La contribución de la Iglesia a la gestación de una nueva sociedad (CIGNS) es el título del tercero de los 16 del Concilio Plenario de Venezuela (2000-2006). Constituye un muy útil manual de Doctrina Social de la Iglesia aplicada a nuestro país, dada su metodología del ver-juzgar-actuar.
Clave e ineludible desafío es el que plantea el referido documento: “Una de las grandes tareas
de la Iglesia en nuestro país consiste en la construcción de una sociedad más
justa, más digna, más humana, más cristiana y más solidaria. Esta tarea exige
la efectividad del amor. Los cristianos no pueden decir que aman, si ese amor
no pasa por lo cotidiano de la vida y atraviesa toda la compleja organización
social, política, económica y cultural” (CIGNS 9).
Este
imperativo lleva a recordar la interpretación marxista de la religión preparada
ya por el filósofo alemán Feuerbach (1804-1872) con su categoría de alienación,
de acuerdo a la cual, el hombre se vacía de sí mismo transfiriendo a un
dios ficticio su propia dignidad. Marx concretó esa alienación en una causa
económica: en la sociedad capitalista, de clases, el proletario es despojado de
lo que le pertenece, de su dinero y, con ello, de su valor. Con la colectivización,
fruto de la revolución comunista mediante la eliminación de la propiedad
privada y las clases sociales, el ser humano se recuperará, será él mismo.
Eliminada la propiedad privada esclavizante, el hombre recobrará su genuina
identidad y destino, sin tener que apelar a expectativas de felicidad extra
mundanas, a fantasías religiosas.
La
caída del Muro de Berlín mostró lo engañoso de los “paraísos terrenos” propuestos
por proyectos destructivos de entraña totalitaria. Lo monstruoso de esa imaginería
lo pusieron de relieve autores como Milovan Djilas a mediados de los 50´ con su
Nueva clase y tres décadas más tarde George Orwell con su 1984.
Con
respecto al marxismo bastante agua ha corrido bajo los puentes y ha sido
notable su metamorfosis al enfocar la revolución y el binomio de los opuestos, acentuando
no ya tanto lo económico cuanto lo político y cultural; siempre, sin embargo,
en un sentido totalitario de imposición excluyente. Un marxismo metamorfoseado,
asumiendo disfraces democráticos que favorecen el marketing ideológico y
el dominio gradual. Caso patente es el del Socialismo del Siglo XXI en
la línea del castro narcomunismo.
En
cuanto al relacionamiento de estos neomarxismos político-culturales con los entes
religiosos estamos frente una novedosa paradoja: no atacan y persiguen
ya tanto explícita y directamente la religión, sino que buscan por todos los
medios a su alcance, también punitivos, que ésta sea de veras alienante,
no se comprometa en lo terrenal, “no se meta en política”, entendiendo por ésta,
cosas como lo relativo a defensa y promoción de los derechos humanos, autenticidad
de la convivencia democrática, exigencias básicas de un estado de derecho. A lo
cultual y litúrgico, lo devocional privado, lo organizativo-administrativo
indispensable institucional religioso, le dejan campo discretamente abierto,
aunque siempre delimitado -cuando gobiernan- por la autoridad cívico-militar. La
medida de la alienación la establece autoritativamente el Estado, que absorbe también
las funciones de Sumo Sacerdote. En perspectiva totalitaria se “colectiviza”
así también la religatio.
Resulta
así una patente paradoja: para corrientes y regímenes marxistas o congéneres como
el Socialismo del Siglo XXI, la religión -y con ella, la Iglesia- es
aceptable y puede actuar, sólo si se comporta efectivamente como “opio del
pueblo”. Sin entrar en la suerte de la polis.
Esta
paradoja plantea para instituciones religiosas e iglesias -pienso en primer
lugar en mi Iglesia católica- a) negativamente, evitar una presencia intimista
y “espiritualista” en el mundo ajena al compromiso temporal y b) positivamente,
integrar una espiritualidad, liturgia y vida de gran profundidad y aliento con
un protagonismo consciente y activo humanizante en la polis. El norte ha de ser construir en este mundo
una “nueva sociedad”, que anuncie y prepare la polis celestial.