jueves, 30 de diciembre de 2021

AÑO NUEVO: DE REFUNDACIÓN

     Que sea de verdad un año “nuevo”. En sentido profundamente humano.

    Un año en que comencemos el siglo XXI y el III milenio. Porque el tiempo venezolano no sólo se ha detenido en genuino desarrollo, sino que retrocede, en índice económico, pero también en político y ético-cultural. Hemos llegado en dos décadas a una Venezuela “irreconocible”. Razón ha tenido el Episcopado Venezolano al plantear la “urgente necesidad” de refundar el país.

    Refundación tiene una connotación de radicalidad y globalidad. No se trata, en efecto, de un cambio parcial o sectorial y menos de un arreglo epidérmico o cosmético, sino que implica ir a los fundamentos societarios y mirando al conjunto. Tiene que enfrentar lo sistémico y estructural, revisando horizonte y finalidad. Venezuela requiere no sólo la sustitución de un gobernante, la reforma de una ley o de un determinado procedimiento. Por ello, en lo referente al agente del cambio así como a la hondura y extensión de las medidas para solucionar la grave crisis actual, se menciona el artículo 5 de la Constitución, con lo que compete al soberano en cuanto a poder total, originario y constituyente. El “soberano”, es el sujeto primario jurídico del Estado, sí, pero entendiéndolo en sentido integral, como comunidad ciudadana corresponsable del bien común del país, que es no sólo instituciones y estructuras, sino también y sobre todo, convivencia humana, tejido de deberes y derechos, con vocación a un desarrollo completo, material y espiritual.

    El soberano es quien puede y debe, por tanto, dar un giro fundamental al país. Éste sufre hoy un gravísimo mal, que pudiéramos calificar de substancial, para distinguirlo de algo simplemente parcial, puntual, accidental. Los Obispos lo han conceptuado así: “Vivimos inmersos en un caos generalizado en todos los niveles de vida social y personal” (Exhortación de 10.07.2020). ¿Podría calificarse con términos más fuertes, tristes e interpelantes, la desastrosa situación de Venezuela y precisamente a dos siglos de “Independencia”?

    Refundar no es partir de la nada. Es un recomienzo histórico, asumiendo valores de la nacionalidad concreta, corrigiendo errores y proponiéndose, con realismo esperanzado, metas altas y, por ende, exigentes. Sumando tradición y novedad. No pretendiendo ilusoriamente borrar el pasado -inútil intento suicida, repetitivo en nuestra historia republicana-, sino aceptando con humildad y discernimiento la herencia recibida y proyectándola con creatividad hacia el futuro por construir.

    Refundación constituyente. Sectores de la sociedad civil han identificado así la operación que la nación requiere en estos momentos de “caos generalizado”. Lo de “constituyente” subraya lo profundo y amplio del cambio requerido. Es un acto exclusivo del soberano (CRBV 5. 347-350), que determina el rumbo que ha de seguir la República en cuanto a estilo, autoridad y normas fundamentales; particular relieve tiene la redacción de una nueva Constitución. No es del caso precisar en este escrito pasos a dar ni particulares jurídicos a privilegiar. Lo que sí cabe resaltar es la urgencia de la intervención constituyente del pueblo soberano para sacar al país de la postración global en lo mantiene el Régimen del Socialismo del Siglo XXI, según lo que la Conferencia Episcopal Venezolana ha precisado repetidas veces y sin ambages. Baste citar algo de su Mensaje del 19.03.2018: “En los últimos tiempos, Venezuela se ha convertido en una especie de tierra extraña para todos. Con inmensas riquezas y potencialidades, la nación se ha venido a menos, debido a la pretensión de implantar un sistema totalitario, injusto, ineficiente, manipulador, donde el juego de mantenerse en el poder a costa del sufrimiento del pueblo, es la consigna. Junto a esto, además de ir eliminando las capacidades de producción de bienes y servicios, ha aumentado la pobreza, la indefensión y la desesperanza de los ciudadanos”.

    Hacer de 2022 un año realmente nuevo, de refundación, se nos plantea a los venezolanos, creyentes y no creyentes pero decididamente humanistas, como un deber insoslayable. Dios nos conceda una Venezuela libre, solidaria, próspera, de calidad moral y espiritual.



jueves, 16 de diciembre de 2021

PESEBRE Y POLIS

 

  


 El
Pesebre es una tradición cristiana muy arraigada, que conviene continuar con fidelidad creativa.  Francisco de Asís fue pionero por allá en el siglo XIII y desde entonces en el mundo católico se multiplicó en las más diversas expresiones culturales. Se lo monta en hogares e instituciones y hasta genera festivales como la ya tradicional Feria del Pesebre de Coro. Junto al más formal con proporciones y simetrías estrictas, los pesebres “ingenuos” ofrecen mayor riqueza expresiva y generadora espontaneidad.

    El profeta Isaías fue un experto en dibujar los tiempos mesiánicos en un Israel golpeado por graves reveses pero reanimado por firmes esperanzas. Exilado y aplastado por imperios, las profecías abrían al Pueblo de Dios horizontes cuajados de bienestar y paz, asegurados por el bondadoso Omnipotente. La paz perfecta era la gran promesa; paz universal cubriendo seres humanos y animales, naturaleza y campo de la libertad. “Forjarán (los pueblos) de sus espadas azadones, y de sus lanzas podaderas. No levantará espada nación contra nación, ni se ejercitarán más en la guerra” (2, 4). El Papa Francisco en su encíclica ecológica Laudato Si, acuñó el término comunión universal para designar “la amorosa conciencia” humana de conexión, unión, con las demás criaturas (LS 22). Isaías imaginaba futurísticamente esa conciencia así: “Serán vecinos el lobo y el cordero (…), el novillo y el cachorro pacerán juntos y un niño pequeño los conducirá (…) el león como los bueyes, comerá paja. Hurgará el niño de pecho en el agujero del áspid, y en la hura de la víbora el recién destetado meterá la mano. Nadie hará daño, nadie hará mal en todo mi santo Monte, porque la tierra está llena del conocimiento de Yahveh” (11, 6-9).

    Si el Génesis luego de relatar la creación describe el pecado como múltiple ruptura, el libro de Isaías subraya la promesa de tiempos mesiánicos de feliz re-unión. Jesús los ha inaugurado con su presencia liberadora y promete su plenitud en los cielos nuevos y la nueva tierra, la nueva Jerusalén, la perfecta y definitiva polis de que habla el Apocalipsis (Ap 21). Ese inicio y promesa han quedado para los discípulos de Jesús como compromiso desafiante para el tiempo del peregrinar histórico hasta el regreso glorioso del Señor: construir la polis terrena como convivencia de encuentro, compartir, solidaridad. De una paz que es simultáneamente don de Dios y producto de la libertad humana. “Bienaventurados los que trabajan por la paz, porque ellos serán llamados hijos de Dios” leemos en el Sermón de la Montaña.

    El Pesebre teje alrededor de la Sagrada Familia un rico entorno ecológico que hospeda una variada comunidad de pastores, artesanos, agricultores, sabios, soldados, técnicos, artistas; de niños y gentes de todas demás edades; de militares que no maltratan y mercaderes que no explotan. Todos caben y a nadie se excluye.  En los pesebres ingenuos se van introduciendo personajes, animales y cosas, porque todo es bueno, como Dios dijo al contemplar lo que había hecho (Gn 1, 31). Volúmenes y pesos no importan, tampoco lo sofisticado de las cosas y las jerarquías de poder, porque todo se igualan ante la mirada amorosa divina.

    No estimemos el Pesebre como un simple adorno o una cualquiera representación religiosa. Es, en efecto, una escuela de la convivencia (familia, pueblo, ciudad nación, mundo) que Dios quiere; una invitación a todos, cristianos y no, a construir una polis fraterna y cultivar un hábitat amable, amistoso. Es, también, una denuncia de toda forma de soberbia, avaricia y violencia.

    Frente al Pesebre ¡Cómo no sentirnos desafiados por una realidad nacional de seis millones de compatriotas exilados por nuevos herodes, de millones de prójimos venezolanos oprimidos por la intolerancia y hegemonía de un poder destructor prepotente? ¿Cómo no sentirnos interpelados por las indiferencias, injusticias e inclemencias en nuestras relaciones humanas? ¿Cómo no actuar una conversión ecológica hacia el respeto, cuidado y armonía con el ambiente?

    El Pesebre simboliza la polis que Dios nos manda edificar. Y de la cual hemos de rendir cuentas.

 

jueves, 2 de diciembre de 2021

JOSÉ GREGORIO, FILÓSOFO

      Me gusta recordar aquella antigua reflexión: “¿No hay que filosofar? Eso es ya filosofar”. El ser humano podría entonces definirse como un animal filósofo.

    Muchas cosas positivas se han dicho del “médico de los pobres”, tarea relativamente fácil por la riqueza multiforme de su personalidad. Hay una que merece destacarse, por cuanto denota profundidad a la vez que sencillez, y en todo caso, autenticidad: su autoidentificación como filósofo. Lo cual según la conocida etimología significa “amigo de la sabiduría”.

