jueves, 30 de diciembre de 2021

AÑO NUEVO: DE REFUNDACIÓN

     Que sea de verdad un año “nuevo”. En sentido profundamente humano.

    Un año en que comencemos el siglo XXI y el III milenio. Porque el tiempo venezolano no sólo se ha detenido en genuino desarrollo, sino que retrocede, en índice económico, pero también en político y ético-cultural. Hemos llegado en dos décadas a una Venezuela “irreconocible”. Razón ha tenido el Episcopado Venezolano al plantear la “urgente necesidad” de refundar el país.

    Refundación tiene una connotación de radicalidad y globalidad. No se trata, en efecto, de un cambio parcial o sectorial y menos de un arreglo epidérmico o cosmético, sino que implica ir a los fundamentos societarios y mirando al conjunto. Tiene que enfrentar lo sistémico y estructural, revisando horizonte y finalidad. Venezuela requiere no sólo la sustitución de un gobernante, la reforma de una ley o de un determinado procedimiento. Por ello, en lo referente al agente del cambio así como a la hondura y extensión de las medidas para solucionar la grave crisis actual, se menciona el artículo 5 de la Constitución, con lo que compete al soberano en cuanto a poder total, originario y constituyente. El “soberano”, es el sujeto primario jurídico del Estado, sí, pero entendiéndolo en sentido integral, como comunidad ciudadana corresponsable del bien común del país, que es no sólo instituciones y estructuras, sino también y sobre todo, convivencia humana, tejido de deberes y derechos, con vocación a un desarrollo completo, material y espiritual.

    El soberano es quien puede y debe, por tanto, dar un giro fundamental al país. Éste sufre hoy un gravísimo mal, que pudiéramos calificar de substancial, para distinguirlo de algo simplemente parcial, puntual, accidental. Los Obispos lo han conceptuado así: “Vivimos inmersos en un caos generalizado en todos los niveles de vida social y personal” (Exhortación de 10.07.2020). ¿Podría calificarse con términos más fuertes, tristes e interpelantes, la desastrosa situación de Venezuela y precisamente a dos siglos de “Independencia”?

    Refundar no es partir de la nada. Es un recomienzo histórico, asumiendo valores de la nacionalidad concreta, corrigiendo errores y proponiéndose, con realismo esperanzado, metas altas y, por ende, exigentes. Sumando tradición y novedad. No pretendiendo ilusoriamente borrar el pasado -inútil intento suicida, repetitivo en nuestra historia republicana-, sino aceptando con humildad y discernimiento la herencia recibida y proyectándola con creatividad hacia el futuro por construir.

    Refundación constituyente. Sectores de la sociedad civil han identificado así la operación que la nación requiere en estos momentos de “caos generalizado”. Lo de “constituyente” subraya lo profundo y amplio del cambio requerido. Es un acto exclusivo del soberano (CRBV 5. 347-350), que determina el rumbo que ha de seguir la República en cuanto a estilo, autoridad y normas fundamentales; particular relieve tiene la redacción de una nueva Constitución. No es del caso precisar en este escrito pasos a dar ni particulares jurídicos a privilegiar. Lo que sí cabe resaltar es la urgencia de la intervención constituyente del pueblo soberano para sacar al país de la postración global en lo mantiene el Régimen del Socialismo del Siglo XXI, según lo que la Conferencia Episcopal Venezolana ha precisado repetidas veces y sin ambages. Baste citar algo de su Mensaje del 19.03.2018: “En los últimos tiempos, Venezuela se ha convertido en una especie de tierra extraña para todos. Con inmensas riquezas y potencialidades, la nación se ha venido a menos, debido a la pretensión de implantar un sistema totalitario, injusto, ineficiente, manipulador, donde el juego de mantenerse en el poder a costa del sufrimiento del pueblo, es la consigna. Junto a esto, además de ir eliminando las capacidades de producción de bienes y servicios, ha aumentado la pobreza, la indefensión y la desesperanza de los ciudadanos”.

