viernes, 25 de diciembre de 2020

¡SOBERANO, ELIGE!

     Con diciembre vinieron, por una parte, el evento de votación del 6 – calificado oficialmente de “elección” - el cual, según lo había advertido el Episcopado venezolano en Mensaje del pasado 15 de octubre: “lejos de contribuir a la solución democrática de la situación política que hoy vivimos, tiende a agravarla y no ayudará a resolver los verdaderos problemas del pueblo”.  Por la otra, la Consulta Popular con preguntas dirigidas al “soberano”, a fin de que éste decidiese sobre la continuidad o no del Régimen y el camino a seguir. Expresión dual de un país profundamente dividido.

    En efecto, en repetidas oportunidades me he referido a la Venezuela actual como un país esquizofrénico: dualidad de imágenes y de poderes, vías paralelas o contrapuestas que neutralizan la marcha positiva de la nación y la descalifican en el concierto internacional.

    Los Obispos de Venezuela no se han quedado en medias tintas a la hora del análisis de la situación y de propuestas para salir del desastre: de modo reiterado han denunciado causas y ofrecido respuestas, no soluciones que no les corresponde. Valga al respecto una cita de lo dicho en documento de julio 2019 y reproducido en otro del 10 de enero de este año: “Ante la realidad de un gobierno ilegítimo y fallido, Venezuela clama a gritos un cambio de rumbo, una vuelta a la Constitución. Ese cambio exige la salida de quien ejerce el poder de forma ilegítima y la elección en el menor tiempo posible de un nuevo presidente de la República. Para que sea realmente libre y responda a la voluntad del pueblo soberano, dicha elección postula algunas condiciones indispensables tales como: un nuevo Consejo Electoral imparcial, la actualización del Registro Electoral, el voto de los venezolanos en el exterior y una supervisión de organismos internacionales…igualmente el cese de la Asamblea Nacional Constituyente”.

    Las tres preguntas de la reciente Consulta Popular han ido en esa dirección reconstitucionalizadora y redemocratizante. El núcleo y horizonte de las mismas ha sido: realización de elecciones presidenciales y parlamentarias libres.

Como una idea fija he venido recalcando que, especialmente en situaciones de gravísima crisis nacional como la que confrontamos, el único que debe y puede definir el rumbo del país es el “soberano” (CRBV 5). No una persona, un partido, un grupo, otro Estado o determinada institución. El pueblo todo, con su poder constitucional, supraconstitucional, originario, es el llamado a definir, de modo libre e imperativo, el rumbo y la suerte de la nación. Añadiría que esto adquiere especial relieve cuando el tejido ético-político-jurídico nacional aparece enmarañado y en determinados problemas dificulta o imposibilita el llegar a consensos respecto de lo constitucional/inconstitucional, legal/ilegal, legítimo/ilegítimo. Sin olvidar que el foro se vuelve un batiburrillo cuando “la Revolución” pretende establecerse como norma suprema (norma normans) de ese tejido, columna vertebral de la conciencia cívica y de la convivencia social.

    ¿Puede entonces escandalizar, extrañar, sorprender que se apele al “soberano” cuando éste es el único a quien le compete tener la última palabra en situaciones como la presente venezolana? ¿No se corresponde una elección por parte del soberano (a diferencia de lo ocurrido el pasado día 6 y por eso ampliamente desconocida) con lo que la comunidad internacional espera como salida pacífica, constructiva, constitucional, democrática, a la crisis que sufre nuestro desvencijado y comatoso país?

    Esto es lo que todo el Episcopado nacional suscribió el 15 de octubre 2020 y que en estos momentos cobra trascendental relieve, constituyendo un ineludible desafío histórico: “La voluntad mayoritaria del pueblo venezolano es dilucidar su futuro político a través de la vía electoral. Esto implica una convocatoria a una auténticas elecciones parlamentarias y elecciones presidenciales con condiciones de libertad a igualdad para todos los participantes, y con acompañamiento y seguimiento de organismos plurales”.

    Este planteamiento lo hizo el Episcopado, no en perspectiva primariamente política, sino, fundamentalmente, ético-religiosa, plenamente enmarcada en su misión evangelizadora.

    El entrante 2021 debemos enfrentarlo y configurarlo como el año inicial del proceso de reencuentro, reconciliación y reconstrucción nacionales; como el despegue efectivo hacia la liberación y desarrollo integral de este país, que Dios nos ha regalado con un gran potencial, físico y ante todo humano, para ponerlo al mejor servicio de nuestro pueblo y de la solidaridad y la paz de la comunidad internacional.

    Uno clava un clavo. No una tabla. El clavo a clavar en este 2021 venezolano es: elecciones presidenciales y parlamentarias libres, bajo supervisión internacional.

 

   

 

 

 

viernes, 11 de diciembre de 2020

EL SOBERANO ORDENA

 



    La democracia, antes que un ordenamiento jurídico, es-ha de ser un espíritu, una actitud ético- cultural. Por ello una comunidad política, antes que a través de una simple información, debe cultivarla mediante una genuina educación. Las omisiones suelen pagarse con regímenes autoritarios y dictatoriales.

    Nuestra historia republicana ofrece ejemplos. Tiempos de convivencia democrática degeneraron en nominalismos que vaciaron a aquélla de substancia. La anti política resultó efecto y se convirtió en causa también de fragilidad republicana. La democracia -alguna vez escribí sobre el tema- es una planta que es preciso regar, podar, abonar; porque como un ser vivo, requiere cuidado. No se la puede  abandonar a su suerte ni abusar de ella. En la década de los 90´ me parece que se jugó demasiado con la destitución del Presidente y la improvisación de candidatos.

    La grave y creciente crisis del país en las dos últimas décadas tiene su causa principal en que el Régimen quiere imponer un estado totalitario. Denuncia reiterada desde hace años por el Episcopado venezolano. Baste una reciente: “el régimen se consolida como un gobierno totalitario, justificando que no se puede entregar el poder a alguien que piense distinto” (Exhortación 10 de julio 2020). Pocos venezolanos, también entre los líderes políticos, han sabido (¿querido?) identificar al que tienen enfrente, considerándolo en términos sólo de autocracia competitiva y otros maquillados. El Socialismo del SSXXI y su Plan de la Patria no han disimulado sus intenciones, ni disfrazado el tipo de sociedad que buscan construir. De la Constitución hacia abajo, todo lo subordinan a su “Revolución” de línea marxista, que condimentan con narcorrupción y otros ingredientes de explotación y dominación. La trágica condición de la gente no quita el sueño a la Nomenklatura.

    Antes de cualquier otro elemento de reflexión quisiera subrayar mi convicción esperanzada de un horizonte democrático para el país. Dios creó al ser humano para la libertad y ésta, de un modo u otro, abre caminos de liberación en la historia, a pesar de las contradicciones e inconsecuencias de un hombre, que es, no sólo limitado y frágil, sino también pecador, hasta que llegue al término de su peregrinar, la plenitud del Reino de Dios. Los “mil años del Tercer Reich” se dieron sólo en la perversa fantasía de Hitler, y la irreversible Revolución de Octubre se derrumbó con la Caída de un Muro. Omnipotente y eterno es sólo Dios.

Venezuela acaba de presenciar la gran farsa del 6D, cuyo resultado había sido “profetizado” por el Ministro de la Defensa. Para los conocedores de la naturaleza del Régimen no constituían ningún secreto las artimañas para asegurar los resultados. ¿Vicios del proceso? Innumerables. Ejemplos: integración monopólica del CNE, instrumentalización del TSJ y de la FA, espada de Damocles de la ANC, expropiación de partidos y símbolos, diputados y líderes opositores en exilio o prisión (en casos, con torturas), chantaje con cajas de alimentos y utensilios del hogar, hegemonía comunicacional, amenazas a empleados. Con todo, el absentismo masivo fue también deslegitimador patente del proceso. Por lo demás, era previsible por la magnitud de las carencias y del malestar de la población.

    Sobre consulta popular he venido hablando de ello desde bien antes del famoso 16J, como apelación necesaria y con plena justificación constitucional. Porque si la instancia máxima de decisión en una comunidad política es el soberano, como lo establece claramente nuestra Carta Magna (CRBV 5), al mismo se debe acudir, especialmente en momentos de gravísima crisis nacional -como la actual venezolana-, para definir el camino a seguir hacia una solución consistente. El soberano tiene, en cuanto tal, un poder que es originario y, por tanto, también supraconstitucional. Por ello las preguntas de la Consulta Popular que está en marcha se encabezan así: “¿Ordena usted?” “¿Rechaza usted?” No se pide una opinión, sino un mandato del soberano.

