miércoles, 30 de julio de 2025

ALIENACIÓN COMO PARADOJA

     La contribución de la Iglesia a la gestación de una nueva sociedad (CIGNS) es el título del tercero de los 16 del Concilio Plenario de Venezuela (2000-2006). Constituye un muy útil manual de Doctrina Social de la Iglesia aplicada a nuestro país, dada su metodología del ver-juzgar-actuar.

    Clave e ineludible desafío es el que plantea el referido documento: “Una de las grandes tareas de la Iglesia en nuestro país consiste en la construcción de una sociedad más justa, más digna, más humana, más cristiana y más solidaria. Esta tarea exige la efectividad del amor. Los cristianos no pueden decir que aman, si ese amor no pasa por lo cotidiano de la vida y atraviesa toda la compleja organización social, política, económica y cultural” (CIGNS 9).

    Este imperativo lleva a recordar la interpretación marxista de la religión preparada ya por el filósofo alemán Feuerbach (1804-1872) con su categoría de alienación, de acuerdo a la cual, el hombre se vacía de sí mismo transfiriendo a un dios ficticio su propia dignidad. Marx concretó esa alienación en una causa económica: en la sociedad capitalista, de clases, el proletario es despojado de lo que le pertenece, de su dinero y, con ello, de su valor. Con la colectivización, fruto de la revolución comunista mediante la eliminación de la propiedad privada y las clases sociales, el ser humano se recuperará, será él mismo. Eliminada la propiedad privada esclavizante, el hombre recobrará su genuina identidad y destino, sin tener que apelar a expectativas de felicidad extra mundanas, a fantasías religiosas.

    La caída del Muro de Berlín mostró lo engañoso de los “paraísos terrenos” propuestos por proyectos destructivos de entraña totalitaria. Lo monstruoso de esa imaginería lo pusieron de relieve autores como Milovan Djilas a mediados de los 50´ con su Nueva clase y tres décadas más tarde George Orwell con su 1984.

    Con respecto al marxismo bastante agua ha corrido bajo los puentes y ha sido notable su metamorfosis al enfocar la revolución y el binomio de los opuestos, acentuando no ya tanto lo económico cuanto lo político y cultural; siempre, sin embargo, en un sentido totalitario de imposición excluyente. Un marxismo metamorfoseado, asumiendo disfraces democráticos que favorecen el marketing ideológico y el dominio gradual. Caso patente es el del Socialismo del Siglo XXI en la línea del castro narcomunismo.

    En cuanto al relacionamiento de estos neomarxismos político-culturales con los entes religiosos estamos frente una novedosa paradoja: no atacan y persiguen ya tanto explícita y directamente la religión, sino que buscan por todos los medios a su alcance, también punitivos, que ésta sea de veras alienante, no se comprometa en lo terrenal, “no se meta en política”, entendiendo por ésta, cosas como lo relativo a defensa y promoción de los derechos humanos, autenticidad de la convivencia democrática, exigencias básicas de un estado de derecho. A lo cultual y litúrgico, lo devocional privado, lo organizativo-administrativo indispensable institucional religioso, le dejan campo discretamente abierto, aunque siempre delimitado -cuando gobiernan- por la autoridad cívico-militar. La medida de la alienación la establece autoritativamente el Estado, que absorbe también las funciones de Sumo Sacerdote. En perspectiva totalitaria se “colectiviza” así también la religatio.

    Resulta así una patente paradoja: para corrientes y regímenes marxistas o congéneres como el Socialismo del Siglo XXI, la religión -y con ella, la Iglesia- es aceptable y puede actuar, sólo si se comporta efectivamente como “opio del pueblo”. Sin entrar en la suerte de la polis.

