viernes, 21 de octubre de 2022

¿DÓNDE ESTÁ TU HERMANO?

     Los números no tienen color, calor, ni sustancia. Pero como se dice que son fríos, dentro de esta frialdad podemos recordar que los 7.1 millones y más de venezolanos emigrados forzados, doblan la población criolla a la caída de Gómez en 1936, e igualan la nacional a la caída de Pérez Jiménez en 1958. Una cifra superior a la de habitantes de varios países latinoamericanos y la de muchos del concierto internacional ¿1 venezolano fuera por cada 4 dentro?

    Los números cobran vida cuando se “encarnan” en seres humanos concretos. Entonces son 7.1 millones de compatriotas de carne y hueso, dispersos y rondando por los varios puntos cardinales del globo. Insertos en árboles genealógicos concretos, con relaciones familiares precisas y situaciones frecuentemente dramáticas y no pocas veces trágicas. Allí hay nombres y apellidos de niños abandonados, ancianos en soledad, muchachas expuestas, hogares descuartizados, jóvenes narcoatrapados; ilusiones truncadas, estudios interrumpidos, enfermedades agravadas, muertes aceleradas; parejas rotas y uniones fugaces.

    Inventariar daños materiales, perjuicios económicos, es relativamente fácil; no sucede lo mismo con pérdidas y destrozos antropológicos en profundidad. Es aquí donde se toca la autoestima, el sentido de la vida, la conciencia de auto realización. Es alegría o tristeza respecto de una habitación o empleo, de un emprendimiento o documento. Justificar una existencia e identificar una razón de vivir.  

    Junto a los aspectos negativos individuales y familiares de esta emigración forzada es menester anotar en el inventario del éxodo los daños sociales, económicos, políticos y ético-culturales de Venezuela como conjunto, el lamentable impacto habido en la educación y la asistencia social y, en general, en los servicios públicos a todos los niveles; el debilitamiento institucional de la sociedad civil y el acrecentamiento del simple poder de facto en el sector oficial. 

    Recordar el lado oscuro de la expatriación no significa ignorar logros parciales y elementos positivos dentro del maremágnum de la dispersión. Estos, con todo, no impiden calificar el conjunto como tragedia nacional y escándalo internacional, los cuales desafían gravemente a la conciencia y el compromiso humanos contemporáneos.  

    Un factor muy dañino en situaciones como la que estamos considerando es el síndrome de Estocolmo, que lleva a aclimatarse en situaciones y procedimientos inaceptables; las víctimas se van progresivamente familiarizando con violaciones de derechos humanos, tenidas inicialmente por in soportables.

    A propósito de este desangramiento de Venezuela viene muy a propósito hacer a los principales personeros militares y civiles del presente régimen Socialismo del Siglo XXI, la pregunta que Dios hizo al fratricida Caín, en lo que el Génesis narra como inicios de la historia humana: “¿Dónde está tu hermano Abel?” (Gn 4, 9).  Porque los millones de venezolanos que han salido a buscar otras tierras no lo han hecho por una catástrofe natural, un conflicto bélico o una calamidad semejante. El Episcopado venezolano ha sido claro y preciso al denunciar la causa: “En los últimos tiempos Venezuela se ha convertido en una especie de tierra extraña para todos. Con inmensas riquezas y potencialidades, la nación se ha venido a menos, debido a la pretensión de implantar un sistema totalitario, injusto, ineficiente, manipulador, donde el juego de mantenerse en el poder a costa del sufrimiento del pueblo, es la consigna. Junto a esto, además de ir eliminando las capacidades de la producción de bienes y servicios, ha aumentado la pobreza, la indefensión y la desesperanza de los ciudadanos (…) Esto ha conducido a que un considerable número de personas decidan irse del país en búsqueda de nuevos horizontes” (Presidencia de la Conferencia Episcopal Venezolana, Mensaje del 19 de marzo 2018).

    Porque la destrucción es global y el mal profundo el Episcopado ha urgido repetidas veces la urgencia de una refundación nacional. Ésta exige como condición fundamental nuestro reconocimiento mutuo como personas portadoras todas de una común dignidad y derechos humanos irrenunciables, participantes de una soberanía de carácter originario; sujetos éticos, libres y responsables. Y en perspectiva creyente: hijos de un mismo Padre celestial.

