viernes, 8 de marzo de 2024

SOBERANO: COMUNIDAD, NO MASA

     La revolución democrática desencadenada a partir de finales del siglo XVIII ha subrayado el papel del soberano como portador originario y supremo del poder en la sociedad política. De ello viene a ser expresión manifiesta nuestra Carta Magna en su artículo 5.

    Sujeto de esa soberanía es el pueblo en su conjunto, con su connatural variedad, dentro de la cual se inscriben, entre otras, diferencias de posición social, situación económica, inclinación política y calidad ético-cultural. La democracia, expresión de esa heterogeneidad, debe tener, entre sus objetivos prioritarios, el mantenimiento y cultivo de la unidad de la polis, no a pesar de, sino precisamente mediante el cultivo de una educación en el respeto y delicado manejo de la diversidad, lo cual ha de implicar un consciente y esforzado cultivo del bien común.

    Una no rara corruptela de la democracia viene a ser el populismo, que constituye una degradación del pueblo, cuya genuina identidad consiste en: ciudadanía como conjunto de personas, sujetos conscientes y libres. El populismo viene a ser una nivelación del pueblo por lo bajo, basada no en lo racional sino lo pasional, orientada no al protagonismo corresponsable sino a la masificación manipulada. El líder (convertido en capataz) se erige como encarnación y no ya delegado de la gente. A ésta no se la forma y estimula a pensar con la propia cabeza, sino a asumir lo que quiere el jefe con su nomenklatura. Un tal sistema no se conjuga, obviamente, con la formación de una comunidad (compartir interpersonal) sino con la confección de una masa (colectivo monocolor), rechazándose así todo lo que significa disidencia u oposición. El llamado Socialismo del Siglo XXI se identifica con este objetivo de corte totalitario, que cristaliza necesariamente en un poder absorbente único.

    La lógica política en esta línea impositiva masificante es de una rigurosa centralización del poder, frente a la división y desconcentración (participativa y subsidiaria) exigida por una genuina dinámica democrática. Al servidor presidente de Montesquieu lo substituye un dominador comandante en jefe. Esa misma lógica conduce a la perpetuación en el poder, de la cual, en Venezuela, las consignas explícitas y publicitadas del referido Socialismo, “vinimos para quedarnos” y “por las buenas o por las malas”, expresan un delictivo y desfachatado propósito anticonstitucional. 

    Quien lee la Constitución nacional -la cual, sin ser perfecta, merece una alta calificación- encuentra allí una adecuada definición del soberano y de la polis que él está llamado a edificar.  Esto aparece claro ya en el Preámbulo y los Principios Fundamentales, que, por cierto, me gusta citar con frecuencia.  El problema es que el actual Régimen funciona intencional y gustosamente al margen y en violación abierta de la Constitución.

    El soberano no simplemente nace sino que se hace. Ha de formarse para actuar como tal. Nos ha faltado en el país, sin embargo, una sistemática y acertada educación democrática (en la libertad, la responsabilidad, la solidaridad, la participación, el bien común y otros temas capitales) para contar con un soberano efectivo. Excusa para ciertos comportamientos anárquicos e irresponsables es que “no somos suizos”. Sin pensar que ellos lo son, no por simple geografía, sino por pedagogía.

    Una de las tareas prioritarias para una reconstrucción del país es educarnos los venezolanos en los valores de una genuina democracia. Educación que corresponde no sólo a los planteles específicos -en un tiempo contaron con la materia Moral y Cívica- sino también, comenzando por la familia, a las instituciones religiosas, a los partidos, gremios y asociaciones. No se cosechan peras del olmo.

    La educación para la convivencia democrática postula elementos organizacionales, históricos, jurídicos y otros, pero, primordialmente, éticos y espirituales, que tocan lo más profundamente humano. Hay una frase que siempre viene a mi mente al hablar de estas cosas y es aquella de la tragedia Edipo Rey: “Nada son los castillos, nada los barcos, si ninguna persona hay en ellos”.

viernes, 23 de febrero de 2024

CREADOR Y DEFENSOR DEL HOMBRE

     Al hablar de lo divino, al creyente no le conviene otra cosa sino repetir, en algún modo, el gesto ordenado por Yahveh a Moisés en el monte Horeb, ante el espectáculo de la zarza que ardía sin consumirse: “No te acerques aquí; quítate las sandalias de tus pies, porque el lugar en que estás es tierra sagrada” (Éxodo 3, 5). Frente al Absoluto la actitud primaria es: reconocimiento y adoración.

