Aniversario XXV Concilio Plenario

Ovidio Pérez Morales

1. ANIVERSARIO ESTIMULANTE

 El presente artículo inaugura al inicio del tiempo de Adviento una serie que cubrirá todo el año 2025, conmemorativo del XXV aniversario de inicio del Concilio Plenario de Venezuela (CPV), que abrió el siglo XXI y el III milenio cristiano, tiempo particularmente desafiante.

    El Episcopado venezolano precisó como sentido y finalidad del CPV: “a cinco siglos del inicio de la evangelización de nuestro país, trazar un conjunto de orientaciones y normas que ayuden a concretar la nueva evangelización, que nuestra Iglesia está emprendiendo y desea desarrollar” (Carta pastoral colectiva, Guiados por el Espíritu Santo, 10 enero 1998). La presente página XXV ANIVERSARIO se propone destacar aspectos de particular significación de dicho Concilio, el único plenario en la Iglesia universal en lo que va de siglo y milenio y uno del trío post Vaticano II. El CPV fue un efectivo y eficaz emprendimiento sinodal en un tiempo en que esta categoría, bajo el impulso del Papa Francisco, habría de adquirir peculiar relieve

    A propósito de sinodal es bueno recordar que en el CPV con sus dos centenas y medio de participantes estuvieron representados los tres sectores eclesiales (ministerio ordenados, laicado y vida religiosa) y en sus más variadas condiciones -obispos, presbíteros diocesanos y religioso(a)s, diáconos permanentes, personas consagradas, miembros de múltiples instituciones y tareas, laicos y laicas de los más distintos niveles sociales y culturales, así como de muy variados movimientos evangelizadores y encargos eclesiales. Pueblo de Dios multicolor y polifónico. En este sentido fue un buen adelanto de lo que ahora se trata de promover a nivel de Iglesia universal.

    Propósito de esta página será animar el debido aprovechamiento y aggiornamento del CPV (2000-2006), de patente actualidad y necesidad, cuya importancia fue en algún modo neutralizada en sus inicios por la inmediata celebración de la Conferencia de Aparecida (mayo 2007). Los 16 documentos del CPV responden a importantes desafíos en las seis dimensiones de la evangelización y la metodología del ver-juzgar-actuar facilita la ulterior y enriquecida aplicación. La línea teológica pastoral (feliz y oportunamente se asumió la descubierta por la Conferencia de Puebla) asegura e ilumina la unidad y coherencia teológico-pastoral de la profundización y puesta en práctica actualizada del CPV.

    Intención fundamental de estas líneas es estimular -por no decir urgir- el necesario aprovechamiento del CPV a sus 25 años de feliz realización.

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     2. LÍNEA TEOLÓGICO-PASTORAL

    El elemento conciliar estructural y metodológico, que pudiera conceptuarse como primero y central del Concilio Plenario de Venezuela (CPV) es su línea teológico-pastoral. A ésta, descubierta por la Conferencia de Puebla como comunión, la asumió el Episcopado venezolano para el CPV; y no solo esto, sino que la definió técnicamente y le cambió la categoría acompañante (solidaridad por participación) como veremos a continuación.

    La Presidencia del CELAM en la Presentación del documento de Puebla expresó:

Puebla es, además, un espíritu, el de la comunión y participación que, a manera de línea conductora, apareció en los documentos preparatorios y animó las jornadas de la Conferencia. Decíamos en ellos: “La línea teológico-pastoral está conformada en el Documento de Trabajo por dos polos complementarios: la comunión y la participación (co-participación).

    En su segunda carta pastoral colectiva para el CPV, nuestro Episcopado precisó:

18.  Una de las cuestiones fundamentales planteadas a propósito del Concilio Plenario ha sido la de su línea teológico-pastoral. Por ésta se entiende la noción o categoría, interpretativa y valorativa, que constituye el principio o eje unificador de lo que teológicamente se afirma y pastoralmente se propone (Carta Pastoral Colectiva Con Cristo, hacia la comunión y la solidaridad, 10. enero 2000).

    El concretar una tal línea ha sido un valioso tesoro descubierto por Puebla, asumido y precisado ulteriormente por nuestro Episcopado. Lo doctrinal y lo práctico cristiano no constituyen un inventario o sumatoria de elementos teóricos y operativos, como suele ordinariamente presentarse en los catecismos y otros compendios, sino un conjunto orgánico que tiene una categoría nuclear, un eje estructurante, que manifiesta la unidad armónica del conjunto. Tal es la noción bíblica de comunión. A ésta Puebla le añadió participación como noción acompañante, explicitante de aspectos teórico-prácticos, variable según circunstancias y, por tanto, no única ni excluyente (participación en Puebla, solidaridad en el CPV y, actualmente puede ser sinodalidad).

En mi libro Comunión y sinodalidad (Caracas 2021), que se puede bajar de perezdoc1810.blogspot.com, explico ampliamente la naturaleza e importancia de la línea teológico-pastoral, que resulta clave para una intelección y práctica orgánicas del mensaje cristiano, ya que manifiesta claramente la unidad vertebrada del conjunto.

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                                               3. LÍNEA TEOLÓGICO-PASTORAL (LTP) Y TRINIDAD

 El Episcopado Venezolano asumió afortunadamente la LTP de Puebla, comunión, asignándole solidaridad como categoría acompañante (no ya participación como en Puebla u otras posibles como podría ser ahora sinodalidad).

