viernes, 25 de abril de 2025

DIOS ES AMOR

 

    El catálogo que ofrece la historia en cuanto a concepciones y definiciones de Dios es abundante y se inscribe en un conjunto bien amplio, que comprende las múltiples expresiones religiosas y elaboraciones teológicas con sus antecedentes míticos, además de las variadas posiciones planteadas en el ámbito filosófico.

    Dentro de este vasto campo podemos fijar hoy nuestra atención en algo que dice la Primera Carta de Juan: “Quien no ama no ha conocido a Dios, porque Dios es amor” (1 Jn 4, 8).  Allí el Autor explicita una condición hondamente existencial para acceder a dicho conocimiento: adhesión de la voluntad al bien genuino, apertura del corazón al amor auténtico. No basta una lógica de razones determinantes de una conclusión; se requiere una libre disponibilidad afectiva, que abra a la aceptación de Dios, como ser personal absoluto, que da sentido y plenitud al ser humano. No es una escueta conclusión sobre una realidad neutra. Se trata de un encuentro con alguien, que ilumina la existencia de quien pregunta y se pregunta. Si bien en latín se tiene el aforismo nil volitum nisi praecognitum (no queremos nada que no hayamos conocido de antemano), parece que en el presente caso las cosas son al revés: el amor posibilita el conocimiento. Ya Platón había intuido esta precedencia.

     “Dios existe”, como afirmación personal, no es una proposición neutra, pensemos en las físico-matemáticas. Es la aceptación de un relacionamiento interpersonal con inmensas consecuencias morales y espirituales. La religatio, desencadenada por un tal encuentro, presupone o implica una reformulación o conversión de la persona en búsqueda, una superación del egocentrismo y la adopción de una postura servicial. Obstáculos para la aceptación primacial de Dios constituyen entonces la soberbia, la avaricia y otros pecados capitales, fruto de actitudes y culturas hedonistas auto referenciales, de tecnocratismos deshumanizantes o de ideologismos cerrados.

    Ahora bien, el teísmo cristiano va más allá de lo que la sola capacidad humana puede alcanzar respecto de la existencia y naturaleza de Dios; así como de lo que el judaísmo, el islam u otras grandes religiones asumen de lo divino. La revelación hecha por Jesús es radicalmente original: el monoteísmo se interpreta como conjunto relacional interpersonal, comunión, amor. El Absoluto divino no es ya un solitario infinito, sino el Unitrino, tres personas en una sola divinidad. Algo que, aún después de revelado, permanece como misterio.

    Para la fe cristiana lo de Unitrino no se queda en simple afirmación intelectual; postula hondas y fecundas consecuencias vitales para la praxis creyente.  Lo comunional -Teilhard de Chardin diría amorizante- de Dios implica una reformulación de la propia persona y del entorno mundano en su devenir y conjunto cósmico. Dios pone su sello relacional en lo que crea y salva: el hombre como ser para la comunión, la salvación actuada en una comunidad (Iglesia) abierta a la humanidad como signo e instrumento del plan unificante divino universal. Éste constituye el horizonte (telos, griego) definitivo de la historia. En el plano ético y espiritual el amor resplandece así como mandamiento principal y sentido del quehacer humano. Consecuencia de éste es la deseable y obligante construcción de una nueva sociedad en libertad y solidaridad, participación y corresponsabilidad. La cual puede denominarse también civilización del amor.

    Conceptos de Dios como el infinito absoluto, el individuo solitario y lejano de la Ilustración, o como el frio postulado kantiano (garante, junto a la libertad y la inmortalidad, de una consistente moralidad humana), se quedan cortos ante aceptación Dios como amor amorizante, manifestado y regalado a la humanidad en su Hijo hecho hombre: Jesucristo.

    La definición dada por Juan interpela a los creyentes de todo tiempo, tentados de reducir la relación con Dios a una vinculación individualista y vertical, a simple obediencia u otorgamiento de castigos y premios, olvidando el relacionamiento amoroso que el Unitrino quiere establecer con y entre nosotros. 

domingo, 6 de abril de 2025

LA INDISPENSABLE DEMOCRACIA

 

    No hay nada más problemático que formar gente que piense con su propia cabeza.