    Esta paradoja plantea para instituciones religiosas e iglesias -pienso en primer lugar en mi Iglesia católica- a) negativamente, evitar una presencia intimista y “espiritualista” en el mundo ajena al compromiso temporal y b) positivamente, integrar una espiritualidad, liturgia y vida de gran profundidad y aliento con un protagonismo consciente y activo humanizante en la polis.  El norte ha de ser construir en este mundo una “nueva sociedad”, que anuncie y prepare la polis celestial.

sábado, 12 de julio de 2025

CANONIZACIÓN Y PEREGRINANTES

 

    La fe cristiana identifica el trajinar humano en la historia como un peregrinar hacia la plenitud de los tiempos, la cual se inscribe en otro tipo de duración, definitiva, eterna. El último libro de la Biblia, el Apocalipsis, busca describir, con su peculiar género literario y riqueza simbólica, la etapa culminante del Reino (Reinado) de Dios, que constituyó lo central de la predicación de Jesús. La polis terrena cederá su lugar a la Jerusalén celestial, ciudad de luz y convivencia perfecta de los justos (santos) en comunión con Dios Amor, Trinidad. En esta perspectiva, el tiempo, devenir mundano, es ámbito de prueba, de decisión, respecto del mandamiento máximo, el amor a Dios-prójimo (ver Mateo 25, 31-46).

    La canonización es la declaración oficial de la Iglesia respecto de la integración de un ser humano en la ciudad definitiva. Y se lo declara santo, para que quienes todavía peregrinamos lo veneremos como modelo e intercesor. El catálogo de los santos (santoral) ofrece una rica variedad de personajes, que animan y ayudan al pueblo de Dios en su devenir histórico, como creyente y corresponsable en la misión evangelizadora encomendada por Cristo. Los santos son hombres y mujeres de los distintos sectores eclesiales, de las más diversas categorías sociales y características personales. Los próximos dos santos venezolanos son ejemplos de esa variedad hagiográfica.

    Las canonizaciones son también llamados y exigencias que se plantean a la Iglesia, con peculiares especificaciones y acentos en las circunstancias concretas. De allí la necesidad de leer los “signos de los tiempos”. Por ejemplo una Edith Stein, carmelita filósofa quemada en el campo de concentración de Auschwitz aparece como patente advertencia frente a políticas de intolerancia y culturas de permisividad; así como en su tiempo otro mártir, el político Tomás Moro, testimonió por dónde debía ir el ejercicio del poder.

    Es la razón por qué hemos de escarbar en la interpelación que la canonización de nuestros primeros santos, Carmen Rendiles y José Gregorio Hernández y, en particular, la del “médico de los pobres”, plantea a la Iglesia venezolana y a la nación entera en este tiempo de grave crisis nacional. Ellos se entregaron por completo al servicio de Dios y del prójimo, demostrando las radicales exigencias del amor evangélico. Su canonización es “fiesta”, celebración de agradecimiento a Dios así como de alegría fraterna, pero ha de ser también de reflexión y compromiso respecto de lo que ella exige en autenticidad de fe y expresión religiosa, así como en materia de verdad y libertad, justicia y solidaridad en la convivencia nacional. A dos siglos del 5 de Julio y de Carabobo en los inicios de un nuevo siglo-milenio, la interpelación al país es ineludible respecto de la inexistencia de un estado de derecho, la imposición de un proyecto ideológico-político de corte totalitario, la tragedia de un empobrecimiento masivo y la emigración forzada de una cuarta parte de nuestra población. Urge interpretar la canonización como un llamado imperativo a la recomposición del tejido nacional, a la reconciliación y la convivencia genuinamente democrática de los venezolanos.

    Por ello, sintetizando angustias y anhelos, puede decirse que la canonización es ocasión propicia para exigir:

1.La liberación de todos los presos políticos y de la actual ola represiva.

2.El restablecimiento de la libertad de los medios de comunicación social.

3. La pronta y efectiva obediencia al soberano (CRBV 5), en lo que ha decidido (28 Julio 2024) y pueda decidir desde ahora, por un procedimiento creíble, para la reconstitucionalización de la República. Eventuales acuerdos y decisiones que habrán de contar con seria garantía internacional.

    Dios revelado por Cristo es Trinidad, encuentro interpersonal; creó al ser humano para la comunión y quiere la reconciliación, la unidad de nuestro pueblo venezolano, al cual le regala ahora dos santos. A éstos los ofrece como modelos de servicio fraterno, especialmente del prójimo más débil. Su canonización desafía a construir una nación pacífica, libre, emprendedora, solidaria, de calidad espiritual.