    La ilegitimidad de la llamada “elección” del 6D es manifiesta. Ahora esperamos que el soberano, hacia la tarde del próximo 12, festividad de Nuestra Señora de Guadalupe, haya inaugurado el camino para salir del desastre global en que el Socialismo del Siglo XXI ha sumido este país.  

 

   

 

 

   

jueves, 26 de noviembre de 2020

CONSULTA POPULAR


     El 20 mayo 2018 hubo “elecciones presidenciales” en el país. La Conferencia Episcopal Venezolana, congregada en su 110º Asamblea General, publicó una exhortación (11 julio) en la cual expresó que dicho acto electoral, “a pesar de todas las voces -entre ellas la nuestra- que advertían su ilegitimidad, su extemporaneidad y sus graves defectos de forma, sólo sirvió para prolongar el mandato del actual gobernante”.

    Los Obispos agregaron: “La altísima abstención, inédita en un proceso electoral presidencial, es un mensaje silencioso de rechazo, dirigido a quienes pretender imponer una ideología de corte totalitario, contra el parecer de la mayoría de la población”.

    En el mismo documento se afirmó algo, que conserva plena vigencia en vísperas de viciadas elecciones parlamentarias manejadas por el Régimen: “Desde el Ejecutivo Nacional, la ilegítima Asamblea Nacional Constituyente y el Consejo Nacional Electoral se pretende conculcar uno de los derechos más sagrados del pueblo venezolano: la elemental libertad para elegir a sus gobernantes en justa competencia electoral, con autoridades imparciales, sin manipulaciones ni favoritismos. Mientras existan presos políticos, y adversarios a quienes se les niega su derecho a postularse, no habrá proceso electoral libre y soberano”. Se subraya esta consecuencia: “Vivimos un régimen de facto, sin respeto a las garantías previstas en la Constitución y a los más altos principios de dignidad del pueblo”.

    Con respecto al evento electoral del próximo 6 de diciembre, el mismo Episcopado, en exhortación del 15 de octubre pasado, puso de relieve que dicho acto tiende a agravar la situación política nacional y está plagado de vicios, añadiendo que “aún deben realizarse las elecciones presidenciales” por haber sido ilegítimas las de 2018; de allí la necesidad de convocar unas auténticas elecciones parlamentarias y presidenciales “con condiciones de libertad e igualdad para todos los participantes, y con acompañamiento y seguimiento de organismos internacionales plurales”. Los obispos insistieron en que “las diversas organizaciones civiles, las universidades, los gremios, las academias, los empresarios y los trabajadores, las comunidades de los pueblos originarios y los jóvenes deben hacer esfuerzos en conjunto para restablecer los derechos democráticos de la nación”. A este planteamiento de los representantes de la Iglesia responde la Consulta Popular en marcha.

    Esta Consulta fue propuesta por la sociedad civil y aprobada por la Asamblea Nacional; se realizará en la primera quincena de este diciembre, reviste particular urgencia y tiene pleno fundamento constitucional ¿Hay algo más obligante y oportuno en el presente desastre nacional, que preguntarle al soberano, quien tiene poder propio, originario y constituyente (CRBV 5), qué ordena para comenzar la reconstrucción de este país? En situaciones como la presente es a él, y no simplemente al Gobierno, a partidos políticos u otras organizaciones, a quien le corresponde señalar el rumbo a seguir. La Consulta Popular será instrumento muy apto para un cambio positivo nacional (la que se tuvo en 2016 fue buena iniciativa, pero incompleta, pues, entre otras cosas, no se cobró; además, vivir de modo creativo es insistir sabiamente en objetivos válidos, máxime en escenarios cambiantes).  

    Frente a la dictadura militar de signo comunista, que busca a través del 6D imponer un Estado socialista, comunal, inconstitucional e inmoral, la Consulta Popular constituye un paso de primer orden hacia una Venezuela digna y próspera.

    Nos merecemos los venezolanos un 2021 sin presos políticos, sin torturados, sin muertos por hambre o deficiencia sanitaria, sin com-patriotas ex-patriados (5 millones por el momento), sin opresiva militarización  y expansiva “narcorrupción”. Nos merecemos un futuro con servicios públicos que funcionen, con un bolívar que valga algo, con luz y combustible básicos, con educación y comunicación libres; con un ambiente de emprendimiento, progreso compartido, desarrollo integral, alegría y esperanza, democracia y calidad ético-espiritual.

V    enezuela debe entrar ya al Siglo XXI después de la pesadilla involutiva de dos décadas. Ha de ser compromiso de todos. Dios primero.  


 


jueves, 12 de noviembre de 2020

GRITO ANTE EL 6D

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    Para el título escribí primero palabra y luego la cambié por grito, para subrayar la gravedad y la urgencia de aquella, en la encrucijada histórica que significa el próximo diciembre con sus proyectadas elecciones y consulta popular, por cierto, bajo una “espada de Damocles” de las más que posibles consecuencias sanitarias y sociales.  

    1.Lo que está en juego. Basta ser medianamente suspicaz para saber que el 6D no es simplemente elección parlamentaria. Es eso y a) su marco tramposo, fraudulento, que el Episcopado venezolano denunció ya en parte el pasado 15 de octubre, b) la omnipotente Asamblea Nacional Constituyente (ANC) que la acompaña y c) el Socialismo del Siglo XXI y el Plan de la Patria que la enmarcan. El resultado “está ya cantado” por el Ministro de la Defensa, siguiendo el guión de la pretensión de invencibilidad del Régimen, que no puede incluir una derrota. El 6D está pensado como prefacio de la aceleración del Estado Comunal y una reestructuración centralizante del poder militar comunista.

    2. Proyecto totalitario. En lo social se pueden distinguir tres ámbitos: económico, político, ético-cultural. En los fascismos o en las tiranías, dictaduras, autocracias competitivas y regímenes semejantes, el gobierno busca fundamentalmente el control político, pero lo demás, sólo parcialmente y en función de éste o de intereses circunstanciales. Un totalitarismo (del latín totum, todo) busca el control completo de los tres ámbitos. Ejemplos: nazismo, comunismo. Modelo cercano: Cuba. El Episcopado Venezolano repetitivamente ha denunciado el proyecto totalitario del Régimen, con calificativos, entre otros, de empobrecedor, militarista, represor, injusto, inhumano, así como de causante principal de la grave crisis del país (ver, por ejemplo, documentos de: 12.7.16, 5.5.17, 13.1.17, 12.1.18, 19.3.18, 10.1.20, 10.7.20). Ya en 19.10.07 había declarado como “moralmente inaceptable” la propuesta de reforma constitucional hacia un Estado Socialista de corte marxista-leninista.

    3. Error de interpretación. Importantes sectores de la sociedad civil y de los partidos opositores han errado en la exacta interpretación y calificación del Régimen y de allí, en buena medida, lo inútil, equivocado o contraproducente de ciertas estrategias, tácticas y actuaciones. A veces, hasta con pudor, se lo ha calificado sólo de populista, autocrático, dictatorial ¡Ojalá este Régimen siguiese un curso sólo dictatorial y no totalitario! Ese error de una gran parte de la disidencia ha facilitado dispersión de fuerzas, antropofagia suicida, pérdida de tiempo y de recursos.