    Para el ser humano la cuestión o problema de lo divino es inseparable de su historia, en las muy diversas formas o maneras en que su realidad se ha alcanzado (sentimiento, razonamiento, revelación) interpretado (mito, explicación, encuentro), recibido (rechazo, indiferencia, indecisión, aceptación) o expresado (explicita, implícitamente). Como planteamiento ha sido, en todo caso, ineludible.

    Entre las posiciones identificables en los últimos siglos destacan, junto a las afirmativas claras de Dios (como único, personal, creador y remunerador), otras como la del Iluminismo, para el cual Dios resulta más bien insignificante, en cuanto crea el mundo y se ausenta. Entre ellas insurgen negaciones beligerantes como la del marxismo, el cual, en la línea de Feuerbach, considera la religión una ilusión pero muy dañina, a la cual es preciso desterrar; para el positivismo lo religioso resulta también una fantasía, que, como crédula ignorancia, la ciencia se encargaría de deshacer. Pero el listado incluye igualmente batalladores como Nietzsche o Sartre, que tomaron el ateísmo como obligante empresa guerrera. Y hoy, en tiempos de revolución cultural, ideologías como la woke, la cruzada de la cancelación, el manual de corrección política y otras novedades, antes que atacar a Dios directamente tratan de desacreditar o borrar a los creyentes y deshilachar lo que éstos interpretan como obra divina: un cosmos estructurado por el Creador y una humanidad llamada a la comunión universal. Lo cierto es que no es fácil zafarse del problema. Y también que a su sereno y constructivo planteamiento no ayudan belicosos fundamentalismos propugnados por teísmos intolerantes.

    En los comienzos del siglo XVIII, el filósofo alemán Leibniz publicó la obra Ensayos de Teodicea (término griego éste, que une Dios y justicia), en la cual defiende la afirmación creyente frente a objeciones que se suelen plantear respecto de la bondad divina, la libertad humana y el origen del mal. Busca, pues, una justificación de Dios frente a dificultades específicas. Reflexionando sobre éstas me viene a la mente el rechazo marxista de Dios, como ilusión adormecedora del trabajador explotado  en su esfuerzo por liberarse, alienando en esta forma lo mejor de sí mismo en la espera de una felicidad ultraterrena.  Esta contraposición entre lo que interesa al hombre y el reconocimiento de Dios me trae a la mente la afirmación del escritor y mártir cristiano Ireneo (+200), quien en una obra suya contra herejes afirma: “La gloria de Dios es que el hombre viva”. Cabe uno imaginarse entonces que publicaciones como la de Leibniz, pudieran cambiar ese título por el de Antropodicea, en el sentido de que Dios es el soberano defensor del hombre.

    En la situación contemporánea, frente a graves desafíos culturales, entre los cuales se manifiesta una patente desestructuración antropológica y un vaciamiento humanístico, acompañados de radical relativismo ético y utilitarismo económico-político, urge poner de relieve el fundamento sólido trascendente de la dignidad y el destino del ser humano y de su comunidad histórica. El Dios creador y providente de la revelación judeo-cristiana no es celoso competidor del perfeccionamiento humano, sino, antes bien, fuente animadora de la existencia y el desarrollo integral y definitivo del hombre. La intuición de Ireneo cobra plena actualidad.

    El Dios revelado por Cristo se muestra como el verdadero y supremo defensor del hombre, de su dignidad y derechos inalienables. Lo ha creado inteligente y libre, social y responsable, con un imperativo central que es el amor y un horizonte definitivo de su quehacer temporal: la comunión humano-divina perfecta. Dios no es un absoluto personal solitario, sino intercomunicación de vida, Trinidad, que por amor ha creado a la humanidad y ha historizado a su propio Hijo.  