    ¡Sí!  ¡Dios nos ha puesto como guardas de nuestros hermanos compatriotas!

 

 

lunes, 10 de octubre de 2022

MEMORIA APARA AVANZAR

     Hay una tentación siempre amenazante y frecuente en Venezuela, la de proyectar futuros sobre vacíos de memoria histórica. 

    Condición fundamental del ser humano creado por Dios es su historicidad, la cual, siendo tiempo humano de libertad y no simple secuencia de hechos, comporta duración riesgosa, desafío permanente hacia compromisos éticos. La historia genera memoria -tanto individual como colectiva- que, si bien, está sujeta al olvido, es en sí imborrable. Estamos llamados a mejorar nuestro pasado y proyectar un futuro mejor mediante un presente más sensato y positivo. Pero “lo escrito, escrito está”. De sabios y prudentes es saber manejar y aprovechar el camino recorrido. El “eliminarlo” en casos es onerosa enfermedad y el ignorarlo priva de experiencias necesarias hacia un futuro realista y consistente. Eso sí, la limitación y pecaminosidad humanas no hacen fácil la tarea de recordar y recordar bien.

    Falla notable venezolana ha sido el no haber utilizado bien nuestra memoria, en especial por parte de quienes ha tenido manos mayores responsabilidades en los distintos ámbitos de la vida social. Un ejemplo bastante ilustrativo es la escasa o predominantemente negativa valoración del pasado colonial, casi como si la genealogía patria hubiese comenzado el 19 de abril hace sólo dos siglos; en esto Simón Bolívar pudo haber sentado mejores precedentes; gente como Mario Briceño Iragorri ha dejado, sin embargo, páginas de gran profundidad y mesura sobre la génesis e identidad nacionales. Otro ejemplo es el de los “eternos comienzos” con ocasión de la nutrida sucesión de guerras y enfrentamientos fratricidas y las correspondientes consignas y pretensiones de “crear” novedades a partir de la nada. Intentos de re-renacimientos fantasiosos de un país en continua agonía, con la vana pretensión de existir y progresar sin ascendientes ni herencias. Historia sin pretérito. Muestra de ello, un “Siglo XXI” sin precedentes.

    Esta ilusión creacionista explica la debilidad de estructuras y tradiciones en los varios campos de la vida nacional y la poca estima, cuando no olvido y desprecio respecto de organizaciones, personas y acontecimientos que han brindado aportes significativos al desarrollo del país, pero que no han sido ubicables en los estrechos cercos de la ideología o intereses dominantes.  Es bien expresivo al respecto lo que sucede hoy con universidades y academias de mayor edad, con medios de comunicación de largo recorrido y alcance, con instituciones como las judiciales, merecedoras éstas de privilegiado respeto y cuido. Las realidades buenas merecen el tratamiento de los vinos, en que el añejamiento cuenta, también cuando los nuevos tiempos son de cambio epocal.

    El tema de la identidad corre íntimamente unido al de la memoria pues aquella se teje en historia; por ello también no constituye un simple dato (factum), sino que implica también un deber ser, tarea y cultivo permanentes. La identidad es dinámica, en actualización permanente, de modo especial en procesos de globalización y salto cultural como los presentes, en que acechan los extremos del cierre sobre sí mismo o el diluirse en la universalidad.    

    Bajando a lo concreto, un campo en que lo de identidad y memoria nacionales merece particular atención es el religioso popular, al cual se dedican algunas líneas en la perspectiva ecuménica y de libertad religiosa del Concilio Vaticano II y del Concilio Plenario de Venezuela. La religiosidad popular católica ha sido un rasgo característico de la identidad del pueblo venezolano, conjunto de mestizaje étnico y cultural que comenzó a integrarse hace ya cinco siglos y cuyo peregrinaje registra un sucederse de transformaciones notables en muy diversos ámbitos y enmarcados ahora en un marco de cambio epocal y globalización. Ese rasgo primordial no recibe del Estado, sin embargo, la atención y el reconocimiento debidos en las políticas educativas. El Estado no se comporta actualmente como laico sino ideológicamente como laicista, hasta el punto que ha cerrado el Programa Educación Religiosa Escolar convenido con la Iglesia.

    Venezuela no es sólo un país. Es una nación, con memoria e identidad. Un conjunto ético-cultural  llamado a crecer como gran familia en el concierto de la polis global.