    Hacer de 2022 un año realmente nuevo, de refundación, se nos plantea a los venezolanos, creyentes y no creyentes pero decididamente humanistas, como un deber insoslayable. Dios nos conceda una Venezuela libre, solidaria, próspera, de calidad moral y espiritual.



jueves, 16 de diciembre de 2021

PESEBRE Y POLIS

 

  


 El
Pesebre es una tradición cristiana muy arraigada, que conviene continuar con fidelidad creativa.  Francisco de Asís fue pionero por allá en el siglo XIII y desde entonces en el mundo católico se multiplicó en las más diversas expresiones culturales. Se lo monta en hogares e instituciones y hasta genera festivales como la ya tradicional Feria del Pesebre de Coro. Junto al más formal con proporciones y simetrías estrictas, los pesebres “ingenuos” ofrecen mayor riqueza expresiva y generadora espontaneidad.

    El profeta Isaías fue un experto en dibujar los tiempos mesiánicos en un Israel golpeado por graves reveses pero reanimado por firmes esperanzas. Exilado y aplastado por imperios, las profecías abrían al Pueblo de Dios horizontes cuajados de bienestar y paz, asegurados por el bondadoso Omnipotente. La paz perfecta era la gran promesa; paz universal cubriendo seres humanos y animales, naturaleza y campo de la libertad. “Forjarán (los pueblos) de sus espadas azadones, y de sus lanzas podaderas. No levantará espada nación contra nación, ni se ejercitarán más en la guerra” (2, 4). El Papa Francisco en su encíclica ecológica Laudato Si, acuñó el término comunión universal para designar “la amorosa conciencia” humana de conexión, unión, con las demás criaturas (LS 22). Isaías imaginaba futurísticamente esa conciencia así: “Serán vecinos el lobo y el cordero (…), el novillo y el cachorro pacerán juntos y un niño pequeño los conducirá (…) el león como los bueyes, comerá paja. Hurgará el niño de pecho en el agujero del áspid, y en la hura de la víbora el recién destetado meterá la mano. Nadie hará daño, nadie hará mal en todo mi santo Monte, porque la tierra está llena del conocimiento de Yahveh” (11, 6-9).

    Si el Génesis luego de relatar la creación describe el pecado como múltiple ruptura, el libro de Isaías subraya la promesa de tiempos mesiánicos de feliz re-unión. Jesús los ha inaugurado con su presencia liberadora y promete su plenitud en los cielos nuevos y la nueva tierra, la nueva Jerusalén, la perfecta y definitiva polis de que habla el Apocalipsis (Ap 21). Ese inicio y promesa han quedado para los discípulos de Jesús como compromiso desafiante para el tiempo del peregrinar histórico hasta el regreso glorioso del Señor: construir la polis terrena como convivencia de encuentro, compartir, solidaridad. De una paz que es simultáneamente don de Dios y producto de la libertad humana. “Bienaventurados los que trabajan por la paz, porque ellos serán llamados hijos de Dios” leemos en el Sermón de la Montaña.

    El Pesebre teje alrededor de la Sagrada Familia un rico entorno ecológico que hospeda una variada comunidad de pastores, artesanos, agricultores, sabios, soldados, técnicos, artistas; de niños y gentes de todas demás edades; de militares que no maltratan y mercaderes que no explotan. Todos caben y a nadie se excluye.  En los pesebres ingenuos se van introduciendo personajes, animales y cosas, porque todo es bueno, como Dios dijo al contemplar lo que había hecho (Gn 1, 31). Volúmenes y pesos no importan, tampoco lo sofisticado de las cosas y las jerarquías de poder, porque todo se igualan ante la mirada amorosa divina.

    No estimemos el Pesebre como un simple adorno o una cualquiera representación religiosa. Es, en efecto, una escuela de la convivencia (familia, pueblo, ciudad nación, mundo) que Dios quiere; una invitación a todos, cristianos y no, a construir una polis fraterna y cultivar un hábitat amable, amistoso. Es, también, una denuncia de toda forma de soberbia, avaricia y violencia.

    Frente al Pesebre ¡Cómo no sentirnos desafiados por una realidad nacional de seis millones de compatriotas exilados por nuevos herodes, de millones de prójimos venezolanos oprimidos por la intolerancia y hegemonía de un poder destructor prepotente? ¿Cómo no sentirnos interpelados por las indiferencias, injusticias e inclemencias en nuestras relaciones humanas? ¿Cómo no actuar una conversión ecológica hacia el respeto, cuidado y armonía con el ambiente?

    El Pesebre simboliza la polis que Dios nos manda edificar. Y de la cual hemos de rendir cuentas.