 

 

    

 

 

  

viernes, 9 de febrero de 2024

DOCTRINA SOCIAL DISPONIBLE

 

    En medio de la crisis de ideas y propuestas sobre cómo organizar la sociedad en sus varios ámbitos económico, político y ético-cultural, se dispone de un conjunto orientador orgánico bajo la denominación de Doctrina Social de la Iglesia (DSI).

    Ante todo conviene precisar que aquí Doctrina no se identifica con una cerrada o dogmática formulación conceptual, ni “de la Iglesia” con algo para uso de solos católicos. En efecto, constituye un conjunto abierto, siempre en actualización, a disposición no exclusivamente de a católicos, sino de cristianos en general, así como de creyentes y no creyentes, sensibles todos sí a la edificación de una sociedad genuinamente humanista. La DSI una enseñanza propuesta formalmente por la Iglesia como guía para una praxis que responda al ideal cristiano de vida societaria, pero también a las exigencias humanas para la edificación de una sociedad al servicio integral del hombre. De allí que dicha Doctrina se formula en forma de secuencia propositiva, con una gradación de razones y objetivos que posibilitan su aceptación y ejecución por los miembros de la Iglesia, pero también y a manera de círculos que se expanden, por todos los demás, de cualquier denominación o afiliación, pero que coinciden en el denominador básico de constructores de una deseable convivencia humana. Así, por ejemplo, el respeto a la vida y el disfrute de una sociedad pacífica, libre y justa, se los plantea como derechos humanos básicos, pero también como mandamientos del Decálogo y como actuación del “mandamiento nuevo” del Señor Jesucristo. Por eso la DSI está abierta al diálogo y al compromiso de personas y grupos en perspectiva pluralista y es, en consecuencia, un conjunto no monopolizable por un partido político, una organización social o un sector ciudadano determinados. Lo cual no excluye que se la pueda asumir como identificación programática explícita, pero sin pretensiones de exclusividad por corrientes, movimientos o partidos políticos.

    La DSI, como propuesta social histórica, está en aggiornamento permanente, lo que de modo fácil se aprecia comparando su primer gran documento, la Rerum Novarum de León XIII (1891), con las encíclicas de los últimos papas, y aquí, en nuestro país, con lo producido por el Concilio Plenario de Venezuela en sus documentos 3 y 13.

  La DSI provee de elementos válidos para la edificación, siempre progresiva, de una “nueva sociedad”.  Valgan como ejemplo a) la tríada de componentes, economía participativa, democracia plural y calidad espiritual, b) la tríada de integradores sociales, solidaridad, participación y subsidiaridad, c) los derechos humanos como eje central societario y d) la opción privilegiada por los más necesitados.

    Después de un cierto opacamiento de la DSI, principalmente por la crisis de organizaciones que la asumían como estandarte político-partidista, hoy en día -y sin duda, en Venezuela- está reapareciendo como instrumento efectivo de renovación societaria, como oferta válida y desafiante para su concreción en programas políticos renovadores e inspiración de iniciativas de la sociedad civil. Deber de la Iglesia es percibir acertadamente estos signos, retomar como obligante una formación correspondiente y el estimular, en diversos modos y formas, iniciativas de aplicación. 

 

Actualmente se plantea entre nosotros la urgencia de una refundación nacional, a raíz del vendaval ocasionado por la imposición de un modelo socialista de corte totalitario. Pues bien, la DSI se ofrece como un conjunto de principios, criterios y orientaciones para la acción, disponible con miras a la conformación de modelos, planes y proyectos sociales, que respondan de veras a las exigencias de una república democrática de auténtico sentido humanista. Ésta ha de ser, pluralista, solidaria y participativa, en la cual el respeto y la promoción de los derechos (con su otra cara de deberes) humanos sea el eje central del tejido social. Debe responder a nuestra Carta Magna y avanzar, entre otras cosas, en descentralización y educación ético-cívica.

martes, 30 de enero de 2024

DOCTRINA SOCIAL DISPONIBLE

 

    En medio de la crisis de ideas y propuestas sobre cómo organizar la sociedad en sus varios ámbitos económico, político y ético-cultural, se dispone de un conjunto orientador orgánico bajo la denominación de Doctrina Social de la Iglesia (DSI).

