jueves, 17 de junio de 2021

CONSTITUYENTE: CLAVO Y RESTEARSE

 

    En crisis de máxima gravedad nacional como la presente urge que el soberano (CRBV 5) decida, en acto originario, constituyente, el rumbo que ha de tomar el país, para salir de la debacle, reconstruirse y reorientarse. Venezuela padece, en efecto, una esquizofrenia institucional, manifestada en paralelismo de poderes públicos, multiforme alegato de ilegitimidades, ilegalidades, inconstitucionalidades, enmarcado todo ello en un extremo deterioro económico, político y ético cultural. La pandemia, oficialmente instrumentalizada para encubrir fallas y controlar más al pueblo, empeora la situación.

    El próximo bicentenario de la batalla de Carabobo nos encuentra preguntándonos para qué han servido el derramamiento de sangre y tanto sacrificio de vidas y recursos durante el proceso independentista y los enfrentamientos fratricidas del período republicano. Proclamas y desfiles celebrativos como los programados para el próximo 24, antes que aparecer como positivos festejos patrios semejan farisaicas operetas. El escenario nacional es de territorio neocolonizado, compartido por mafias y guerrillas, en patente ecocidio y abandono, con una población oprimida, empobrecida, en postración sanitaria y en plan de emigración. Prioridad del Régimen, que de facto ejerce el poder, no es el bienestar de la gente, sino la imposición a ésta, de un proyecto socialista-comunista.

    Desde que se instalaron quienes dicen que vinieron para quedarse, Venezuela no ha gozado de un tiempo aceptablemente pacífico; ha sido de permanente conmoción, saturado de lemas como “revolución o muerte” y una progresiva militarización; la población, o se resigna a la dominación y el empobrecimiento, o resiste y ha de afrontar marginación, persecución, expatriación.

    ¿Cómo salir de la tragedia y encaminarse a un futuro vivible, digno? ¿Cómo recuperar la convivencia democrática y un hábitat favorable al progreso? La historia de estas dos décadas registra múltiples intentos de solución, con sus más y sus menos, aciertos y desaciertos, que han dejado un abultado inventario de muertos en calles y cautivos en prisiones, así como de frustraciones y desencantos. Hay una fuerte carga de dolor y lágrimas en todo lo que va de este nuevo siglo-milenio (en el cual, por cierto, parece que todavía no hemos ingresado).

    Más de una vez he planteado que para salir del desastre es indispensable identificar un “clavo” operativo y “restearse” con él. Entendiendo por “clavo”, un objetivo claro, efectivo, pacífico, factible; y por “restearse”, un comprometerse serio con él. Un clavo se puede clavar, lo que no sucede con una tabla, que dispersa fuerza, presión y energía. “Restearse” significa insistir, persistir, sin girar como veletas y revolotear como plumas en el viento. Han abundado proyectos, logros incompletos, inconsecuencias, así como fantasías, improvisaciones y pare de contar. Con liderazgos aspirantes a cabezas de ratón y no colas de león. Infidelidades han proliferado por causas que van desde el ceder a insoportables presiones hasta la auto venta pura y simple. Sólo Dios, que conoce lo más íntimo de las conciencias, es juez infalible.

    Estimo que en la presente circunstancia el “clavo” (o instrumento apto para iniciar eficazmente la salida de la crisis) consiste en que el soberano (él, no el gobierno, un partido o cualquiera otro) defina libremente la suerte del país con una decisión constituyente, a la altura del poder completo, originario, fundante, que le corresponde. Una tal decisión, semejante al tajo con el que Alejandro Magno deshizo los enredos del nudo gordiano, permitiría iniciar eficazmente la salida del empantanamiento político (confusión de competencias, marasmo jurídico, inflación y anarquía de normas y organismos) y abordar, entre otras, cuestiones estructurales del Poder Público que sólo a ese nivel pueden tener solución. Un día como el 24 de junio tendría una fuerte carga simbólica para justificar una toma de posición con respecto al “clavo”

    Al soberano le corresponde decidir asuntos que tocan la entraña misma de la nación y la configuración esencial del Estado. Ahora bien, abrirle paso a sus decisiones nos exige a todos los ciudadanos superar visiones inmediatistas y sectarias y consolidar a Venezuela en la línea que acertadamente precisa la actual Constitución en sus Principios Fundamentales (ver Artículos 1-4.6).   

