jueves, 24 de mayo de 2018

¿QUÉ ORDENAS, PUEBLO SOBERANO?


Acusación grave de los Obispos en documento de su Asamblea de enero pasado: “el Gobierno usurpó al pueblo su poder originario”. Esto nos recuerda el artículo 5 de la Constitución: “La soberanía reside intransferiblemente en el pueblo (…) Los órganos del Estado emanan de la soberanía popular y a ella están sometidos”. Es un primer principio político de las sociedades democráticas y pilar fundamental del estado de derecho.

El soberano (ciudadanía, comunidad política en su sentido más englobante)  tiene en un país  el poder originario supremo, constituyente y supra constitucional, generador, que permanece  tal  a través y en medio de las delegaciones y  formas  de ejercicio que quiera establecer. El soberano es, por tanto, la referencia última e  inapelable en la estructuración y  manejo de la polis.

Expuse lo anterior en este mismo diario el pasado 18 de marzo. La denuncia de los Obispos  se refería en ese momento a la “la suspensión del referéndum revocatorio y la creación de la Asamblea Nacional Constituyente” y agregaban: “Los resultados los está padeciendo el mismo pueblo que ve empeorar día tras día su situación. No habrá solución de los problemas del país hasta tanto el pueblo no recupere totalmente el ejercicio de su poder”. Y señalaban como ejemplo de solución la consulta prevista en el Artículo 71 de nuestra Constitución.

La referida denuncia debe aplicarse ahora a las  votaciones (no elecciones) presidenciales del 20 Mayo (a las cuales se han añadido otras para pasarlas por debajo de la mesa) fraudulentamente adelantadas y realizadas. Esto agrava la crisis nacional y evidencia el propósito del Régimen, que no es salir  del  desastre del país, sino  radicalizar  el poder  de la actual Dictadura Militar Comunista.  La instrumentación de esa burla al soberano estuvo a cargo del Consejo Nacional Electoral del PSUV, con la activa participación del Alto Mando de la Fuerza Armada,  convertida en  el sostén clave, por no decir único, del Régimen.

Interés de éste no era que hubiese elecciones, sino asegurarse una cantidad de  votos para enmascarar lo ilegítimo y dar forma jurídica a lo anticonstitucional. Cabe repetir: no es lo mismo votar que elegir. Votar es, en sí, un acto simplemente producido por un ser humano (actus hominis), como son las piruetas de un sonámbulo, las agresiones de un demente, la confesión bajo tortura o el voto forzado  por  amenaza. Elegir es algo distinto: una opción hecha en  libertad, don primerísimo otorgado por Dios al ser humano  y, por consiguiente, un acto personal (actus humanus). El obrar con libertad responsable es un derecho inseparable de la dignidad de la persona humana, creada por Dios a su imagen y semejanza; de allí lo bueno del sistema democrático, que “asegura la participación de los ciudadanos en la opciones políticas y garantiza a los gobernados la posibilidad de elegir y controlar a  sus propios gobernantes, o bien de sustituirlos oportunamente de manera pacífica” (Juan Pablo II en la encíclica Centesimus Annus, 46 ).
El pueblo de Venezuela, con su notable abstención y los votos en contra de la reelección, no se reconoce en la votación del 20 Mayo. Urge, por tanto, que el  soberano recobre el ejercicio de su poder y ordene  según el  Artículo 71 de la CRBV qué  hacer en concreto  para que no se siga destruyendo al país, sino que se lo enrumbe hacia una convivencia democrática, pluralista, solidaria  y productiva. Me adhiero a la propuesta de que se organice en tal sentido una inmediata y genuina consulta (referendo) al soberano, asegurando su autenticidad y el respeto a sus resultados. Corresponde a organizaciones de la sociedad civil y  partidos políticos precisar el modus operandi, que ha de incluir un efectivo respaldo de los organismos internacionales como la OEA y la ONU. Preguntas ineludibles al soberano en esa consulta: 1) ¿Acepta la imposición del socialismo comunista? 2) ¿Ordena la inmediata implementación de una ayuda humanitaria?      