    4. Consulta vinculante. Algunos hemos venido insistiendo, desde hace tiempo, en la necesidad y obligación de que en la presente situación de gravísima crisis nacional se le pregunte al soberano (CRBV 5) qué quiere para solucionarla, dado que él es el único poder originario y por ello constituyente, permaneciendo supra constitucional. Pregunta hacia una respuesta -hechas en la actual pandemia, por vía predominantemente digital, virtual-, las cuales no deben ser pura opinión, sino expreso mandato. (No pocos dicen que eso ya se hizo el 16J, pero éste tuvo otro escenario y ha quedado bien atrás; además, falló en aspectos substanciales como el no haberse “cobrado”. Insistir es vivir). La Asamblea Nacional ha acogido la Consulta, ya en preparación. El tiempo es corto y vuela, pero organizando bien el trabajo y conjugando esfuerzos, se puede motivar y movilizar una proporción notable de la gran mayoría ciudadana, la cual adversa al Régimen. Para ello, las preguntas que se hagan han de ser pocas, simples, claras, fundamentales, con miras a respuestas generadoras de un cambio efectivo, factible, rápido;  deben versar, por tanto, sobre 1) el cese inmediato del Presidente  y de la ANC ilegitimados en su ejercicio, 2) la designación de quien inmediatamente presida y forme nuevo gobierno,  pudiendo ser el actual Presidente encargado y reconocido internacionalmente; 3) la organización de elecciones presidenciales y parlamentarias en el lapso de 1 año; 4) la supervisión internacional (ONU, OEA, UE) en todas las fases del proceso electoral.

    Es hora de gran lucidez y generosidad para sacar adelante el país. De unión afectiva y efectiva que dé prioridad al bien común y atienda a la trascendencia histórica del momento. Dios grande y misericordioso, por su Espíritu, nos ilumine, anime y proteja ante este desafío de salvación nacional.

 

 

 

    

 


jueves, 15 de octubre de 2020

PODER ABSOLUTO

   
 
Decisiones como la Ley Antibloqueo, en la línea de una concentración y absolutización del poder, invitan a una reflexión sobre lo que ello implica en degradación humanista e idolatría política.

    El Decálogo establece como primer mandamiento el de reconocer y amar a un Dios uno y único. Afirmación que encontramos ya en el libro del Éxodo (34, 28). Exige la confesión de un claro monoteísmo, que excluye la pluralidad de divinidades y toda forma de idolatría.

    A Dios se le reconoce, así, como creador y providente, que trasciende el mundo, pero que también está presente y actuante, como Señor, en la historia de los seres humanos libres.  Se lo acepta como el Absoluto, el Ser por excelencia, incondicionado, al tiempo que razón, fuente y sentido de toda la creación. Se lo asume igualmente como principio y fundamento últimos de moralidad, como juez supremo y digno de adoración; y destinatario de un culto que no es simple admiración, veneración y alabanza, sino adoración (latría), exclusiva y excluyente.

    El ser humano histórico, abierto a la infinitud de la verdad (conocimiento) y del bien (lo apetecible), goza de una libertad que, sin embargo, no sólo es limitada y frágil, sino también éticamente vulnerable (pecadora). Experimenta, en consecuencia su relación con el Absoluto en muy diversas formas y, por ello, la historia registra, al respecto, una vasta gama de expresiones, ya explícitas, ya implícitas: desde la negación expresa (ateísmo confeso) hasta concepciones de tipo panteísta, pasando por formas politeístas y deidades locales. En siglos más recientes se han buscado substitutos de Dios de variada índole, absolutizando, entre otros, la razón (Diosa Razón en la Revolución Francesa), el desarrollo científico-tecnológico (radicalismos evolucionista y positivista), la sociedad misma (utopía marxista). Totalitarismos del pasado siglo llegaron a prácticas divinizaciones de raza, nación o clase y sus correspondientes “encarnaciones” en líderes supremos inapelables. Las absolutizaciones son, sin embargo, de vieja data; la historia de las civilizaciones antiguas nos habla de sacralización de reyes; y la del cristianismo primitivo registra martirios de creyentes, que no quisieron adorar a emperadores.

    La absolutización tanto de proyectos como de seres humanos no eleva a éstos, sino que los degrada. Recordemos la enseñanza de alguien que vivió en carne propia los totalitarismos nazi y comunista: “La raíz del totalitarismo moderno hay que verla (…) en la negación de la dignidad trascendente de la persona humana, imagen visible de Dios invisible y, precisamente por esto, sujeto natural de derechos que nadie puede violar: ni el individuo, el grupo, la case social, ni la nación ni el Estado. No puede tampoco la mayoría de un cuerpo social, poniéndose en contra de la minoría, marginándola, explotándola o incluso intentando destruirla” (Encíclica Centesimus Annus, 44).

    Hablar de totalitarismo en Venezuela significa referirse, no a un objetivo logrado, pero sí en construcción, a saber: el Socialismo del Siglo XXI-Plan de la Patria. En efecto, éstos implican una progresiva absolutización de proyectos, normas, estructuras, que se le imponen a la ciudadanía y frente a las cuales no hay apelación, porque el poder se concentra progresivamente en una clase dirigente y, más en concreto, en un “presidente”, que pretende saberlo y decidirlo todo (omnisciente y omnipotente). Ilustrativa al respecto es la reciente Ley Antibloqueo. Estado de derecho, división de poderes, derechos humanos, todo se relativiza frente a esa pretensión absolutista. Consignas como Revolución o muerte y otras semejantes simbolizan la referida tendencia hacia la sacralización del poder político, que usurpa la soberanía del pueblo y la traslada al Régimen (partido, jefe).

    Dada esta orientación totalitaria (absolutizante, idolátrica) de la actual dictadura militar comunista, se explica por qué la disidencia y la oposición a la misma no se funda en solas razones políticas, sino también religiosas.

    Dios es el supremo defensor del ser humano, garantía total de la dignidad y los derechos de éste, creado para participar en el plan global divino de comunión humano-divina e interhumana.

 

 

 

 

 

 

 

jueves, 1 de octubre de 2020

CONSTITUCIÓN REBELDE, SOBERANO GOLPISTA


    No cabe la menor duda de que la Constitución de la República Bolivariana de Venezuela (CRBV) vigente es un instrumento político, que no sólo legitima, sino también exige rebeldía frente al actual Régimen SSXXI. Constituye una herramienta de resistencia frente a la opresión, al tiempo que un impulso de liberación democrática.

    Oficialmente se la denominaba como “la mejor constitución del mundo”, exhibiéndola y difundiéndola como símbolo revolucionario y camino hacia un país solidario y próspero. La verdad es que, sin ser un texto perfecto, se la puede calificar de apta, aceptable para su circunstancia temporal, así como fácilmente abierta a necesarias adaptaciones y mejoras. A propósito de esto, es preciso subrayar que los venezolanos hemos de estar siempre en guardia frente a la tentación nominalista de pretender cambiar nuestra historia, cambiando sólo constituciones.

    Es de lamentar que la exhibición mediática de la Carta Magna no ha estado acompañada de una pedagogía favorecedora de su conocimiento y aprecio, de manera que sirva al soberano (CRBV 5) de brújula efectiva para la organización y funcionamiento macro y micro del Estado y, en general, de la política. La educación nacional no ha propiciado la formación “moral y cívica” de la población, la cual, por tanto, ha quedado a merced de jefes y no de líderes, de populismos fáciles y no de planificaciones responsables. No se ha educado para una real participación desde las bases populares, y por eso la orientación de lo público ha sido tarea casi sólo de cúpulas gubernamentales o partidistas. No hemos tenido una escuela generadora de democracia participativa. El gobierno, en la línea del tradicional estatismo socialista, ha favorecido más bien la concentración del poder y un estilo militarista en el manejo de la sociedad civil.

    El espíritu y la letra de la CRBV se sitúan en las antípodas del Régimen militar comunista, totalitario y corrupto, que gobierna el país. Una ligera hojeada del texto constitucional basta para percibir el divorcio existente entre éste y la conducción oficial de la nación. No extraña entonces que la apelación de los ciudadanos a la Constitución constituya un acto de rebeldía frente a un poder, que se considera indiscutible y omnipotente.

    El tema de las “condiciones electorales” para el 6 de diciembre ejemplifica bien la contradicción entre el Régimen y la Constitución. Una de las más conocidas parábolas enseñadas por Jesús, la del rico Epulón y el mendigo Lázaro (Lc 16, 19-31), resulta aquí bastante ilustrativa.  Mientras el autosuficiente Epulón banqueteaba, el pobre Lázaro se tenía que conformar con las migajas que caían de la mesa de aquél. El Ejecutivo, que se estima todopoderoso y dispone de la fuerza del poder (FA, policías y colectivos armados, junto a los poderes judicial, ciudadano y electoral sumisos)- ha organizado su “banquete electoral”, bajo condiciones leoninas favorables al Régimen. La ciudadanía, mayoritariamente disidente, aparece como un mendigo al cual se le dejan caer, como regalo o limosna, unas condiciones miserables de participación. El Régimen, como un esclavista, se cree dueño de los ciudadanos y les establece arbitrariamente un marco de ilusoria participación en un proceso amañado. Y el síndrome de Estocolmo está logrando que muchos, en actitud mendicante, rueguen se les conceda, ciertas “condiciones mínimas” electorales, migajas de libertad ¡Algo realmente vergonzoso y humillante para un pueblo constitucionalmente identificado como “soberano”!  