    Antes de toda otra consideración conviene preguntarse ¿Por qué comunión fue asumida como LTP por Puebla? La respuesta la encontramos en los números 211-219 (Segunda Parte, Capítulo I, 1.12 Comunión y participación) de su documento final. Allí la comunión trinitaria se presenta como el ser, la vida divina misma, así como la fuente y el término de la dinámica comunional histórica, creativo-salvífica. Dios-Trinidad aparece allí como el principio y fin supremos. Puebla es sumamente clara al respecto:

Cristo nos revela que la vida divina es comunión trinitaria. Padre, Hijo y Espíritu viven, en perfecta inter comunión de amor, el misterio supremo de la unidad. De allí procede todo amor y toda comunión: para grandeza y dignidad de la existencia humana (212). Por Cristo, con Él y en Él, entramos a participar en la comunión de Dios (…) A ella se orienta toda la historia de la salvación y en ella se consuma el designio del Padre que nos creó” (214).

Y en su documento sobre la comunión, nuestro Concilio Plenario explica la íntima relación Iglesia-Trinidad:

La Iglesia es comunión y hunde sus raíces en el misterio de la comunión trinitaria: Dios Padre, su Hijo Jesucristo y el Espíritu Santo. Nuestro Dios no es triste soledad, sino bienaventurada comunión: "el supremo modelo y principio de este misterio (la unidad de la Iglesia) es la unidad de un solo Dios Padre, Hijo y Espíritu Santo en la Trinidad de personas" (UR 2). Aquí encontramos la verdadera raíz y explicación de la autocomprensión de la Iglesia como comunión. (CVI 33).

 

Dios, principio y fin, sentido y razón de todo creado, imprime su sello comunional a toda su obra, la cual exhibe una dinámica comunional:  cósmica (Cf. LS 220 de Francisco y GS 2)), sacramental eclesial (LG 1) moral según el mandamiento máximo, consumación perfectiva de la historia en la congregación escatológica (lo afirma LG 2). El CPV en su documento 2, desarrolla ampliamente esta lógica comunional, formulada por Juan Pablo II en Ecclesia in America, en la cual se apoyó expresamente el Episcopado al definir la LTP del CPV. Lamentablemente esta línea no ha sido asumida en los catecismos como tampoco en la teología y pastoral subsiguientes, con las consecuencias ineludibles de falta de unidad y cohesión en lo doctrinal y práctico cristiano.


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  4.MISIÓN DE LA IGLESIA: EVANGELIZAR

    El primer documento del CPV, Proclamación profética del Evangelio de Jesucristo en Venezuela, afirma: “Evangelizar es la misión de la Iglesia” y en seguida cita lo que Pablo VI dijo en su Exhortación Evangelii Nuntiandi sobre la evangelización: “Constituye, en efecto, la dicha y vocación propia de la Iglesia, su identidad más profunda. Ella existe para evangelizar” (EN 14). El Evangelio de Mateo concluye con el mandato universal misionero evangelizador de Jesús a sus discípulos (Mt 28, 16-20).

    La evangelización es, pues, el objetivo fundamental de la misión de la Iglesia. Ahora bien, si se pregunta ¿qué es evangelizar?, la respuesta ha de dar sus objetivos específicos. El Episcopado brasileño inmediatamente después del Vaticano II (1966) y posteriormente el venezolano con motivo de la Misión Permanente (1986) los asumieron en número de seis, bajo la terminología de líneas o dimensiones pastorales y que son básicamente las siguientes: 1) Proclamación profética; 2 Catequesis: 3) Liturgia; 4) Comunión visible; 5) Nueva sociedad (acción evangélica transformadora); 6) Diálogo para la comunión. A continuación, al explicar las dimensiones, entre paréntesis van los números de los correspondientes documentos del CPV.

    He aquí las dimensiones con los documentos correspondientes del CPV:  la primera (1-PPEV) es peculiarmente misionera, de primer anuncio, kerygmática; la segunda (4-CAT) es la formación en la fe y tiene su expresión básica en la catequesis; la tercera (10-CMF)es la celebración de la fe, la cual no se reduce a aceptación de una doctrina, sino que es misterio de salvación; la cuarta (2-CVI, 5-VCV, 6-IF, 7-LCV, 8-JBNJ, 9-OPD,  11-ICM) corresponde a la  organización de la comunidad de creyentes, con sus funciones y servicios; la quinta (3-CIGNS, 12-IE, 13-ECV, 14-PMC) constituye la expresión social y cultural del mandamiento del amor; la sexta (15-EDI, 16-ISMR) es el relacionamiento ecuménico, interreligioso y humano hacia la comunión.

    Estas dimensiones han de darse, en una u otra forma, en todo nivel (comunidad) eclesial, desde el universal hasta el más pequeño de la Iglesia doméstica. Y a cada nivel corresponde un servicio o eje de comunión (desde el Papa en el global, hasta papá-mamá en el familiar). Cada dimensión se interrelaciona con todas y cada una de las demás (ejemplo: lo litúrgico y lo social). Dimensiones y niveles con sus ejes de comunión suelen representarse en forma de una pirámide hexagonal invertida, que constituye un gráfico utilísimo en pastoral.


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5. TODO CRISTIANO: MISIONERO, EVANGELIZADOR

    Dado que la misión o quehacer de la Iglesia en el mundo es evangelizar, los términos misionero y evangelizador pueden considerarse como sinónimos. Advirtamos que misión suele usarse como término polivante, y así, además su sinonimia con tarea, puede designar la primera dimensión evangelizadora o anuncio kerymático, al igual que el ámbito “ad gentes” (la formación de Iglesia en donde se está prácticamente en los inicios, es decir, la evangelización de quienes no han recibido aún el primer anuncio de la fe). El primer documento del CPV explica esta pluralidad de sentidos de misión (PPEV 97-101).

