El actual régimen, así como ha
desvalorizado el bolívar, ha hecho otro tanto con el venezolano. Ha
sobrevaluado Estado, gobierno, partido oficial, “hermano mayor”, convirtiendo a
las personas en útiles y herramientas del poder.
Común denominador de los sistemas
autocráticos, dictatoriales o tiránicos, cuyo paroxismo se tiene en los
totalitarios es la devaluación de la persona. Del respeto a ésta, con su
dignidad y derechos inalienables, pasa a interpretarla como medio e instrumento
de un plan (proyecto político, diseño ideológico). Como simple función.
Una concepción humanista auténtica, que
en coordenadas cristianas encuentra fundamento firme y horizonte trascendente, reconoce
a la persona la como el sentido y el fin del ser-quehacer social. Claro está, entendiendo
la persona no como subjetividad aislada, autosuficiente o autorreferencial,
sino como ser “en sí”- para la comunicación y la comunión.
La Doctrina Social de la Iglesia destaca
la centralidad de la persona y su estructura bidimensional: es, de una parte, sujeto
consciente y libre y, de la otra, relación, diálogo, alteridad. Dos realidades indisolublemente unidas, en íntima
conjunción, lo cual tiene repercusiones inmediatas y decisivas en la intelección
y praxis del desarrollo integral de la persona y de la dinámica social. Ahora
bien, el fundamento último del valor y la vocación de la persona se basa en la
condición del ser humano creado a imagen y semejanza de Dios (ver Génesis 1,
26-27), que es comunión, amor (1Jn 4, 8). Por eso nuestro primero y máximo defensor
es Dios mismo. Y no deja de ser particularmente significativa la predilección
de Jesús y del Padre celestial por los más débiles de la sociedad (hambrientos,
enfermos, inmigrantes, presos…) como aparece en la descripción del Juicio
Final, que ofrece el evangelio de Mateo (25 31-46). Patente debilidad divina hacia los más
necesitados.
La persona humana, por consiguiente,
vale por sí misma, no sólo o principalmente por determinadas capacidades o cualidades,
ni, mucho menos, por los bienes materiales que posee o el poder que ejerce. Las
discriminaciones y exclusiones tienen su origen en una valoración simplemente
funcional de la persona, según su adecuación a un determinado objetivo
económico, político o cultural. Los criterios de estimación son entonces los de
productividad económica, afiliación político-ideológica, identificación
religiosa y otros factores de calificación.
El ser humano ha sido puesto en el
mundo para crecer, desarrollarse en él y con él, en perspectiva ecológica
integral. Y la flecha del ascenso en humanidad va en el sentido de una
personalización en comunión. Esto se sitúa en las antípodas tanto del
individualismo aislante como de la colectivización masificante. Los
totalitarismos de cualquier especie disuelven la persona en entes a-personales
como raza, nación, colectivo; los rostros singulares desaparecen y el hombre vale
en definitiva apenas en cuanto medio e instrumento para un fin. Se torna así fácilmente
en desechable. Y no extrañan entonces los genocidios, en los cuales se deben
incluir los multitudinarios éxodos forzados, así como el hambre y la enfermedad
de poblaciones enteras por la negación de asistencia humanitaria fácilmente
asequible (tragedias que vive Venezuela).
El caso venezolano es doloroso. Para
el régimen lo humano pasa un segundo
plano. El primero lo ocupa el sometimiento al proyecto totalitario oficial
(Socialismo del Siglo XXI, Plan de la Patria). Los disidentes son catalogados
como apátridas, candidatos al desempleo y a la lista de sospechosos, perseguidos
y encarcelables, los cuales no merecen justicia sino ajusticiamiento. El poder
no es ya servicio, sino dominación. De allí lo inevitable de la militarización
o uniformización de la sociedad, del pensamiento único y de la obediencia
indiscutida.
¿Cuál es el cambio que necesita y
urge el país? El paso hacia una sociedad de personas, con rostros propios.
Comunidad de seres humanos libres y responsables, convivencia de sujetos críticos
y de recta conciencia moral. Por ahí va la construcción de una nueva sociedad.
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