    Me sirvo en esta reflexión de una copia de sus Elementos de Filosofía, obra editada originalmente en 1912. El ejemplar tiene una dedicatoria muy diciente: “A mi estimado amigo” ¿Quién? Alguien que estaba en las antípodas de la orientación doctrinal del beato: el Doctor Luis Razetti.

    La inevitabilidad de la condición filosófica humana la expresa José Gregorio justo al inicio del prólogo de dicha obra: “Ningún hombre puede vivir sin tener una filosofía”. Ésta le es indispensable, bien se trate de su vida sensitiva, moral y particularmente intelectual. Es la razón por qué el niño ya desde el comienzo de su desarrollo “empieza a ser filósofo; le preocupa la causalidad, la modalidad, la finalidad de todo cuanto ve”. Y “El rústico va lenta, laboriosamente consiguiendo en el trascurso de su vida algunos principios filosóficos que le van a servir para irse formando el pequeño capital de ideas que ha de ser el alimento de su inculta inteligencia”. Es una filosofía espontánea, natural, que podrá cultivarse después de modo sistemático, académico, como él lo intenta en el referido libro.

    Esta interpretación del ser humano es altamente positiva; y justa. Desde su ejercicio elemental, la mente trasciende lo inmediato perceptible y atraviesa lo epidérmico vital para encontrarse con lo más íntimo de sí mismo y la esencialidad de lo real, a través de preguntas y respuestas. La vida racional implica desde temprano un encuentro connatural con la sabiduría. José Gregorio lo valora bien: “La filosofía elaborada de esta manera viene a ser el más apreciado de todos los bienes que el hombre alcanza a poseer”. Es una concepción opuesta a un elitismo cultural, que lleva a juicios sumarios, despreciativos, de la capacidad y logros intelectuales de todo ser humano -también del más sencillo- creado por Dios “a su imagen y semejanza”. 

    Para el precursor de la medicina experimental en Venezuela los conocimientos científicos se ubican en un determinado marco filosófico existencial formado de antemano. (Aquí introduce una apreciación muy suya sobre el venezolano, cuya alma, dice, es “esencialmente apasionada” por la filosofía). Sin ser filósofo profesional, José Gregorio manifiesta un serio conocimiento de la problemática filosófica académica de su tiempo (problemas, autores, corrientes), pero interpreta su libro como expresión de su filosofía personal: “Esta filosofía me ha hecho posible la vida. Las circunstancias que me han rodeado en casi todo el trascurso de mi existencia, han sido de tal naturaleza, que muchas veces, sin ella, la vida me habría sido imposible. Confortado por ella he vivido y seguiré viviendo apaciblemente”. Vivir en sentido pleno implica filosofar.

    Al término del prólogo José Gregorio mismo se pone esta objeción o dificultad ¿Sólo o principalmente tu paz interior se debe a tu filosofía, o sobre todo a tu convicción religiosa? La respuesta del beato a este interlocutor imaginario es reveladora: “Le responderé que todo es uno”. Unidad de pensamiento, reflejo de unidad existencial.

    Las corrientes de ideas entonces dominantes en el ámbito académico, cultural (racionalismo, materialismo, positivismo…) no eran ciertamente las de José Gregorio. Pero él entendía su vocación no para el repliegue dogmático, sino para un testimonio cristiano firme, en primera línea y desde adentro, pero servicial y, por ello, comprensivo y dialogal. La amistad con Razetti es indicativa de esta actitud.

    José Gregorio es un ejemplo vivo de lo que hoy tanto se reclama del laico cristiano: ser un evangelizador de la cultura, un puente de mundo-Iglesia, presencia viva de Dios Amor en la humanidad por él creada y sostenida.

  

jueves, 18 de noviembre de 2021

POLITICIDAD Y REFUNDACIÓN

 

    Los elementos básicos de una filosofía del ser humano los encontramos en los tres primeros capítulos del Génesis, bajo un ropaje literario de símbolos, metáforas y antropomorfismos; entre aquellos destacan: creaturalidad, corporeidad, espiritualidad, socialidad, libertad, diferenciación sexual, historicidad, vulnerabilidad ética, esperanza.

    La politicidad concreta la socialidad y entraña participación, corresponsabilidad, en la polis, que es convivencia humana orgánica y estructurada hacia el logro y promoción del bien común. Sabemos que Aristóteles definió al hombre “por naturaleza un animal político”. Y pudiéramos agregar: político también “por deber moral”. (Se toma aquí él término “política” en sentido general y no reducido a lo partidista o al ejercicio del poder).

    Lo político viene a ser entonces una condición o característica del ser humano, pero, dándose en una creatura libre, es igualmente una vocación, sujeta, por tanto, a calificación ética. El ser humano está diseñado para ser y actuar en la polis; es inevitablemente político, aunque en su  ejercicio puede comportarse de modo activo o pasivo, responsable o irresponsable. Estrictamente hablando el hombre apolítico no existe, como tampoco el ahistórico. Robinson Crusoe es simple fantasía.

    De la refundación de Venezuela -planteamiento claro y urgente del Episcopado patrio- se ha tratado ya anteriormente en esta columna, explicitando algunos de sus rasgos y exigencias fundamentales. Hoy quisiera abordar la seria interpelación que se plantea a todos los venezolanos, acerca de su compromiso político. Refundar el país no es tarea concerniente a unos pocos, sino obligación de todos los ciudadanos.

    Factores decisivos de la descomposición democrática en el tiempo próximo anterior al advenimiento del social comunismo (SSXXI) fueron el “cogollismo” (concentración cupular) partidista; la ofensiva “anti política” desde centros comunicacionales y empresariales, que arropó a la sociedad civil; así como la dinamización de movimientos subversivos de signo marxista. La ilusión de que la convivencia democrática tenía bases muy firmes y aseguradas llevó a dañinas aventuras como la de sustituir punitiva e innecesariamente a un presidente en vísperas de terminar su mandato constitucional. Aquí había desaparecido de las escuelas, lamentablemente, la asignatura Moral y Cívica y los partidos políticos descuidaron o abandonaron su actividad formativa; las instituciones religiosas, en general, desatendieron la formación permanente y sistemática de los creyentes para un genuino, renovador y servicial protagonismo político. En los partidos preocupación prioritaria era la compactación de masas y la eficacia de maquinarias directivas.

    No hay democracia sin demócratas y no hay demócratas si no han sido formados para tales. Educar para la democracia es formar para la responsabilidad y corresponsabilidad, la participación y la solidaridad, la subsidiaridad y el emprendimiento; formar mentes críticas y sujetos éticos, constructores y protagonistas de la polis y no simples pacientes, observadores o jueces.

    Al Régimen social comunista emergente no le ha interesado, por principio, la educación democrática ciudadana, sino el amaestramiento ideológico y la disciplina “revolucionaria”; le importa, no la formación de cerebros pensantes, críticos, sino de voluntades obedientes al pensamiento único y al poder totalitario. Su hegemonía comunicacional y su política absorbente y represiva busca impedir el crecimiento de una ciudadanía activa y corresponsable, genuinamente electoral y no simplemente votante.

    Refundar el país como república democrática, consciente de sus raíces históricas y cultora de sus mejores valores nacionales, exige como requisito sine qua non, educar venezolanos, desde los más diversos ángulos, para una ciudadanía activa y corresponsable, para una participación protagónica en la polis, para un ejercicio efectivo de su soberanía (CRBV 5). Es oportuno recordar siempre aquello de Sófocles al inicio de la tragedia Edipo Rey: “Nada son los castillos, nada los barcos, si ninguna persona hay en ellos”.

    Para los cristianos, que hemos recibido como mandamiento máximo el amor -fuente de servicio y solidaridad-, la politicidad es doblemente obligante y, con ello, el educarse y educar para la recta praxis política. Esto es imperativo de modo especial para los laicos, que tienen como propio y peculiar, transformar las realidades temporales con los valores humano-cristianos del Evangelio, ya en el amplio y vasto campo de la sociedad civil, ya también en el terreno político-partidista y en el manejo del poder.

 

CRUZ TRINITARIA


 

jueves, 4 de noviembre de 2021

DOBLE CIUDADANÍA

     La Doctrina Social de la Iglesia (DSI), como el nombre mismo lo dice, es un conjunto de enseñanzas sobre el ser y el quehacer societarios, propuestas de manera oficial a través, especialmente, del magisterio pontificio.

    Lo anterior no significa que los destinatarios de la DSI se circunscriban al círculo eclesial y que el mensaje no constituya una plataforma de diálogo con gente de otras confesiones o convicciones. En efecto, su contenido comprende fundamentalmente dos niveles de proposiciones, a saber, a) las que se mueven en el ámbito de la sola razón, y b) las que ahondan o enriquecen el mensaje a la luz de la Revelación divina según lo interpreta la Iglesia; la actividad intelectual se abre entonces a un horizonte posibilitado por la fe. Un ejemplo: la DSI considera la dignidad del ser humano no sólo desde su condición personal según lo que alcanza la sola razón (sujeto consciente, social, libre y responsable), sino, más profundamente, desde su identidad como creado a imagen y semejanza de Dios Unitrino y redimido-elevado por Cristo, Hijo de Dios encarnado. Se comprende entonces por qué cuando el Papa habla en la ONU, su discurso no es necesariamente del mismo tono y contenido que su predicación en San Pedro.