    ¡Las condiciones para un proceso electoral están muy claras en la CRBV, desde su Preámbulo y sus Principios Fundamentales, en los cuales se encuentra ya la raíz y la substancia del protagonismo ciudadano! Allí aparece de modo diáfano la contradicción entre la Constitución y el proyecto totalitario militar socialista.

    El título del presente artículo sintetiza la referida contradicción. Revela cómo apelar hoy en Venezuela a la CRBV es un acto de rebeldía contra el Régimen. Un gesto insurreccional. El soberano consciente y responsable resulta entonces ser reseñado como golpista.

 


jueves, 17 de septiembre de 2020

SOMOS INEVITABLEMENTE POLÍTICOS

 

    Hablamos de la Venezuela de los 90´ como de un período muy marcado por la “anti política”. Fue un tiempo de insurrecciones militares, de fragmentación de los partidos tradicionales y de criticismo frente al quehacer del liderazgo gubernamental y político partidista. Y como los vacíos los llena siempre alguien, emergieron medios comunicacionales, reuniones de notables, caudillos populistas, entre otros, como alternativas de poder. 

   Un sólido punto de partida en reflexiones sobre temas como éste es la necesidad e inevitabilidad de ciertas realidades y, en el presente caso, de la política. Así, a quien muy seguro afirme “yo no me meto en política” podría argüírsele: usted no tiene necesidad de meterse, porque ya está metido ¿La razón? Quiérase o no, el ser humano es esencial y estructuralmente un ser político. Afirmación ésta, que es bastante antigua, como lo destacan las primeras líneas de la Política de Aristóteles.

   Dios creó a los humanos (racionales y libres) como seres-para-los-demás, relacionales, sociales. En realidad, antes que a individuos, creó a la humanidad, como conjunto para el compartir. Lo cual tiene su explicación teológica, en cuando Dios no es una persona solitaria, sino comunión, divinidad una y única (monoteísmo)en trinidad de personas. Esta afirmación es la central e identificante del cristianismo, que define a Dios como compartir, amor (ver 1Jn 4,8). Esto permite entender cuál es el mandamiento máximo, que declaró Jesús y por dónde va en definitiva la moral y la espiritualidad evangélicas. Muy ilustrativo e interpelante al respecto es la narración del Juicio Final, que el mismo Señor hace, y que tendrá como criterio el afecto y solidaridad con el prójimo, especialmente el más necesitado. Dicho Juicio será, pudiéramos decir, substancialmente “político”.

   El relacionamiento humano se comienza a tejer desde la sociedad más original e inmediata, la familia, que es y ha de ser la primera escuela de comunión. Desde allí se van organizando conjuntos y comunidades más amplios y variados, hacia la constitución de una sociedad política (polis) más vasta y estructurada, que constituye el Estado. Éste, por consiguiente, no emerge artificiosamente, ni debe configurar una unidad monopólica, absorbente. Es y ha de ser encuentro y articulación de convivencias con sus particulares acentos culturales.

    Somos entonces sociales, políticos, miembros de la polis, por nuestra condición humana misma y, por tanto, necesaria e ineludiblemente. Robinson Crusoe aparece entonces como una fantasía deshumanizada. El quid del asunto es asumir nuestra vocación y condición política de modo responsable, proactivo, solidario, con la mirada puesta en el bien común. En este sentido se puede decir que uno no es o se vuelve apolítico, sino que es o se vuelve político malo, miope, irresponsable, inconsciente ¿Resultado? Otros harán el trabajo por mí y necesariamente aprovecharé o sufriré las consecuencias. Aquí se puede aplicar también aquella sentencia tradicional de que negar la filosofía es hacer ya filosofía. Negar la politicidad es afirmarla.

   Aquí en Venezuela hace años se expulsó de la escuela la educación moral y cívica. Y ya en los comienzos mismos de este régimen, se eliminó el Programa Educación Religiosa Escolar (ERE), que proveía también de elementos básicos de formación ciudadana. No es difícil adivinar las consecuencias.

   ¿Por qué hemos llegado a la presente tragedia nacional? Parte importante de la respuesta es: no se formó a los venezolanos para la política. Para ser buenos políticos, protagonistas cívicos y no simple masa de mítines, portadores de carnet o criticones del gobierno y de los líderes partidistas. Debo confesar que la Iglesia no puede lavarse las manos en este asunto, porque no supo aprovechar la riqueza de la Doctrina Social de la Iglesia para la formación de las nuevas generaciones, ya desde la más tierna infancia. Y para proporcionar al país líderes políticos católicos integrales.

    Pero la hora no es para lamentaciones, sino para conversiones y compromisos. Hemos de tomar en serio la política, la inevitabilidad de nuestro ser político, para formarnos y formar en el servicio de la polis, ya en el campo de la sociedad civil, ya también en el ámbito de lo político-partidista.

viernes, 4 de septiembre de 2020

VIRUS REVELADOR


    La presente pandemia, dramática, puede revelarnos o desvelarnos verdades de plena positividad y provecho. Es una lección existencial, que es preciso aprovechar.

    Conócete a ti mismo es una muy manejada sentencia proveniente del más antiguo pensamiento griego, que se esculpió sobre el arquitrabe del templo de Delfos. Este autoconocimiento identifica al ser humano entre los demás vivientes, al tiempo que le plantea sumos desafíos.  

    Un tal conocimiento, para ser genuino, ha de entrañar búsqueda seria de la verdad. Y es condición insubstituible para un auténtico y firme desarrollo personal y social. Aquí viene bien a propósito lo dicho por Jesús: “la verdad los hará libres” (Jn 8, 32). Sobre la falsedad y el engaño no puede pensarse un progreso humano consistente, el cual, en última instancia, resulta de un ejercicio y entrecruce de libertades. Si hay un don, virtud o atributo que reciba los mayores elogios en la Escritura Santa es el de la sabiduría, que es el conocimiento y autoconocimiento en su mayor hondura y amplitud. A ella se opone lo que se conceptúa como vanidad, que es ligereza, error, mentira tanto en el juzgar como en el querer.

    La Biblia relato de una mentira-error-mala escogencia de consecuencias desastrosas no sólo para las víctimas inmediatas, sino para la toda la humanidad (Génesis 3). Lo que se exhibió y escogió como seguro de auto realización humana resultó ser terrible frustración. El diabólico “serán como dioses” se convirtió en descalabramiento de los engañados. La libertad humana quedó herida, de lo cual muy pronto se verán las consecuencias en la tragedia de Caín y Abel (Genesis 4).

En los últimos siglos han surgido engañosos mesianismos temporales con sus paraísos terrestres, los cuales a la postre han resultado inevitablemente frustrantes. Ejemplos, la divinización de la razón con el Iluminismo, el endiosamiento científico con el Positivismo, la idolatría de una raza con el Nazismo, la absolutización de un “hombre nuevo” con el Comunismo. Dos guerras mundiales, entre otros, fueron argumentos dolorosos suficientes para desbaratar tantas autosuficiencias humanas. El superhombre termina a la postre deshumanizando.

Ilusiones y fantasías engañosas no son, con todo, sólo reliquias del pasado. Acompañan lamentablemente al ser humano en su peregrinaje histórico, claroscuro siempre, hasta que llegue a su término y plenitud mediante una liberación definitiva, que será, fundamentalmente, don divino. El ser humano en devenir es libre, pero con una libertad no sólo frágil, sino también pecadora; y la historia -urdimbre de biografías- lo manifiesta en su conjunto, que comprende desde lo más bello y santo hasta lo más bajo y monstruoso. De allí la necesidad de una constante conversión humana y una permanente asistencia y sanación divinas.

    El ser humano fue creado, en cuanto inteligente y libre, como “ser para progresar”, cuidando, transformando y disfrutando lo creado. Pero ha de estar siempre en guardia para no disolverse en lo que tiene que manejar. Pues de constructor puede para en autodestructivo, de “ser para el otro” en egoísta dominador y de creyente sensato en ateo libertino.

