viernes, 20 de marzo de 2020

LECTURA DE SIGNOS




     Uno retoma ciertos temas en escenarios semejantes y frente a retos de envergadura. Eso pasa con el de los signos de los tiempos, cuya lúcida lectura reclama Jesús a sectarios interlocutores (saduceos y fariseos), quienes quisieron ponerlo a prueba pidiéndole una exhibición de taumaturgia (Mt 16, 1-4).
    Jesús reprocha a esos adversarios el acertar en predicciones meteorológicas (buen o mal tiempo en base al color del cielo), pero ser incapaces de discernir los signos de los tiempos, como era el caso de la presencia ya, en medio de ellos, del Reino de Dios y del Mesías que lo encarnaba.
  
   El Concilio Vaticano, II al inicio de su documento Gaudium et Spes, precisó como deber permanente de la Iglesia el “escrutar a fondo los signos de la época e interpretarlos a la luz del Evangelio” (GS 4), para responder adecuadamente a los desafíos planteados por ellos. El mismo Concilio, allí mismo, hace un inventario de hechos salientes socio políticos, ético-culturales y religiosos del mundo de hoy, interpretándolos como un “período nuevo de la historia” -cambio epocal se lo llama actualmente- pues no sólo entraña ahondamiento, aceleración y multiplicación de cambios, sino un salto inédito de humanidad (para Alvin Toffler una “nueva ola”, la tercera)
  Pensemos en lo que sucede en los campos de la comunicación y de la vida en un mundo en globalización. Otro signo de nuestro tiempo es el que subraya el documento conciliar sobre los laicos, a saber, “el creciente e ineluctable sentido de la solidaridad de todos los pueblos” (AA 14).
El dramático y universal fenómeno del Coronavirus hace recordar lo que Jesús entendía por lectura sapiencial de los signos de los tiempos, esos trazos fuertes de la historia como circunstancias en que se juega en medida inapreciable la suerte de un pueblo o de la entera humanidad. Esa pandemia, que compromete la salud y la vida de vastas poblaciones, urge actuar en frentes del más diverso orden, entre los cuales sobresale el de valores éticos como el servicio generoso y la solidaridad fraterna. Dios no creó seres humanos aislados sino una humanidad, una familia universal. Las fronteras y las soberanías son obra humana funcional respecto del mejor destino común; no instrumentos para favorecer intereses particulares, amparar desigualdades y violaciones de derechos humanos, resguardar nacionalismos cerrados. Así como tampoco la vocación de globalidad no legitima hegemonías ni monopolios transnacionales. En este sentido es preciso revisar actuales patrones de desarrollo para superar desequilibrios o dominaciones y promover ineludible corresponsabilidad en la casa común.   
Crisis como las del Corona virus desafían a examinar y enfrentar conjuntamente, de modo positivo, el desarrollo en sus aspectos económicos, pero también políticos y ético-culturales; a revisar la ceguera ecológica, así como el materialismo y la amoralidad en los cánones de desarrollo humano; a promover una cultura de  vida y de calidad espiritual ante la embestida de una anticultura de muerte y desenfrenado sensualismo, que, entre otras cosas, desestructura la persona, desdibuja el matrimonio, destruye la  familia y desintegra la humanidad; a cultivar una ecología integral y una educación formadora en los derechos-deberes humanos y abierta a la trascendencia. Todo ello en perspectiva de personas y conglomerados corpóreo-espirituales que peregrinan en una microesfera por el escenario espacial, temporales pero portadores de una promesa de eternidad.

En lo tocante a nuestro país, el Coronavirus, como signo de nuestro tiempo, nos interpela a cambiar el actual régimen omnidestructivo y opresor, para recuperar y fortalecer una convivencia democrática y plural, promotora de un efectivo progreso económico, político y ético-cultural, que responda a las exigencias de un auténtico humanismo en consonancia con los imperativos que plantean el Preámbulo y los Principios Fundamentales de nuestra Constitución.
  