    Este enfoque dimensional se relaciona estrechamente con lo que pudiera denominarse doble ciudadanía del cristiano -para no hablar del ser humano en general-: una, temporal, mundana, y otra, definitiva, meta histórica, trascendente, con las derivaciones que ello tiene para el quehacer histórico y un humanismo integral.

    Sobre la ciudadanía temporal como factum, valga recordar la definición del ser humano como “ser en el mundo”, así como el hecho jurídico de que el nacimiento de una persona acarrea automáticamente su incorporación a un Estado (polis) determinado. Existir es, ineludiblemente, con-vivir. El problema reside en cómo se actúa esa necesaria “mundanidad” y “politicidad”, si como pasivos o pacientes, o como agentes o protagonistas.  

    Sobre la otra ciudadanía (la trascendente), dejando de lado aquí lo que puede aportar la razón sobre la inmortalidad del alma, prestemos atención a lo que se ofrece en perspectiva creyente. Resulta muy ilustrativo el testimonio de San Pablo, quien en su Carta a los Filipenses -escrita en cárcel y en la probabilidad de una pronta ejecución- manifiesta (Cap. 1) una aguda tensión existencial entre morir y estar con Cristo, que para él resulta “con mucho lo mejor”, o seguir viviendo (“permanecer en la carne”), que para los destinatarios es “más necesario”. Junto a reafirmar su compromiso de servicio a la comunidad en su tarea evangelizadora, el Apóstol destaca: “nuestra ciudadanía (políteuma) está en los cielos” (4, 20). Se confiesa, pues, miembro de dos mundos, ciudadano de dos polis, de las cuales la celestial -poseída ya en algún modo- es la permanente y prioritaria. Sobre la relación de esas dos polis y la doble ciudadanía es sumamente iluminadora la narración que Jesús hace del Juicio Final (Mt 25, 31-46); la entrada o no al Reino celestial depende de cómo se haya actuado la ciudadanía terrestre: si en el amor, o en el cierre sobre sí mismo. El prójimo viene a ser presencialización del Señor y en lo temporal se juega lo definitivo. Esta afirmación se sitúa en las antípodas de ideologías como la marxista (humanismo cerrado, lo religioso como alienación). El compromiso social viene a ser exigido y reforzado desde a fe.

    Una categoría fundamental del ser humano en su interpretación creyente, y particularmente cristiana, es la de peregrino. No tenemos aquí una ciudad permanente, sino que estamos en camino hacia lo que el Apocalipsis define como la Jerusalén Celestial, plenitud del Reino de Dios, la comunión o sociedad perfecta de los seres humanos con Dios y entre sí.

    El tiempo de la peregrinación ha de ser de protagonismo servicial, solidario. Para el creyente, la condición de peregrino, su ciudadanía celestial, antes que alienación ha de ser incentivo para la construcción de una “nueva sociedad”, desde la familiar hasta la internacional. Esto, particularmente en un país como la Venezuela actual, de amplia mayoría cristiana y en grave desastre global, constituye una punzante interpelación.

 

sábado, 23 de octubre de 2021

ESTADO ESQUIZOFRÉNICO

     Ante todo, una definición de términos. Por Estado se entiende aquí el cuerpo político, la estructura jurídica de la nación, tal como la Constitución trata de identificarla en sus principios y normas fundamentales. Esquizofrenia es del ámbito psicológico y equivale a disociación, discordancia de las funciones psíquicas con alteración de la unidad de la personalidad y de su puente con la realidad.

    Lo primero que salta a la vista en el análisis de la situación nacional es el divorcio patente entre el funcionamiento del Estado y la letra de la Constitución, lo cual aparece evidente ya en una simple hojeada del Preámbulo y los Principios Fundamentales. Un ejemplo bien concreto lo ofrece el artículo 55 sobre la protección del Estado a las personas. Y hay casos en los cuales la letra constitucional se queda en el mundo de la fantasía por el “nominalismo” o vaciedad de sus determinaciones, como cuando trata de los derechos sociales (75ss). Por un lado marcha la Carta Magna y por otro la realidad concreta. El síndrome de Estocolmo ha venido acostumbrando a los venezolanos a la aceptación de lo ilegal como normal, de lo violatorio de derechos humanos como ordinaria administración, de lo abusivo como inevitable. Ha sido efectiva en gran medida la sistemática pedagogía del amaestramiento y la sumisión, característica de los regímenes tiránicos y totalitarios. Así el “bravo pueblo” se transforma en manso súbdito; de libertador de otros en la Patria Grande se convierte internacionalmente en motivo de lástima. 

    La contraposición es evidente entre la Constitución y el Plan de la Patria con todo el andamiaje normativo ilegítimo de éste, que se viene montando en asambleas, constituyente, TSJ, Diktat ejecutivo… hacia un sacralizado Socialismo del Siglo XXI y el menjurje del Estado comunal.  Esta dualidad viene de lejos; era la propuesta de reforma constitucional hacia un Estado socialista, presentada a la nación el 15 de agosto de 2007 por el presidente de la República, la cual fue negada, pero introducida ulteriormente de modo progresivo por caminos verdes. Cuando el Episcopado plantea la urgencia de una refundación el país, es porque ésta implica como uno de sus elementos fundamentales, poner en claro qué tipo de Estado se maneja y se debe manejar en la República de Venezuela.   

    La esquizofrenia se manifiesta también en el plano internacional por el doblaje existente en cuanto a la representación oficial del Estado. El reconocimiento de éste no es uniforme, con la confusión y consecuencias negativas que son de prever, aparte del vergonzoso espectáculo que ofrecemos como país. A más del desastre material y moral padecemos de una minusvalía jurídica global.

    En esta línea de disociación ha de subrayarse una sumamente dañina en el campo ético-cultural y es la relativa a la verdad. Se trata de una institucionalidad de la mentira, que es ruptura entre lo que se piensa y lo que se dice; cuando se la exhibe de modo calculado y burlón se torna en cinismo. ¿Consecuencia? Desconfianza a priori respecto de los mensajes que vienen del mundo oficial, lo cual que tiende a minar también la comunicación en el ámbito político y social. No olvidemos: columna fundamental de un progreso humano consistente es la confianza en “el otro”. Recordemos la clara enseñanza de Cristo “la verdad los hará libres” (Jn 8, 32), así como la calificación del diablo como “padre de la mentira” (Ibid. 44).

    Venezuela no ha entrado todavía en el III Milenio. Peor aún, ha involucionado y caído en un desastre global por la persistencia de la actual Dictadura militar social comunista en imponer un sistema contrario a la refundación de la República, que la Constitución de 1999 explicitó en su Preámbulo. Por ello, urge que el soberano, con su poder constituyente originario (CRBV 5), tome a Venezuela en sus manos y la encamine, a doscientos años de Carabobo, hacia una convivencia realmente democrática, solidaria, productiva, fraterna, de calidad ética y espiritual, en la línea de sus mejores valores identitarios nacionales.

 

 

 

viernes, 8 de octubre de 2021

REFUNDACIÓN RECONSTITUYENTE

       Nuestro país tiene una carta magna: Constitución de la República Bolivariana de Venezuela.  Es un conjunto jurídico, cuya substancia debería ser conocida por todos los venezolanos y estudiada en los institutos educativos. En otro tiempo las escuelas contaban con una asignatura llamada Moral y Cívica y en no pocas de ellas hasta se organizaban prácticas serias de república escolares.

    Nuestra Constitución se ha quedado en buena medida, lamentablemente, sólo como libro de biblioteca, porque en la práctica se la pasa por alto. Baste a título de ejemplo dar una hojeada al capítulo “De los derechos civiles”, en el que aparecen cosas curiosas como la inviolabilidad de los derechos a la vida y la libertad personal, así como del hogar doméstico y de las comunicaciones privadas. El texto constitucional semeja así un libro de curiosidades. De allí que se estimen como pura retórica las invocaciones a artículos como el 337 y 350 para poner las cosas en orden, porque el capítulo referente a la Fuerza Armada (III del título VII) es letra muerta en la praxis dictatorial del Régimen.

    Ley y vida se han divorciado y la nación reina una confusión en que los límites de lo jurídico y lo fáctico se han diluido para terminar en un baturrillo, que el argot criollo describe como “más enredado que un kilo estopa”. Esto afecta no sólo lo interno del país, sino que salta al plano internacional con el reconocimiento oficial o no del Régimen y la dualidad de representaciones diplomáticas. Venezuela aparece institucionalmente así como un estado bicéfalo o esquizofrénico o, también y paradójicamente, como una dictadura militar pluripolar.

