jueves, 23 de julio de 2015

HACIA UN RÉGIMEN LEGÍTIMO



Algo puede ser legalmente válido y moralmente ilegítimo. Un documento firmado bajo amenaza injusta grave.
Una norma no puede ser impuesta en violación patente de la Constitución Nacional. “El Plan de la Patria” ha pasado por encima de la Carta Magna.
La legitimidad de origen no prueba por sí sola la legitimidad de ejercicio. Un régimen pierde ésta si no garantiza a) la vida de los ciudadanos, b) el Estado de Derecho y c) la unión fundamental de la nación.
Denunciar la ilegitimidad de un régimen no implica renunciar al  derecho propio. Muchos están en esta situación.
La soberanía de un Estado no es burladero para  irrespetar  los Derechos Humanos. El oficialismo lo ha hecho  en ámbito internacional.
Ningún individuo o cuerpo puede erigirse como encarnación absoluta del pueblo soberano. “El pueblo soy yo”, “X es el pueblo”, son consignas oídas y sufridas.
La mucha  fuerza de  un régimen de facto  no lo convierte automáticamente en  de iure. Es preciso afirmar esto frente a exhibicionismos cívico-militares.
Éstas y otras reflexiones han venido a mi mente a raíz de una relectura situada de la Declaración  Universal de Derechos Humanos, grito de  la  humanidad  en defensa del ser humano ante las monstruosidades de gulags y auschwitzes y tratando de poner diques a fundamentalismos de cualquier género.
Dos creó al ser humano para formar en la historia y en armonía con el ambiente una fraternidad universal. En el marco de este designio global se entienden, entre otras cosas, el principio de la “destinación universal de los bienes”, tan caro a la Doctrina Social  de la Iglesia y  la justificación moral de una autoridad pública mundial planteada  por el Papa Juan XXIII en la encíclica Pacem in terris (1963). Los seres humanos hemos forjado Estados y erigido fronteras para aglutinar pueblos; estas obras humanas han de interpretarse siempre, sin embargo, en aquella perspectiva de unión fraterna abierta y en función de servicio a las personas y a la comunidad que éstas construyen en vista al bien común.
Toda autoridad humana adquiere justificación y sentido sobre esta base interpretativa y valorativa. De allí que deba rechazarse toda posición político-ideológica que, por ejemplo, eleve al Estado, a una Revolución o un sistema, en absolutos, ante los cuales se pretenda encadenar personas, comunidades, pueblos. Es lo que el socialismo “real” (marxista, colectivista) ha hecho y hace, con su secuela de opresiones y tragedias.
Stalin preguntó una vez sobre cuántas divisiones tenía Pío XII. La respuesta era simple: un puñado de guardias suizos para la defensa de un poder fundamentalmente espiritual.
La  última exhortación de los Obispos de Venezuela, He visto la aflicción de mi pueblo (9 julio 2015), se sitúa en la óptica de unión-servicio-fraternidad. El oficialismo lo podrá acusar de alineado con la oposición.  Pero la verdad es que busca sólo el bien de todos los venezolanos, cualesquiera sean sus preferencias políticas y partidistas. Los Obispos, sin duda, han denunciado claramente en anteriores documento la índole totalitaria del “Socialismo del Siglo XXI”, su inconstitucionalidad e inaceptabilidad moral; pero con la misma claridad han abogado por una Venezuela de todos y para todos, tendiendo la mirada al futuro, que conjuntamente se debe construir.
Del referido documento citaré sólo una frase, expresiva del conjunto: “Venezuela es de todos, y para reconstruir el país debemos reencontrarnos como hermanos, buscar juntos las soluciones a nuestras necesidades, empezando por las llamadas “necesidades básicas”. Lo primero que podemos hacer, es que nadie pretenda imponerse eliminando a los otros. Todos somos necesarios, por tanto hemos de ser actores y protagonistas de la Venezuela que queremos. Asimismo, es urgente ser conscientes de los errores que se deben corregir. Por eso, es equivocado cerrarse en visiones ideológicas, en fanatismos o en legados intocables (No. 12).