    La actual pandemia es una realidad dolorosa, que es necesario superar con sabiduría y solidaridad. Pero también constituye una oportunidad para crecer como personas y comunidad humana, en relación fraterna con el prójimo y filial con Dios. Ahondando en realismo y humildad, sabiendo que somos grandes, pero también pequeños y vulnerables; “seres para la muerte”, mas con vocación de eternidad. En una palabra, valiosos, pero no absolutos.

    Este terrible virus despliega una lección de la cual hay mucho que aprender. Sobre todo, en materia de un actuar sólido, trascendente, que concrete el mandamiento máximo evangélico, el amor; y de un real ubicarse, pues, micróbicos, giramos en un pequeño globo espacial, en el cual hemos de saber vivir y convivir. Y también soñar, pero con los pies en tierra. La pandemia es una de esos acontecimientos en los cuales sabiamente debemos situarnos en el inmediato entorno familiar y vecinal, enmarcándolo, sin embargo, en el más amplio, cósmico. Somos mortales, temporales, abiertos a lo eterno. La verdad nos hará libres.

 


viernes, 21 de agosto de 2020

EL SÌ DEL NO

 


     Ante las proyectadas elecciones parlamentarias, un conjunto de organizaciones políticas ha planteado como respuesta: no concurrir. La abstención, desde el punto lógico, es una posición negativa de parte de quien la sustenta, la cual, para serle productiva, ha de ir acompañada de acciones que, de algún modo, procuren lograr el fin que se busca con el abstenerse. Es decir, que un debe ir junto al no.

    Pienso que la ausencia de un consistente, en el caso de las votaciones (no elecciones) parlamentarias de diciembre, motivó el Comunicado de la Presidencia de la Conferencia Episcopal Venezolana del pasado 11 de agosto; de allí su insistencia en el “no basta” con la abstención y la crítica a quienes se instalaban en una actitud negativa, sin proponer alternativas serias y factibles. No pocos habíamos venido insistiendo en la urgencia de plantear, por parte de la Asamblea Nacional, entre otros, de proposiciones operativas para realizar el cambio del régimen y del administrador de Miraflores. Opino que un efecto positivo del referido Comunicado ha sido el de estimular a círculos políticos a proponer el “sí” que faltaba.

    El Consejo Superior de la Democracia Cristiana acaba de publicar un Comunicado (No.8. agosto 2020) titulado ¡La consulta popular y la Conferencia Episcopal! Es un documento de suma actualidad y utilidad para el pueblo soberano de este país, a fin de que en este momento asuma el ejercicio de la soberanía que la ha sido usurpada por el gobierno, como lo reclamaron ya los obispos, de modo bien claro, en su exhortación de 12 de enero de 2018. 

El Consejo Superior democristiano es coherente con el título que asigna su declaración y, en este sentido, cita pasajes muy al grano de documentos del Episcopado venezolano, aprobados por su organismo máximo que es la Asamblea Plenaria, congregada este mismo año en los meses de enero y julio. Por cierto que en enero los obispos mencionaron los artículos 70 y 71 de la Constitución Nacional, como posibilitantes del cambio presidencial.

No es el momento aquí de hacer un inventario de los desastres ocasionados por el Régimen desde finales del siglo pasado (¡!) Pero estimo oportuno recoger una expresión que utilizó el Episcopado en pleno, hace poco más de un mes, para calificar la presente realidad nacional: “Vivimos inmersos en un caos generalizado presente en todos los niveles de la vida social y personal” (Exhortación pastoral Dios está contigo, no te dejará ni te abandonará, Dt. 31,6). Caos significa radical confusión, desastre total. Desde el punto de vista constitucional, jurídico, hay una maraña de ilegitimidades y en lo que respecta a lo económico, político y ético-cultural, uno se pregunta si el país puede hundirse todavía más.

     El Consejo Superior lanza el guante  a los directivos de la Asamblea Nacional, para que convoquen ya al pueblo soberano (CRBV 70-71) a fin de que éste decida sobre el cese del Presidente de facto de la República, de la ilegítima Asamblea Nacional Constituyente y la constitución -por parte de aquella Asamblea-, de un Gobierno de Emergencia Nacional, que atienda a la crisis humanitaria y convoque, en un plazo de doce meses, verdaderas  elecciones presidenciales y parlamentarias, “en sintonía con lo planteado por la comunidad internacional”.

    ¿Se quiere una salida del “caos generalizado”, pacífica, democrática, civilizada? ¿Se quiere que sea el soberano mismo y no intermediarios -oficiales o no, partidistas o no- quien decida la suerte de la nación, el destino de este descalabrado país llamado Venezuela? ¡La referida propuesta democristiana ofrece el camino!

    Más de una vez me ha venido a la mente la imagen de un tsunami al dibujarme la situación del país y el futuro que enfrenta. Y la traigo aquí porque la amenaza que se nos plantea este fin de año es de dimensiones catastróficas, frente a lo cual suena suicida, ridículo, cruel, todo aquello que distraiga del peligro en puertas, fragmente esfuerzos para encararlo unidos, exija “purismos” que impidan respuestas realistas, dificultando o impidiendo así una solución que vaya al corazón del problema. Venezuela no tiene porvenir digno sin cambio de régimen. Lograrlo es un deber humano, creyente, cristiano. “Despierta y reacciona, es el momento”.  

martes, 11 de agosto de 2020

El Laico Protagonista




 "Los signos del tiempo muestran que el presente milenio será el del protagonismo de los laicos" (LCV 3). Son palabras del Concilio Plenario de Venezuela en su documento N°7.

Por laico o seglar se entiende al bautizado miembro de la Iglesia, Pueblo de Dios, participante, por tanto, de su misión, y quien tiene como propio y peculiar el carácter secular (ver LG 31). Éste significa su inmersión en el mundo para transformar desde adentro las realidades temporales en la línea del Evangelio.

Ser laico es la condición o estado ordinario del cristiano; los laicos integran el sector o subconjunto mayoritario y casi totalizante de la Iglesia; se nace laico en el bautismo. Tradicionalmente se vino considerando al laico como un "no clérigo" (y "no religioso"), miembro más bien pasivo de la Iglesia, simple colaborador o auxiliar del sacerdote (presbítero) en la tarea evangelizadora, es decir, como un fiel formado para ser, fundamentalmente, realizador de objetivos y ejecutor de tareas que le asignasen. Ahora bien, la renovación eclesial tanto doctrinal como práctica, recogida, madurada y ulteriormente impulsada por el Concilio Vaticano II, ha pasado de la definición "negativa" del laico (lo que no es) a otra, "positiva", (lo que es); ha reformulado el papel del laico, reconociéndole un efectivo protagonismo evangelizador, particularmente en su ámbito propio, a saber, el del mundo, la cotidianidad secular, partiendo de lo más inmediato, la familia.

Si desea leer más al respecto, haga clic en el siguiente título El Laico Protagonista


jueves, 6 de agosto de 2020

SSXXI: PROYECTO TOTALITARIO



    Una cosa es hablar por experiencia ajena y otra haber sufrido en carne propia aquello de que se habla. Esto se aplica a san Juan Pablo II en relación al totalitarismo.

    El Papa Wojtyila padeció persecución por parte de los totalitarismos hitleriano y stalinista. Por eso tiene existencial resonancia la denuncia que estampa en su encíclica Sollicitudo Rei Socialis (1987): “Ningún grupo social, por ejemplo, un partido, tiene derecho a usurpar el papel de guía único, porque ello conlleva la destrucción de la verdadera subjetividad de la sociedad y de las personas-ciudadanos” ¿Resultado? Masificación despersonalizante.  Caído el Muro de Berlín, el mismo Papa en 1991 identificó la raíz del totalitarismo moderno en “la negación de la dignidad trascendente de la persona humana, imagen visible de Dios invisible y, precisamente por esto, sujeto de derechos que nadie puede violar: ni el individuo, el grupo, la clase social, ni la nación, ni el Estado” (Centesimus Annus 44).