    Como reflejo de lo anterior y evidencia de la crisis que sufre el país, así como del imperativo de lograr una verdadera solución, vale la pena citar el Mensaje de la Conferencia Episcopal Venezolana fechado en 30 de noviembre de 2020; en él se afirma: “ El evento electoral convocado para el próximo 6 de diciembre, lejos de contribuir a la solución democrática de la situación política que hoy vivimos, tiende a agravarla (...) aún deben realizarse las elecciones presidenciales, pues las del 2018 estuvieron signadas por condiciones ilegítimas que han dejado al actual régimen, a los ojos de Venezuela y de muchas naciones, como un poder de facto. La voluntad mayoritaria del pueblo venezolano es dilucidar su futuro político a través de la vía electoral. Esto implica una convocatoria a unas auténticas elecciones parlamentarias y elecciones presidenciales con condiciones de libertad e igualdad para todos los participantes, y con acompañamiento y seguimiento de organismos internacionales plurales”.

    En la misma línea este mismo año y con ocasión del Bicentenario de la Batalla de Carabobo, el Episcopado, primero a través de su Presidencia (22 junio) y luego en plenaria (12 de julio), ha formulado la necesidad de refundar el país con la participación de todos los ciudadanos. Una convocatoria al conjunto de los venezolanos, pues “sólo si unimos esfuerzos y voluntades podemos sacar el país adelante. Es urgente que cada uno de nosotros, como personas y como pueblo, contribuyamos a la reconstrucción de nuestro país” (Exhortación de julio).

    Es claro que la refundación, dada la globalidad y hondura de la crisis, no se reduce al aspecto político; implica también renovación, conversión en lo socio-económico y ético-cultural. Inmensos han sido el daño antropológico y la fractura de la convivencia. Urge una intervención especial del pueblo soberano para redefiniciones y decisiones en aspectos fundamentales de la República. “Diálogos” sectoriales y elecciones periféricas no bastan, ya que resultan indispensables reformulaciones y reestructuraciones en elementos básicos de la nación. De lo constituido hay que pasar a lo constituyente y lograr que la Constitución no se reduzca a libro de biblioteca y rubro de exportación, sino que se convierta en instrumento efectivo de unidad y progreso de la nación.

    El Bicentenario de Carabobo en una Venezuela oprimida y arruinada ha de ser clarinada para la refundación de Venezuela como república, libre, próspera, fraterna.

   

 

 

 

 

 

jueves, 23 de septiembre de 2021

REFUNDACIÓN URGENTE

    El término nominalismo designa una corriente filosófica que divorcia las ideas generales o universales de la realidad concreta; aquéllas quedan sólo como “emisiones de voz”, sin expresar la esencia de las cosas. Esa doctrina tuvo en el inglés Guillermo de Ockam (1295-1349) su máximo propagador. El vocablo se ha ampliado para designar los discursos o propuestas que se quedan en puras palabras.

    Lo de nominalismo me viene a la mente al leer el Preámbulo de la Constitución de la República Bolivariana de Venezuela, que subraya como objetivo de la misma “refundar la República para establecer una sociedad democrática”. A más de dos décadas de aprobada la Carta Magna lo de refundación suena como pura proclama, pues la realidad nacional ha involucionado en crisis global gravísima, y no como consecuencia de factores naturales o casuales, sino de un proyecto político-ideológico, que de modo repetitivo el Episcopado ha denunciado claramente: “Plan de la Patria, traducción operativa del Socialismo del Siglo XXI, sistema totalitario, militarista, policial, violento y represor, que ha originado los males que hoy padece el país”( Comunicado  del 5.5.2017).

    No es de extrañar, por tanto, que el mismo Episcopado acabe de plantear, con ocasión del Bicentenario de Carabobo, “la urgente necesidad de REFUNDAR LA NACIÓN. Basada en los principios que constituyen la nacionalidad, inspirada en el testimonio de tantos hombres y mujeres que hicieron posible la Independencia, la tarea que nos concierne hoy y de cara al futuro es rehacer Venezuela” (Mensaje de la Presidencia,22. 6. 2021).

    Refundar es reconstruir el país, retomar la positividad de sus raíces y sus mejores logros, fortalecer los valores fundamentales de su identidad nacional y fisonomía cultural, responder a los imperativos de su deseable deber ser. Según los Obispos, una de las más importantes tareas de los venezolanos en este sentido es recobrar su subjetividad, autonomía y libertad como ciudadanos y como nación “ante la invasión político-cultural extranjera en que nos encontramos” (Exhortación 12.7. 2021). Refundar no es partir de cero, sino afianzar, unidos y de modo proactivo, lo propio y obligante nuestro frente a los desafíos de los nuevos tiempos, sin someter al país a ideologías de nuevo coloniaje y alineamientos dañinos con imperios cualesquiera. La refundación postula apertura mundial, priorizando sin embargo la fraternidad en la “patria grande” latinoamericana.

Refundar el país es tarea pluridimensional: jurídico-política, pero también socio- económica y ético-cultural. Lo que va del Siglo XXI en Venezuela ha sido de creciente deterioro causado por la dictadura militar comunista respecto de a) valoración de la persona y de sus derechos-deberes fundamentales (pensemos en la pedagogía de la sumisión y en la violación sistemática de los derechos humanos), b) calidad de la convivencia (inducción de expatriación masiva, siembra de odio,  apartheid político-partidista, generalización de la corrupción), c) consistencia ético- cultural (moral “revolucionaria”,  imposición de “pensamiento único” y hegemonía comunicacional). En cuanto a lo constitucional, la Carta Magna exige reformulaciones importantes (corregir presidencialismo, “bicameralizar” parlamento, acentuar municipalización, renovar lo educativo y ecológico…).

    La refundación declarada en 1999 hacia una república democrática fue nominalista. Y algo peor: la realidad ha consistido en un progresivo retroceso conducente al actual desastre nacional. Hoy, en consecuencia, refundar el país es urgencia insoslayable. La debacle actual exige ir a la raíz -causa fundamental- del problema, sin quedarse en ramas como elecciones tipo 21N y diálogos a la mexicana, que podrían entenderse, en el mejor de los casos, sólo como “pasos hacia”, en sentido funcional. La raíz es el régimen y su proyecto. La refundación postula, en lo operativo político, un proceso constituyente, en que el pueblo soberano decida, con su poder originario, el rumbo del país.

    Los venezolanos debemos encontrarnos en nuestra pluralidad y forjar juntos un proyecto que siente las bases firmes de la Venezuela deseable.            

 


jueves, 9 de septiembre de 2021

ANIMAL POLÍTICO COMO VOCACIÓN


    La sensibilidad ecológica lleva a mirar con afecto al ambiente, que Dios ha dado al ser humano para convivir y desarrollarse hacia la plenitud. El Papa Francisco en su encíclica Laudato Si´ utiliza una categoría para designar la unidad global cósmica: comunión universal (LS 220); ésta, en la línea del Poverello de Asís, subraya el íntimo tejido inter relacional que constituye el universo con sus diversos reinos, mineral, vegetal, animal, y en el cual el hombre, ser para la comunión humano-divina e interhumana debe integrarse. Es una visión bien positiva y animadora de la realidad global, que corrige la interpretación del ser humano como egoísta explotador de la naturaleza y alimenta otra, de socio y amigo de la realidad creada según aparece en los dos primeros capítulos del Génesis.

    Esto lleva a revisar conceptos como el de animalización, para calificar actitudes y comportamientos censurables de los humanos como son torturas, opresiones y genocidios. Cuando uno abre la Política de Aristóteles, encuentra, justo al comienzo, algo concerniente a nuestro tema. El Estagirita, luego de afirmar que “el hombre es por naturaleza un animal político o social” y “el único (animal) que tiene la percepción del bien y del mal, de lo justo e injusto y de las demás cualidades morales”, expresa: “De aquí que, cuando está desprovisto de virtud, el hombre es el menos escrupuloso y el más salvaje de los animales y el peor en el aspecto de la indulgencia sexual y la gula”.

    El instinto constituye para el simple animal lo que pudiéramos llamar su regla de conducta regular, previsible, natural, con respecto a un conglomerado de necesidades, lo cual le lleva a una convivencia favorable a su conservación individual y al bien de la especie, exenta de sorpresas y “abusos”. El animal, bueno por naturaleza, no entabla guerras ni conquista colonias o edifica campos de exterminio; no acumula bienes a expensas de los vecinos, ni guarda resentimientos a los fines de vengarse. No se le puede acusar de “pecados capitales”, que tanto daño social producen (tiranías y totalitarismos de soberbios, explotaciones y monopolios de avariciosos).

    La expresión “se comporta como un animal” endilgada a un humano, no hace justicia a los simples animales. Identifica más bien, una actuación a- o in-humana o escuetamente salvaje. Dejemos en paz a los pobres y buenos animales y no les achaquemos torpezas y vicios que no les corresponden.