Urge, por tanto, la unión de la sociedad civil y los partidos políticos hacia un gran movimiento para la liberación, la paz y el progreso de nuestra Venezuela.
¿Qué ordenas, pueblo soberano, para salir de la actual debacle nacional?

jueves, 10 de mayo de 2018

AMAESTRAMIENTO DEL VENEZOLANO




No hay nada más peligroso que enseñar a la gente a pensar con la propia cabeza. Es algo que me gusta repetir sobre todo en tiempos como el presente venezolano, en que se  está imponiendo un régimen de sumisión.

Amaestramiento es un término que tiene como sinónimo amansamiento. Es lo que se hace con caballos indómitos para convertirlos  en animales domésticos. En estos menesteres se procede eficazmente a través de reflejos condicionados, es decir con respuestas provocadas por procesos de condicionamiento. Iván Petrovich Pavlov es bastante conocido por sus investigaciones en este campo. El amaestramiento produce resultados admirables en animales, lo cual se puede comprobar fácilmente en los circos.

Hay regímenes que para alcanzar sus fines de dominación se convierten en expertos domesticadores. Con el uso de la razón y una voluntad perversamente orientada logran amansar individuos y pueblos, convirtiéndolos en siervos sumisos. Para ello aprovechan los progresos de la ciencia y la tecnología.
En las antípodas del amaestramiento se ubica la educación (que no es mera información), la cual busca perfeccionar el conocimiento, pero, sobre todo, la elevación ética y espiritual de las personas. La educación es herramienta privilegiada de desarrollo cultural, de humanización. Educación viene del latín educo,  que significa, ya hacer crecer, alimentar, ya también  sacar, hacer salir. En este  último sentido se ubicaría la denominada mayéutica socrática, la cual busca ayudar a que el espíritu del otro dé a luz la solución a la cuestión propuesta. El educador actuaría como un partero; o como el escultor, que no introduce la forma en el mármol, sino que actúa para que del mármol emerjan figuras, como  Los  Prisioneros de Miguel Ángel. La educación no impone; ayuda  a que el otro, ser inteligente, libre y social, crezca integralmente. La educación convoca a la inteligencia y  la voluntad, asumiendo también el sentido, para el desarrollo de la persona desde ella misma.
Instrumento privilegiado de los sistemas totalitarios para el amaestramiento de las personas y las comunidades es la hegemonía comunicacional. Con ésta se busca uniformar el pensamiento de los ciudadanos, lograr un pensamiento único  que refleje el diktat del Jefe (Fuhrer, Duce, Líder, Presidente…). A través del control directo, de la autocensura y otros procedimientos se informa y forma con miras a que la gente se amolde a la ideología y praxis del régimen. La hegemonía comunicacional (a través del control, entre otros, de los “medios de comunicación” e institutos educativos) va acompañada del monopolio económico, de la acción policíaca de cárcel y tortura, así como de una política de amedrentamiento (temor y terror).

El proyecto oficial del Socialismo del Siglo XXI va en esta dirección de amaestramiento del pueblo venezolano. Se pretende modelar a éste según los postulados del socialismo comunista. De allí, entre otros, el cerco a las universidades autónomas y las innumerables e interminables cadenas presidenciales. Se intenta que el “síndrome de Estocolmo” contagie a toda la ciudadanía para tener un rebaño bien domesticado.

Felizmente –y es motivo de esperanza- el ser humano ha sido creado por Dios como sujeto consciente, libre y dialogal. Esto hace que ninguna fuerza humana pueda extinguir definitivamente el libre albedrío y el pluralismo en la convivencia. Un régimen dictatorial o totalitario puede imponerse un tiempo y otro tiempo más, pero la historia es, por fortuna, inclemente, pues los muros tarde o temprano se desploman. La URSS copó casi un siglo pero no existe más; y el  castro comunismo tiene su duración contada y la tapa de la olla de presión terminará por levantarse.
No hay que ilusionarse, sin embargo, con la idea de que el cambio de régimen asegurará automáticamente una genuina educación. Ésta constituye un desafío permanente, también en las democracias, hacia una cultura de vida, solidaridad, paz y crecimiento ético y espiritual.