domingo, 22 de octubre de 2023

PRIMARIAS Y REFUNDACIÓN

     El ser humano es inconforme por naturaleza. Porque Dios lo creó también espiritual, con una inteligencia y una voluntad abiertas a lo infinito. Por eso es de insaciables porqués y deseos. Y ante las realidades temporales, inevitablemente limitadas, aspira siempre a un conocimiento ulterior y una felicidad más completa.

    Filosóficamente se explica, a priori, por tanto, que la Venezuela de finales del pasado siglo no satisficiera suficientemente. A pesar de la convivencia democrática de cuatro décadas, la exuberancia petrolera, el aprecio internacional, las buenas andanzas de los servicios públicos, el dinamismo de las universidades; también el pasable equilibrio de los poderes del Estado, hasta el punto de que el país se dio el costoso lujo de deponer un presidente, electo con abundante voto popular. Lamentablemente se difundió una suicida anti política, que cristalizó en la aventura totalitaria y destructora que hoy estamos padeciendo. En resumen: con no pocas cosas positivas, junto a innegables carencias y defectos, se clausuró un siglo y un milenio.   

    La Conferencia Episcopal Venezolana en su Asamblea Plenaria de julio 2021 asumió el llamado a la refundación nacional, planteado el mes anterior por la Presidencia del Episcopado como “urgente necesidad”. La urgió en términos de reconstrucción, ante “la situación de deterioro general que sufre el país”. “Para lograr dicho objetivo -agregó- tenemos que unir esfuerzos para que haya una verdadera participación de los ciudadanos”.

    A pocos días de Primarias dirigidas a la conformación de Presidenciales en el próximo año, estimo oportuno traer aquí el tema de la refundación nacional planteado por los Obispos “hacia un objetivo común que implique la liberación y desarrollo integral del pueblo”. Refundar es una tarea que implica la integralidad de Venezuela, partiendo de las raíces positivas más hondas y características del conjunto social e, implicando los ámbitos económico, político y ético-cultural, sobre todo este último, que tiene que ver con lo que pudiera denominarse el “alma de la nación”, su dimensión moral y espiritual. El éxodo de una cuarta parte de los venezolanos y el proyecto totalitario que se trata de imponer a los que permanecemos ad intra, no se reduce a simples datos matemáticos y disfunciones económicas, sino que tiene que ver con muy hondos valores como solidaridad, autoestima, libertad y esperanza. Refundar es tomar unidos el país en los brazos y encaminarlo al futuro como casa común, bien común compartido, “nueva sociedad” desafiante; como patria merecedora de sacrificio e ilusión.  Bien distinta a la de una simple rica mina a explotar, una fácil riqueza a robar y una cómoda dictadura a imponer.

    La Constitución de la República Bolivariana de Venezuela, convertida actualmente en simple recurso literario y burladero de tropelías legales, se aprobó hace un cuarto de siglo con el expreso propósito de “refundar la República”. Esta afirmación, que en los advenedizos gobernantes disfrazaba objetivos totalitarios, se expuso en el Preámbulo y los Principios Fundamentales como un conjunto de mandatos y orientaciones que dibujaban un estado ideal, una república envidiable y un gobierno maravilloso, los cuales como buenos deseos continúan vigentes en estos momentos pre Primarias y Presidenciales. Su positividad intrínseca es la razón por qué en un pequeño libro mío sobre Doctrina Social de la Iglesia los he insertado como iluminador anexo, junto a la Declaración Universal de Derechos Humanos de 1948 y varios elementos básicos de una “nueva sociedad” afirmados por el Concilio Plenario de Venezuela.

    Concluyo estas líneas con el reto planteado por el Papa Francisco el primero de enero de este año y citado pocos días después por la asamblea de la Conferencia Episcopal Venezolana: “(…) no podemos quedarnos inmóviles, no podemos permanecer esperando a que las cosas mejoren. Hay que levantarse, aprovechar las oportunidades que nos dan la gracia, ir, arriesgar. Es necesario arriesgar” (Exhortación, 13 enero 2023).