    Dios creó al hombre a su imagen y semejanza. Dios es amor, comunión, en cuanto tejido interpersonal, familia divina del Padre, el Hijo y el Espíritu Santo. Y Dios amor (1Jn 4, 8) creó al ser humano para amar; en esta perspectiva se entiende lo de la referida “comunión universal”, cósmica. Ahora bien, gran problema, que constituye el lado oscuro de la historia, es la condición pecadora del hombre, al cual se refiere ya el capítulo tercero del Génesis. Allí aparece el libre albedrío como don excelente y definitorio de la persona, capacidad de autodecisión y fuente de responsabilidad; pero también emerge el pecado como como mal y nocivo uso de la libertad.

    Dios creó al hombre como animal político. Esta condición social es dimensión connatural de su ser personal, racional y libre. Pero el animal político debe ser buen animal político. Y lo será en la medida en que asuma su libertad en una línea de servicio y solidaridad. La política, condición necesaria y obligante del ser humano, es también ciencia, arte, técnica, herramienta de socialidad; pues bien, en este sentido exige ser asumida, formada y practicada, como contribución al bien-ser de la convivencia, hacia la construcción de una nueva sociedad, civilización del amor.

    Cuando los Obispos hablan de una refundación del país, un aspecto fundamental de ésta es la recuperación ética y religiosa del compromiso político de todos los venezolanos. Asumiendo la política como praxis del mandamiento máximo (el amor), como medio de liberación y desarrollo integrales. Y la condición de animal político como vocación personal y existencia auténtica.   

 

  

 

 

jueves, 26 de agosto de 2021

GUARDIÁN DE TU HERMANO

Dios dijo a Caín: “¿Dónde está tu hermano Abel? Contestó: “No sé. ¿Soy yo acaso el guarda de mi hermano?” Replicó Dios: “¿Qué has hecho? Se oye la sangre de tu hermano clamar a mí desde el suelo” (Génesis 4, 9-10).

    Es el diálogo que aparece en la Biblia entre Dios y un descendiente inmediato de Adán, fratricida paradigmático en la historia que se está iniciando y la cual estará marcada por una secuencia incesante de homicidios y genocidios. Expresión de la libertad humana, no sólo limitada y frágil, sino también pecadora, es decir, agente de mal. Un sucesor de Caín, Lamec, pronto se ufanará: “Yo maté a un hombre por una herida que me hizo y a un muchacho por una lesión que recibí” (Ibid. 4, 23). El mismo primer libro de la Biblia relatará luego la queja de Dios a Noé antes del Diluvio: “He decidido acabar con todo hombre, porque la tierra está llena de violencia por culpa de ellos” (Ibid. 6, 13).

    La historia del pensamiento registra todo género de interpretaciones acerca del ser humano y de la sociedad que teje. Las hay radicalmente conflictivas aunque contradictoriamente optimistas como como la marxista, por su creencia en paraísos terrenos construidos por “hombres nuevos”, auto liberados, pero en perspectiva puramente materialista. Hay quienes como Hobbes, menos crédulos, conciben a los humanos como lobos que aseguran su convivencia terrena a través de un pacto, aunque a la sombra de un bestial Leviatán. En la interpretación judeo-cristiana del peregrinar humano el claroscuro de la historia desemboca en un final positivo ultramundano, obra fundamentalmente divina (Reinado de Dios).

    En la interpretación creyente de la historia, emerge el pecado como negatividad moral y religiosa, el cual, si bien no entra metodológicamente, en cuanto tal, en el vocabulario de las ciencias naturales y sociales, está metido, como mal uso de la libertad, en todo en lo que el ser humano es o hace. Un ejercicio fácil a este propósito es echar un simple vistazo en las consecuencias de los pecados capitales en la salud del relacionamiento social (por ejemplo, de la soberbia en la política, de la avaricia en la economía, y de todos en la cultura).

Es sintomática en tal sentido la “regla de oro” que las grandes religiones establecen, en su formulación tanto positiva como negativa, como clave para una buena marcha social. Según aquélla, he de comportarme con el “otro” como si fuera mi propia persona. No otra cosa, en el fondo, estableció Kant en su reflexión filosófica al definir el “imperativo categórico”. Son fórmulas interpelantes en especial para quienes edificar sus estatuas sobre los retazos de prójimos marginados y oprimidos. El mensaje cristiano es claro al presentar el amor como el mandamiento máximo, centro y eje del comportamiento humano. San Pablo en su Carta a los Romanos precisa: “Con nadie tengan otra deuda que la del mutuo amor. Pues el que ama al prójimo, ha cumplido la ley” (13, 8).

    A propósito del reciente llamado de los Obispos a refundar nuestro país ante la magnitud y hondura del actual desastre, es oportuno subrayar que una refundación política ha de acompañarse de una ético-cultural: reconocernos prójimos, hermanos, en una misma comunidad nacional. No a pesar de nuestras diferencias, sino precisamente por ellas. La prédica ideológica fundamentalista nos ha dividido en extremo. El término escuálido y otros semejantes, que expresan la aniquilación del oponente, han llevado al desmembramiento del conjunto nacional y abierto el camino a la expatriación física de millones de compatriotas. Los homi-geno-cidios han comenzado siempre por asesinatos verbales. Y lemas como “revolución o muerte” convierten las diferencias ideológico-políticas en beligerancia armada. De enfrentamiento democrático se cae en “guerra a muerte”, que abre paso a la prisión y la tortura por causas políticas.

    La refundación exige un reencuentro nacional. Hemos de cambiar régimen e ideas, pero antes, durante y después tenemos que cambiar nosotros. Me gusta recordar aquello que en Edipo Rey pone Sófocles en boca del sacerdote: “Nada son los castillos, nada los barcos, si ninguna persona hay en ellos”.

Sí ¡Hemos de ser guardianes de nuestros hermanos venezolanos!

jueves, 19 de agosto de 2021

REFUNDACIÓN CONSTITUYENTE

    La Conferencia Episcopal Venezolana en su Asamblea Plenaria de julio pasado retomó la refundación nacional, planteada días antes (22 de junio) por la Presidencia del Episcopado como “urgente necesidad”. Subrayó a tal fin la necesidad de “unir esfuerzos para que haya una verdadera participación de todos los ciudadanos” (Exhortación pastoral (12. 7. 2021).

    Refundación, reconstrucción, aunque de distinto nivel semántico, son términos de sustancial significado. Tocan lo básico y causal de un proyecto, institución o estructura. No se refieren a elementos accesorios, secundarios, consecuenciales. Van a la raíz, al fundamento  del asunto; no se quedan en las  ramas. Un ejemplo concreto de lo contrario lo tenemos en las elecciones programadas para gobernadores y alcaldes en el próximo noviembre, las cuales son, en nuestra actual coyuntura, más una expresión vacía de una ritualidad institucional, pues no encaran  la causa principal de la tragedia nacional ni constituyen un paso directo decisivo hacia la solución de la gravísima crisis.

    Pienso que la refundación planteada por el Episcopado -deliberadamente general como “imperativo moral” a ser concretado políticamente,  so pena de nominalismo-  pudiera comenzar de modo  efectivo por algo que, surgido desde la sociedad civil, va cobrando cuerpo como medio factible, serio,  próximo: una Asamblea Constituyente. En las líneas que siguen, a título personal y como obligante servicio ciudadano, expondré algunos elementos relativos a la misma en cuanto a justificación, condiciones, beneficios.

    1.En situaciones de máxima crisis, profunda división y grave desconcierto de la comunidad política, el pueblo soberano (CRBV 5) debe decidir el rumbo del país (concepción y estructura del Estado, pautas básicas electorales para reinstitucionalización, decisión sobre el timón del gobierno y medidas básicas urgentes de reconstrucción…).

    2.Sólo el pueblo soberano con su poder originario, constituyente, puede resolver, con su libre mandato, la actual esquizofrenia institucional, así como el enredo paralizante y destructor de inconstitucionalidades, ilegalidades e ilegitimidades que se alegan y pueden alegarse con respecto a los actuales órganos del poder público (¡nudo gordiano que exige solución a lo Alejandro Magno!).

    3.La Asamblea Constituyente integraría de modo más directo, ágil y sólido, lo que buscan otras propuestas pacíficas (referendo revocatorio, elecciones generales…). Por su génesis y naturaleza mismas, la Asamblea constituiría un encuentro pluralista, promesa de convivencia pacífica, democrática.

    Es obvio que a una Asamblea Constituyente nacional integradora no se puede llegar sin atender a ciertas condiciones básicas, fruto del protagonismo ciudadano y de voluntad política de diálogo y negociación, como las siguientes:

    a) Consistente respaldo interno por parte de la ciudadanía articulada como sociedad civil organizada y expresiones partidistas. 

    b) Claro y efectivo apoyo de entes internacionales indispensables, comenzando por OEA, ONU, UE y   una representación calificada de países democráticos que supervisen el proceso y garanticen el respeto de sus resultados.

    c) Un ente plural y transparente que organice el proceso, generando la más amplia confianza.