    Es frase que me gusta repetirme y repetir. Con ella comencé un artículo que, por cierto, recibió el premio de El Nacional en 1992. Lo escribí pocos días después del intento de golpe de estado, aventura que desembocó, antes de una década, en el régimen de corte totalitario durante todo lo que va de siglo y milenio.

    El referido artículo tenía como título La exigente democracia. Junto a identificar innegables fallas políticas de entonces insistía en lo indispensable de una educación para la democracia, la cual, como obra de la libertad ciudadana, es algo vivo, necesitado de continua revisión, cuido, alimentación y perfeccionamiento.

    Mucha agua ha corrido desde entonces bajo los puentes. La experiencia demostró que la democracia es una planta que exige delicada atención, porque de otro modo se debilita hasta secarse. No pocos habían pensado que la convivencia democrática en nuestro país tenía una especie de seguro de vida y podía permitirse juegos de poder, hasta cambiar alegremente un presidente a escaso tiempo del término de período constitucional.

    El pasado es eso y lo que fue, fue. El futuro no existe. El único tiempo de que disponemos es un presente fugaz, que es preciso aprovechar con inteligencia, responsabilidad, previsión, bondad. Y con lo que en cristiano entendemos como algo obligante y bien exigente, amor.

    De la democracia no podemos quedarnos en calificarla como algo bueno, deseable. Sin ser la perfección terrena absoluta, hemos de asumirla como algo valioso y obligante, como relacionamiento social querido por Dios para nosotros, seres libres y responsables; puestos en el mundo para la comunicación y el diálogo; creados políticos (humanos para emerger y desarrollarse en polis), personas con dignidad y derechos inalienables. Democracia es com-partir propiedades, tareas y responsabilidades. Construir juntos lo que atañe a todos, lo que conforma el bien común.

    Por ello es obligante formarse y formar para convivir en democracia. Lo que implica educarse en derechos, pero también e inseparablemente, en deberes como regalo que nos hacemos.

    A propósito de educación para la democracia, resulta oportuno recordar algo sobre el primero de estos términos, para lo cual resulta muy iluminador recordar su etimología. Educar viene del verbo latino educere, de muy rica significación (criar, cuidar, alimentar, sacar, hacer salir…) Puede decirse que Miguel Ángel edujo de un bloque de mármol su Moisés. No lo introdujo. La mano del artista   lo fue generando y la piedra lo fue dando a luz.  Educar no es inyectar y hacer del alumno un repetidor. Como en la mayéutica socrática, es una ayuda liberadora ¿Qué significa educar para la responsabilidad, para la solidaridad, para la libertad?  No se trata tanto de procurar aptitudes cuanto actitudes.

    Una pedagogía para la democracia entraña que el ciudadano se transforme desde dentro en persona sensible a los derechos del otro, a la fraterna solidaridad, a la corresponsabilidad en el bienestar colectivo, en la atención preferencial a los más débiles; al descubrimiento y apreciar del otro como proximus.

    La democracia es, por tanto, tarea común, siempre en hacerse. No se debe esperar que nos la hagan y den. Debe formarse desde el hogar en el cultivo de un relacionamiento responsable, delicado y servicial. La democracia es un derecho humano. Con su otra cara, el deber.

    En Venezuela no gozamos de una convivencia democrática. Lograrla es imperativo común. Para lo cual hemos de educarnos y educar. Recordando que es planta que hemos de regar, abonar, podar, proteger. 

    La experiencia nos enseña que interpretar la democracia como algo dado, que ha de permanecer al margen de lo que hagamos o no hagamos, es una nefasta ilusión. Agentes y soportes de una democracia hemos de ser todos los ciudadanos; sólo así se evitará que los “líderes” se conviertan en sus solos protagonistas y los gobernantes en sus solos administradores para terminar en déspotas.