jueves, 17 de septiembre de 2020

SOMOS INEVITABLEMENTE POLÍTICOS

 

    Hablamos de la Venezuela de los 90´ como de un período muy marcado por la “anti política”. Fue un tiempo de insurrecciones militares, de fragmentación de los partidos tradicionales y de criticismo frente al quehacer del liderazgo gubernamental y político partidista. Y como los vacíos los llena siempre alguien, emergieron medios comunicacionales, reuniones de notables, caudillos populistas, entre otros, como alternativas de poder. 

   Un sólido punto de partida en reflexiones sobre temas como éste es la necesidad e inevitabilidad de ciertas realidades y, en el presente caso, de la política. Así, a quien muy seguro afirme “yo no me meto en política” podría argüírsele: usted no tiene necesidad de meterse, porque ya está metido ¿La razón? Quiérase o no, el ser humano es esencial y estructuralmente un ser político. Afirmación ésta, que es bastante antigua, como lo destacan las primeras líneas de la Política de Aristóteles.

   Dios creó a los humanos (racionales y libres) como seres-para-los-demás, relacionales, sociales. En realidad, antes que a individuos, creó a la humanidad, como conjunto para el compartir. Lo cual tiene su explicación teológica, en cuando Dios no es una persona solitaria, sino comunión, divinidad una y única (monoteísmo)en trinidad de personas. Esta afirmación es la central e identificante del cristianismo, que define a Dios como compartir, amor (ver 1Jn 4,8). Esto permite entender cuál es el mandamiento máximo, que declaró Jesús y por dónde va en definitiva la moral y la espiritualidad evangélicas. Muy ilustrativo e interpelante al respecto es la narración del Juicio Final, que el mismo Señor hace, y que tendrá como criterio el afecto y solidaridad con el prójimo, especialmente el más necesitado. Dicho Juicio será, pudiéramos decir, substancialmente “político”.

   El relacionamiento humano se comienza a tejer desde la sociedad más original e inmediata, la familia, que es y ha de ser la primera escuela de comunión. Desde allí se van organizando conjuntos y comunidades más amplios y variados, hacia la constitución de una sociedad política (polis) más vasta y estructurada, que constituye el Estado. Éste, por consiguiente, no emerge artificiosamente, ni debe configurar una unidad monopólica, absorbente. Es y ha de ser encuentro y articulación de convivencias con sus particulares acentos culturales.

    Somos entonces sociales, políticos, miembros de la polis, por nuestra condición humana misma y, por tanto, necesaria e ineludiblemente. Robinson Crusoe aparece entonces como una fantasía deshumanizada. El quid del asunto es asumir nuestra vocación y condición política de modo responsable, proactivo, solidario, con la mirada puesta en el bien común. En este sentido se puede decir que uno no es o se vuelve apolítico, sino que es o se vuelve político malo, miope, irresponsable, inconsciente ¿Resultado? Otros harán el trabajo por mí y necesariamente aprovecharé o sufriré las consecuencias. Aquí se puede aplicar también aquella sentencia tradicional de que negar la filosofía es hacer ya filosofía. Negar la politicidad es afirmarla.

   Aquí en Venezuela hace años se expulsó de la escuela la educación moral y cívica. Y ya en los comienzos mismos de este régimen, se eliminó el Programa Educación Religiosa Escolar (ERE), que proveía también de elementos básicos de formación ciudadana. No es difícil adivinar las consecuencias.

   ¿Por qué hemos llegado a la presente tragedia nacional? Parte importante de la respuesta es: no se formó a los venezolanos para la política. Para ser buenos políticos, protagonistas cívicos y no simple masa de mítines, portadores de carnet o criticones del gobierno y de los líderes partidistas. Debo confesar que la Iglesia no puede lavarse las manos en este asunto, porque no supo aprovechar la riqueza de la Doctrina Social de la Iglesia para la formación de las nuevas generaciones, ya desde la más tierna infancia. Y para proporcionar al país líderes políticos católicos integrales.

    Pero la hora no es para lamentaciones, sino para conversiones y compromisos. Hemos de tomar en serio la política, la inevitabilidad de nuestro ser político, para formarnos y formar en el servicio de la polis, ya en el campo de la sociedad civil, ya también en el ámbito de lo político-partidista.

viernes, 4 de septiembre de 2020

VIRUS REVELADOR


    La presente pandemia, dramática, puede revelarnos o desvelarnos verdades de plena positividad y provecho. Es una lección existencial, que es preciso aprovechar.

