jueves, 20 de mayo de 2021

DE HABITANTE A CIUDADANO

     Cuando emprendemos una reflexión conviene a veces recordar el sentido de términos cuyo contenido parece obvio, ya que pueden manifestarse reveladores.

    El Diccionario de la Real Academia nos dice sobre habitante: “Cada una de las personas que constituyen la población de un barrio, ciudad, provincia o nación”. Y con respecto a ciudadano: “El habitante de las ciudades antiguas o de Estados modernos como sujeto de derechos políticos y que interviene, ejercitándolos, en el gobierno del país”.

    El ser habitante constituye, por tanto, simplemente un hecho; pero la condición de ciudadano plantea un compromiso. La conclusión suena evidente: un Estado democrático no resulta de la pura suma de habitantes, sino que es fruto de un propósito compartido, de convicciones y decisiones personales.

    Cuando uno “ve” la situación de Venezuela, percibe que la profunda crisis no ha sido fruto de la fatalidad, sino de deberes no asumidos y derechos no ejercidos. Si la Atlántida desapareció por un cataclismo, la Venezuela democrática vivible no se ha desarticulado por tsunamis o cosas por el estilo; muchos pecados de acción y omisión se acumularon y siguen dañando. Mas de una vez hemos lamentado la desaparición en la escuela de una materia que se llamaba Moral y Cívica y más recientemente de otra denominada Educación Religiosa Escolar (Programa ERE). Los partidos democráticos descuidaron la formación de cuadros y en la Iglesia no se puso la atención debida a una formación generalizada en su Doctrina Social. Se olvidó que una convivencia democrática es como una planta viva, que es preciso regar, abonar, podar, para que se mantenga y desarrolle. En los ´90 hasta se llegó a jugar con ella, quitando y poniendo alegremente presidentes y candidatos.

    La realidad política nacional aparece como una ensalada de constitucionalidad e inconstitucionalidad, legalidad e ilegalidad,  legitimidad e ilegitimidad, que ha llevado a esquizofrenias en la intelección y manejo de la res publica. Se dan confusiones e indeterminaciones, que se reflejan en diálogos sin marco preciso y fundamento firme. Por otra parte, presupuestos ideológicos como el priorizar la Revolución y lemas como “Patria, Socialismo o Muerte”, han venido a mitificar, pervirtiendo, lo contingente.

    En mi reciente pequeño libro sobre, “Doctrina Social de la Iglesia”, he reproducido en anexos la Declaración Universal de los Derechos Humanos del ´48, así como el Preámbulo y los Principios Fundamentales de la tan cacareada y zarandeada Constitución de la República Bolivariana de Venezuela. Dos personajes notables pero desconocidos de la tragedia nacional, a los cuales es preciso poner en escena. Nadie ama y exige, en efecto, lo que no conoce. Y los regímenes autoritarios, dictatoriales y de corte parecido como el Socialismo del Siglo XXI, propician la ignorancia en este campo ético-político para que opresión marche sobre ruedas.

    Se habla grandilocuentemente de participación, protagonismo y cosas por el estilo, pero el conocimiento y la praxis en este campo es paupérrima, por decir poco. Por ello la gente suele considerar como regalo lo que es simple derecho; y como de poca monta o no imperativo lo referente a deberes.

    Hay una frase estupenda: al “hay que”, debo cambiarlo por el “tengo que” y entrar en acción para poder decir “estoy en”. Esperamos cómodamente que (líderes, gobernantes…otros) nos cambien el país. Nos contentamos con ver pasar trenes, sin montarnos en ellos y buscar conducirlos (en lo poco o mucho que podamos hacer). “No somos suizos” es frase corriente, que trata de encubrir nuestras fallas y omisiones culpables.

    ¿Cuántos habitantes tiene Venezuela? ¿Con cuántos ciudadanos cuenta Venezuela? Regímenes como el opresor actual no son fruto de la fatalidad, la mala suerte o cosas por el estilo. Son producto de quienes nos consideramos ciudadanos y no ejercemos esta profesión. Nos contentamos simplemente con habitar el país -sin cuidar, por cierto, de su hábitat-.

    Ciudadano es el que entiende la ciudad, polis, como cosa propia. En este sentido ser verdadero ciudadano es ser auténticamente político. Y para ello es preciso formarse. Y actuar. Asociándose en algún grupo o partido político, o no; en funciones del Estado o no. Pero siempre como participante y protagonista.