    “Todo reino dividido contra sí mismo queda asolado, y toda ciudad o casa dividida contra sí misma no podrá subsistir” (Mt 12, 25). Son palabras del Señor Jesús, quien subrayó el amor (que es encuentro, compartir, hecho “amistad social” según agregaría el Papa Francisco) como su mandato en el postrer mensaje de la Última Cena. Es significativo además que Simón Bolívar postulase la unión como voluntad y anhelo testamentarios. La crisis venezolana es, fundamentalmente, una falta de unión, de reconocimiento mutuo, de solidaridad y fraternidad. De allí, injusticias, exclusiones, expatriaciones. La crisis no es principalmente ausencia o desarreglo de cosas, sino de desencuentro personal y social; por ello requiere, ni más ni menos, una “refundación nacional”.

    Refundar el país es, radicalmente, reconstituir la projimidad, reconstruir “puentes” de comunidad. Una Asamblea Constituyente debe ser el inicio de un gran reencuentro de nuestra polis venezolana.

 


sábado, 31 de julio de 2021

SOTANAS Y POLÍTICA

     El título de estas líneas debería ser “Iglesia y política”; lo pongo así porque alguien del Régimen se ha servido de dicho binomio para descalificar un mensaje.

    El acusar de intromisión religiosa en política no es nada nuevo. A Jesús le achacaron querer suplantar al Emperador romano; por eso sentó el principio “dad a César lo que es del César, y a Dios lo que es de Dios” (Mc 12, 17).

    Una pregunta nos sirva para buscar luz en el presente asunto: ¿Puede-debe la Iglesia meterse en política? Para responder es menester definir antes qué se entiende por Iglesia y por política. Precisar términos es algo que cuando no se hace, es causa de no pocos malentendidos y de interminables y encendidas discusiones, al final de las cuales, alguno de los interlocutores expresa: “pero eso es lo que yo quería decir” ¿Y entonces por qué no lo dijo en su momento?

    La referida pregunta puede responderse tanto afirmativa como negativamente. Depende de lo que entienda por Iglesia y por política; aquí surgen dos tríadas de interpretaciones. Política puede significar a) “lo político” como una dimensión fundamental de lo humano -de naturaleza social- y por tanto lo relativo a la comunidad política (polis); b) el poder o autoridad en la misma; c) la organización y actividad de los partidos políticos, que buscan el acceso al poder o su recuperación. Por Iglesia, puede entenderse a) la comunidad de todos los creyentes y bautizados; b) el sector jerárquico en ella (obispos-presbíteros y diáconos); c) los laicos o seglares, los cuales constituyen la casi totalidad de la Iglesia. Surgen consiguientemente varias composiciones o relaciones, que determinan el que las respuestas sean afirmativas o negativas.

    Si por Iglesia se entiende la comunidad de los bautizados y creyentes y por política la participación en la polis, resulta obvia y obligante la respuesta afirmativa, por la condición social del ser humano y porque el compromiso social, caritativo, es una de las dimensiones de la evangelización (=misión de la Iglesia); a ésta, sin embargo, no le corresponde la política en sus acepciones tanto de ejercicio del poder como de praxis partidista. En lo que toca a la Jerarquía eclesiástica, ella, por lo ya dicho, ha de participar en lo político en su sentido primero, pero no en el de poder ni en el de actividad partidista. En cambio a los laicos les corresponde la política en las tres acepciones, pues lo peculiar de ellos como cristianos, es su presencia transformadora en las realidades temporales; y según su vocación, de acuerdo a capacidades, circunstancias y oportunidades, han de entrar en el ejercicio del poder político y en la acción partidista. Cabe añadir, en cualquiera de las relaciones, que el conflicto y, por ende, la ineliminable posibilidad del ejercicio de la fuerza y hasta de la violencia, han de encararse con gran realismo y en perspectiva humanista

    Con respecto a lo de “sotanas” en política conviene traer aquí algo del Directorio para el ministerio pastoral de los obispos emanado de Roma: “El Obispo está llamado a ser un profeta de la justicia y de la paz, defensor de los derechos inalienables de la persona, predicando la doctrina de la Iglesia, en defensa del derecho a la vida, desde  la concepción hasta su conclusión natural, y de la dignidad humana; asuma con dedicación especial la defensa de los débiles y sea la voz de los que no tienen voz para hacer respetar sus derechos” (No. 209). Los obispos Rafael Arias Blanco en Venezuela y San Oscar Arnulfo Romero en El Salvador no tuvieron que quitarse la sotana, antes bien, debieron ajustarla, para ser coherentes con su misión.

    Y una última observación con respecto a los laicos En virtud de su bautismo, están llamados a ser protagonistas en la construcción de una nueva sociedad, en la verdad y la libertad, en la justicia y la solidaridad, en la fraternidad y la paz, obedientes al mandamiento máximo del Señor. Esto ha de subrayarse, especialmente en situaciones como la presente de Venezuela, de grave crisis global y en la cual se quiere imponer un proyecto totalitario comunista. Para ello los laicos han de formarse lo mejor posible y actuar con la mayor lucidez y responsabilidad. Están obligados a demostrar en la polis, con obras de bien común, su fidelidad a Dios Amor; deben ser, allí, la presencia real, viva y eficaz de la Iglesia.

    La misión de la Iglesia es la evangelización, una de cuyas dimensiones es contribuir a la construcción de una “nueva sociedad”, de libertad, solidaridad y paz.

 

 

jueves, 15 de julio de 2021

OBJETIVO RADICAL


    Raíz traduce el substantivo latino radix, del cual se deriva el adjetivo radical, que significa entonces “lo que va a la raíz, al fondo, de algo”.  Es lo implicado por el término afín de refundación, evocador de “fundamento” y planteado por el Episcopado venezolano en sus últimos documentos, como compromiso necesario y urgente que requiere el país, sumergido en gravísima crisis.

    En sectores importantes de la sociedad civil se había venido considerando la necesidad de un proceso constituyente, según lo previsto por los artículos 347- 349 de nuestra Constitución. La refundación de nuestro país postulada actualmente por los Obispos asume de algún modo ese proyecto y lo anima, aunque, como es de suponer, lo enriquece y trasciende en cuanto a las exigencias éticas y espirituales, tanto personales como sociales, que han de acompañar dicho proceso político tendiente a cambios estructurales, máxime tras la experiencia del régimen actual que nació al amparo constitucional de tal consigna.

    Para noviembre se tienen previstas elecciones (o, mejor, votaciones) para gobernadores y alcaldes, en condiciones que, muy previsiblemente si no hay un “giro copernicano” en las mismas, ofrecen flancos débiles en cuanto a legitimidad, libertad y transparencia. En todo caso, en lo que toca a lo central de las presentes reflexiones sobre refundación nacional, esas votaciones no van a lo nuclear de la crisis, a la substancia del drama de Venezuela. Por cierto que la agudización en marcha de la represión y la desinhibida exhibición del fantasma comunal, adelantan que el venidero proceso de votación será sólo epidérmico, cosmético, cuyo interés primordial es un disfraz democrático para el mercado exterior. No enfrenta lo medular doloroso del desastre ni abre caminos efectivos para superarlo.

    En efecto, la intención totalitaria del Socialismo del Siglo XXI con su Plan de la Patria se mantiene. La preocupación básica oficial confesa es conservar y acrecentar el poder. La suerte de la gente poco o nada importa. De allí que el deterioro de las condiciones de vida, el desastre de los servicios públicos, el despoblamiento del país, la asistemática y “politizada” atención a la pandemia, la militarización del tejido ciudadano junto a la inseguridad y maltrato del pueblo, la hegemonía comunicacional y el desmantelamiento educativo … continúan. El valor del bolívar va parejo a la devaluación de la calidad de vida.

En cuanto a dimensiones y campos institucionales de la necesaria refundación se debe tomar en serio lo que el Episcopado subraya en cuanto a actitudes y comportamiento de nosotros los venezolanos. Es ilusorio, en efecto, pensar en cambio estructural sin implicación personal, como condición necesaria pero no suficiente. La corrupción exige control de los corruptos; la corresponsabilidad y la solidaridad no se importan; la libertad y la paz se fraguan en las conciencias; la convivencia se teje con buenos y mejores “prójimos”. Sin familias sólidas y educación humanizante, una reconstrucción se quedará en simples intenciones o flacas realizaciones.

    La refundación exige, obviamente, renovar y cambiar estructuras. El soberano (CRBV 5) puede y debe actuar novedades indispensables para la reconstrucción de la República democrática y una reorientación humanista del Estado, comenzando por designar los conductores claves del poder público nacional, para salir de la presente esquizofrenia-maraña institucional. Sin pretender jerarquizar o totalizar elementos, valgan algunos ejemplos:  desconcentración estatal, reforzando lo no oficial (empresas, servicios…) y acrecentando lo federal; equilibrio de poderes, superando el gigantismo ejecutivo y la instrumentación del poder judicial; volver al bicameralismo, acentuar el parlamentarismo y acercar el poder municipal a la gente a través de una racional multiplicación; control parlamentario del sector militar; reformulación de lo minero y petrolero, en línea de ecología integral y diversificación económica; asegurar a través de medios oficiales y privados un efectivo servicio nacional de salud; en resumen, una institucionalidad política, jurídica y administrativa coherente y eficaz.  Priorizar la educación, subrayando la formación en valores, el desarrollo de la inteligencia y la actualización tecnológica. Como perspectiva general, justicia social y atención privilegiada a los más necesitados en el marco de una sociedad libre, solidaria, democrática, pacífica.  

