La presente pandemia, dramática, puede revelarnos o desvelarnos verdades de
plena positividad y provecho. Es una lección existencial, que es preciso
aprovechar.
Conócete a ti mismo es una muy manejada sentencia proveniente del más
antiguo pensamiento griego, que se esculpió sobre el arquitrabe del templo de
Delfos. Este autoconocimiento identifica al ser humano entre los demás
vivientes, al tiempo que le plantea sumos desafíos.
Un tal conocimiento, para ser genuino, ha de entrañar búsqueda seria de la
verdad. Y es condición insubstituible para un auténtico y firme desarrollo
personal y social. Aquí viene bien a propósito lo dicho por Jesús: “la verdad
los hará libres” (Jn 8, 32). Sobre la falsedad y el engaño no puede pensarse un
progreso humano consistente, el cual, en última instancia, resulta de un ejercicio
y entrecruce de libertades. Si hay un don, virtud o atributo que reciba los
mayores elogios en la Escritura Santa es el de la sabiduría, que es el
conocimiento y autoconocimiento en su mayor hondura y amplitud. A ella se opone
lo que se conceptúa como vanidad, que es ligereza, error, mentira tanto
en el juzgar como en el querer.
La Biblia relato de una mentira-error-mala escogencia de consecuencias
desastrosas no sólo para las víctimas inmediatas, sino para la toda la humanidad
(Génesis 3). Lo que se exhibió y escogió como seguro de auto realización humana
resultó ser terrible frustración. El diabólico “serán como dioses” se convirtió
en descalabramiento de los engañados. La libertad humana quedó herida, de lo
cual muy pronto se verán las consecuencias en la tragedia de Caín y Abel (Genesis
4).
En los últimos siglos han surgido engañosos mesianismos temporales con sus paraísos
terrestres, los cuales a la postre han resultado inevitablemente frustrantes.
Ejemplos, la divinización de la razón con el Iluminismo, el endiosamiento científico
con el Positivismo, la idolatría de una raza con el Nazismo, la absolutización
de un “hombre nuevo” con el Comunismo. Dos guerras mundiales, entre otros,
fueron argumentos dolorosos suficientes para desbaratar tantas autosuficiencias
humanas. El superhombre termina a la postre deshumanizando.
Ilusiones y fantasías engañosas no son, con todo, sólo reliquias del pasado.
Acompañan lamentablemente al ser humano en su peregrinaje histórico, claroscuro
siempre, hasta que llegue a su término y plenitud mediante una liberación
definitiva, que será, fundamentalmente, don divino. El ser humano en devenir es
libre, pero con una libertad no sólo frágil, sino también pecadora; y la
historia -urdimbre de biografías- lo manifiesta en su conjunto, que comprende
desde lo más bello y santo hasta lo más bajo y monstruoso. De allí la necesidad
de una constante conversión humana y una permanente asistencia y sanación
divinas.
El ser humano fue creado, en cuanto inteligente y libre, como “ser para
progresar”, cuidando, transformando y disfrutando lo creado. Pero ha de estar
siempre en guardia para no disolverse en lo que tiene que manejar. Pues de constructor
puede para en autodestructivo, de “ser para el otro” en egoísta dominador y de creyente
sensato en ateo libertino.
La actual pandemia es una realidad dolorosa, que es necesario superar con sabiduría
y solidaridad. Pero también constituye una oportunidad para crecer como personas
y comunidad humana, en relación fraterna con el prójimo y filial con Dios. Ahondando
en realismo y humildad, sabiendo que somos grandes, pero también pequeños y
vulnerables; “seres para la muerte”, mas con vocación de eternidad. En una
palabra, valiosos, pero no absolutos.
Este terrible virus despliega una lección de la cual hay mucho que
aprender. Sobre todo, en materia de un actuar sólido, trascendente, que concrete
el mandamiento máximo evangélico, el amor; y de un real ubicarse, pues, micróbicos,
giramos en un pequeño globo espacial, en el cual hemos de saber vivir y convivir.
Y también soñar, pero con los pies en tierra. La pandemia es una de esos
acontecimientos en los cuales sabiamente debemos situarnos en el inmediato
entorno familiar y vecinal, enmarcándolo, sin embargo, en el más amplio,
cósmico. Somos mortales, temporales, abiertos a lo eterno. La verdad nos hará
libres.
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