    En ese mismo documento que versa sobre la primera dimensión u objetivo específico de la evangelización enfatiza: “La Iglesia es misionera o no es Iglesia. Todo bautizado debe ser misionero” (PPEV 97). Esta tarea o compromiso abarca la evangelización en todas sus dimensiones si bien se va precisando en su concreción según sectores eclesiales, condición de las personas, circunstancias; el  documento recoge, como se dijo más arriba, la especificidad de la misión ad gentes; se refiere también a lo expuesto por Juan Pablo II  sobre nueva evangelización o reevangelización en relación a los que “han perdido el sentido vivo de la fe o incluso no se reconocen ya como miembros de la Iglesia, llevando una existencia alejada de Cristo y de su Evangelio” (Cf. RMi 33).

    El Desafío 1 que plantea el CPV en el Actuar del referido documento dice así: “A la Iglesia en Venezuela se le exige una proclamación decidida y profética de la Buena Noticia de la Salvación que genere conversión y vida coherente con el Evangelio, que renueve la vocación misionera de todo bautizado y aliente su compromiso para transformar la realidad”.

    Esta exigencia implica la superación de una concepción de la Iglesia como una institución como sectorizada entre activos-agentes y pasivos-seguidores. Pensemos en la acostumbrada interpretación marginal del laico y la reinterpretación que subraya el CPV al afirmar su protagonismo en el presente milenio (ver LCV 3).

    Es interesante, por no decir curioso, comprobar como la primerísima difusión de la buena nueva la hicieron los cristianos que se dispersaron “por todas partes” a raíz de la persecución desatada a la muerte de Esteban (Cf. Hch 8, 1-4).

    Por la fe y el bautismo, fortalecido por la confirmación, cada cristiano está enviado a misionar, participando de forma variada en el pluridimensional quehacer evangelizador. Ello no excluye la estructuración de servicios, grupos, instituciones dedicadas más por entero a un compromiso eclesial, a la misión ad gentes y a otras tareas específicas. Tomando en serio las cosas debe decirse que el cristiano es misionero o no es genuinamente cristiano.

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6. CONVERSIÓN ECLESIOLÓGICA

 

    Un punto fundamental del Concilio Plenario (CPV), que se explicita en el documento conciliar 2, sobre La comunión en la vida de la Iglesia (CVI), es la necesidad de una conversión eclesiológica, que ha de envolver a todas las instancias eclesiales, “a todo el tejido eclesial” (CVI 5). Afirmación que concierne a la Iglesia en este país, pero que, por su naturaleza, tiene una validez universal.

    ¿En qué consiste esta conversión? CVI la precisa allí como: “la superación de un modo de comprenderse y actuar, con una trayectoria de cinco siglos”. Esto retrotrae (terminus a quo) a una concepción de Iglesia del siglo XVI, tiempo de la separación protestante y del Concilio de Trento, en que se sistematizó una eclesiología estructurada en la interpretación de la Iglesia como una sociedad perfecta; esta concepción subrayaba los aspectos institucionales y dentro de éstos su ordenamiento jerárquico, en cierto paralelismo con la constitución de la sociedad civil. Los acentos se ponían en: polarización cristológica, autoridad del ministerio jerárquico, tejido sacramental y visibilidad de las cuatro notas de la Iglesia.

    ¿Y, según el CPV, cuál ha de ser el “hacia donde” (terminus ad quem) de la conversión? La autocomprensión de la Iglesia como comunión, según lo subraya el Vaticano, II así como el magisterio y la teología subsiguientes. Precisamente la Lumen Gentium comienza definiendo a la Iglesia, en Cristo, como sacramento de comunión humano-divina e inter humana (LG 1).

    El CPV para fundamentar esa conversión expone previamente (CVI 2-5) algunos elementos básicos de la eclesiología renovada: (1) Fundamentación de la unidad y comunión de la Iglesia en el misterio trinitario. (2). Fundación y constitución de la Iglesia por Cristo como signo e instrumento -sacramento- de unidad, de comunión. (3). Esta “autocomprensión de la Iglesia” se desarrolla como “eclesiología de comunión”. (5) La conversión debe implicar a todas las instancias eclesiales, “a todo el tejido eclesial”.

    Esta eclesiología renovada, “de comunión” subraya la interpretación trinitaria de la Iglesia, su apertura universal como signo e instrumento de comunión, su condición de Pueblo de Dios participativo y corresponsable, su índole histórica y direccionalidad hacia la plenitud escatológica del Reino. Esta eclesiología funda, entre otros elementos-clave un nuevo relacionamiento Iglesia-mundo, así como el protagonismo de los laicos. 

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7. IGLESIA Y NUEVA SOCIEDAD

    La misión de la Iglesia es evangelizar. La introducción al primer documento del CPV lo subraya (PPEV 2). Ahora bien la evangelización tiene seis objetivos específicos o dimensiones, de las cuales la quinta desarrolla las implicaciones sociales del mandamiento máximo del amor y se la puede denominar nueva sociedad.  

    La contribución de la Iglesia a la gestación de una nueva sociedad (CIGNS) es el 3er documento del CPV y constituye una especie de manual de Doctrina Social de la Iglesia (DSI) que, por su metodología de Ver-Juzgar-Actuar, tiene una particular aplicación a Venezuela. Por cierto que ha de ser manejado en estrecha unión con otro, el 13º., Evangelización de la cultura en Venezuela, por la interpretación conciliar amplia del término cultura, que envuelve los tres distintos ámbitos del conjunto societario.