 


domingo, 8 de octubre de 2023

DE AYUDANTE A PROTAGONISTA

 

    Los miembros de la Iglesia -me refiero concretamente a la católica- se suelen distribuir en tres sectores: los laicos -denominados también seglares- con una mayoría que casi totaliza el conjunto; los ministros, pastores o clérigos (es la jerarquía de obispos, presbíteros -llamados ordinariamente sacerdotes- y diáconos); los consagrados, denominados de ordinario religioso(a)s.

    Tradicionalmente los laicos, a pesar de su extragrande mayoría y aún de ocupar eventualmente funciones importantes en la sociedad (en lo varios ámbitos económico, político y ético-cultural), ejercieron siempre en cuanto a la dirección y ordenamiento de la comunidad eclesial un papel secundario respecto de los clérigos y también de los consagrados. Esto no obstante que no pocos alcanzaron un lugar relevante en influjo y reconocimiento de la Iglesia, como el caso de san Luis Rey de Francia, santo Tomás Moro, mártir, Canciller del Reino de Inglaterra, beato Federico Ozanam académico y apóstol en el campo social y entre nosotros el beato doctor José Gregorio Hernández, científico y médico de los pobres.

    Con el movimiento democrático moderno, la emergencia de la soberanía popular y la efervescencia de los movimientos políticos y sociales del siglo XIX, se generaron en la Iglesia agrupaciones de seglares con viva conciencia de su corresponsabilidad cristiana, los cuales buscaron orientar la dinámica societaria como expresión de su fe y organizar una presencia activa de la Iglesia en la marcha de la sociedad. El papa León XIII fue sensible en acoger y animar las novedades en este campo. Ya en el siglo XX, otro Papa, Pío IX se distinguió en la década de los treinta por su iniciativa en estimular la presencia organizada de los laicos, no sólo al interior de la Iglesia sino en la arena política y social en especial, con la organización de la Acción Católica tanto de adultos como de jóvenes. La presencia devota en templos derivó en presencia comprometida en el ámbito público, con miras a que el mensaje cristiano se encarnase de veras en el entramado de una sociedad en ágil movimiento.

    En los comienzos, esta participación de laicos particularmente ad extra de la Iglesia, se interpretó como una colaboración de aquellos en la misión pastoral característica de la jerarquía eclesiástica, interpretándose al laico como un brazo largo del pastor en la cristianización de la sociedad, particularmente en los ambientes más problemáticos. Se entendía así al seglar como un cooperador, un asistente del sacerdote en la tarea evangelizadora especialmente en la transformación de las realidades temporales según la misión encomendada por Cristo.

    Más pronto que tarde el sentido de la actuación del laico se fue profundizando en lo doctrinal y práctico, y así su identificación como colaborador y ayudante de los sacerdotes fue cambiando por la de protagonista, apóstol, por título propio. Es lo que asumió, maduró y relanzó con vigor el Concilio Vaticano II (1962-1966). Éste desarrolló la noción de la Iglesia como Pueblo de Dios en la línea de una corresponsabilidad de todos sus miembros en el ejercicio de la misión evangelizadora. Se subrayó el papel del bautismo como sacramento básico y motivación fundamental del actuar cristiano, razón y sentido del compromiso misionero común, al tiempo que se destacó como lo peculiar del seglar su presencia transformadora de la convivencia social, de la cultura -en la vasta acepción de este término-, comenzando por el círculo familiar y el entorno inmediato. Se acentuó así la ineludible tarea laical de contribuir con su Iglesia a edificar en este mundo concreto una “nueva sociedad”, libre, justa, próspera, fraterna, pacífica.  El destacar la naturaleza y misión propia del laico no margina o minimiza las del ministro eclesial o pastor, pero sí las redimensiona, precisando lo específico de cada sector.

    Un documento que sintetiza bien este proceso de reformulación del ser y quehacer del laico en una Iglesia renovada lo tenemos en El laico católico, fermento del Reino de Dios en Venezuela, producido por el Concilio Plenario de Venezuela justo hace veinte años y el cual constituye, con obvias actualizaciones, un valioso manual teórico y práctico sobre este importante tema.