jueves, 15 de octubre de 2020

PODER ABSOLUTO

   
 
Decisiones como la Ley Antibloqueo, en la línea de una concentración y absolutización del poder, invitan a una reflexión sobre lo que ello implica en degradación humanista e idolatría política.

    El Decálogo establece como primer mandamiento el de reconocer y amar a un Dios uno y único. Afirmación que encontramos ya en el libro del Éxodo (34, 28). Exige la confesión de un claro monoteísmo, que excluye la pluralidad de divinidades y toda forma de idolatría.

    A Dios se le reconoce, así, como creador y providente, que trasciende el mundo, pero que también está presente y actuante, como Señor, en la historia de los seres humanos libres.  Se lo acepta como el Absoluto, el Ser por excelencia, incondicionado, al tiempo que razón, fuente y sentido de toda la creación. Se lo asume igualmente como principio y fundamento últimos de moralidad, como juez supremo y digno de adoración; y destinatario de un culto que no es simple admiración, veneración y alabanza, sino adoración (latría), exclusiva y excluyente.

    El ser humano histórico, abierto a la infinitud de la verdad (conocimiento) y del bien (lo apetecible), goza de una libertad que, sin embargo, no sólo es limitada y frágil, sino también éticamente vulnerable (pecadora). Experimenta, en consecuencia su relación con el Absoluto en muy diversas formas y, por ello, la historia registra, al respecto, una vasta gama de expresiones, ya explícitas, ya implícitas: desde la negación expresa (ateísmo confeso) hasta concepciones de tipo panteísta, pasando por formas politeístas y deidades locales. En siglos más recientes se han buscado substitutos de Dios de variada índole, absolutizando, entre otros, la razón (Diosa Razón en la Revolución Francesa), el desarrollo científico-tecnológico (radicalismos evolucionista y positivista), la sociedad misma (utopía marxista). Totalitarismos del pasado siglo llegaron a prácticas divinizaciones de raza, nación o clase y sus correspondientes “encarnaciones” en líderes supremos inapelables. Las absolutizaciones son, sin embargo, de vieja data; la historia de las civilizaciones antiguas nos habla de sacralización de reyes; y la del cristianismo primitivo registra martirios de creyentes, que no quisieron adorar a emperadores.

    La absolutización tanto de proyectos como de seres humanos no eleva a éstos, sino que los degrada. Recordemos la enseñanza de alguien que vivió en carne propia los totalitarismos nazi y comunista: “La raíz del totalitarismo moderno hay que verla (…) en la negación de la dignidad trascendente de la persona humana, imagen visible de Dios invisible y, precisamente por esto, sujeto natural de derechos que nadie puede violar: ni el individuo, el grupo, la case social, ni la nación ni el Estado. No puede tampoco la mayoría de un cuerpo social, poniéndose en contra de la minoría, marginándola, explotándola o incluso intentando destruirla” (Encíclica Centesimus Annus, 44).

    Hablar de totalitarismo en Venezuela significa referirse, no a un objetivo logrado, pero sí en construcción, a saber: el Socialismo del Siglo XXI-Plan de la Patria. En efecto, éstos implican una progresiva absolutización de proyectos, normas, estructuras, que se le imponen a la ciudadanía y frente a las cuales no hay apelación, porque el poder se concentra progresivamente en una clase dirigente y, más en concreto, en un “presidente”, que pretende saberlo y decidirlo todo (omnisciente y omnipotente). Ilustrativa al respecto es la reciente Ley Antibloqueo. Estado de derecho, división de poderes, derechos humanos, todo se relativiza frente a esa pretensión absolutista. Consignas como Revolución o muerte y otras semejantes simbolizan la referida tendencia hacia la sacralización del poder político, que usurpa la soberanía del pueblo y la traslada al Régimen (partido, jefe).

    Dada esta orientación totalitaria (absolutizante, idolátrica) de la actual dictadura militar comunista, se explica por qué la disidencia y la oposición a la misma no se funda en solas razones políticas, sino también religiosas.

    Dios es el supremo defensor del ser humano, garantía total de la dignidad y los derechos de éste, creado para participar en el plan global divino de comunión humano-divina e interhumana.

