).

A los creyentes lo social y comunicacional les resulta familiar pues consideran al ser humano como creado a imagen y semejanza de un Dios que es relación interpersonal, comunicación, amor (Trinidad). La comunicación no es, algo adjetivo, añadido, accidental, sino que entra en lo estructural mismo de la persona. La comunicación teje así la sociedad, edifica la cultura, construye la ciudad, las cuales tienen como ámbitos o campos entrelazados lo económico, lo político y lo ético-espiritual (o ético-cultural).
Se entiende así por qué están íntimamente unidos el derecho a la comunicación y el derecho a la vida reconocido éste en el artículo 3 de la Declaración Universal de  Derechos Humanos. Otros artículos de la misma, como los del 17 al 19, explicitan otros derechos (de religión, opinión, expresión, reunión), que implican o son comunicación

Los regímenes totalitarios,  como el que pretende instaurar el SSXXI en Venezuela, buscan la hegemonía comunicacional de una sociedad o un país; se proponen subyugar los MCS viejos y nuevos, pero también monopolizar todo lo referente al comunicarse integral (relacionamiento religioso, proceso educativo, agrupación profesional y política, intercambio académico, expresión artística, etc.).  Por eso son regímenes anti-vida y sus procedimientos calificables como crímenes de lesa humanidad. Aplastar la libre comunicación de  un pueblo, integrado por seres humanos creados para convivir en  libertad, es violación masiva de su derecho a la vida.
Comunicarse es vivir. Derecho a la comunicación es derecho a la vida.

jueves, 12 de abril de 2018

FE Y POLÍTICA



La antipolítica tiene sus tiempos favorables y sus activos defensores. Los años 90´ venezolanos le fueron  propicios, y entonces, pero también hora, ha contado con decididos propulsores. Actuaciones de líderes políticos han alimentado el fuego.

Se suele citar una frase de Louis Mc Henry Howe, dicha en la  Universidad de Columbia, por los años 30 siglo pasado: “Nadie puede adoptar la política como profesión y seguir siendo honrado”. Felizmente estamos celebrando el centenario del nacimiento de Arístides Calvani (19. 1. 1918), cuya existencia y labor constituyen una poderosa refutación de dicha sentencia. El entendió y practicó la política como una tarea noble,  servicio de amor al prójimo, testimonio evangelizador y camino de santidad. Cristiano  existencial y operativamente en su vida familiar y social,  su participación eclesial y su praxis política.

Hay una sentencia  de origen aristotélico, aplicable, por cierto, a varios campos. En latín suena  así: si non est philosophandum, philosophandum est, es decir ¿No hay que filosofar? ¡Eso ya es filosofar (en efecto,  fijar fronteras últimas al conocimiento humano es tarea propia de la filosofía). Aplíquese esto a la ética y  la política. Negarlas o anatematizarlas implica aceptarlas (la amoralidad y la antipolítica son  moralidad y política al revés). En cuanto a la política, ésta se ocupa de la organización de la convivencia dentro de un Estado de Derecho, roles y límites del Estado y del sector privado, normas que garanticen, entre otros, los derechos humanos. A la política se  la maneja bien o mal, pero, en todo caso, se tiene que manejar. Se manejará con capacidad, honradez, espíritu de servicio. O como  simple mercado, show y circo. La apoliticidad es un hacer política por otras vías.

 “Animal político”, así definió Aristóteles al ser humano. Se tiene que reconocer entonces la necesidad e inevitabilidad de la política. El ser humano debe formarse, por consiguiente para actuar en ella  como Dios quiere.

Las anteriores consideraciones permiten abordar sobre terreno firme la relación Iglesia y política, cristianos y política, fe y política, así como otras cuestiones relacionadas.
Hay dos enseñanzas bíblicas sumamente iluminadoras en esta materia, que el evangelista Mateo pone en boca de Jesús mismo: a) el relato del Juicio Final ((25, 31-46), donde establece como criterio de juicio/condenación la solidaridad fraterna;  y b) lo que dice en su Sermón de la Montaña sobre la relación culto-vida: “Si, pues, al presentar tu ofrenda en el altar te acuerdas entonces de que un hermano tuyo tiene algo contra ti, deja tu ofrenda allí, delante del altar, y vete primero a reconciliarte con tu hermano; luego vuelve y presentas  tu ofrenda” (Mt 5, 23-24). Todo esto coincide con lo que dice Juan en su Primera Carta: “quien no ama   a su hermano, a quien ve, no puede amar a Dios, a quien no ve” (1 Jn 4, 20). “Por el amor seremos juzgados” solía decir Madre Teresa. Dios y prójimo están inseparablemente unidos. Esto no quiere decir relegar o rebajar a Dios, sino saberlo ubica bien. adorándolo y sirviéndolo en el prójimo. No se minusvalora religión y culto, pero sí se los relativizar respecto del bien del prójimo.

 El Presidente de la República dijo hace poco que se debía evitar meter la política en el discurso de la Semana Santa. Eso está en la línea de los que desean una religión-sacristía, una fe intimista, un culto espectáculo, un evangelio alienante, una Iglesia extraterrestre.

Claro, es preciso distinguir tres acepciones de “política”: l. lo concerniente al bien de la “polis” como son, por ejemplo, los derechos humanos, en lo cual la Iglesia toda debe comprometerse; 2. el ejercicio del poder  y 3. la política partidista, que no le  competen a la  jerarquía eclesiástica, aunque respecto de los cuales sí debe decir una palabra moral y religiosa cuando sea necesario.
No olvidemos, sin embargo que los miembros de la Iglesia  son en su casi totalidad laicos. Y éstos sí deben asumir su responsabilidad en lo político en 1. 2. y 3, buscando inculturar allí los valores humano-cristianos del evangelio.   

La mala política nos ha llevado al desastre. Una buena política recuperará este país y lo llevará adelante. Ciertamente un desafío, especialmente para los laicos católicos.