 

jueves, 2 de diciembre de 2021

JOSÉ GREGORIO, FILÓSOFO

      Me gusta recordar aquella antigua reflexión: “¿No hay que filosofar? Eso es ya filosofar”. El ser humano podría entonces definirse como un animal filósofo.

    Muchas cosas positivas se han dicho del “médico de los pobres”, tarea relativamente fácil por la riqueza multiforme de su personalidad. Hay una que merece destacarse, por cuanto denota profundidad a la vez que sencillez, y en todo caso, autenticidad: su autoidentificación como filósofo. Lo cual según la conocida etimología significa “amigo de la sabiduría”.

    Me sirvo en esta reflexión de una copia de sus Elementos de Filosofía, obra editada originalmente en 1912. El ejemplar tiene una dedicatoria muy diciente: “A mi estimado amigo” ¿Quién? Alguien que estaba en las antípodas de la orientación doctrinal del beato: el Doctor Luis Razetti.

    La inevitabilidad de la condición filosófica humana la expresa José Gregorio justo al inicio del prólogo de dicha obra: “Ningún hombre puede vivir sin tener una filosofía”. Ésta le es indispensable, bien se trate de su vida sensitiva, moral y particularmente intelectual. Es la razón por qué el niño ya desde el comienzo de su desarrollo “empieza a ser filósofo; le preocupa la causalidad, la modalidad, la finalidad de todo cuanto ve”. Y “El rústico va lenta, laboriosamente consiguiendo en el trascurso de su vida algunos principios filosóficos que le van a servir para irse formando el pequeño capital de ideas que ha de ser el alimento de su inculta inteligencia”. Es una filosofía espontánea, natural, que podrá cultivarse después de modo sistemático, académico, como él lo intenta en el referido libro.

    Esta interpretación del ser humano es altamente positiva; y justa. Desde su ejercicio elemental, la mente trasciende lo inmediato perceptible y atraviesa lo epidérmico vital para encontrarse con lo más íntimo de sí mismo y la esencialidad de lo real, a través de preguntas y respuestas. La vida racional implica desde temprano un encuentro connatural con la sabiduría. José Gregorio lo valora bien: “La filosofía elaborada de esta manera viene a ser el más apreciado de todos los bienes que el hombre alcanza a poseer”. Es una concepción opuesta a un elitismo cultural, que lleva a juicios sumarios, despreciativos, de la capacidad y logros intelectuales de todo ser humano -también del más sencillo- creado por Dios “a su imagen y semejanza”. 

    Para el precursor de la medicina experimental en Venezuela los conocimientos científicos se ubican en un determinado marco filosófico existencial formado de antemano. (Aquí introduce una apreciación muy suya sobre el venezolano, cuya alma, dice, es “esencialmente apasionada” por la filosofía). Sin ser filósofo profesional, José Gregorio manifiesta un serio conocimiento de la problemática filosófica académica de su tiempo (problemas, autores, corrientes), pero interpreta su libro como expresión de su filosofía personal: “Esta filosofía me ha hecho posible la vida. Las circunstancias que me han rodeado en casi todo el trascurso de mi existencia, han sido de tal naturaleza, que muchas veces, sin ella, la vida me habría sido imposible. Confortado por ella he vivido y seguiré viviendo apaciblemente”. Vivir en sentido pleno implica filosofar.

    Al término del prólogo José Gregorio mismo se pone esta objeción o dificultad ¿Sólo o principalmente tu paz interior se debe a tu filosofía, o sobre todo a tu convicción religiosa? La respuesta del beato a este interlocutor imaginario es reveladora: “Le responderé que todo es uno”. Unidad de pensamiento, reflejo de unidad existencial.

    Las corrientes de ideas entonces dominantes en el ámbito académico, cultural (racionalismo, materialismo, positivismo…) no eran ciertamente las de José Gregorio. Pero él entendía su vocación no para el repliegue dogmático, sino para un testimonio cristiano firme, en primera línea y desde adentro, pero servicial y, por ello, comprensivo y dialogal. La amistad con Razetti es indicativa de esta actitud.

    José Gregorio es un ejemplo vivo de lo que hoy tanto se reclama del laico cristiano: ser un evangelizador de la cultura, un puente de mundo-Iglesia, presencia viva de Dios Amor en la humanidad por él creada y sostenida.