La legalidad es importante. Pero, más todavía, la legitimidad.

domingo, 12 de julio de 2015

DECÁLOGO DE PRIORIDADES

    Fácil y frecuente, aunque doloroso, es identificar los aspectos negativos de la actual grave crisis nacional. Porque los sufrimos.
   No tan frecuente ni fácil resulta el precisar prioridades con miras a soluciones hacia el futuro deseable del país.
    La fecha de las elecciones para la Asamblea Nacional está fijada y las distintas agrupaciones políticas organizan sus cuadros y activan su propaganda en un ambiente cargado de incertidumbres. Se dibuja, sin embargo, una mayoría creciente de la población que anhela un cambio en la conducción política del país, más allá de la simple correlación de fuerzas en lo que se espera sea un verdadero Parlamento.
    Ante la globalidad y gravedad de la crisis así como la magnitud de las expectativas, estimo  que falta presentar al electorado en forma clara, sincera y concisa los objetivos fundamentales  de la una dirección política enderezada a lograr un  consistente futuro nacional. En este sentido no bastan propuestas genéricas a modo de consignas y lemas, como tampoco  extensos y detallados programas, que se quedan en estrechos círculos de expertos o partidarios. Los ciudadanos, creo, esperan  una exposición breve, sencilla y acertada de las prioridades dentro del amplio campo de lo que podría o debería hacer.   
     Como una contribución a esta tarea ofrezco un decálogo de proposiciones, que busca estimular la presentación sintética de propuestas por parte de los sectores de la nación, comenzando por las agrupaciones políticas, empeñadas en la recuperación y ulterior desarrollo integral del país. Precisar y exponer objetivos positivos y realistas correspondientes a  necesidades substanciales de la comunidad nacional, abre, sin duda,  caminos de esperanza.
    Estimo que el siguiente Decálogo responde a los postulados de la Doctrina Social de la Iglesia y a las exigencias del Preámbulo y los Principios Fundamentales de nuestra Constitución (CRBV).  
  1. Garantizar la vida, la seguridad y la tranquilidad de la población.
  2. Garantizar el pleno ejercicio del pluralismo democrático.
  3. Restablecer el estado de derecho y para ello una verdadera independencia de poderes.
  4. Actuar políticas económicas que promuevan  la producción y el libre emprendimiento realizados con amplia participación, responsabilidad social y  solidaridad.
  5. Actuar una política petrolera de eficiencia, orientada  a la superación del modelo rentista, a la diversificación de la economía y cuidando con delicadeza del ambiente.
     6.     Promover una educación de calidad humana y científico-técnica, acorde con las necesidades del país, el pluralismo cultural y el debido trato a sus actores.
  1. Garantizar la libertad de información y comunicación en perspectiva de responsabilidad social y convertir los MCS del Estado en genuino servicio público con apertura pluralista.
  2. Actuar la descentralización, regionalización y municipalización del poder público, propiciando en forma efectiva la participación de la sociedad civil.
  3. Restablecimiento de la Fuerza Armada como institución sin militancia política  al servicio de la nación según lo establecido por  la Constitución.
  4. Promover la elevación moral y espiritual de los venezolanos y a tal fin  abrir espacio a la  educación religiosa escolar.
   No entro aquí en comentarios de estos puntos, cosa factible en posteriores escritos. Intención principal del presente artículo es animar una amplia discusión sobre esta materia, no sólo  entre especialistas de diversos campos (socioeconómico, político, ético-cultural), sino también en la ciudadanía en general.
   El futuro de la nación es tan importante que no puede ser dejado en manos de unos pocos. Recordemos que factor de primer orden en el desencadenamiento de la crisis nacional en las últimas décadas del pasado siglo fue la inflación de los “cogollos” partidistas y el desentendimiento de la población en el ejercicio de su corresponsabilidad social y política. Se descuidó la formación y la práctica de la participación ciudadana.
Un decálogo ayuda a concretar objetivos y soluciones.