domingo, 19 de abril de 2015

NORCOREANIZACIÓN



Una correcta identificación del interlocutor (amigable o no, coincidente o disidente) es condición indispensable para un adecuado relacionamiento, cualesquiera sean los términos en que éste se desee orientar.
El tener conscientemente a una persona o un grupo en la acera de enfrente no excluye tender y/o utilizar puentes de comunicación hacia ellos. En este sentido hay toda una gama de instrumentos utilizables: contacto  extraoficial u oficial, conversación, negociación, diálogo (con respecto a este último hay que evitar su devaluación, ya que es muy exigente en cuanto a sincera aceptación del otro,  convencimiento de que se puede aprender de él, ponerse en su lugar para comprenderlo). La genuina identificación del otro no cierra, pues,  todo encuentro. Aún en plena guerra los combatientes en trincheras opuestas pueden lograr acuerdos y es así como se establecen treguas, altos al fuego y cosas por el estilo.
Identificar bien evita cosas que, antes que ayudar a la solución de problemas, los mantienen o agravan. Puedo, por ejemplo, calificar de sorpresivas, irracionales, inconvenientes, ineficaces o indebidas, actuaciones del “otro”, cuando más bien debiera catalogarlas como lógicas, inevitables, efectivas, coherentes, acertadas.
¿Qué sucede en Venezuela con la identificación del proyecto Socialismo Siglo XXI y del régimen que trata de ponerlo en práctica? En el sector de la disidencia ha habido bastante titubeo y confusa variedad de interpretaciones. Se registra, es cierto, un crescendo en una más exacta percepción, dado el agravamiento de la situación, pero hasta hace no mucho abundaba u notable desconocimiento –o al menos explicitación- de lo que el oficialismo tiene entre manos. Se solía hablar simplemente de  “democracia imperfecta”, “ineficiencias y corruptelas”, “tendencias o procedimientos autocráticos”, “abusos de poder”. El término “dictadura” no se mencionaba, ni, mucho menos, el de “totalitarismo”.
No es exagerado decir que la Conferencia Episcopal Venezolana, en cuanto a  identificar el proyecto político-ideológico oficial,  han sido oportuna, clara y firme. Dejando a un lado antecedentes, ejemplar al respecto fue la Exhortación de octubre 2007. Ésta calificó la propuesta de Reforma constitucional como “moralmente inaceptable” y “contraria a principios fundamentales” de la Constitución,  denunciando el pretendido “Estado socialista” como “contrario al pensamiento del libertador” y “a la naturaleza personal del ser humano y a la visión cristiana del hombre, porque establece el dominio absoluto del Estado sobre la persona”.
La última toma de posición de la Conferencia Episcopal en la misma línea tuvo lugar el pasado 12 de Enero. Los obispos afirmaron: “El mayor problema y la causa de esta crisis  general (del país), como hemos señalado en otras ocasiones, es la decisión del Gobierno Nacional y de los otros órganos del Poder Público de imponer un sistema político-económico de corte socialista marxista o comunista (…) Este sistema es totalitario y centralista, establece el control del Estado sobre todos los aspectos de la vida de los ciudadanos y de las instituciones públicas y privadas. Además, atenta contra la libertad y los derechos de las personas y asociaciones y ha conducido a la opresión y a la ruina a todos los países donde se ha aplicado” (Exhortación Pastoral Renovación ética y espiritual frente a la crisis, 6-7).
No es que Venezuela tenga ya un sistema totalitario. Pero  se le está imponiendo. La tenaza va apretando con su correspondiente  lógica. En esto la acción oficial es eficaz. Un twitter mío dice: “Las cadenas adoctrinan, las colas amaestran, los captahuellas controlan ¿Cuál será el próximo paso?”.