    Ante la avalancha de los totalitarismos, el Papa Pío XI había publicado tres contundentes y oportunas encíclicas: en 1931 Non abbiamo bisogno contra el fascismo, en 1937 Mit brennender Sorge contra el nazismo y Divini Redemptoris contra el comunismo. De estos deshumanizantes sistemas e ideologías se destacaban, entre otros, la negación de una real participación ciudadana y del libre emprendimiento, la absorción de la sociedad civil por el Estado, la hegemonía comunicacional y educativa, la absolutización e idolatría del poder, el utopismo del paraíso terreno.

El totalitarismo profundiza y amplia el control que cualquier otro sistema político e ideológico despótico busca imponer. Pretende monopolizar todos los ámbitos del entramado social: economía (tener), política (poder) y cultura -en la acepción más restringida de este término- (ser). Agrava la dominación característica de autocracias, dictaduras, tiranías y otras formas de monopolio social. La historia de Venezuela registra variados especímenes de sumisión societaria, pero de totalitarismo uno solo, a saber, el Socialismo del Siglo XXI. Éste copia el modelo comunista cubano, con peculiaridades, como las de que el “bolivariano” financia al isleño, y éste maneja la “inteligencia” del venezolano.   

    El criollo es un totalitarismo en ejecución progresiva. Por cierto, que la pandemia del COVID 19 ha servido para acentuar la escalada represiva. La “profecía” anticonstitucional y vergonzosa del Ministro de la Defensa sobre la inutilidad de las próximas elecciones para un cambio de Régimen evidencia la dominación comunista en marcha.

   En más de una ocasión he manifestado que la no percepción -culpable o inculpable- del carácter totalitario del proyecto socialista ha sido la causa de muchas fallas estratégicas, cuando no de claros fracasos operativos de la disidencia. Por otra parte, el populismo y la mentira institucionalizada del Gobierno, ha sabido disfrazar propósitos oficiales y frustrar intentos de la oposición.

  Las anunciadas elecciones legislativas constituyen un serio desafío a nuestra responsabilidad ciudadana. La abstención no puede identificarse -negativamente- con pasividad: tiene que asumirse, positiva y proactivamente, como actividad, iniciativa, como ejercicio de responsabilidad ciudadana, buscando generar unidad dinámica para el logro de objetivos democráticos. Hay retiradas estratégicas, que son sumamente productivas. Sobre todo, cuando lo que mueve la acción son nobles y altos propósitos como el restablecimiento del estado de derecho y la convivencia democrática. Es preciso ser ingeniosos en este sentido. La abstención puede convertirse en referendo para un cambio de régimen, en elecciones (también) presidenciales Hay que poner en juego el protagonismo y las facultades del soberano (CRBV 5), su poder constitucional, pero también supraconstitucional y originario.

   La historia no es determinismo. La libertad constituye una energía irrefrenable. Los totalitarismos son estatuas imponentes, pero con pies de barro. Por eso debemos trabajar unidos y con gran esperanza, la cual, para los creyentes, se funda definitivamente en los designios bondadosos de Dios.

 


jueves, 23 de julio de 2020

OBISPOS PLANTEAN CAMBIO DE GOBIERNO




     Ante la gravísima y progresiva crisis nacional la posición de los Obispos es clara y firme: “exigimos una vez más auténticas elecciones libres y democráticas para constituir un nuevo gobierno de cambio e inclusión nacional que nos permita construir el país que todos queremos”. Añadimos: “se hace necesaria la salida del actual gobierno y la realización de elecciones presidenciales limpias, en condiciones de transparencia y equidad”.

    Lo leemos en el reciente documento del Episcopado venezolano (Tu Dios está contigo…,10 de julio). No es la primera vez que plantean una tal exigencia; ya lo habían hecho en las asambleas de enero 2020 y julio 2019. Lo repetitivo se explica por la persistencia y aceleración de la crisis, que lleva dos décadas y ha llegado a niveles insoportables.

     En efecto, en Carta fraterna del pasado 10 de enero, a propósito de los atropellos a la Asamblea Nacional, los Obispos reafirmamos lo dicho en la Exhortación de 12 de julio 2019: “Ante la realidad de un gobierno ilegítimo y fallido, Venezuela clama a gritos un cambio de rumbo, una vuelta a la Constitución. Ese cambio exige la salida de quien ejerce el poder de forma ilegítima y la elección e en el menor tiempo posible de un nuevo presidente de la República”. No se trata, obviamente, de una elección cualquiera; ha de ser libre y debe responder a la voluntad del soberano (CRBV 5). Para ello es preciso atender a ciertas condiciones, que se consideran indispensables: nuevo Consejo Electoral imparcial, actualización del Registro Electoral, voto de los venezolanos en el exterior, supervisión de organismos internacionales tales como ONU, OEA, UE; y, por supuesto, cese de ese esperpento que es la Asamblea Nacional Constituyente, con todas sus letras, mantenida como una herramienta amedrentadora, especie de elefante agresivo en una cristalería de legalidad. Es menester tener presente que un cambio presidencial como el mencionado está posibilitado por los Art. 70 y 71 de nuestra Constitución.

     La Conferencia Episcopal recoge en el documento de hace dos semanas un clamor nacional: “Los venezolanos queremos vivir en democracia”. De allí la necesidad de elecciones (opción realmente libre), que no se reduzcan a meras votaciones (acto propiamente físico). El régimen, es cierto, ha convocado a elecciones parlamentarias, pero tejiendo una urdimbre de trampas e ilegitimidades: instrumentación de un TSJ sumiso y de un CNE a su medida, confiscación de partidos políticos, persecución a disidentes, compra de conciencias ¿Es de extrañar entonces que crezca la desconfianza y se genere masiva abstención? En ese mismo documento se denuncia la inmoralidad de maniobras contra la solución social y política de la crisis, así como del cinismo de políticos que se prestan a tan desvergonzado juego, con lo cual se consolida el régimen totalitario.

    Y aquí viene una denuncia particularizada del Episcopado, que se justifica por el protagonista y la  gravedad de la amenaza: “La negativa del Ministro de Defensa a aceptar un cambio de gobierno es totalmente inconstitucional y, por tanto, inaceptable”. Ello implica un alineamiento de la Fuerza Armada con una parcialidad política y la exclusión de una entrega del poder a quien piense distinto.
¿En qué marco situacional exigen los Obispos el cambio de régimen? El de un “caos generalizado”, empeorado por la pandemia, en el cual sobresalen, entre otros factores: descalabro de servicios públicos básicos, acción política divorciada del bien común y del desarrollo, inseguridad e indefensión de la gente, economía inflacionaria y dolarizada, empobrecimiento de la población, educación paralizada, debilidad del sistema de salud, drama de los emigrantes que vuelven al país, escasez de gasolina y de otros insumos, ausencia de estado de derecho, violaciones de los Derechos Humanos (aplicación de torturas…), endurecimiento dictatorial, persecución de la disidencia.

    No podemos quedarnos de brazos cruzados”, claman los Obispos. El Evangelio no es algo etéreo, sino muy exigente respecto de toda realidad, en particular la política; y el servicio pastoral, religioso y moral, que ellos prestan tiene que ver con la suerte temporal de creyentes y no creyentes. El mandamiento máximo de Jesús, el Señor, es el amor, el cual no se reduce a simple sentimiento, sino que entraña serio compromiso.



viernes, 10 de julio de 2020

RECONSTRUCCIÓN ÉTICA



      No es fácil la reconstrucción económica y política del país. Menos fácil, todavía, es la ético-cultural. Ésta toca, en efecto, lo más hondo y trascendente de la libertad personal, desde donde se definen las líneas orientadoras también del tener y del poder.

      Por donde quiera que caminemos los humanos nos topamos, buen Sancho, con la ética. Porque, en cuanto racionales y libres, somos ineludiblemente éticos (al igual que filósofos); damos siempre a nuestra vida, a nuestra libertad, algún sentido, así sea uno puramente anárquico y espontaneísta, como es el caso de los nihilistas. Quien se declara “a-moral”, es porque tiene un código moral propio, puramente subjetivo. Lo cierto es que, así como el hombre no ha podido-puede-podrá dejar de pensar, lo mismo cabe decir del decidir en conciencia en lo tocante a bien-mal moral. El problema está en el código ético que se sigue, el cual, por lo demás, implica, en un modo u otro, una interpretación de la dignidad y del deber ser personal. De esto se desprende que una marcha societaria sólida, sustentable, exige un esfuerzo compartido para acordar una plataforma ética común. Lo contrario generaría una Babel insostenible y autodestructora.