 

  

 

 

 

 

 

 

jueves, 6 de mayo de 2021

JOSE GREGORIO, EVANGELIZADOR DE LA CULTURA




    La beatificación del doctor José Gregorio Hernández ha puesto de relieve un conjunto de facetas de su personalidad. Hay un aspecto, sin embargo, que quisiera destacar ahora, el cual, sin ser de lo más resaltante en él, manifiesta la coherencia y hondura de su pensamiento y acción. Se trata de su incursión en el ámbito filosófico. Al respecto sirve de buen guía la obra Elementos de filosofía, reeditada en 1959, que, por cierto, reproduce también la dedicatoria del Autor a su “estimado amigo”, médico y académico, Luis Razetti.

    José Gregorio no se identifica allí como filósofo de profesión y ocupación, ni asoma pretensiones de fundar escuela o exhibir originalidades. Su intención consiste en ayudar a comprender lo que es, en esencia, al “amor a la sabiduría” como actitud existencial, convicción personal y servicio humano. Muestra cómo antes de convertirse en estudio y reflexión metódicos, el filosofar es brote espontáneo de un ser abierto por naturaleza a la infinitud del ser, de la verdad y del bien. En este sentido todo humano se revela ineludible y potencialmente filósofo. Recordemos una sentencia clásica de raigambre aristotélica: “¿Qué no hay que filosofar? Eso es ya filosofar”. La negación de razones, causas últimas y sentido definitivo, es ya una afirmación de corte filosófico.

    El científico santo trujillano justifica su incursión en la filosofía. De modo muy sencillo lo explica en el prólogo del libro citado: “Ningún hombre puede vivir sin tener una filosofía (…) En el niño observamos que tan luego como empieza a dar indicaciones del desarrollo intelectual, empieza a ser filósofo; le ocupa la causalidad, la modalidad, la finalidad de todo cuanto ve (…) El rústico va lenta, laboriosamente consiguiendo en el transcurso de su vida algunos poquísimos principios filosóficos”. Y estudios escolares ulteriores facilitarán conocimientos, que servirán al hombre “como de substancia de reserva para irse formando su filosofía personal, la propia, la que ha de ser durante su vida la norma de su inteligencia”. Para José Gregorio filosofía es razón de vida, fuente de unidad interior y paz.

    José Gregorio sintetiza historia, cuestiones básicas y asume líneas de pensamiento filosóficas que estima válidas, pero con la finalidad de fundamentar su filosofía, “la mía, la que yo he vivido”, la que “me ha hecho posible la vida”. Sus Elementos de filosofía no son, por tanto, un texto frío, sino experiencia y convicción vitales.  Y las expone en un ambiente académico, intelectual, nada favorable; la tendencia cultural que priva entonces, a finales del S. XIX y comienzos del XX es de tipo racionalista, no creyente y, más propiamente, positivista, cientificista. Razetti (1862-1932) y los colegas de la Universidad estaban en una onda cerrada a lo trascendente, beligerantemente contraria a la del sabio y humanista de Isnotú. Por otra parte, es obligante reconocerlo, al pensamiento católico no habían llegado los aires de renovación, que se irían abriendo paso progresivamente en las décadas anteriores al Concilio Vaticano II (1962-1965).

    José Gregorio fue un científico en el sentido moderno y estricto del término. De esto bastante se ha escrito. Estaba ejercitado, por tanto, para pedir y dar razones comprobables con los medios e instrumentos experimentales correspondientes. Pero como humano y creyente su horizonte se abría a un campo más vasto de conocimiento y verdad, a través de la reflexión y la fe. Para él no podía haber contradicción entre lo que válidamente se afirmaba desde la ciencia y lo que razonablemente se recibía desde otros ámbitos del saber y concretamente desde la revelación y su respuesta, la fe. José Gregorio fue un evangelizador de la cultura, que tuvo, por cierto, mucho de pionero y de héroe, comenzando por el testimonio personal de lo nuclear evangélico: el amor. La firmeza de sus convicciones, por ejemplo, no debilitaba su espíritu de comprensión y diálogo con los que no compartían su fe, como es el caso de Razetti, sino que alimentaba su disponibilidad y servicio, su compromiso ciudadano, al tiempo que fortalecía su predilección por los más necesitados hasta merecerle el título de “médico de los pobres”.

    Para todos los venezolanos José Gregorio es ejemplo y modelo de valores humanos y cristianos. Para los laicos católicos es camino a seguir en su misión específica de evangelización de la cultura, impregnando lo global humano con los valores de la “buena nueva”.