    Conócete a ti mismo es una muy manejada sentencia proveniente del más antiguo pensamiento griego, que se esculpió sobre el arquitrabe del templo de Delfos. Este autoconocimiento identifica al ser humano entre los demás vivientes, al tiempo que le plantea sumos desafíos.  

    Un tal conocimiento, para ser genuino, ha de entrañar búsqueda seria de la verdad. Y es condición insubstituible para un auténtico y firme desarrollo personal y social. Aquí viene bien a propósito lo dicho por Jesús: “la verdad los hará libres” (Jn 8, 32). Sobre la falsedad y el engaño no puede pensarse un progreso humano consistente, el cual, en última instancia, resulta de un ejercicio y entrecruce de libertades. Si hay un don, virtud o atributo que reciba los mayores elogios en la Escritura Santa es el de la sabiduría, que es el conocimiento y autoconocimiento en su mayor hondura y amplitud. A ella se opone lo que se conceptúa como vanidad, que es ligereza, error, mentira tanto en el juzgar como en el querer.

    La Biblia relato de una mentira-error-mala escogencia de consecuencias desastrosas no sólo para las víctimas inmediatas, sino para la toda la humanidad (Génesis 3). Lo que se exhibió y escogió como seguro de auto realización humana resultó ser terrible frustración. El diabólico “serán como dioses” se convirtió en descalabramiento de los engañados. La libertad humana quedó herida, de lo cual muy pronto se verán las consecuencias en la tragedia de Caín y Abel (Genesis 4).

En los últimos siglos han surgido engañosos mesianismos temporales con sus paraísos terrestres, los cuales a la postre han resultado inevitablemente frustrantes. Ejemplos, la divinización de la razón con el Iluminismo, el endiosamiento científico con el Positivismo, la idolatría de una raza con el Nazismo, la absolutización de un “hombre nuevo” con el Comunismo. Dos guerras mundiales, entre otros, fueron argumentos dolorosos suficientes para desbaratar tantas autosuficiencias humanas. El superhombre termina a la postre deshumanizando.

Ilusiones y fantasías engañosas no son, con todo, sólo reliquias del pasado. Acompañan lamentablemente al ser humano en su peregrinaje histórico, claroscuro siempre, hasta que llegue a su término y plenitud mediante una liberación definitiva, que será, fundamentalmente, don divino. El ser humano en devenir es libre, pero con una libertad no sólo frágil, sino también pecadora; y la historia -urdimbre de biografías- lo manifiesta en su conjunto, que comprende desde lo más bello y santo hasta lo más bajo y monstruoso. De allí la necesidad de una constante conversión humana y una permanente asistencia y sanación divinas.

    El ser humano fue creado, en cuanto inteligente y libre, como “ser para progresar”, cuidando, transformando y disfrutando lo creado. Pero ha de estar siempre en guardia para no disolverse en lo que tiene que manejar. Pues de constructor puede para en autodestructivo, de “ser para el otro” en egoísta dominador y de creyente sensato en ateo libertino.

    La actual pandemia es una realidad dolorosa, que es necesario superar con sabiduría y solidaridad. Pero también constituye una oportunidad para crecer como personas y comunidad humana, en relación fraterna con el prójimo y filial con Dios. Ahondando en realismo y humildad, sabiendo que somos grandes, pero también pequeños y vulnerables; “seres para la muerte”, mas con vocación de eternidad. En una palabra, valiosos, pero no absolutos.

    Este terrible virus despliega una lección de la cual hay mucho que aprender. Sobre todo, en materia de un actuar sólido, trascendente, que concrete el mandamiento máximo evangélico, el amor; y de un real ubicarse, pues, micróbicos, giramos en un pequeño globo espacial, en el cual hemos de saber vivir y convivir. Y también soñar, pero con los pies en tierra. La pandemia es una de esos acontecimientos en los cuales sabiamente debemos situarnos en el inmediato entorno familiar y vecinal, enmarcándolo, sin embargo, en el más amplio, cósmico. Somos mortales, temporales, abiertos a lo eterno. La verdad nos hará libres.