    Pues bien, una afirmación de importancia clave en esta materia es la siguiente:

Una de las grandes tareas de la Iglesia en nuestro país consiste en la construcción de una sociedad más justa, más digna, más humana, más cristiana y más solidaria. Esta tarea exige la efectividad del amor. Los cristianos no pueden decir que aman, si ese amor no pasa por lo cotidiano de la vida y atraviesa toda la compleja organización social, política, económica y cultural (CIGNS 90).

    Cristo constituyó a su Iglesia como signo e instrumento (sacramento) de unidad, de comunión, de los seres humanos con Dios y entre sí (a este tema el CPV dedica su segundo documento); por ello recibió como mandamiento máximo el amor.  El Pueblo de Dios alcanzará la perfección de esta comunión en la plenitud del Reino celestial, pero está llamado a realizarla en su peregrinación por este mundo.

    Ese amor, como lo patentiza Jesús al narrar el Juicio Final, privilegia a los más necesitados, en los cuales Jesús se hace especialmente presente (ver Mateo 28, 31-46, texto bien interpelante). Pero el mandamiento máximo en lo que respecta al prójimo no se agota en la relación persona-persona, sino que comprende también la relación persona-sociedad, comenzando por la familia. Así, por ejemplo, el dar de comer al hambriento se ha de traducir en iniciativas comunitarias y en adecuadas políticas alimentarias. Lo caritativo se extiende de lo asistencial a lo promocional y estructural.

    La fe y la religión (“religatio”) genuinas, antes que alienantes del compromiso terreno, más bien lo estimulan y fortalecen.  Por ello el cristiano ha de asumir la realidad económica, política y ético-cultural como ámbitos de prueba de su autenticidad evangélica. El mundo le es dado como campo de trabajo para construir la justicia y la paz, para hacer vigentes los derechos humanos, para consolidar todo lo que favorece el bien común.  Ha de preparar los nuevos cielos y la nueva tierra de la Jerusalén celestial (Ap 21-22) construyendo en este mundo nueva sociedad, construyendo en este mundo nueva sociedad, civilización del amor.


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   8.CATEQUESIS POR TODA LA VIDA

    La expresión giro copernicano se suele emplear para designar cambios radicales en una determinada relación. La pudiéramos aplicar en el reordenamiento que hace el documento del CPV sobre la catequesis al priorizar la formación en la fe de los adultos sobre la de niños y adolescentes. Veamos el texto conciliar:

La propuesta de una ampliación del concepto de catequesis (Cf. CT 17), se traduce en hacer de ésta un proceso catecumenal (Cf. CT 18 d; SD 33; 41; 49). De ahí se sigue que todo sistema catequístico debe apuntar en dos direcciones: una primera, expresar con el término teológico-pastoral de catequesis no un acto puntual ni una actividad ocasional (con motivo de un sacramento), sino un proceso pedagógico o conjunto de etapas sucesivas de formación integral, cohesionadas internamente por una finalidad o intención: la madurez espiritual (Cf. Ef 4,13). Y, una segunda, asumir la catequesis de adultos como “forma principal de la catequesis” (DGC 59) y, desde esta opción, orientar la catequesis de niños y adolescentes (CAT 55).

El CPV ha tratado de responder a los desafíos planteados en estos tiempos a la formación en la fe, de los cuales explicita como primeros los siguientes: a) progresiva descristianización de la sociedad, divorcio entre fe y vida de muchos cristianos, ausencia de fuertes y sólidas convicciones entre los que se dicen ser creyentes; b) creciente ausencia de niños y adolescentes en la comunidad cristiana, falta de apoyo familiar para su inserción gradual en la vida eclesial.  Las respuestas correspondientes que formula el Concilio son: “1: Dar prioridad a la catequesis como proceso de iniciación y maduración en la fe de la comunidad cristiana, ante todo de los adultos” y “2: Renovar y transformar la catequesis presacramental de niños y adolescentes en un proceso de iniciación en la fe”. 

Como es de esperar al formular la catequesis como una dimensión del quehacer evangelizador, lo que se plantea en aquel campo está en interrelación con los otros campos de la vida eclesial, como, por ejemplo, en lo concerniente a la función formadora de la familia y al compromiso de los laicos en la Iglesia y en el mundo en un tiempo de desafiantes novedades culturales en un ámbito de creciente secularización. Hablar de catequesis es referirse a una formación de campos y horizontes ampliables (pensemos en la inclusión de la enseñanza social planteada por Catechesi Tradendae 29) y de fronteras flexibles con la teología y la pastoral sistemáticas.

Sintéticamente pudiera hablarse de una coextensión de la vida del cristiano y su formación continua y progresiva en la fe. Por otra parte la interpretación del cristiano en términos también de misionero, evangelizador, hace que el empeño formativo de éste se conciba en también en perspectiva de ineludible compromiso creyente. 

 

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9. VIDA CONSAGRADA EN VENEZUELA 

 

El título de este artículo es igual al del documento respectivo (el quinto, VCV)) del CPV. En el Vaticano II esta temática es objeto de tratamiento específico en el capítulo VI (Los Religiosos) de la Constitución Lumen Gentium y en el Decreto Perfectae Caritatis. En las Conferencias Generales del Episcopado Latinoamericano, del planteamiento simple en Río de Janeiro de Religiosos y Religiosas (34-41) se llegó al matizado de consagrados y consagradas de Aparecida (DA 216-224). En esto el Código de Derecho Canónico de 1983 (Parte III) introdujo elementos que matizan la diversidad de los “consagrados” dentro del conjunto esquematizado en la tradicional tríada de clérigos, religiosos y laicos. Por lo demás, subraya la división bipartita en la Iglesia, por “derecho divino”, de los estados fundamentales clerical y laical.

