lunes, 28 de septiembre de 2015

CONVERSIÓN ECOLÓGICA






Conversión es un término denso. Significa cambio, pero implica mucho más. Toda conversión es cambio, pero no viceversa. El caminar es sucesión de cambios. Pero lo de San Pablo en el camino de Damasco fue conversión.

La conversión es un cambio en profundidad. De corazón. La vida adquiere un nuevo sentido. Cuando Jesús comenzó el ejercicio de su misión, exhortó a sus oyentes a convertirse ante la proximidad del Reino de Dios (Mc 1, 15).

El 24 de mayo Francisco nos ha lanzado la invitación-desafío a una conversión ecológica con su formidable encíclica Laudato Sí sobre el cuidado de la casa común. No propone el Papa simplemente el cambio de algunos comportamientos irresponsables respecto del ambiente, los cuales están llevando a desastres patentes. Lo que formula  es de gran trascendencia y suma hondura: la reformulación radical de nuestra relación con el ambiente (naturaleza, tierra, mundo).

Francisco recoge y enriquece notablemente la enseñanza de pontífices cercanos como Juan Pablo II (quien ya había usado el término conversión ecológica) y le da un desarrollo actualizado y sistemático en la encíclica. Introduce de lleno lo ecológico en el ámbito de la reflexión teológica, así como en el de la vida y espiritualidad cristiana. De la periferia conceptual y práctica traslada la cuestión al campo de la fe y del actuar del creyente. Consiguientemente al de la misión de la Iglesia, la evangelización y, por ende, al del diálogo ecuménico, interreligioso, interhumano.

Hablando de términos densos,  Francisco emplea igualmente otro, el de comunión,  para precisar el tipo de conexión de la espiritualidad del cristiano con el propio cuerpo, la naturaleza y las realidades de este mundo.

Comunión en sentido propio, estricto, expresa  la íntima relación, el compartir, el encuentro, entre personas. Jesús nos ha revelado a Dios como comunión –perfecta, inefable- en cuanto es, en su unicidad (Dios es uno y único), interrelación personal trinitaria, “familia divina”: Padre, Hijo y Espíritu. Dios no es soledad.

En esta “lógica” de unidad, el mensaje cristiano subraya como objetivo del proyecto divino creador-salvador, la comunión de los seres humanos con Dios y de los seres humanos entre sí. Dicho plan (la Biblia lo denomina Reino o Reinado de Dios) tiende a la realización, desde el aquí y ahora del peregrinar terreno, de una gran fraternidad universal, íntimamente unida a la Trinidad divina. El gran signo e instrumento de ese proyecto unificante es Jesucristo, El Hijo de Dios hecho hombre, quien para tal fin ha asociado históricamente a su Iglesia.

La noción o categoría comunión ofrece la clave –núcleo articulador- para entender el mensaje cristiano en su coherente integralidad. En este contexto se entiende por qué Jesús ha dejado como mandamiento máximo aquello que precisamente construye comunión, a saber, el amor.

La conversión ecológica lleva a entender y vivir la relación con el entorno natural en términos de comunión (tomando este vocablo aquí en acepción amplia). No era otra la visión del poverello de Asís al tratar al sol, a la luna, a los animales, como hermanos y  a  la tierra como madre.  El encuentro con Jesucristo reformula las relaciones del cristiano con el mundo que lo rodea. Proteger “la obra de Dios es parte esencial de una existencia virtuosa, no consiste en algo opcional ni en un aspecto secundario de la experiencia cristiana”  (LS 217).

“El cuidado de la naturaleza es parte de un estilo de vida que implica capacidad de convivencia y  comunión” (LD 228). Una ternura con las cosas que refleje la ternura con los prójimod. Una ecología integral, global, conjuga el  relacionamiento del ser humano con: su entorno natural, su multiforme comunidad histórica, la Trinidad divina. El cuido del ambiente se entreteje así con el de la polis pequeña y grande. La conversión ecológica pide hacer del hábitat la “casa común” de una genuina fraternidad abrazada al Dios-Amor. Hermosa y exigente visión cristiana, que se propone en apertura dialogal.