    En este marco reflexivo hemos de ubicar la relación de economía y política con ética. Aquéllas no se hacen por sí mismas, ni funcionan auto referencialmente, no son autárquicas. Es el ser humano, en cuanto económico y político, el que las crea, maneja y orienta. Y este ser humano les imprime su sello personal; hará de ellas instrumentos de servicio o insolidaridad, de altruismo o egoísmo y cosas por el estilo.

   En Armagedón, 4 jinetes hacia el apocalipsis postmoderno (Universidad Metropolitana, Caracas 2009), J. I. Moreno León, hablando de la vinculación entre práctica de la conducta ética y ejercicio del sentido común, recuerda “un imperio (el Romano) que llegó a dominar parte importante del mundo conocido para entonces, con grandes avances  en su desarrollo como sociedad, pero que colapsó, entre otras razones por una crisis de valores que generó la destrucción de ese conglomerado social como civilización dominante”. Muy iluminadora al respecto resulta, por cierto, la Carta de San Pablo a los Romanos (capítulo 1), escrita hacia el año 60 d C., la cual describe el estado de descomposición ético-religiosa de ese pueblo, entonces en la cumbre de su poderío. Algo aleccionador para todo tiempo y, por supuesto, también, para el presente global y venezolano. Tarde o temprano los desvaríos se pagan y las virtudes dan buenos frutos.

    Lamentablemente el desarrollo científico-tecnológico, así como el económico, político y cultural (en sentido estricto) no corren siempre parejos. De allí las crisis permanentes de los seres humanos y de la humanidad como conjunto. Sucedió en el Imperio Romano y pasa ahora con nuestra sociedad de la información en rauda globalización. La historia evidencia no sólo la limitación y la fragilidad del ser humano, sino también su pecaminosidad.

    El caso venezolano es patente al respecto. Tuvimos un desarrollo económico y político que no se armonizaron con el ético-cultural. No se cultivó una economía de efectiva solidaridad, ni una política gestora de corresponsabilidad ciudadana. Los medios de comunicación se desligaron en buena medida de su función de servicio público, y la educación prescindió del formar seriamente en valores. No se privilegió la atención integral a la familia, primera escuela y célula social. Todo ello abrió en algún modo la puerta al actual régimen totalitario destructor.

  Resulta imperativa, por tanto, una reconstrucción en los diversos ámbitos de la vida nacional, particularmente en el campo ético-espiritual, con miras a impulsar un progreso integral. Para ello es preciso establecer prioridades sociales y fomentar un espíritu colectivo corresponsable. Algunos nos hemos atrevido hasta formular decálogos de praxis nacional para el día después. Pero, por encima y más allá de cualquier determinación, hay algo que resulta evidente: Venezuela no echará adelante sin una conversión ético-espiritual. Hay mucho odio, egoísmo, inmediatismo, indiferencia, que curar, y mucha honestidad, solidaridad, generosidad, calidad humana, que promover.






jueves, 25 de junio de 2020

JOSÉ GREGORIO, LAICO INTERPELANTE





       José Gregorio murió (28 de junio 1919) en un momento de particular significación para la Iglesia, el país y el mundo. La Iglesia recuperándose de la postración en que la dejó el Guzmancismo. El país en dictadura y expansión petrolera. El mundo, terminando una guerra mundial, comenzando una pandemia y en los primeros pasos de un cambio epocal (tercera ola humana según Toffler).  A cien años de su muerte -comienzos de siglo y también de milenio-, se anuncia su beatificación. El escenario histórico es semejante y diverso con Iglesia en renovación; país en dictadura con regresión y ocaso petrolero; mundo en pandemia, paz endeble, globalización rampante y cambio epocal en ágil marcha.

     Venezuela se encuentra en estos momentos con pandemia y en situación desastrosa. El Socialismo del Siglo XXI con ideología comunista y una corrupción desaforada, tiene al país en ascuas: economía por el suelo, empobrecimiento general, política marcada por una abierta represión, cultura deprimida en sus ámbitos comunicacional y educativo, por la imposición de un “pensamiento único”.

   Los cristianos católicos nos hemos de preguntar:1) ¿Qué mensaje lanza Dios con esta beatificación, a la Iglesia de la mayoría de los venezolanos en el presente drama nacional?2) ¿Qué interpelación plantea la beatificación del laico doctor José Gregorio Hernández a nuestros   laicos católicos?

  Con respecto a lo primero, conviene recordar que el Concilio Vaticano II definió a la Iglesia como signo e instrumento de unidad humano-divina e interhumana (ver Lumen Gentium 1). El mandamiento máximo de Jesucristo va en esa dirección:  lograr la comunión-amor a) con Dios Trinidad en alabanza y obediencia, y b) con el prójimo, compartiendo bienes espirituales y materiales, así como construyendo una convivencia fraterna, libre, solidaria y pacífica. El desastre del país reclama a la Iglesia, por tanto, un compromiso más decidido para la reconstrucción de Venezuela y su ulterior progreso: honda conversión hacia un testimonio más efectivo del amor evangélico. Opresores y oprimidos en su mayoría se confiesan católicos. ¿Por qué hemos llegado a este abismo? Es la hora de una perceptible coherencia con lo que se dice creer.  

    Ahora bien, dentro de la Iglesia pueden señalarse dos sectores bien diferenciados, con tareas específicas dentro de la misión común: a) pastores o clérigos, (obispos, presbíteros y diáconos) y b) laicos. El quehacer de los pastores es más hacia el interior de la comunidad eclesial, como ejes-cabezas de comunión: servicio indispensable, de institución divina. La misión propia o peculiar de los laicos (seglares) mira primordialmente hacia el mundo (lo temporal o secular) para transformarlo según el espíritu del Evangelio.

   Con respecto a la segunda pregunta podríamos comenzar diciendo que en estos tiempos de renovación eclesial, estamos pasando de una acostumbrada comprensión del laico  como simple colaborador o ayudante (“mandadero”,  llega a decir el Papa Francisco) de los pastores, a su reconocimiento como protagonista, miembro activo, corresponsable, por título propio como bautizado, en la Iglesia Este cambio (especie de “giro copernicano) implica superar el tradicional clericalismo o polarización eclesial en el clero (ver carta de Francisco al Presidente de  la Pontificia Comisión para la América Latina, con fecha 19 de marzo 2016).

    El Concilio Vaticano II (Lumen Gentium 31) definió como lo propio o peculiar del laico en la Iglesia, su “carácter secular”, temporal, mundano (en el sentido positivo de este término). El laico tiene al mundo, con sus ámbitos económico, político y cultural, como su campo propio de trabajo. Desde su familia ha de comprometerse en la construcción de una “nueva sociedad”.
José Gregorio Hernández constituye un modelo de laico. Miembro de la comunidad eclesial, participó en la vida de ésta y desde ésta se comprometió a hacer realidad los valores humano-cristianos del Evangelio en Venezuela. La cultura, en la acepción más amplia del vocablo, fue el objetivo de su misión. Como protagonista y no ente pasivo ¿En qué ámbito social no se hizo presente, desde su amor a Dios y al prójimo, especialmente al más pobre? Científico, docente, escritor, investigador e innovador, atendió enfermos, privilegió a los pobres y dentro de su polícromo quehacer quiso hasta alistarse para defender la patria.

   José Gregorio es una interpelación viva a los laicos de este país en los presentes momentos de gravísima crisis. En su entrega no escatimó esfuerzos ni riesgos. El “médico de los pobres” murió en camino hacia un servicio caritativo.    

jueves, 11 de junio de 2020

MUCHO DERECHO, POCO DEBER




    Somos duchos en enunciar y reclamar derechos, pero tardos en recordar y cumplir deberes. Los populistas encuentran así tierra abonada y el egoísmo excusas.

    Refiriéndose a la Declaración de los derechos del hombre y del ciudadano de 1789, como Carta Magna de la democracia moderna, Hans Kung dice: “En el Parlamento revolucionario, junto a la declaración de los derechos (droits), el clero y casi la mitad de los delegados pidieron que fuese aprobada también una declaración de los deberes (devoirs). Una cosa todavía hoy deseable” (La chiessa cattolica, Rizzoli 2001, 206).