    Ante todo, conviene precisar que aquí Doctrina no se identifica con una cerrada o dogmática formulación conceptual, ni “de la Iglesia” con algo para uso de solos católicos. En efecto, constituye un conjunto abierto, siempre en actualización, a disposición no exclusivamente de a católicos, sino de cristianos en general, así como de creyentes y no creyentes, sensibles todos sí a la edificación de una sociedad genuinamente humanista. La DSI una enseñanza propuesta formalmente por la Iglesia como guía para una praxis que responda al ideal cristiano de vida societaria, pero también a las exigencias humanas para la edificación de una sociedad al servicio integral del hombre. De allí que dicha Doctrina se formula en forma de secuencia propositiva, con una gradación de razones y objetivos que posibilitan su aceptación y ejecución por los miembros de la Iglesia, pero también y a manera de círculos que se expanden, por todos los demás, de cualquier denominación o afiliación, pero que coinciden en el denominador básico de constructores de una deseable convivencia humana. Así, por ejemplo, el respeto a la vida y el disfrute de una sociedad pacífica, libre y justa se los plantea como derechos humanos básicos, pero también como mandamientos del Decálogo y como actuación del “mandamiento nuevo” del Señor Jesucristo. Por eso la DSI está abierta al diálogo y al compromiso de personas y grupos en perspectiva pluralista y es, en consecuencia, un conjunto no monopolizable por un partido político, una organización social o un sector ciudadano determinados. Lo cual no excluye que se la pueda asumir como identificación programática explícita, pero sin pretensiones de exclusividad por corrientes, movimientos o partidos políticos.

     La DSI, como propuesta social histórica, está en aggiornamento permanente, lo que de modo fácil se aprecia comparando su primer gran documento, la Rerum Novarum de León XIII (1891), con las encíclicas de los últimos papas, y aquí, en nuestro país, con lo producido por el Concilio Plenario de Venezuela en sus documentos 3 y 13.

    La DSI provee de elementos válidos para la edificación, siempre progresiva, de una “nueva sociedad”.  Valgan como ejemplo a) la tríada de componentes, economía participativa, democracia plural y calidad espiritual, b) la tríada de integradores sociales, solidaridad, participación y subsidiaridad, c) los derechos humanos como eje central societario y d) la opción privilegiada por los más necesitados.

    Después de un cierto opacamiento de la DSI, principalmente por la crisis de organizaciones que la asumían como estandarte político-partidista, hoy en día -y sin duda, en Venezuela- está reapareciendo como instrumento efectivo de renovación societaria, como oferta válida y desafiante para su concreción en programas políticos renovadores e inspiración de iniciativas de la sociedad civil. Deber de la Iglesia es percibir acertadamente estos signos, retomar como obligante una formación correspondiente y el estimular, en diversos modos y formas, iniciativas de aplicación. 

 

Actualmente se plantea entre nosotros la urgencia de una refundación nacional, a raíz del vendaval ocasionado por la imposición de un modelo socialista de corte totalitario. Pues bien, la DSI se ofrece como un conjunto de principios, criterios y orientaciones para la acción, disponible con miras a la conformación de modelos, planes y proyectos sociales, que respondan de veras a las exigencias de una república democrática de auténtico sentido humanista. Ésta ha de ser, pluralista, solidaria y participativa, en la cual el respeto y la promoción de los derechos (con su otra cara de deberes) humanos sea el eje central del tejido social. Debe responder a nuestra Carta Magna y avanzar, entre otras cosas, en descentralización y educación ético-cívica.

 

 

 

 

viernes, 12 de enero de 2024

2024: SOBERANO RECUPERADO

 

    Esperanza activa de nosotros venezolanos ha de ser: que como pueblo soberano nos recuperemos de nuestra parálisis ciudadana y refundemos el país como república democrática.

