viernes, 30 de diciembre de 2022

DE SOLITARIO A SOLIDARIO

     En los dos últimos siglos celebró la Iglesia católica concilio ecuménicos o universales, por cierto bajo la misma denominación de Vaticano, por el lugar de celebración: el Vaticano I (1869) y el Vaticano II (1965). Los marcos históricos culturales fueron bien diferentes, especialmente por sus escenarios inmediatos europeos en que se celebraron, el primero marcado por una situación inmediata conflictiva y el otro por una progresiva apertura. La Iglesia en el siglo XIX apuntalaba defensas frente a corrientes racionalistas, materialistas, indiferentitas, y relativistas; la actitud del Vaticano II en los sesenta, en cambio, fue de disposición al diálogo, a un discernimiento hacia el encuentro y la convivencia pluralista.  Dos papas caracterizaron bien esas dos épocas: Pío IX y Juan XXIII.

    Realizados en la continuidad de una misma fe cristiana fundamental,   esos concilios trabajaron, sin embargo,  con dos concepciones “distintas” de Dios, que pudieran sintetizarse en dos adjetivos bien parecidos pero contrapuestos: solitario y solidario. Me animó a formular así el cambio una reflexión cuaresmal de los Obispos de Navarra y País Vasco publicada en 1986 y recogida por Enrique Cambón en su libro La Trinidad modelo social. Valga esta cita: “Cuando los cristianos confesamos la Trinidad de Dios, queremos afirma que Dios no es un solitario, cerrado en sí mismo, sino un ser solidario. Dios es comunidad, vida compartida, entrega y donación mutua, comunión gozosa de vida. Dios es a la vez el que ama, el amado y el amor…”

    El Concilio Vaticano I comenzó su documento sobre la fe católica con esta afirmación primaria de  los catecismos: “hay un solo Dios verdadero y vivo, creador y señor del cielo y de la tierra, omnipotente, eterno, inmenso, incomprensible, infinito en su entendimiento y voluntad y en toda perfección”. Dios como uno y único, distinto del mundo y fuente de los seres,  en lo cual coincidimos los cristianos con los adherentes de otras religiones monoteístas como el Judaísmo y el Islam.                       El Vaticano I, por cierto, insistió en la capacidad de la razón para conocer la existencia, perfección y unicidad de la divinidad: “Dios, principio y fin de todas las cosas, puede ser conocido con certeza por la luz natural de la razón humana partiendo de las cosas creadas”. Confianza en la razón y  la reflexión filosófica, frente  a sensismos, agnosticismos y autosuficiencia cientificista. El mismo Concilio entra en el ámbito de la revelación y la fe, que enrique y ahonda el conocimiento religioso y abre un panorama enriquecedor en el relacionamiento con Dios. Dios no es ya simple ser unipersonal, sino Trinidad (Padre, Hijo y Espíritu Santo), que establece un nuevo y original relacionamiento con los seres humanos, con profundas consecuencias en la praxis y espiritualidad cristianas.

    Se puede decir, sin embargo, que esta condición trinitaria de Dios, contenido central de la fe cristiana, no se ha reflejado tradicionalmente de modo adecuado, perceptible en la concepción y práctica de la Iglesia y los cristianos. Y es lo que viene sucediendo actualmente y se ha desencadenado con el Concilio Vaticano II. No es que se comienza a creer en la Trinidad, sino que se comienza a explorar y explotar todas las virtualidades que el misterio trinitario encierra para la comprensión del ser humano y de su hábitat cósmico y su historia, de la Iglesia y su misión en el mundo, del sentido de la totalidad de lo real. Pudiera hablarse aquí de una verdadera “revolución”.

sábado, 17 de diciembre de 2022

PESEBRE INTERPELANTE

     Por este tiempo del 2023 se cumplen mil años del primer Pesebre, construido en Greccio (Italia) por inspiración del Poverello de Asís.