 
     





martes, 10 de marzo de 2020

ELECCIONES 2020



      En previsión de un torneo electoral este 2020 estimo necesario subrayar algunas condiciones para que él sea algo serio y no una simple pantomima. No pretendo enumerar todos los requisitos imperativos o convenientes, sino aquellos que pudieran calificarse estrictamente como sine qua non
1ª. En la circunstancia actual de gravísima crisis nacional no deben celebrarse elecciones parlamentarias sin presidenciales. La gran mayoría de los venezolanos quiere una decisión del soberano sobre el Régimen mismo, especialmente teniendo una estructura presidencialista como la nuestra y, sobre todo, en un sistema no sólo dictatorial sino totalitario comunista como es el SSXXI. 

   Con la experiencia que hemos tenido de una Asamblea Nacional completamente legítima, pero neutralizada por un Tribunal Supremo de Injusticia, engullida por una espuria Asamblea Nacional Constituyente, perseguida por los organismos represivos del Gobierno, fracturada mediante sobornos con dinero público y otras artimañas oficiales, no se puede esperar nada serio. Quien preside de facto desde Miraflores, podría al día siguiente de los comicios pretender su legitimación diciendo: “hicimos elecciones y hemos perdido democráticamente la Asamblea”. Luego procedería por todos los medios a inutilizarla según la lógica del “vinimos para quedarnos”.

2ª. Son incompatibles unas elecciones parlamentarias con la existencia y funcionamiento de la ilegítima Asamblea Nacional Constituyente, autoerigida como poder originario, absoluto, cuasi divino. Ella se creería facultada para decidir cualquier cosa, en cualquier momento, sobre la Asamblea Nacional y, en general, sobre el Poder Público.
3ª. Un árbitro confiable es indispensable. El Consejo Nacional Electoral debe estar integrado por representantes del mundo político y de la sociedad civil, que garanticen la seriedad y transparencia de las elecciones. Éstas han de ser auténticamente tales, es decir, fruto de la opción de los ciudadanos, y no simples votaciones que registren apenas la materialidad de números y el funcionamiento de máquinas.
4ª. Reconocimiento pleno de la legitimidad y el libre ejercicio de la Asamblea Nacional elegida por la gran mayoría de los venezolanos. 
5ª.  Son indispensables la supervisión, el control en las varias fases del proceso, así como la garantía de respeto a los resultados, por parte de calificados organismos internacionales como ONU, OEA, UE, máxime cuando el Alto Mando ha convertido a la Fuerza Armada en instrumento del proyecto político-ideológico castro socialista.

6ª. La previa incorporación de los diputados a sus curules en genuina libertad y la liberación de los presos políticos resultan ineludibles. Serían una vergüenza nacional y una contradicción palmaria realizar elecciones con venezolanos perseguidos por razones ideológicas o políticas, especialmente si han sido escogidos por la ciudadanía para representarla en el ámbito parlamentario.
No resulta difícil añadir otras condiciones y que éstas sean estimadas por muchos como no negociables. Creo, con todo, que lo enumerado anteriormente sea bastante ilustrativo de lo exigible con miras a unas elecciones salvadoras del desastre producido por el presente Régimen.

    Ante un país que se nos está despoblando, ante los compatriotas que perecen o sufren por hambre, falta de medicinas, carencia de servicios y abundancia de inseguridad, ante la violencia institucionalizada y la metástasis de corrupción, no bastan paños calientes ni simulacros de soluciones ¿No han sido suficientes dos décadas para maltratar esta “tierra de gracia”, convertida en objeto de lástima o hazmerreir de la audiencia internacional?
“Despierta y reacciona, es el momento”. Tal fue el lema escogido para la segunda visita que nos hizo el Papa Juan Pablo II (febrero de 1996). Consigna animadora de una renovación de la Iglesia y del país. Y sumamente actual en estos momentos, en que urge una sólida unidad de los venezolanos demócratas para sacar ya al país de la gravísima crisis y llevarlo adelante en libertad, progreso compartido, justicia y paz.