    A propósito de parálisis es iluminador al respecto el primer milagro del apóstol Pedro luego de Pentecostés: la curación de un tullido que pedía limosna junto a una puerta del Templo de Jerusalén. “No tengo plata ni oro: pero lo que tengo, te doy: en nombre de Jesucristo, el Nazareno, ponte a andar (…) y de un salto se puso en pie y empezó a caminar” (Hch 3, 2-8).

    No basta identificar al pueblo como soberano -lo hace nuestra Constitución artículo 5)-; debe pasar, como diría Aristóteles, de la potencia al acto. La soberanía de que se habla aquí no es la absoluta (tema filosófico y teológico), la cual es exclusiva de Dios omnipotente, sino la política, formulada por el empirista inglés John Locke (1632-1704), en su Segundo Tratado sobre el gobierno. Él fue el primer teórico del estado liberal, fundado sobre la soberanía popular, según la cual, los ciudadanos, por decisión tácitamente contractual, se constituyen en comunidad civil orientada a realizar racionalmente las exigencias de igualdad, libertad, recíproco respeto y benevolencia en correspondencia a la naturaleza humana; el Estado se concibe por tanto en un marco constitucional y de control ciudadano. La democracia tiene así su sentido, expresión y finalidad.

    En nuestra Constitución el referido artículo 5 se inscribe en el conjunto de los Principios Fundamentales, que especifican el ámbito, horizonte y exigencias del poder soberano del pueblo, lo cual irá detallando el ulterior articulado de la Carta Magna.

    De inmediato, sin embargo, surge un serio problema: ¿De qué sirve una bien elaborada constitución si la ciudadanía en general la desconoce y quienes ejercen el poder político sistemáticamente la violan? Al mencionarse los males del país, no se tienen ordinariamente en cuenta el analfabetismo ciudadano de la gente, así como la habitual ilegalidad e ilegitimidad del actuar de las autoridades en las distintas ramas del poder público. No es del caso entrar en detalles, pero bastaría una simple hojeada a los capítulos III y IV del título III de nuestra Carta Magna para comprobar lo dicho. Bastante diciente al respecto es lo que altos representantes del Régimen han reiterado sin escrúpulo alguno ante la ciudadanía: “por las buenas o por las malas” continuaremos y “vinimos para quedarnos”.

    Nil volitum nisi praecognitum es una de esas sabias sentencias que el latín sintetiza bien y significa: no se puede querer algo que se desconoce. Y querer aquí comprende tanto el desear como el actuar.  Aplíquese esto a la Constitución y extiéndase a la Declaración Universal de Derechos Humanos de 1948 y otros textos básicos de praxis ética y política, incluyendo también algunos fundamentales de acento religioso y moral. La ignorancia pasiva o activo conduce a la inacción o a la acción perversa. 

    En estos tiempos electorales se exige de los dirigentes y de las organizaciones en ámbito político planes y proyectos concretos. Pues bien, algo que es menester priorizar al respecto es la educación ciudadana, con miras a formar gente protagonista de la construcción de una nueva sociedad, libre, solidaria, de desarrollo compartido, fraterna y pacífica, de calidad ética y espiritual de vida.  Aportes como Armagedón de José Ignacio Moreno León (Universidad Metropolitana 2009), ofrecen en este sentido valioso material para una nueva educación en perspectiva de un genuino humanismo en tiempos de globalización. La Doctrina Social de la Iglesia va en esa dirección ¡Atención:  ¡el ciudadano no nace, se hace!

    Este año 2024 el soberano venezolano, con la ayuda de líderes genuinos servidores, debe superar su parálisis y dar un salto en corresponsabilidad ciudadana hacia una efectiva refundación del país. Para ello ha de tomar viva conciencia de su deber ser ciudadano y poner por obra su potencial electoral con miras al obligante cambio histórico que introduzca de veras a la nación en el nuevo siglo y el nuevo milenio que el calendario señala.  

 

 

 

 

 

 

 

sábado, 30 de diciembre de 2023

¡VENEZUELA 2024: DESPIERTA Y REACCIONA!

     El próximo lunes comienza un año. Para Venezuela ha de ser decisivo hacia su refundación, en el sentido que el Episcopado nacional ha reiterado. Un verdadero Año Nuevo. Las elecciones presidenciales constituyen al respecto una excelente oportunidad.