 

     

 

 

 

  

  

domingo, 6 de junio de 2021

PAPÁ ESTADO

 


    El surgimiento del Estado como estructura política es un producto tanto natural como convencional del desarrollo societario. En efecto, se funda en la condición social del ser humano, creado por Dios como relacional y dialogante, y, por otra parte, es fruto de acuerdos en base a experiencias y proyectos históricos. Necesidad y creatividad se conjugan.

    No es de extrañar, por tanto, las varias interpretaciones acerca del origen y sentido del Estado, así como de contradicciones en su manejo. Esto es patente en el caso del marxismo, el cual, junto al anuncio profético de la disolución o desaparición del Estado con el socialismo-hacia-el- comunismo, registra en la práctica una feroz acentuación del poder estatal. Es ambigua esta frase del Manifiesto del Partido Comunista de 1847: “Una vez que en el curso del desarrollo hayan desaparecido las diferencias de clase y se haya concentrado toda la producción en manos de los individuos asociados, el Poder público perderá su carácter político”.

    El filósofo Hobbes dos siglos antes había hablado del Leviatán como figura del Estado dominador, soberano inapelable, concentrador de todos los poderes, concepto que, por cierto, corresponde bien a totalitarismos surgidos en nuestra contemporaneidad (fascismo, nazismo, comunismo). Hegel con su absolutización del Estado no habría de favorecer un auténtico desarrollo democrático. Rousseau, en cambio, en al Contrato Social, había intentado armonizar la soberanía popular con una autoridad sólida pero mera mandataria de la Voluntad general. La reflexión y la experiencia histórica registran desarrollos positivos y también involuciones en cuanto a relacionamiento persona-Estado, que, como realidad temporal, está en permanente “crisis”, acentuada ahora por la globalización.   

    Según la Doctrina Social de la Iglesia -que no es un código cerrado confesional, sino conjunto dialogalmente abierto de principios, criterios y orientaciones para la acción- la persona es anterior al Estado, el cual ha surgido connaturalmente y debe estar al servicio de la persona. Entendida ésta, obviamente, no como un ente aislado y auto referencial, sino como ser social y cuyos intereses deben proyectarse en el bien común. De allí el imperativo de la participación y la subsidiaridad como expresiones de irrenunciable protagonismo ciudadano.

    Hoy en día, agresiones serias a una sana relación persona-Estado suelen disfrazarse con el atractivo metalenguaje de “poder popular”. Ejemplo patente lo ofrece el Plan de la Patria 2019-2025 de Venezuela, que presenta engañosamente lo comunal como expresión efectiva del pueblo en la construcción del Nuevo Estado Popular Revolucionario. Las grandilocuentes especificaciones de dicho Plan nos recuerdan el florido vocabulario de Mao Tse Tung en la época de las grandes masacres chinas.

    El vocablo socialismo, que, de por sí, sugiere compartir, participar, distribuir el poder, históricamente se ha concretado en Estados centralizadores, en nomenklaturas cerradas, hegemónicas y despóticas, que bastante han hecho sufrir a pueblos enteros. Es lo que sucede hoy en la Venezuela del Socialismo del Siglo XXI.

    Perversión ética y política es tomar el poder para imponer una ideología y mantenerse en él a toda costa. Se asume el Estado como papá, en el sentido de patriarca impositivo, agente de proyectos sectarios, opresivos. Lo que ciertos grupos no son capaces de lograr en competencia limpia y riesgosa en la arena democrática, buscan imponerlo mediante la autoridad del Estado con el soporte de su fuerza armada. Esto de refugio en el papá Estado para la aprobación de proyectos de minorías se está dando también a nivel internacional en sectores del ámbito cultural. Un caso patente es el del multiforme conjunto denominado “ideología de género” con su plan deconstructor de la vida, la familia y la educación. Se acude al Leviatán como eficaz brazo operativo.

    Un humanismo auténtico y una “nueva sociedad” entrañan un relacionamiento social, respetuoso de la dignidad y los derechos fundamentales de la persona, orientado al bien común y en el marco de un Estado de derecho, democrático, participativo. El Estado tiene su origen y sentido en el ser humano mismo, libre, responsable, social, histórico y abierto a la trascendencia. El Estado existe y debe actuar en función de la persona y ésta, al servicio del prójimo.