De lo común a lo específico. Lo peculiar de la vida consagrada lo trata el CPV en el marco de la bella y exigente naturaleza y vocación eclesiales: “La Iglesia, Pueblo de Dios, está formada por los bautizados que por su consagración bautismal, constituyen un Pueblo de sacerdotes, profetas y reyes. Tienen como referencia de vida el seguimiento de Jesús y aceptan como misión anunciar el Evangelio siendo testigos de Cristo resucitado” (VCV 1).

En su introducción el documento conciliar define a los consagrados como “hombres y mujeres que un día sintieron la llamada de Dios y, dejándolo todo, lo siguieron (…); que durante un tiempo fuerte, se prepararon y formaron, y un día fueron aceptados definitivamente al servicio de un carisma, admitidos por la Iglesia como consagrados/as, para siempre” (VCV 3).

En el Ver del documento se hace un breve recorrido de la “historia por recordar” de la vida consagrada en el país, en la cual un capítulo particularmente significativo fue la extinción y el recomenzar en el cruce de siglos XIX y XX; particular interés revisten también los nuevos escenarios y desafíos en los actuales tiempos.

De especial importan es lo que el documento expresa justo en lo que puede estimarse su conclusión, a saber, la invitación a un genuino profetismo: “La vida consagrada, que nació como contraste de un mundo cuyos valores no son los del Evangelio, debe ser hoy profecía de la esperanza y espacio de diálogo, al mismo tiempo que instancia crítica que busca la reforma de las costumbres, de estilos y hasta de leyes en desacuerdo con el Evangelio. Ambas cosas deben hacerla con su característica de humildad, paz y constancia” (VCV 130).

El CPV pide a los consagrados buscar “la fidelidad creativa a lo más profundo de lo que significan en cuanto memorial de Dios y su Reino. Como parábola de otros destinos y valores deben concretar en cada caso este contraste y así ser memoria en cada situación histórica de Dios sumamente amado, de una Iglesia servidora siempre en camino, y de la posibilidad de una humanidad mejor” (VCV 131).


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    10. FAMILIA: SOCIEDAD Y ESCUELA PRIMERAS

    Al abrir la Biblia, nos encontramos en el Génesis con esta revelación: “Creó Dios, pues, al ser humano a imagen suya, a imagen de Dios le creó, macho y hembra los creó” (1, 27).

    Dios creó como cumbre del variado conjunto del universo, a quien aparece en seguida dialogando con él. Dios, al que la revelación identificará ulteriormente como relación interpersonal (Comunión, Trinidad), constituyó al hombre como ser social, de lo cual, expresión manifiesta es su variedad sexual –“macho y hembra los creó”-.

    La familia aparece entonces en la obra creadora, como la primera y fundamental expresión de la socialidad (politicidad, de polis, ciudad) del hombre. De allí que viene a ser la primera escuela e instancia primordial de introducción en la cultura de un pueblo. Es la razón por qué actualmente es objeto de un ataque frontal por parte de movimientos ideológicos desestructurantes (tipo, queer, de género, woke) del ser humano. 

    EL CPV dedicó a la familia un documento especial (No. 6 Iglesia y familia, presente y futuro), el cual, por la metodología empleada del ver-juzgar-actuar, constituye un manual bien venezolano sobre la materia. Como lo explicita en su Introducción, busca “conducirla al modelo ideal de Familia Iglesia Doméstica”, pero en “diálogo, desde la fe, con las realidades de la familia venezolana” (IF 4). Es decir, se toma como punto de partida la familia real, criolla ¡Cuál es? “En Venezuela tenemos un modelo que predomina sobre todos los demás: la familia matricentrada” (IF7). Entre las características de este modelo familiar, el documento señala los siguientes: estructurada internamente por madre e hijos, que marca la formación del tipo de mujer y de varón; la incidencia de éste en la familia no es determinante (IF 8-10). Lamentable resultado: inexistencia o ausencia de la figura paterna.

    El servicio evangelizador a las familias se concibe como “un proceso que, partiendo del designio original se Dios sobe la familia creacional, llegue a la meta del ideal cristiano de la Iglesia doméstica” (IF 36). La familia tiene como referencia teológica primera a Dio Unitrino y su plan eclesial, comunional, de salvación. La familia se inscribe como la instancia o nivel de salvación más inmediato y básico, con todas las tareas que le corresponden en las diversas dimensiones de la evangelización.

    Es bien significativo lo que en el actuar del documento se propone como Desafío 1: “Promover la figura integral del padre”.  Y la insistencia pastoral es grande respecto de la ampliación y refuerzo de la pastoral familiar en todos los niveles de Iglesia (Desafío 4).  

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11. IGLESIA MAYORITARIAMENTE DE LAICOS

    El documento conciliar (No. 7) sobre los laicos comienza con una afirmación simple, pero de enormes consecuencias, al hablar de ellos como “inmensa mayoría del Pueblo de Dios”)” y quienes “han adquirido una especial importancia en la Iglesia y en la sociedad” (LCV 19). A continuación encontramos la definición de laicos:

 “Los fieles que, en cuanto a su incorporación a Cristo por el Bautismo, integrados al Pueblo de Dios y hechos partícipes a su modo de la función sacerdotal, profética y real de Cristo, ejercen en la Iglesia y en el mundo la misión de todo el pueblo cristiano, en la parte que a ellos corresponde. El carácter secular es propio y peculiar de los laicos” (LG 31).