    Justo al comienzo de este año que está finalizando (13 de enero 2023) los Obispos hicieron a) un balance de la situación, b) dibujaron un horizonte hacia el cual los venezolanos debíamos caminar juntos y c) asumieron un compromiso. Permanece, con mayor vigor, actual.

    Con respecto al balance, dijeron: “Iniciando este nuevo año 2023, nuestro país continúa viviendo una crisis política, social y económica profunda. Un escenario que pone en entredicho la gestión de gobierno que por más de veinte años ha guiado los destinos de la nación (…) Zonas de Caracas muestran lo que se ha llamado una burbuja (…) que contrasta y resulta ofensiva para quienes, como nuestros educadores y personal de salud, siguen intentando subsistir con unos sueldos pobrísimos (…) Esta situación (…) ha obligado ya a más de 7 millones de venezolanos a salir del país”. Más adelante leemos:  “Venezuela es hoy, como nación, una multitud de personas anímicamente deprimidas, psicológicamente traumatizadas, familiarmente separadas y espiritualmente fracturadas (…) en Venezuela existe todo un pueblo crucificado (…) Nuestra sociedad está paralizada por la inercia y una cierta resignación, por la desesperanza, por la experiencia acumulada de múltiples carencias, contradicciones reiteradas, violaciones impunes de derechos fundamentales, mentiras flagrantes, promesas incumplidas”. (Hoy felizmente podemos agregar que las Primarias han reflejado y fortalecido un resurgir de la esperanza).

    En relación al horizonte, expresaron: “Hoy, como pastores, una vez más, queremos renovar la urgencia de la búsqueda de una unidad nacional mayor, que logre la reinstitucionalización democrática del país, recuperando ese terreno de encuentro común que debe ser el texto y el espíritu de la Constitución nacional (…) el camino a transitar es el de negociaciones verdaderas y sinceras para la  obtención de acuerdos entre los poderes del Estado y las fuerzas sociales democrática acerca de las grandes cuestiones de interés nacional, como lo son, entre otras, la ayuda humanitaria, la liberación de los presos políticos, el funcionamiento constitucional de los poderes públicos, la rehabilitación de los partidos políticos, la reformulación de mayores y mejores garantías electorales, junto con la observación internacional plural e imparcial de las próximas elecciones”.

    En cuanto a compromiso: “Invitamos a todos los creyentes y a toda persona de buena voluntad a ejercer una doble conversión: a asumir con autenticidad el testimonio personal, con lucidez y compromiso humanizante, y el protagonismo consciente de ciudadanía responsable. No seamos masa informe, sino pueblo organizado, políticamente adulto (…) Pasemos de las lamentaciones y postraciones a acciones liberadoras. Que nos pongamos en cada diócesis, en cada parroquia, en cada congregación y en cada colegio, en cada empresa, oficina o comercio, de cara a la parálisis nacional, y cada uno se pregunte qué puedo hacer yo, cuánto más puedo aportar, cuánto y en qué ámbitos puedo pasar del yo a nosotros, elevando y multiplicando el bien que producimos”. Se cita el llamado del Papa Juan Pablo II a los venezolanos en su visita de 1996: “Venezuela, despierta y reacciona: ¡Es el momento!”.

    El Episcopado al tomar posiciones como ésta cumple con un claro deber. La Santa Sede en el Directorio para el ministerio pastoral de los obispos pide a cada uno de ellos: “ser un profeta de la justicia y de la paz, defensor de los derechos inalienables de la persona, predicando la doctrina de la Iglesia, en defensa del derecho a la vida (…) y de la dignidad humana; asuma con dedicación especial la defensa de los débiles y sea la voz de los que no tienen voz para hacer respetar sus derechos” (No. 209).

    Los Obispos venezolanos expresamente urgen la refundación del país. Y ésta consiste en reconstrucción material y ético-espiritual, reinstitucionalización, redemocratización, reconstitucionalización.