    Objetivo radical frente a la gravísima realidad global: que el soberano, con decisión constituyente, defina el destino de este país. Refunde la nación.

 

 

jueves, 1 de julio de 2021

REFUNDAR LA NACIÓN PIDEN LOS OBISPOS

 

    REFUNDAR LA NACIÓN. Así, en letra capital, leo lo que la Presidencia de la Conferencia Episcopal Venezolana acaba de plantear en su Mensaje del Bicentenario de Carabobo (22 de junio), como “urgente necesidad”,

    Refundar, verbo cargado de significado, dice re-creación, re-constitución de una de sociedad o institución, de un proyecto o empresa. Va a las raíces y a la estructura fundamental de una entidad, superando lo que se limita a simple reforma. 

    Nuestra Carta Magna de diciembre de 1999 tiene en su Preámbulo una solemne refundación: “El pueblo de Venezuela, en ejercicio de sus poderes creadores (…) con el fin supremo de refundar la República para establecer una sociedad democrática (…)  en ejercicio de su poder originario representado por la Asamblea Nacional Constituyente mediante el voto libre y en referendo democrático, decreta la siguiente CONSTITUCIÓN”. Allí aparece ésta como “la norma suprema y el fundamento del ordenamiento jurídico” (CRBV 7) de la nación, de la República, del Estado y se identifica, además al sujeto de facultad tan trascendental como la constituyente (CRBV 5).

    Venezuela, de facto y lamentablemente, ha sido una cosa distinta de lo entonces decretado y proclamado por la Asamblea y aprobado por el pueblo mediante referendo. La Constitución, en lo substancial -basta leer el Preámbulo y los Principios Fundamentales- quedó en puro nominalismo, subordinada a la interpretación y la manipulación absolutistas del Régimen Socialista Siglo XXI y su Plan de la Patria.

    Los Obispos, luego de recordar la significación histórica de Carabobo, acentúan el legado que dejó y, sobre todo, el desafío que nos plantea a los venezolanos de hoy. Luego de un análisis de la situación, y de una reflexión sobre el deber ser y quehacer, formulan una propuesta concreta fundacional para reconstruir y reorientar el país. En ello buscan integrar, sin confundir, su corresponsabilidad como ciudadanos, su obligante tarea liberadora como cristianos, así como su ineludible responsabilidad pastoral. Sintetizando el Mensaje según la secuencia del ver-juzgar-actuar encontramos lo siguiente:

    1.Situación nacional. Profunda crisis, agravada por la pandemia, la cual ha encontrado caldo de cultivo en el deterioro de los servicios públicos y de salud en particular, y exige determinar un plan de vacunación global. Entre otros serios problemas destacan: empobrecimiento, hiperinflación, emigración masiva. Denuncia grave: “La paulatina implantación de un sistema totalitario propuesto como Estado comunal busca poner al margen el protagonismo del pueblo, verdadero y único sujeto social de su propia existencia como Nación (…) se pretende imponer una nueva visión y un modelo diversos al de la democracia participativa y protagónica propuesto en la Constitución”.

    2. Reflexión. Tarea hoy, con mirada de futuro, es la reconstrucción del país. Se ha de poner de relieve el “protagonismo de todos los miembros del pueblo venezolano, único y verdadero sujeto social de su ser y quehacer (…) Los dirigentes políticos no están sobre el pueblo ni pueden reducir sus acciones a la búsqueda de acuerdos que sólo los favorezcan a ellos”. En esta tarea la Iglesia ofrece su acompañamiento a partir de la Palabra de Dios y la Doctrina Social de la Iglesia; dentro de la comunidad eclesial a los laicos toca un papel peculiar, dada “su índole secular”, y a los pastores corresponde una labor de solidaridad y animación con características políticas pero no partidistas.

    3. Acción. “Los oscuros nubarrones que se ciernen sobre el país y las consecuencias de malas prácticas políticas de los últimos años plantean la urgente necesidad de REFUNDAR LA NACIÓN”. Los Obispos invitan a todos los venezolanos a dar este “paso necesario e impostergable (…) con los criterios de la ciudadanía e iluminados por los principios del Evangelio”.

    Abundan proclamas, encuentros, fantaseos, propuestas y proyectos parciales de cambio, mientras el tiempo corre con el atornillamiento del Régimen, en medio de un agravarse del desastre nacional, en el que imperan la esquizofrenia institucional, la ausencia del estado de derecho y una multiforme corrupción. La Presidencia del Episcopado Nacional, coincidiendo con iniciativas surgidas en la sociedad civil, hace hoy en su Mensaje un planteamiento concreto, efectivo, factible, democrático, hacia la solución de la crisis global venezolana: refundar la nación. Va a las raíces del problema y apela a quien corresponde actuar con decisión originaria, constituyente: el pueblo soberano. El 5 de julio ha de encontrarnos a los venezolanos desplegando velas hacia tan urgente objetivo.    

 

jueves, 17 de junio de 2021

CONSTITUYENTE: CLAVO Y RESTEARSE

 

    En crisis de máxima gravedad nacional como la presente urge que el soberano (CRBV 5) decida, en acto originario, constituyente, el rumbo que ha de tomar el país, para salir de la debacle, reconstruirse y reorientarse. Venezuela padece, en efecto, una esquizofrenia institucional, manifestada en paralelismo de poderes públicos, multiforme alegato de ilegitimidades, ilegalidades, inconstitucionalidades, enmarcado todo ello en un extremo deterioro económico, político y ético cultural. La pandemia, oficialmente instrumentalizada para encubrir fallas y controlar más al pueblo, empeora la situación.

    El próximo bicentenario de la batalla de Carabobo nos encuentra preguntándonos para qué han servido el derramamiento de sangre y tanto sacrificio de vidas y recursos durante el proceso independentista y los enfrentamientos fratricidas del período republicano. Proclamas y desfiles celebrativos como los programados para el próximo 24, antes que aparecer como positivos festejos patrios semejan farisaicas operetas. El escenario nacional es de territorio neocolonizado, compartido por mafias y guerrillas, en patente ecocidio y abandono, con una población oprimida, empobrecida, en postración sanitaria y en plan de emigración. Prioridad del Régimen, que de facto ejerce el poder, no es el bienestar de la gente, sino la imposición a ésta, de un proyecto socialista-comunista.

    Desde que se instalaron quienes dicen que vinieron para quedarse, Venezuela no ha gozado de un tiempo aceptablemente pacífico; ha sido de permanente conmoción, saturado de lemas como “revolución o muerte” y una progresiva militarización; la población, o se resigna a la dominación y el empobrecimiento, o resiste y ha de afrontar marginación, persecución, expatriación.

    ¿Cómo salir de la tragedia y encaminarse a un futuro vivible, digno? ¿Cómo recuperar la convivencia democrática y un hábitat favorable al progreso? La historia de estas dos décadas registra múltiples intentos de solución, con sus más y sus menos, aciertos y desaciertos, que han dejado un abultado inventario de muertos en calles y cautivos en prisiones, así como de frustraciones y desencantos. Hay una fuerte carga de dolor y lágrimas en todo lo que va de este nuevo siglo-milenio (en el cual, por cierto, parece que todavía no hemos ingresado).

    Más de una vez he planteado que para salir del desastre es indispensable identificar un “clavo” operativo y “restearse” con él. Entendiendo por “clavo”, un objetivo claro, efectivo, pacífico, factible; y por “restearse”, un comprometerse serio con él. Un clavo se puede clavar, lo que no sucede con una tabla, que dispersa fuerza, presión y energía. “Restearse” significa insistir, persistir, sin girar como veletas y revolotear como plumas en el viento. Han abundado proyectos, logros incompletos, inconsecuencias, así como fantasías, improvisaciones y pare de contar. Con liderazgos aspirantes a cabezas de ratón y no colas de león. Infidelidades han proliferado por causas que van desde el ceder a insoportables presiones hasta la auto venta pura y simple. Sólo Dios, que conoce lo más íntimo de las conciencias, es juez infalible.

    Estimo que en la presente circunstancia el “clavo” (o instrumento apto para iniciar eficazmente la salida de la crisis) consiste en que el soberano (él, no el gobierno, un partido o cualquiera otro) defina libremente la suerte del país con una decisión constituyente, a la altura del poder completo, originario, fundante, que le corresponde. Una tal decisión, semejante al tajo con el que Alejandro Magno deshizo los enredos del nudo gordiano, permitiría iniciar eficazmente la salida del empantanamiento político (confusión de competencias, marasmo jurídico, inflación y anarquía de normas y organismos) y abordar, entre otras, cuestiones estructurales del Poder Público que sólo a ese nivel pueden tener solución. Un día como el 24 de junio tendría una fuerte carga simbólica para justificar una toma de posición con respecto al “clavo”

    Al soberano le corresponde decidir asuntos que tocan la entraña misma de la nación y la configuración esencial del Estado. Ahora bien, abrirle paso a sus decisiones nos exige a todos los ciudadanos superar visiones inmediatistas y sectarias y consolidar a Venezuela en la línea que acertadamente precisa la actual Constitución en sus Principios Fundamentales (ver Artículos 1-4.6).   