Cuando hablo de “norcoreanización” de Venezuela busco identificar sin ambages el proyecto oficial en marcha. Éste, modelado en Cuba –cuyo sistema actualmente zigzaguea- sigue ahora metódicamente los pasos de la lejana y próxima Corea del Norte.  

domingo, 5 de abril de 2015

CLAVE OPERATIVA CRISTIANA



           Testamento pascual de Jesús de Nazaret; así  se puede denominar el Sermón de la Última Cena dirigido por el Maestro a sus discípulos antes de padecer su muerte en cruz, la cual se transformó en resurrección gloriosa. De allí el término de muerte pascual, que indica una derrota transformada en triunfo.
          Ese Testamento lo encontramos en el evangelio de Juan, capítulos del 13 al 17.  El Señor da allí sus últimas instrucciones y declara su mandato máximo y definitivo. Éste sintetiza la ética y la espiritualidad de quieran seguirlo. Es lo que se llama el “mandamiento nuevo”.
            Una vez un fariseo interrogó a Jesús, con ánimo de ponerlo a prueba, acerca de cuál era el mandamiento mayor de la Ley. Tal pregunta  no era ociosa, dada la cantidad –centenares- de preceptos que al judío observante se le ponían  por delante a la hora de mostrar su fidelidad a Dios. La cuestión tocaba lo esencial, el corazón de la moral a practicar. Según Mateo, que relata esta conversación, Jesús respondió: “Amarás al Señor, tu Dios, con todo tu corazón, con toda tu alma y con toda tu mente. Este es el mayor y el primer mandamiento. El segundo es semejante a éste: Amarás a tu prójimo como a ti mismo” (Mt 22, 37-39).
            Estos dos mandatos no aparecen simplemente yuxtapuestos, sino en íntima conexión. Más aún, el Sermón de la Cena  prácticamente los reduce a uno, que Jesús remacha: el amor al prójimo. Como si el amor a Dios tuviese su concreción en el que se tenga al prójimo. Como lo enfatiza la Primera Carta de Juan: “quien no ama a su hermano, a quien ve, no puede amar a Dios, a quien no ve” (1 Jn 4, 20) ¡El prójimo “presencializa” a Dios!
 “Este es el mandamiento mío: que se amen los unos a los otros como yo los he amado” (Jn 15, 12). Aquí hay una tonalidad, que es preciso subrayar, la del amor recíproco. Los actos de culto y las expresiones religiosas  del cristiano deben de interpretarse y vivirse a la luz de esta enseñanza. Tienen, en efecto, una direccionalidad hacia el prójimo referente a respeto, servicio, comprensión, solidaridad, convivencia, unión, comunión. A este propósito recordemos lo que la Carta de Santiago entiende por “religión pura e intachable” (St 1, 27). El encuentro con el “Otro”  exige y alimenta, el encuentro con el “otro”, especialmente si débil y necesitado.
        Cuando se habla, entonces, de “voluntad de Dios”, de mandamiento y mandamientos (pensemos en el Decálogo), es preciso interpretarlos en sentido no sólo negativo (no matar, no robar, no mentir…) sino, también y principalmente positivo, proactivo. Podemos decir, por consiguiente, que “no   matar” debe traducirse por  cultivar una cultura de la vida, defender y promover los derechos humanos y  todo aquello que sirva al desarrollo integral de la persona y de la comunidad; “no robar” debe entenderse como compromiso por la justicia y la solidaridad en los más diversos órdenes del relacionamiento interpersonal y social; y “no mentir” debe llevar a una práctica de la verdad, de la veracidad en actitudes y comportamientos en lo privado y en lo público.
           El amor a que se refiere Jesús no  se queda en  anhelo romántico sin  consecuencias sociales; en “bonachonería” que se complace con todo y se acomoda a todo.  Constituye un dinamismo exigente de cambio en positivo. Con expresiones también de crítica, denuncia, resistencia ante lo que se considera indebido, malo, perverso, pero que no se actúan en  perspectiva del odio y  retaliación, sino en la de reconocimiento de las personas y buscando su conversión hacia el bien. De amor tenemos un modelo humano-divino en Cristo; y ejemplos de nuestra misma condición, en gente como Gandhi, ML King, Mandela, Madre Teresa y Romero.

Me complace concluir estas líneas con algo que escribió Einstein a su hija Lieser: “Hay una fuerza extremadamente poderosa (…) que incluye y gobierna a todas las otras, y que incluso está detrás de cualquier fenómeno que opera en el universo (...) Esta fuerza universal es el AMOR”.