    Se generó así una tradición, que se mantiene viva universalmente con un inventario de rica expresividad cultural. Su razón de ser se enraíza en la historicidad misma del acontecimiento cristiano. El escenario global contemporáneo es bien diferente, comenzando por el del “occidente cristiano”, de marcado pluralismo y desafiante para la fe en múltiples e inéditos aspectos. Con renovadas expresiones artísticas y variados entornos el Pesebre mantiene, sin embargo, su vigencia y viene promoviendo originales iniciativas como la Feria Popular del Pesebre de Coro -amplio abanico cultural de sólida consistencia regional y nacional de fe-.

    Una modalidad emergente del Pesebre, en rápida difusión ahora, es el llamado Pesebre trinitario. Comenzó en forma de micro pesebre: representación en reducido tamaño de la Sagrada Familia y su compañía de animales caseros, enmarcadas en un triángulo equilátero, representativo del misterio central cristiano, la Santísima Trinidad, Dios Padre-Hijo-Espíritu Santo. Esa trinitariedad  va informando también pesebres grandes, en los cuales al menos la gruta reviste clara forma triangular, explicitando así el misterio íntimo de Dios, que se nos ha revelado por su Hijo encarnado, Jesucristo. 

    Desafío grande para los cristianos en tiempo navideño es mantener, renovándola, la reproducción figurativa cristiana de la Navidad, evitando su disolución en expresiones neutras como los “santas” y “papás Noel” y el paisajismo invernal norteño. En cuanto al Árbol, éste tiene una génesis peculiar y se ha venido integrando armónicamente con el Pesebre. Hoy más que nunca se requiere de los creyentes convicciones firmes y manifestaciones precisas de su fe.

    Seria reflexión y aguda creatividad reclama la plasmación en el Pesebre de la convivencia -polis- que Cristo inspira y quiere para la humanidad: una sociedad realmente nueva, una “civilización del amor. La fantasiada como promesa definitiva para la humanidad en las profecías del Antiguo Testamento. La paz universal de feliz convivencia humana y comunión ecológica global dibujada con rasgos de penetrante viveza por el profeta Isaías. Recordemos aquí algunas de sus descripciones: “Forjarán de sus espadas azadones, y de sus lanzas podaderas. No levantará espada nación contra nación, ni se ejercitarán más en la guerra” (2,4). “Serán vecinos el lobo y el cordero (..), el novillo y el cachorro pacerán juntos, y un niño pequeño los conducirá (…) el león, como los bueyes, comerá paja. Hurgará el niño de pecho en el agujero del áspid, y en la hura de la víbora el recién destetado meterá la mano. Nadie hará daño, nadie hará mal en todo mi santo Monte” (11,6-9). El Pesebre sea sensiblemente una pedagogía de paz, de dinámico compartir.

    Útil y oportuna tarea de inculturación resulta también en este sentido hoy la traducción del hábitat rural y pueblerino del Pesebre tradicional, en coordenadas del actual cambio epocal, con una polis global, en estrecha unión tecno comunicacional y vocación cósmica. pero amenazada por las tentaciones de siempre hacia encierros y confrontaciones.  Anhelos y problemas relacionales la humanidad la carga consigo, pero la promesa divina de paz universal permanece.

    Retomar, actualizar el mensaje pacificante del Pesebre y proyectarlo activamente en nuestro país y nuestro mundo constituye un imperativo cristiano en la línea de la inculturación del evangelio y la evangelización de la cultura. El Pesebre no es sólo grato rememorar de sueños de infancia, sino aguda interpelación de adultez cristiana. Cristo viene para que construyamos la “nueva sociedad” que prepara la Jerusalén celestial (ver Ap 21, 10).

    El “pesebre real nacional” genera un ineludible reto cristiano. Cristo quiere encontrar, no la sociedad que enfrentada que tenemos, con medio país expatriado, centenares de presos y torturados políticos, una población mayoritariamente miserabilizada y bajo un régimen opresor. Nación como de fieras mutuamente enfrentadas. Sino la convivencia fraterna que Dios Amor, Trinidad, quiere y nos manda tejer con Jesucristo “Príncipe de la paz” (Is 9, 5).

 

domingo, 4 de diciembre de 2022

EL ROSTRO DE DIOS

 



    De entrada conviene aclarar cierta equivocidad. Se habla, por ejemplo, del Dios cristiano, judío o musulmán; en realidad, no se trata de entes distintos (politeísmo), sino de perspectivas de interpretación. La expresión correcta sería, no Dios “cristiano” sino Dios revelado por Cristo o según la revelación cristiana.