 

     Poco después dice algo clave: “Los signos de los tiempos muestran que el presente milenio será el del protagonismo de los laicos” (LCV 3). Con respecto a este destacado papel del laico hay que decir que es un signo patente de la renovación eclesial iniciada en la Iglesia a mediados del siglo pasado y asumida, madurada y relanzada por el Vaticano II. Después de la separación protestante en el siglo XVI se había consolidado e institucionalizado el papel receptivo y pasivo del laico respecto del ministerio jerárquico. Frases como “los laicos son también Iglesia” y otras semejantes simbolizaron el emerger del referido protagonismo. Por entonces en los libros de teología de la Iglesia (Eclesiología) los laicos generalmente ni se mencionaban (parecían como una especie de gigante dormido), si bien constituían de facto la extragrande mayoría en la Iglesia. Por supuesto que esto no significa negar la presencia y vida permanentes del laicado, así como el notable influjo de connotados laicos en los distintos tiempos de la Iglesia. Pero el acentuado jerarco centrismo era patente desde siglos.

    Los desafíos y las orientaciones del CPV son bien expresivos respecto del protagonismo que los laicos están llamados a ejercer en el presente y hacia el futuro de la Iglesia. Lo que se está subrayando ahora con la sinodalidad -ejemplificada ya, por cierto, en el Concilio Plenario de Venezuela-, la cual es indicativo manifiesto de la dinámica eclesial en marcha.

    El protagonismo del laico está llamado a ejercerse en la Iglesia ad intra y, con peculiar acento, ad extra, en la evangelización de la cultura, en la gestación de una nueva sociedad. Es ejercicio concreto en el mundo del profetismo, sacerdocio y realeza servicial del laicado.


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12. CIUDADANO DE DOS MUNDOS

    El Concilio Plenario en su documento 3 sobre Iglesia y compromiso por una nueva sociedad expresa: “Ante la dramática situación económica, social, política y ético cultural del país, la Iglesia en Venezuela se siente interpelada por las palabras del Señor: En verdad les digo que cuanto hicieron a uno de estos hermanos míos más pequeños, a mí me lo hicieron (Mt 25, 40).

    En la narración que Jesús mismo hace aquí del Juicio Final aparece claramente la relación del actuar del ser humano en este mundo con la suerte definitiva. El criterio de ese actuar ha de ser el mandamiento máximo del amor.

    En su Carta a los Filipenses, escrita desde la cárcel, san Pablo escribió: “somos ciudadanos del cielo, de donde esperamos como Salvador al Señor Jesucristo, el cual transfigurará este miserable cuerpo nuestro en un cuerpo glorioso como el suyo” (Flp 3, 20). Esa ciudadanía celestial se construye desde la ciudadanía de este mundo, ejercida con autenticidad en la línea del amor. El cristiano es, por consiguiente, miembro de dos polis (ciudades, sociedades) estrechamente interrelacionadas.

    El título del referido documento del CPV, especie de manual de Doctrina Social de la Iglesia aplicada a Venezuela, es: Contribución de la Iglesia a la gestación de una nueva sociedad. Contrariamente a la interpretación marxista de la fe y la religión, que concibe a éstas como alienantes, soporíferas, las cuales con fantasías celestiales alejan del compromiso terreno, la evangelización exige tomar muy en serio la convivencia humana en este mundo, haciendo del amor una herramienta transformadora en pro de la libertad, la justicia, la paz, con particular atención a los más necesitados y vulnerables. El tiempo y la tierra son duración y ámbito de prueba, de fidelidad al Señor en la persona del prójimo (proximus). La ciudadanía del cielo se prepara con la de este mundo.


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                          13. JESUCRISTO: BUENA NOTICIA PARA LOS JÓVENES

El título de este artículo es el mismo del documento 8 del Concilio Plenario de Venezuela, que ha prestado particular atención al tema de la juventud en la línea de la Iglesia latinoamericana, evidenciada en los documentos finales de las Conferencias Generales del Episcopado de Medellín a Aparecida. Puebla lo resume bien con la “opción preferencial por los jóvenes” (Cf. JBNJ 2). A nivel universal son bien emblemáticas las Jornadas Mundiales de la Juventud lanzadas por el Papa Juan II.
En la parte del Actuar el documento conciliar formula 6 desafíos con las correspondientes orientaciones y normas. A continuación una síntesis de esta parte operativa:
1.” Ante el sistema de valores, reducido y empobrecedor, que se ofrece a los jóvenes, y en el que están inmersos muchos de ellos, es imprescindible llegarle a esa juventud con valentía, ofrecerle el mensaje de salvación (…) y enfrentar aquellas instituciones y medios de la sociedad que generan, reproducen y afianzan la visión reducida de desarrollo juvenil”.
2.” Ante la gran masa juvenil que no tiene algún contacto directo con la institución de la Iglesia, y a la que no llega explícitamente el anuncio de Evangelio, la Iglesia debe generar elementos de cercanía”.
3.” Ante los jóvenes que tienen o buscan una vivencia cristiana profunda (…) la Iglesia debe asumir las inquietudes que presentan, facilitar canales de participación y ofrecerle oportunidades de crecimiento en una espiritualidad auténtica”.
4.” Ante aquellos jóvenes que se encuentran en ambientes específicos (…) o que están en situaciones críticas (…) la Iglesia debe (…) asumir sus aspiraciones e inquietudes, convertir los programas y estructuras que pone a su disposición en auténtica oportunidad e instrumento de evangelización y crear equipos especializados”.
5.” Ante el poco personal dedicado al trabajo pastoral entre los jóvenes y ante la escasez de planes de formación y capacitación de animadores (…) la Iglesia siente la necesidad de poner a disposición de la evangelización de los jóvenes a numerosas personas convenientemente preparadas (…) y a promover los recursos necesarios”.
6.” Ante la frecuente falta de articulación entre las organizaciones de pastoral juvenil (…) la Iglesia está llamada a desarrollar una pastoral orgánica”.
Las Normas Conciliares concluyen con la que fija el domingo posterior al 12 de febrero para la celebración de la Jornada de la Juventud en Venezuela, día en que se hará una colecta nacional pro Pastoral Juvenil.
 