 

 

 

 

 

 

 

jueves, 1 de octubre de 2020

CONSTITUCIÓN REBELDE, SOBERANO GOLPISTA


    No cabe la menor duda de que la Constitución de la República Bolivariana de Venezuela (CRBV) vigente es un instrumento político, que no sólo legitima, sino también exige rebeldía frente al actual Régimen SSXXI. Constituye una herramienta de resistencia frente a la opresión, al tiempo que un impulso de liberación democrática.

    Oficialmente se la denominaba como “la mejor constitución del mundo”, exhibiéndola y difundiéndola como símbolo revolucionario y camino hacia un país solidario y próspero. La verdad es que, sin ser un texto perfecto, se la puede calificar de apta, aceptable para su circunstancia temporal, así como fácilmente abierta a necesarias adaptaciones y mejoras. A propósito de esto, es preciso subrayar que los venezolanos hemos de estar siempre en guardia frente a la tentación nominalista de pretender cambiar nuestra historia, cambiando sólo constituciones.

    Es de lamentar que la exhibición mediática de la Carta Magna no ha estado acompañada de una pedagogía favorecedora de su conocimiento y aprecio, de manera que sirva al soberano (CRBV 5) de brújula efectiva para la organización y funcionamiento macro y micro del Estado y, en general, de la política. La educación nacional no ha propiciado la formación “moral y cívica” de la población, la cual, por tanto, ha quedado a merced de jefes y no de líderes, de populismos fáciles y no de planificaciones responsables. No se ha educado para una real participación desde las bases populares, y por eso la orientación de lo público ha sido tarea casi sólo de cúpulas gubernamentales o partidistas. No hemos tenido una escuela generadora de democracia participativa. El gobierno, en la línea del tradicional estatismo socialista, ha favorecido más bien la concentración del poder y un estilo militarista en el manejo de la sociedad civil.

    El espíritu y la letra de la CRBV se sitúan en las antípodas del Régimen militar comunista, totalitario y corrupto, que gobierna el país. Una ligera hojeada del texto constitucional basta para percibir el divorcio existente entre éste y la conducción oficial de la nación. No extraña entonces que la apelación de los ciudadanos a la Constitución constituya un acto de rebeldía frente a un poder, que se considera indiscutible y omnipotente.

    El tema de las “condiciones electorales” para el 6 de diciembre ejemplifica bien la contradicción entre el Régimen y la Constitución. Una de las más conocidas parábolas enseñadas por Jesús, la del rico Epulón y el mendigo Lázaro (Lc 16, 19-31), resulta aquí bastante ilustrativa.  Mientras el autosuficiente Epulón banqueteaba, el pobre Lázaro se tenía que conformar con las migajas que caían de la mesa de aquél. El Ejecutivo, que se estima todopoderoso y dispone de la fuerza del poder (FA, policías y colectivos armados, junto a los poderes judicial, ciudadano y electoral sumisos)- ha organizado su “banquete electoral”, bajo condiciones leoninas favorables al Régimen. La ciudadanía, mayoritariamente disidente, aparece como un mendigo al cual se le dejan caer, como regalo o limosna, unas condiciones miserables de participación. El Régimen, como un esclavista, se cree dueño de los ciudadanos y les establece arbitrariamente un marco de ilusoria participación en un proceso amañado. Y el síndrome de Estocolmo está logrando que muchos, en actitud mendicante, rueguen se les conceda, ciertas “condiciones mínimas” electorales, migajas de libertad ¡Algo realmente vergonzoso y humillante para un pueblo constitucionalmente identificado como “soberano”!  

    ¡Las condiciones para un proceso electoral están muy claras en la CRBV, desde su Preámbulo y sus Principios Fundamentales, en los cuales se encuentra ya la raíz y la substancia del protagonismo ciudadano! Allí aparece de modo diáfano la contradicción entre la Constitución y el proyecto totalitario militar socialista.

    El título del presente artículo sintetiza la referida contradicción. Revela cómo apelar hoy en Venezuela a la CRBV es un acto de rebeldía contra el Régimen. Un gesto insurreccional. El soberano consciente y responsable resulta entonces ser reseñado como golpista.