En previsión de
un torneo electoral este 2020 estimo necesario subrayar algunas condiciones
para que él sea algo serio y no una simple pantomima. No pretendo enumerar todos
los requisitos imperativos o convenientes, sino aquellos que pudieran
calificarse estrictamente como sine qua non
1ª. En la
circunstancia actual de gravísima crisis nacional no deben celebrarse
elecciones parlamentarias sin presidenciales. La gran mayoría de los
venezolanos quiere una decisión del soberano sobre el Régimen mismo,
especialmente teniendo una estructura presidencialista como la nuestra y, sobre
todo, en un sistema no sólo dictatorial sino totalitario comunista como es el
SSXXI.
Con la experiencia que hemos tenido de una Asamblea Nacional completamente
legítima, pero neutralizada por un Tribunal Supremo de Injusticia, engullida
por una espuria Asamblea Nacional Constituyente, perseguida por los organismos
represivos del Gobierno, fracturada mediante sobornos con dinero público y
otras artimañas oficiales, no se puede esperar nada serio. Quien preside de
facto desde Miraflores, podría al día siguiente de los comicios pretender su legitimación
diciendo: “hicimos elecciones y hemos perdido democráticamente la Asamblea”. Luego
procedería por todos los medios a inutilizarla según la lógica del “vinimos
para quedarnos”.
2ª. Son
incompatibles unas elecciones parlamentarias con la existencia y funcionamiento
de la ilegítima Asamblea Nacional Constituyente, autoerigida como poder
originario, absoluto, cuasi divino. Ella se creería facultada para decidir
cualquier cosa, en cualquier momento, sobre la Asamblea Nacional y, en general,
sobre el Poder Público.
3ª. Un
árbitro confiable es indispensable. El Consejo Nacional Electoral debe estar integrado
por representantes del mundo político y de la sociedad civil, que garanticen la
seriedad y transparencia de las elecciones. Éstas han de ser auténticamente tales,
es decir, fruto de la opción de los ciudadanos, y no simples votaciones que
registren apenas la materialidad de números y el funcionamiento de máquinas.
4ª.
Reconocimiento pleno de la legitimidad y el libre ejercicio de la Asamblea
Nacional elegida por la gran mayoría de los venezolanos.
5ª. Son indispensables la supervisión, el control
en las varias fases del proceso, así como la garantía de respeto a los
resultados, por parte de calificados organismos internacionales como ONU, OEA,
UE, máxime cuando el Alto Mando ha convertido a la Fuerza Armada en instrumento
del proyecto político-ideológico castro socialista.
6ª. La previa
incorporación de los diputados a sus curules en genuina libertad y la
liberación de los presos políticos resultan ineludibles. Serían una vergüenza
nacional y una contradicción palmaria realizar elecciones con venezolanos
perseguidos por razones ideológicas o políticas, especialmente si han sido
escogidos por la ciudadanía para representarla en el ámbito parlamentario.
No resulta difícil
añadir otras condiciones y que éstas sean estimadas por muchos como no
negociables. Creo, con todo, que lo enumerado anteriormente sea bastante
ilustrativo de lo exigible con miras a unas elecciones salvadoras del desastre producido
por el presente Régimen.
Ante un país
que se nos está despoblando, ante los compatriotas que perecen o sufren por
hambre, falta de medicinas, carencia de servicios y abundancia de inseguridad,
ante la violencia institucionalizada y la metástasis de corrupción, no bastan paños
calientes ni simulacros de soluciones ¿No han sido suficientes dos décadas para
maltratar esta “tierra de gracia”, convertida en objeto de lástima o hazmerreir
de la audiencia internacional?
“Despierta y
reacciona, es el momento”. Tal fue el lema escogido para la segunda visita que
nos hizo el Papa Juan Pablo II (febrero de 1996). Consigna animadora de una
renovación de la Iglesia y del país. Y sumamente actual en estos momentos, en
que urge una sólida unidad de los venezolanos demócratas para sacar ya al país
de la gravísima crisis y llevarlo adelante en libertad, progreso compartido, justicia
y paz.
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