Cuando emprendemos una reflexión conviene a veces recordar el sentido de términos cuyo contenido parece obvio, ya que pueden manifestarse reveladores.
El Diccionario de la Real Academia nos dice sobre habitante:
“Cada una de las personas que constituyen la población de un barrio, ciudad,
provincia o nación”. Y con respecto a ciudadano: “El habitante de las
ciudades antiguas o de Estados modernos como sujeto de derechos políticos y que
interviene, ejercitándolos, en el gobierno del país”.
El ser habitante constituye, por tanto, simplemente un
hecho; pero la condición de ciudadano plantea un compromiso. La
conclusión suena evidente: un Estado democrático no resulta de la pura suma de
habitantes, sino que es fruto de un propósito compartido, de convicciones y
decisiones personales.
Cuando uno “ve” la situación de Venezuela, percibe que la
profunda crisis no ha sido fruto de la fatalidad, sino de deberes no asumidos y
derechos no ejercidos. Si la Atlántida desapareció por un cataclismo, la
Venezuela democrática vivible no se ha desarticulado por tsunamis o cosas por
el estilo; muchos pecados de acción y omisión se acumularon y siguen dañando.
Mas de una vez hemos lamentado la desaparición en la escuela de una materia que
se llamaba Moral y Cívica y más recientemente de otra denominada Educación
Religiosa Escolar (Programa ERE). Los partidos democráticos descuidaron la
formación de cuadros y en la Iglesia no se puso la atención debida a una
formación generalizada en su Doctrina Social. Se olvidó que una
convivencia democrática es como una planta viva, que es preciso regar, abonar,
podar, para que se mantenga y desarrolle. En los ´90 hasta se llegó a jugar con
ella, quitando y poniendo alegremente presidentes y candidatos.
La realidad política nacional aparece como una ensalada de
constitucionalidad e inconstitucionalidad, legalidad e ilegalidad, legitimidad e ilegitimidad, que ha llevado a
esquizofrenias en la intelección y manejo de la res publica. Se dan
confusiones e indeterminaciones, que se reflejan en diálogos sin marco preciso
y fundamento firme. Por otra parte, presupuestos ideológicos como el priorizar
la Revolución y lemas como “Patria, Socialismo o Muerte”, han venido a mitificar,
pervirtiendo, lo contingente.
En mi reciente pequeño libro sobre, “Doctrina Social de la
Iglesia”, he reproducido en anexos la Declaración Universal de los Derechos
Humanos del ´48, así como el Preámbulo y los Principios
Fundamentales de la tan cacareada y zarandeada Constitución de la
República Bolivariana de Venezuela. Dos personajes notables pero
desconocidos de la tragedia nacional, a los cuales es preciso poner en escena. Nadie
ama y exige, en efecto, lo que no conoce. Y los regímenes autoritarios,
dictatoriales y de corte parecido como el Socialismo del Siglo XXI, propician
la ignorancia en este campo ético-político para que opresión marche sobre
ruedas.
Se habla grandilocuentemente de participación, protagonismo y
cosas por el estilo, pero el conocimiento y la praxis en este campo es
paupérrima, por decir poco. Por ello la gente suele considerar como regalo lo
que es simple derecho; y como de poca monta o no imperativo lo referente a
deberes.
Hay una frase estupenda: al “hay que”, debo cambiarlo por el “tengo
que” y entrar en acción para poder decir “estoy en”. Esperamos cómodamente que
(líderes, gobernantes…otros) nos cambien el país. Nos contentamos con ver pasar
trenes, sin montarnos en ellos y buscar conducirlos (en lo poco o mucho que podamos
hacer). “No somos suizos” es frase corriente, que trata de encubrir nuestras
fallas y omisiones culpables.
¿Cuántos habitantes tiene Venezuela? ¿Con cuántos ciudadanos
cuenta Venezuela? Regímenes como el opresor actual no son fruto de la
fatalidad, la mala suerte o cosas por el estilo. Son producto de quienes nos
consideramos ciudadanos y no ejercemos esta profesión. Nos contentamos
simplemente con habitar el país -sin cuidar, por cierto, de su hábitat-.
Ciudadano es el que entiende la ciudad, polis, como
cosa propia. En este sentido ser verdadero ciudadano es ser auténticamente
político. Y para ello es preciso formarse. Y actuar. Asociándose en
algún grupo o partido político, o no; en funciones del Estado o no. Pero
siempre como participante y protagonista.