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 14. TODO CRISTIANO ES SACERDOTE

El documento del Concilio Plenario sobre el ministerio ordenado comienza con una enseñanza realmente clave y de las más significativas del Vaticano II: la del sacerdocio común de todos los fieles; y lo hace explicitando también la relación con el sacerdocio ministerial o pastoral.


La Iglesia es el nuevo Pueblo de Dios, cuya novedad se define por su íntima relación con Cristo y su proyecto: el Reino; Él “la estableció y mantiene continuamente” como “Iglesia santa, comunidad de fe, de esperanza y de caridad” (LG 8), sacramento de comunión salvífica universal (Cf. Ibid 9). Cristo la ha hecho partícipe de su dignidad y misión profética, sacerdotal y regia; y para que el Pueblo de Dios realice su ser sacramental y su misión evangelizadora, le ha dado un ministerio pastoral dotado de una profecía, un sacerdocio y una realeza calificados, que son presencia y actuación de Cristo-Cabeza de la Iglesia (OPD 1).


El sacerdocio común fue uno de los temas más controvertidos en tiempos de la separación protestante y permaneció en la Iglesia católica como una verdad bajo tierra, sin mayores explicaciones ni consecuencias prácticas, de tal modo que el término sacerdote quedó como vocablo ordinario para identificar al presbítero. Dicho tema resucitó discretamente por así decirlo en los tiempos de renovación teológico-pastoral a mediados del siglo pasado. El Vaticano II habla de él en varios documentos, pero ha quedado como una afirmación doctrinal sin una adecuada correspondencia pastoral y sin perceptible reflejo en la espiritualidad cristiana ordinaria. El término sacerdote con su uso polarizado en lo jerárquico ministerial ha sido decisivo en tal sentido. El Año Sacerdotal celebrado hace algún tiempo reforzó por cierto la interpretación tradicional.

El CPV en su número inicial establece la secuencia sacerdocio de Cristo-sacerdocio común-sacerdocio ministerial, que modifica la escala acostumbrada; ésta relega el común al tercer lugar con una interpretación que se queda en lo formal, sin significativos desarrollos. Es la razón por qué si se pregunta a un católico laico ordinario si es sacerdote, responderá espontáneamente, no.

La secuencia que asume el CPV tiene su fundamento sólido en la Carta a los Hebreos, centrada en el sacerdocio de Cristo, del cual se subrayan las notas capitales de único, perfecto y eterno. Y, se lo debe subrayar, existencial, en cuanto sacerdote y sacrificio se identifican. Ahora  bien, Cristo comunica esa dignidad-función al Pueblo que constituye, y al cual le da un sacerdocio pastoral (ministerial) para que (¡!) la ekklesía realice su sacramentalidad y misión, su quehacer sacerdotal en este mundo. Y nótese: el sacerdocio ministerial es para el peregrinar, el común será para siempre. Se entiende entonces por qué el Nuevo Testamento usa la terminología sacerdotal  para el pueblo de Dios, pero respecto de ministros, sólo para los paganos  y judíos, no para los cristianos. Pudiéramos decir que el CPV realiza en esta materia un giro copernicano.

Las consecuencias de este giro son de enorme fecundidad para la pastoral eclesial. También para la dinámica comprensión de la Eucaristía, llamada a recoger, perfeccionar y exigir la ofrenda existencial de los miembros del Pueblo de Dios, uniéndola a la de Cristo.


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                                                    15. MINISTERIOS CONFERIDOS A LAICOS

    Los términos ministro y ministerio en el campo pastoral se utilizan en varios sentidos y en modo flexible. Al fin y al cabo servidor y servicio les son sinónimos. El CPV en el documento 10 sobre la liturgia, al hablar de la formación en este ámbito determina lo siguiente:

Educar sobre la naturaleza de su ministerio a todos los ministros laicos, de manera especial los instituidos en el lectorado y acolitado, los demás ministros extraordinarios de la comunión, y los que desempeñan los servicios de lectores, salmistas, monitores, cantores o monaguillos. Propiciar la redacción de manuales o subsidios para cada ministerio (CMF 138).

    Ahora bien, en un sentido restringido el término ministro designa a una persona que recibe en la comunidad eclesial un encargo específico mediante un rito especial. Entendido así, el ministerio se divide en:

a)       Ministerio de Orden, que se confiere por el Sacramento del Orden; resulta así el ministerio ordenado que comprende la tríada obispo, presbítero y diácono. Constituye la estructura jerárquica fundamental de la Iglesia.

b)      Ministerio Instituido, que se confiere por el rito de Institución y en el cual nos detendremos a continuación.

