Olvido del
pasado. Esta expresión formó parte del lema revolucionario
de liberales y conservadores cuando Julián Castro entró con el Ejercito
Libertador a Caracas y asumió el poder en 1858.
El año anterior el General José Tadeo Monagas en el marco de su
dictadura había derogado la Constitución de 1830, e incluido en la nueva suya,
la reelección y el aumento del período presidencial a seis años. Por supuesto
aplicando esta norma a él mismo.
Olvido del
pasado. Esta consigna, que resulta positiva cuando se la aplica a situaciones personales
y sociales, merecedoras de borrón y cuenta nueva, ha sido fatal en el peregrinar
del país. Nuestra historia republicana registra un repetitivo matar al padre, resolviendo
mal el complejo de un Edipo insepulto, con todo lo que ello significa de
autonegación, así como de continuos y frustrados intentos de renacer. Venezuela
identidad y ruptura de Angel Bernardo Viso es un libro bien ilustrativo al
respecto. El pensamiento de Simón Bolívar se alineó, potenciándola, en esta
tendencia negativa, al enjuiciar el pasado colonial pura y simplemente como
trescientos años de tiranía. Como si él y quienes
protagonizaron la Independencia hubiesen sido extraterrestres y no humanos
concretos, que llevaban en su sangre y su identidad cultural lo bueno y lo malo
de la herencia hispana.
Una expresión
funesta, patente, de la recaída en el parricidio de Edipo está en la raíz del
desastre nacional por obra del Socialismo del Siglo XXI, en lo que va de
milenio. La historiografía oficial ha pretendido reducir nuestro pasado republicano
a lo pensado y hecho por el Libertador (de quien bastante se abusa), su maestro
Simón Rodríguez y el general Ezequiel Zamora. Bastante ilustrativos resultan
también al respecto a) el derribo de la estatua de Colón en el Paseo Los Caobos,
justo al comienzo mismo de este régimen y b) la demonización de los cuarenta
años del período democrático (1958-1998), durante el cual, por universidades y
academias públicas pasaron los líderes de la actual Nomenklatura comunista.
Indicador significativo
del parricidio venezolano -para no mencionar otros países del Continente- ha
sido la proliferación de Constituciones, que, como trajes a la medida, han
reflejado los quiebres constantes de la institucionalidad del país. Cartas
magnas interpretadas voluntaristamente como pócimas mágicas para curar todos
los males y procurar todos los bienes del país.
Lo humanos
hemos sido creados como seres para el cambio. Este no es, sin embargo, total novedad
y dinamismo absoluto; se inscribe en la biografía de un animal racional, cuyo
dinamismo tiene memoria e historial. Y que, como en el buen vino, la edad cuenta
mucho. Fidelidad creativa constituye un binomio que sintetiza bien lo que ha de
implicar una sana praxis humana.
La
comparación con el árbol genealógico viene a ser aquí bastante útil: es una
planta que no se puede podar, porque es un factum inmutable. Si mutilamos
nuestro árbol genealógico desaparecemos del mapa. Me decía humorísticamente un
amigo descendiente de europeos establecidos en el Caribe, que lo más probable
era contar entre sus ascendientes algunos piratas, filibusteros o
contrabandistas. La verdad es que somos herederos de héroes y villanos. El
asumir el propio pasado individual y colectivo es signo de inteligencia y
madurez. Un buen ejemplo de lo que significa realismo inteligente y honesto es
lo que encontramos en los evangelistas Mateo (1, 17) y Lucas (3, 23-38), cuando
narran la genealogía de Jesús. No depuran el árbol genealógico del Señor. Entre
los ascendientes del Hijo de Dios hecho hombre figuran santos y no santos A la
adúltera Betsabé y al cruel rey Roboam no se los desgaja de su planta. La
encarnación sucedió en una historia concreta, de luces y sombras, de pecado y
de gracia.
Consecuencia
del referido complejo es la fragilidad institucional de Venezuela. No han fraguado
instituciones por la manía de considerarnos creadores ex nihilo (a
partir de la nada) y no existentes con pretérito. Edipo insepulto, Edipo
autodestructivo.