    Sobre la temática divina -tan antigua como la presencia del ser humano en la historia- el filósofo Leibniz (1646-1716) escribió una obra a la cual tituló Teodicea (en griego significa defensa de Dios), para responder -desde lo que estimaba la sola razón- a objeciones respecto de la realidad del Ser supremo y afirmar su existencia y naturaleza. (Estrictamente hablando podemos decir que Dios no necesita defensores, sino adoradores y amigos obedientes).

    El Concilio Vaticano II, la más saliente asamblea reflexiva y operativa de la Iglesia del siglo pasado, encaró el problema del ateísmo, teórico y práctico, “como uno de los fenómenos más graves de nuestro tiempo” (Gaudium et Spes, 19). Del olvido, la indiferencia y negación de Dios el Concilio explicitó raíces, razones y formas, dentro de lo cual no omitió la culpa también de los creyentes. Sin embargo, insistió especialmente en que la afirmación de Dios, antes que restar fuerza a la dignidad y la potencialidad del ser humano, las fortalece, recordando además lo dicho por san Agustín: “nos hiciste, Señor, para ti, y nuestro corazón está inquieto hasta que descanse en ti” (Confesiones I, 1).

    El escenario contemporáneo del problema de Dios ofrece cambios significativos. Sobre el tapete no dominan tanto el planteamiento frío y neutro del iluminismo y de los radicalismos racionalistas e idealistas, el cientismo reductor positivista, los fantasiosos superhombres y paraísos terrestres, seguidos de desencantados existencialismos. Las tentaciones mayores ahora son el libertinismo, la cultura hegemónica de la diversión y el consumo, las ideologías desintegradoras de lo humano hacia nihilismos autodestructivos, el encierro en humanismos sin ventanas trascendentes,  la rendición ante macro poderes de un globalismo dominador.

    Hoy el desarrollo de una teodicea debe acompañarse de una genuina antropodicea, en cuanto la afirmación de Dios ha de ir unida a una auténtica y sólida defensa del ser humano, en la línea de lo sostenido por el escritor cristiano Ireneo de Lyon (+203): la gloria de Dios es el que el ser humano crezca.

    Esta perspectiva positiva de la relación humano-divina (“religatio”) requiere recalcar y desarrollar dos aspectos. El primero es la condición comunional (relacional, interpersonal, amorosa) de Dios y el segundo el carácter de imagen y semejanza de la creatura humana.

    Con respecto a lo primero, el aporte de la revelación cristiana es clave. En efecto, no sólo entiende  a Dios como persona, (ser inteligente, “queriente”, libre,  poder supremo), sino que lo define como Unitrino, compartir, diálogo, amor.  La perfección de lo personal no consiste en simple desarrollo auto referencial, solitario, sino que va en línea solidaria, comunicacional, participativa, comunional. La definición “Dios es amor” (1Jn 4, 8) da la clave para entender el conjunto del ser y su dinamismo.

    Con respecto a lo segundo el Génesis en su primer capítulo plantea la creación del ser humano a imagen y semejanza de Dios (1, 2). Este reflejo divino explica primariamente la condición comunional, social, de aquél.  El “ser para el otro”, que es el hombre, juega su suerte, histórica y post temporal, no como un yo cerrado, sino en apertura, en conjunción inter humana y humano-divina. “Ser social” será juzgado según su solidaridad histórica. Es el mensaje fuerte de Mateo 25, 31-46, que identifica la cara del prójimo como el rostro de Dios visibilizado en Cristo. Esto es necesario  remacharlo en una cultura superficialmente muy comunicativa, pero altamente egoísta (solipsista).

    Hoy se está generando un fuerte movimiento tendiente a recuperar y difundir el triángulo equilátero como símbolo cristiano de la Trinidad divina. No podemos menos de saludarlo y subrayar su oportunidad y conveniencia. Ello potenciará sin duda el reconocimiento de Dios como amor y del ser humano como ser para la comunión.