 

     

 

 

 

  

  

domingo, 6 de junio de 2021

PAPÁ ESTADO

 


    El surgimiento del Estado como estructura política es un producto tanto natural como convencional del desarrollo societario. En efecto, se funda en la condición social del ser humano, creado por Dios como relacional y dialogante, y, por otra parte, es fruto de acuerdos en base a experiencias y proyectos históricos. Necesidad y creatividad se conjugan.

    No es de extrañar, por tanto, las varias interpretaciones acerca del origen y sentido del Estado, así como de contradicciones en su manejo. Esto es patente en el caso del marxismo, el cual, junto al anuncio profético de la disolución o desaparición del Estado con el socialismo-hacia-el- comunismo, registra en la práctica una feroz acentuación del poder estatal. Es ambigua esta frase del Manifiesto del Partido Comunista de 1847: “Una vez que en el curso del desarrollo hayan desaparecido las diferencias de clase y se haya concentrado toda la producción en manos de los individuos asociados, el Poder público perderá su carácter político”.

    El filósofo Hobbes dos siglos antes había hablado del Leviatán como figura del Estado dominador, soberano inapelable, concentrador de todos los poderes, concepto que, por cierto, corresponde bien a totalitarismos surgidos en nuestra contemporaneidad (fascismo, nazismo, comunismo). Hegel con su absolutización del Estado no habría de favorecer un auténtico desarrollo democrático. Rousseau, en cambio, en al Contrato Social, había intentado armonizar la soberanía popular con una autoridad sólida pero mera mandataria de la Voluntad general. La reflexión y la experiencia histórica registran desarrollos positivos y también involuciones en cuanto a relacionamiento persona-Estado, que, como realidad temporal, está en permanente “crisis”, acentuada ahora por la globalización.   

    Según la Doctrina Social de la Iglesia -que no es un código cerrado confesional, sino conjunto dialogalmente abierto de principios, criterios y orientaciones para la acción- la persona es anterior al Estado, el cual ha surgido connaturalmente y debe estar al servicio de la persona. Entendida ésta, obviamente, no como un ente aislado y auto referencial, sino como ser social y cuyos intereses deben proyectarse en el bien común. De allí el imperativo de la participación y la subsidiaridad como expresiones de irrenunciable protagonismo ciudadano.

    Hoy en día, agresiones serias a una sana relación persona-Estado suelen disfrazarse con el atractivo metalenguaje de “poder popular”. Ejemplo patente lo ofrece el Plan de la Patria 2019-2025 de Venezuela, que presenta engañosamente lo comunal como expresión efectiva del pueblo en la construcción del Nuevo Estado Popular Revolucionario. Las grandilocuentes especificaciones de dicho Plan nos recuerdan el florido vocabulario de Mao Tse Tung en la época de las grandes masacres chinas.

    El vocablo socialismo, que, de por sí, sugiere compartir, participar, distribuir el poder, históricamente se ha concretado en Estados centralizadores, en nomenklaturas cerradas, hegemónicas y despóticas, que bastante han hecho sufrir a pueblos enteros. Es lo que sucede hoy en la Venezuela del Socialismo del Siglo XXI.

    Perversión ética y política es tomar el poder para imponer una ideología y mantenerse en él a toda costa. Se asume el Estado como papá, en el sentido de patriarca impositivo, agente de proyectos sectarios, opresivos. Lo que ciertos grupos no son capaces de lograr en competencia limpia y riesgosa en la arena democrática, buscan imponerlo mediante la autoridad del Estado con el soporte de su fuerza armada. Esto de refugio en el papá Estado para la aprobación de proyectos de minorías se está dando también a nivel internacional en sectores del ámbito cultural. Un caso patente es el del multiforme conjunto denominado “ideología de género” con su plan deconstructor de la vida, la familia y la educación. Se acude al Leviatán como eficaz brazo operativo.

    Un humanismo auténtico y una “nueva sociedad” entrañan un relacionamiento social, respetuoso de la dignidad y los derechos fundamentales de la persona, orientado al bien común y en el marco de un Estado de derecho, democrático, participativo. El Estado tiene su origen y sentido en el ser humano mismo, libre, responsable, social, histórico y abierto a la trascendencia. El Estado existe y debe actuar en función de la persona y ésta, al servicio del prójimo.

jueves, 20 de mayo de 2021

DE HABITANTE A CIUDADANO

     Cuando emprendemos una reflexión conviene a veces recordar el sentido de términos cuyo contenido parece obvio, ya que pueden manifestarse reveladores.

    El Diccionario de la Real Academia nos dice sobre habitante: “Cada una de las personas que constituyen la población de un barrio, ciudad, provincia o nación”. Y con respecto a ciudadano: “El habitante de las ciudades antiguas o de Estados modernos como sujeto de derechos políticos y que interviene, ejercitándolos, en el gobierno del país”.

    El ser habitante constituye, por tanto, simplemente un hecho; pero la condición de ciudadano plantea un compromiso. La conclusión suena evidente: un Estado democrático no resulta de la pura suma de habitantes, sino que es fruto de un propósito compartido, de convicciones y decisiones personales.

    Cuando uno “ve” la situación de Venezuela, percibe que la profunda crisis no ha sido fruto de la fatalidad, sino de deberes no asumidos y derechos no ejercidos. Si la Atlántida desapareció por un cataclismo, la Venezuela democrática vivible no se ha desarticulado por tsunamis o cosas por el estilo; muchos pecados de acción y omisión se acumularon y siguen dañando. Mas de una vez hemos lamentado la desaparición en la escuela de una materia que se llamaba Moral y Cívica y más recientemente de otra denominada Educación Religiosa Escolar (Programa ERE). Los partidos democráticos descuidaron la formación de cuadros y en la Iglesia no se puso la atención debida a una formación generalizada en su Doctrina Social. Se olvidó que una convivencia democrática es como una planta viva, que es preciso regar, abonar, podar, para que se mantenga y desarrolle. En los ´90 hasta se llegó a jugar con ella, quitando y poniendo alegremente presidentes y candidatos.

    La realidad política nacional aparece como una ensalada de constitucionalidad e inconstitucionalidad, legalidad e ilegalidad,  legitimidad e ilegitimidad, que ha llevado a esquizofrenias en la intelección y manejo de la res publica. Se dan confusiones e indeterminaciones, que se reflejan en diálogos sin marco preciso y fundamento firme. Por otra parte, presupuestos ideológicos como el priorizar la Revolución y lemas como “Patria, Socialismo o Muerte”, han venido a mitificar, pervirtiendo, lo contingente.

    En mi reciente pequeño libro sobre, “Doctrina Social de la Iglesia”, he reproducido en anexos la Declaración Universal de los Derechos Humanos del ´48, así como el Preámbulo y los Principios Fundamentales de la tan cacareada y zarandeada Constitución de la República Bolivariana de Venezuela. Dos personajes notables pero desconocidos de la tragedia nacional, a los cuales es preciso poner en escena. Nadie ama y exige, en efecto, lo que no conoce. Y los regímenes autoritarios, dictatoriales y de corte parecido como el Socialismo del Siglo XXI, propician la ignorancia en este campo ético-político para que opresión marche sobre ruedas.

    Se habla grandilocuentemente de participación, protagonismo y cosas por el estilo, pero el conocimiento y la praxis en este campo es paupérrima, por decir poco. Por ello la gente suele considerar como regalo lo que es simple derecho; y como de poca monta o no imperativo lo referente a deberes.

    Hay una frase estupenda: al “hay que”, debo cambiarlo por el “tengo que” y entrar en acción para poder decir “estoy en”. Esperamos cómodamente que (líderes, gobernantes…otros) nos cambien el país. Nos contentamos con ver pasar trenes, sin montarnos en ellos y buscar conducirlos (en lo poco o mucho que podamos hacer). “No somos suizos” es frase corriente, que trata de encubrir nuestras fallas y omisiones culpables.

    ¿Cuántos habitantes tiene Venezuela? ¿Con cuántos ciudadanos cuenta Venezuela? Regímenes como el opresor actual no son fruto de la fatalidad, la mala suerte o cosas por el estilo. Son producto de quienes nos consideramos ciudadanos y no ejercemos esta profesión. Nos contentamos simplemente con habitar el país -sin cuidar, por cierto, de su hábitat-.

    Ciudadano es el que entiende la ciudad, polis, como cosa propia. En este sentido ser verdadero ciudadano es ser auténticamente político. Y para ello es preciso formarse. Y actuar. Asociándose en algún grupo o partido político, o no; en funciones del Estado o no. Pero siempre como participante y protagonista.