 

 

 

 

 

 

 

 

jueves, 14 de diciembre de 2023

PESEBRE Y EVANGELIZACIÓN DE LA CULTURA

     Una reflexión sobre pesebre (belén) y cultura resulta oportuna en momentos en que en los hogares y otros ámbitos se está montando esta representación del nacimiento de Jesús. Y la circunstancia es particularmente apropiada cuando justo celebramos los ochocientos años de la fundación del pesebre por Francisco de Asís en el caserío italiano de Greccio.

    La sencilla iniciativa del santo se fue extendiendo y enriqueciendo en formas en la Europa católica. Con la colonización pasó a estas tierras nuestras en donde ha echado raíces muy profundas y sentidas en la religiosidad popular, recogiendo y promoviendo sobre la marcha múltiples expresiones culturales de la Navidad.  La obra de Marielena Mestas y Horacio Biord Navidades en Venezuela, Devociones, tradiciones, recuerdos, editada en 2010, ofrece junto a una valiosa bibliografía, un rico inventario de celebraciones.

    Un tema importante hoy en medio de serios desafíos culturales, es la interpretación del pesebre con respecto a la relación evangelización-cultura. La globalización en curso tiende a uniformar expresiones y tendencias, también bajo ideologías impositivas, que buscan secularizar la sociedad, barriendo lo que no pocos consideran resabios religiosos especialmente cristianos. O también bajo penetración de fundamentalismos de otra índole como el islámico. En este marco situacional debe resonar lo que el apóstol Pedro pedía a los cristianos de ese tiempo inicial, a saber, estar “siempre dispuestos a dar respuesta a todo el que os pida razón de vuestra esperanza” (1P 3, 15).

    Dos categorías entran en escena: evangelización y cultura. Pues bien, a ambas se las asume aquí con un carácter englobante. Cultura como totalización de lo social, comprendiendo, por tanto, no sólo lo artístico, lo más refinado, sino lo humano en sus más diversas expresiones relacionales. Lo mismo sucede con la categoría evangelización, que totaliza la misión de la Iglesia (enseñanza, culto, organización…). En cuanto a la relación de esas dos nociones, se suele distinguir entre evangelización de la cultura e inculturación del evangelio, que son como dos caras de una misma medalla; la primera acentúa el aporte del evangelio a la cultura y la segunda la recepción o integración de lo cultural en la evangelización. No sobra recordar que ésta no se da en la historia sino inculturándose.

    El pesebre es un medio de evangelización de la cultura ¿Qué mensaje da el pesebre sobre Dios, el ser humano, la sociedad, la naturaleza…? Pongámoslo también en imperativo: ¿Qué mensaje debe dar? El pesebre no ha de ser entendido apenas como unas figuritas risueñas evocadoras de los mejores recuerdos y sentimientos. ¿Qué enseña y subraya el pesebre a nuestro mundo concreto? Dicen que el pesebre es como una Biblia abierta. Y un tonel pedagógico sin fondo. Mejor que dar respuestas es formularse preguntas que abran a compromisos.

    En cuanto a inculturación del evangelio, el pesebre es, junto a la imaginería tradicional, un incentivo a la creatividad. Cristo se inculturó en la Galilea y la Judea de la Torá, en el helenismo y el imperio romano ¿Qué elementos de nuestra cultura actual son integrables en el pesebre para iluminar una mente y encender un corazón humanistas y cristianos?

     Los “pesebre ingenuos” son los más propicios para la evangelización en su doble dirección de aporte-recepción. Niños gigantes junto a casas diminutas, leones paseando entre humanos, son lecciones, por ejemplo, de que para Dios no hay medidas y de que la reconciliación universal es profecía mesiánica. Las comunidades cristianas deben ser más reflexivas y creativas para aprovechar los modos y formas que el pesebre ofrece a la presentación y vivencia del misterio de la Navidad.

    El engavetamiento del pesebre frente a la invasión del mercantil papá Noel, del absorbente consumismo navideño, del insubstancial “espíritu de la navidad”, ha de recordar a los cristianos que se consideran tales lo que decía Jesús acerca de la sal que pierde su sabor (Mt 5, 13). El retomar y actualizar con fe y amor el pesebre constituye hoy un verdadero desafío para los creyentes.

Remito al saludo de los ángeles en la primera noche navideña.