    El Decálogo que encontramos en el Antiguo Testamento es una tabla de deberes, los primeros en sentido positivo y los restantes en forma negativa de prohibición. Ahora bien, si se voltea la tabla encontramos los derechos correspondientes. Así, el “no matar” tiene su contrapartida en el derecho a la vida. Juan XXIII en su famosa encíclica sobre la paz mundial -Pacem in Terris- dice lo siguiente: “Los derechos naturales que hasta aquí hemos recordado están unidos en el hombre que los posee con otros tantos deberes, y uno y otros tienen en la ley natural, que los confiere o los impone, su origen, mantenimiento y vigor indestructible” (PT 28). Es así como “a un determinado derecho natural de cada hombre corresponda en los demás el deber de reconocerlo y respetarlo” (Ib. 30). Alguien me ha traído a la memoria hace pocos días un dicho de Gandhi “Los derechos fluyen de los deberes y no al revés. Si cada quien cumpliera con sus deberes, no haría falta invocar derechos”.

    El Compendio de Doctrina Social de la Iglesia, publicado por el Pontificio Consejo “Justicia y Paz” (2005) en su índice analítico, junto a la palabra derecho con amplia cobertura, tiene la de deber, que comprende dos abultadas páginas. Y en el texto encontramos lo siguiente: “Inseparablemente unido al tema de los derechos se encuentra el relativo a los deberes del hombre (…) la recíproca complementariedad entre derechos y deberes, indisolublemente unidos”. Y cita allí algo bien importante de san Juan Pablo II: “Por tanto, quienes, al reivindicar sus derechos, olvidan por completo sus deberes o no les dan la importancia debida, se asemeja a los que derriban con una mano lo que con la otra construyen” (Compendio...,156).

   A los deberes se los puede clasificar entre los que corresponden a la persona, a la familia, a las comunidades menores y al Estado. Y se  diversifican según correspondan a profesiones, categorías sociales, etc.

   Invito al lector a que juntos reflexionemos en torno a lo que todo esto significa en la realidad actual del país. Anteriormente he escrito sobre la necesidad de que los ciudadanos leamos detenidamente el texto de la Constitución acerca de los derechos que allí se formulan, los cuales no son regalos del Estado, por cuanto la persona y la comunidad política los tienen como propios. Ello es necesario para que no nos amoldemos al deseo de gobiernos y nomenklaturas,de convertirnos en una masa subordinada, pasiva. Todo eso queda firme. Ahora, sin embargo, interesa insistir aquí en la otra cara de los derechos, como es la de los deberes individuales y grupales.

   El régimen actual de tipo totalitario, no se impuso a la nación simplemente desde afuera; emergió desde el interior de ésta, y no, por cierto, como obra sólo de un puñado de “revolucionarios”. Los venezolanos hemos de asumir nuestra corresponsabilidad en el actual desastre. Por inercia, o por amaestramiento calculado o no, se llegó a dejar lo político en manos de lo que en los 90´ se denominaban “cogollos” partidistas, en cúpulas autosuficientes y privilegiadas. No asumimos la suerte del país como propia, ni educamos para vivir en democracia. No se formó a pensar con la propia cabeza y a tejer juntos lo social. A la Iglesia la corresponde también su parte de culpa.

   “Ese no es mi problema”, decíamos ligeramente para eludir responsabilidades, deberes. Y nos conformamos con exigir mucho derecho y exigirnos poco deber. Pero, como seres libres, podemos y tenemos ahora que convertirnos.

miércoles, 3 de junio de 2020

Verdad Liberadora en tierra zuliana

     Jesús nos dice: “la verdad os hará libres” (Jn 8,32), y “el Hijo del hombre no ha venido a ser servido sino a servir y a dar su vida como rescate por muchos” (Mt 20, 28). Verdad y servicio: dos palabras claves en el testimonio y la enseñanza del Señor. Ellas me han exigido y animado a escribir estas líneas, que no obedecen, por tanto, a ningún propósito autodefensivo, reivindicativo ni, mucho menos, retaliativo; tampoco quieren ser simple material para historiadores o autobiográfico. Brotan del imperativo de comunión con Dios y fraterna, buscando, en esta perspectiva, deshacer falsedades y evitar deformaciones del pasado, dañinas a la Iglesia y a la convivencia social en que ésta se mueve.


    El hacer memoria se orienta, pues, a que en el porvenir se eviten desaciertos y rupturas que perjudican al Pueblo de Dios y entorpecen su unidad en el peregrinar hacia la plenitud del Reino. Quien escribe lo hace con la conciencia de ser, no sólo creatura limitada y frágil, sino también pecadora. “Sólo Dios es bueno” en el sentido más integral, perfecto y trascendente del término. Es la razón por la que al señalar lo que estimo fallas ajenas, el propósito no es de acusación, reproche y reanudación de controversias; por eso mismo no cito nombres propios y trato de evitar expresiones que de algún modo puedan considerarse hirientes. El Señor lo sabe. Si en lo que escribo hay algo que no se ajuste totalmente a lo que en conciencia considero la verdad o pueda interpretarse como inexacto o extralimitado, pido excusas por lo primero y siento lo segundo. Confieso que no sólo deseo ser cauto y delicado, sino más bien escrupuloso, a la hora de pensar, decir y hacer algo que pueda molestar o dañar, en particular injustamente, al prójimo. Sólo Dios conoce la intimidad de las conciencias y, por consiguiente, de las intenciones, por lo que el Señor advierte: “(…) con el juicio con que juzguéis seréis juzgados, y con la medida con que midáis se os medirá” (Mt 7,2)

    Me ha exigido y posibilitado escribir este relato el tiempo que el Dios bueno y misericordioso ha regalado a este anciano, luego de superar una grave crisis de salud; un marco existencial, por tanto, bien especial. El obligado reposo en tiempos de cuarentena me ha facilitado además la realización del presente trabajo. Con éste y otros, anhelo seguir sirviendo a la Iglesia en el ejercicio de su misión evangelizadora y contribuir a la liberación y ulterior desarrollo integral de Venezuela, hoy en deplorable situación, porque se le quiere imponer un sistema deshumanizante, totalitario.


Si desea leer más al respecto, haga clic en el siguiente título Verdad Liberadora en tierra zuliana.

martes, 2 de junio de 2020

Renovación Eclesial a la luz del Concilio Plenario de Venezuela.

 
   El número inicial del primero de los diez y seis documentos del Concilio Plenario (CPV), titulado La Proclamación profética del Evangelio de Jesucristo en Venezuela, luego de referirse a los quinientos años de la evangelización en nuestro país, señala que la Iglesia desde 1498 "no ha cejado en su empeño de cumplir la misión fundamental que Jesús confió a sus discípulos: anunciar el Evangelio a toda criatura". Y agrega:

             La Iglesia de Venezuela, hoy, quiere continuar esta misión examinándose a sí misma,  haciendo suyas las angustias 
y esperanzas del pueblo  venezolano para comunicarle 
con mayor eficacia la buena noticia de Jesucristo y su 
proyecto salvador, a través de una Nueva Evangelización, 
           que exige nuevo ardor, nuevos métodos y nueva expresión. (PPEV I).



      El presente trabajo ofrece, como un servicio a esta "nueva evangelización", una breve síntesis de diez elementos claves del Concilio Plenario:


  1. Núcleo articulador.
  2. Misionera o no es Iglesia.
  3. No presuponer la fe.
  4. Eucaristía: sacramento del peregrinar.
  5. Laico: de colaborador a protagonista.
  6. Reformulación y diversificación del ministerio.
  7. Parroquia: comunidad de comunidades y movimientos.
  8. Dimensión social de la evangelización.
  9. Evangelizar la cultura.
  10. Diálogo: actitud y tarea



   
  El orden de este decálogo sigue la secuencia de los seis objetivos específicos o dimensiones de la misión de la Iglesia (evangelización), de acuerdo a cierta caracterización, a saber: primer anuncio (kerigma), catequesis o formación de y en la fe, liturgia o celebración de la fe, organización de la comunidad visible, nueva sociedad o compromiso social, diálogo para la comunión.  La evangelización en sus dimensiones puede representarse como una pirámide invertida de seis lados, que pone de relieve la unidad del conjunto y la estrecha interrelación de los diversos objetivos específicos.

Para seguir con la lectura, puede hacer clic en el siguiente título:  Renovación Eclesial a la luz del Concilio Plenario de Venezuela.