    Después del Vaticano II Pablo VI en un documento Ministeria Quaedam (1972) reestructuró lo que se tenía tradicionalmente en materia ministerial y estableció, junto al Ministerio de Orden (episcopado, presbiterado y diaconado) los Ministerios conferidos a laicos que habría de darse, no ya por ordenación, sino por un rito llamado institución. Con respecto a estos últimos estableció el lectorado y el acolitado, dejando la puerta abierta a la constitución de otros ministerios, ya por disposición de la Santa Sede, ya también por disposición de los Episcopados o de obispos particulares. Es así como han venido surgiendo en cadena y en apertura progresiva, conferibles también a mujeres: ministerio extraordinario de la sagrada comunión, catequista y otros, establecidos a diversos niveles esclesiales.

 

    En todo esto hay que tener presente que servidor (ministro) en la Iglesia y en el mundo ha de ser todo cristiano, teniendo presente que amar es servir. La institución de ministerios en la comunidad eclesial, teniendo presente lo anterior, será discreta, evitando dos excesos como serían, ya una multiplicación exagerada de ministerios y ministros, ya la restricción de estos a casos a tareas y casos muy especiales. En Venezuela la Conferencia Episcopal ha aprobado unos Estatutos al respecto.

 

    Un ministerio de particular importancia es el que posibilita la multiplicación de pequeñas comunidades eclesiales al interior de las parroquias, sirviéndolas como animador o coordinador, presidiendo celebraciones de la palabra y coordinando diversas tareas. Promover la Iglesia como comunión evangelizadora exige y estimula la multiplicación y variedad de ministerios conferidos a laicos (este término es preferible al de “ministerios laicales”, que es bastante general e impreciso). 



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16. IGLESIA Y SALVACIÓN UNIVERSAL

    El documento central, eje, del Concilio Vaticano II, es la Constitución Dogmática sobre la Iglesia, Lumen Gentium LG). Unida estrechamente a ésta se sitúa la Gaudium et Spes, que trata de la Iglesia en el mundo actual. En nuestro Concilio Plenario de Venezuela el documento 2, La comunión en la vida de la Iglesia en Venezuela (CVI), desarrolla la eclesiología de comunión y la sacramentalidad unificante del Pueblo de Dios. La Iglesia, anclada en la Trinidad “se presenta como referencia de lo que Dios quiere para toda la humanidad” (CVI 37).  

    La Lumen Gentium comienza justamente con la definición de la Iglesia como sacramento (misterio, en griego): “La Iglesia es en Cristo como un sacramento, o sea signo e instrumento de la unión íntima con Dios y de la unidad de todo el género humano” (LG 1). “Sacramento universal de salvación” dirá más adelante (LG 48). El plan global de Dios es, pues, comunional, unificante, y de él la Iglesia tiene como misión significarlo y servirle de elemento operativo. No le es monopolio, sino servicio.

    La teología de la Iglesia, que desarrolla la Lumen Gentium y asume sistemáticamente el Concilio Plenario (ver CVI 32-44), es trinitaria de modo claro y orgánico. Bien diferente de la eclesiología del tiempo precedente (postridentino), en que se daba una concentración reductiva cristológica. El Vaticano II expone sucesivamente (LG 2-4) la acción de las tres Personas Divinas en la vida del Pueblo de Dios. El plan unificante de Dios cubre toda la historia y tendrá su consumación gloriosa al final de los tiempos en “una Iglesia universal en la casa del Padre” (LG 2). Será la plenitud del Reino de Dios.

    “Todos los hombres están llamados a formar parte del nuevo Pueblo de Dios. Por lo cual, sin dejar de ser uno y único, debe extenderse a todo el mundo y en todos los tiempos, para así cumplir el designio de la voluntad de Dios, quien en un principio creó una sola naturaleza humana, y a sus hijos, que estaban dispersos, determinó luego congregarlos” (LG 13). A esta unidad son llamados todos los hombres (sea los fieles católicos, los demás cristianos, los otros creyentes y todos los hombres en general (Cf LG 13). La Lumen Gentium en la secuencia 14-16 explica la incorporación y relación que, en distinto grado, guardan con la Iglesia, desde la plena pertenencia hasta quienes “sin culpa no han llegado todavía a un conocimiento expreso de Dios y se esfuerzan en llevar una vida recta, no sin la gracia de Dios” (LG 16).

    El Concilio Plenario (CVI 45-51) desarrolla ampliamente la noción de Iglesia como Pueblo de Dios, “sujeto histórico en el conjunto de los pueblos”, peregrino, humilde y servicial, llamado a realizar la misión universal encomendada por Cristo. De allí, dice citando LG 13: todos los hombres están invitados al Pueblo de Dios.  Por eso este Pueblo, uno y único, ha de extenderse por todo el mundo”.

     Podemos hablar así de una eclesialidad de la salvación la cual destaca, de un lado, el obligante carácter misionero de la Iglesia y la necesidad de ésta, y, del otro, la amplitud del plan creador-salvador de Dios y la voluntad salvífica universal (Cf. 1 Tm 2, 4). El Vaticano II en múltiples documentos desarrolla orgánicamente esta perspectiva integradora, comunional, trinitaria, patente en el binomio Lumen Gentium-Gaudium et Spes.  integradora de Iglesia y mundo (GS). La plenitud del Reino será la unidad perfecta humano divina e interhumana.

 

 

  

                                                       


 

 

 

 

 

    

 

 

 

 

 

 

  

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 


 

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