Bastante conocida es la anécdota de Alejandro Magno, quien en su marcha victoriosa a través de Anatolia (333 aC) se encontró en Gordio (capital de Frigia) con un enigmático problema: quien pudiese desatar allí el extraño nudo que amarraba una carreta depositada en el templo, habría de ser conquistador de Asia. Alejandro se dejó de complicaciones y simplemente con su espada cortó el nudo. Solución drástica para un problema aparentemente insoluble.
La compleja situación institucional del país semeja el nudo gordiano.
Constituye, en efecto, un enredo de organismos y fundamentaciones conceptuados
como constitucionales e inconstitucionales, legítimos e ilegítimos, de iure y sólo de facto.
¿Consecuencias? Bicefalia al nivel más
alto de autoridad y manejo esquizofrénico
del país. En el concierto internacional ello se refleja en un reconocimiento
contradictorio. Todo lo cual incide en la imagen negativa de un Estado, que antes
era apreciado por su consistencia económica y seriedad democrática. Por décadas,
Venezuela constituyó un refugio digno y seguro de gente de distinta identidad
ideológica y, en general, de prójimos que encontraban aquí un lugar respetuoso
y amigable en donde establecerse provisoria o definitivamente. Hoy millones de
compatriotas buscan en tierras extrañas lo que aquí debieran conseguir, pero que
no encuentran o se les niega.
No es fácil desenredar el nudo institucional venezolano. Sobre todo cuando
una de las partes se niega a un diálogo serio, genuino, patriótico. La
situación es de grave y progresiva crisis; el Episcopado Venezolano la ha calificado
de “caos generalizado”, llegando a subrayar la urgencia de una refundación
nacional. Muchos compatriotas sufren extrema confusión y desesperanza, cuando no es que los ha devorado
ya el síndrome de Estocolmo. La falta de un liderazgo opositor claro, firme,
aglutinante, con lúcida estrategia, ha retardado la superación de la crisis.
El doloroso conflicto ucraniano, sin bien, por una parte, ha disminuido la atención
a nuestra problemática, por la otra, ha resaltado lo destructivo del régimen SSXXI,
así como lo ineludible de reconstruir el
país.
El nudo no tiene solución sino mediante un corte a lo alejandrino ¿A quién
le toca la tarea? Al único a quien le corresponde: el señalado por el Artículo
5 de nuestra Constitución, el cual, partiendo de ésta, puede actuar de modo
constituyente en correspondencia al poder originario del pueblo soberano. Éste
no se enredaría en embrollos legales pues estaría capacitado para disponer todo
lo que considerase conveniente para la recuperación del país. Facultado para
redactar un nuevo texto constitucional, podría, previa o simultáneamente, designar
la dirigencia de los órganos del poder público nacional y determinar líneas
básicas de la marcha del Estado hasta la realización de las correspondientes
elecciones. Cortando el nudo paralizante, el soberano pondría en movimiento
seguro las instituciones y el conjunto societario.
El hecho de que hayamos tenido casi una treintena de constituciones en lo
que va de existencia republicana no ha de generar desinterés ciudadano respecto
de la convocatoria de una asamblea constituyente, porque ésta no se reduciría a
la producción de una nueva carta magna, sino que tarea prioritaria suya sería el
reordenamiento concreto y efectivo del Estado hacia la república deseable. Claro
está, nuevas normas constitucionales se justifican, entre otras cosas, para redimensionar
la macrocefalia presidencial, el centralismo monopólico, la unicameralidad
populista y para asegurar una indispensable municipalización, una efectiva
subordinación cívica del sector militar y un redimensionamiento del volumen
estatal respecto de la sociedad civil.
Cabría, para concluir, añadir una palabra sobre el sentido de la refundación
del país. No basta con cambiar estructuras. Lo que ha sucedido en las últimas
décadas pone de relieve la necesidad y urgencia de una renovación ética y espiritual
de quienes constituyen la razón, vida y sentido de dichas estructuras: las
personas humanas y la sociedad que estas forman.
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