domingo, 27 de marzo de 2011

1.4.11
FE Y NUEVA SOCIEDAD
Ovidio Pérez Morales
Cuando se habla de “nueva sociedad” se entiende por ésta una convivencia humana a la altura de la dignidad del hombre, sujeto consciente y libre, persona portadora de derechos inalienables, del cual el primero y fundamental es el derecho a la vida.
Una primera observación necesaria en esta materia es que la “nueva sociedad” ha de entenderse, no como una organización societaria perfecta, alcanzable en un momento determinado de la historia, sino como un horizonte hacia el cual deben dirigirse los esfuerzos humanos. Es decir, como una convivencia satisfactoria, pero siempre perfectible. Pudiéramos decir: una sociedad deseable, que, al realizarse, se juzga simultáneamente como todavía mejorable.
Esta concepción dinámica de nueva sociedad supera las endebles utopías, como la que formula el materialismo marxista, el cual afirma un cierto punto terminal en la dialéctica histórica, que se daría con la sociedad sin clases, abriendo así el “paraíso” comunista. Un punto final en una línea dialéctica, contradictoriamente asienta un fijismo como conclusión de una absoluta progresividad.
En perspectiva cristiana la perfección última humana se tendrá en otro ámbito de duración, que no es ya el tiempo propiamente terreno, histórico, sino escatológica, metahistórica. Es lo que se entiende por “cielo” o plenitud del Reino de los Cielos. El alcance de esa perfección no se da ya como simple fruto del esfuerzo humano, por lo demás seriamente requerido, sino, principal y radicalmente, como don divino. Esto implica, como se puede ver, una ruptura con un humanismo cerrado, que se define desde las solas disponibilidades y capacidades del ser humano, excluyendo el reconocimiento de una genuina trascendencia, la presencia de Dios con su acción creadora y salvadora.
Ahora bien, el compromiso por el logro de una “nueva sociedad” es algo obligante para el cristiano. Brota de su misma fe, que es encuentro con Jesucristo, aceptación de su persona y su mensaje. Encuentro transformador, que implica conversión y lleva, por su misma dinámica interna, al seguimiento de Jesús, a la práctica de su mandamiento máximo, el amor.
Jesús enseña que “el camino hacia Dios pasa por el amor y la solidaridad con los más débiles”, y el aceptar al Señor exige “asumir un proyecto de humanización” según el mandamiento del amor mutuo”. Esto lo afirma el Concilio Plenario de Venezuela en el documento Proclamación profética del Evangelio de Jesucristo en Venezuela, Nos. 74-75. Dicho amor no se queda en un relacionamiento persona-persona o en un compartir grupal restringido, sino que ha de extenderse, en círculos societarios cada vez más amplios. El mismo Concilio desarrolla este punto en otro documento, muy importante desde el punto de vista de la Doctrina Social, como es La contribución de la Iglesia a la gestación de una nueva sociedad.
Vistas así las cosas se debe decir que la fe –lo mismo aplíquese al Evangelio, al compromiso cristiano, a la misión de la Iglesia- tiene una dimensión política. Ha de expresarse, ineludiblemente, en la organización social, en el tejido de la convivencia, procurando actuar los valores de la verdad, la libertad, la justicia, la solidaridad, la responsabilidad ecológica, la calidad espiritual de vida.
Personalmente me gusta recordar siempre el texto del Evangelio según san Mateo, en el cual se describe el Juicio Final y el criterio que allí se adopta para clasificar buenos-malos: la iniciativa y operatividad en la práctica de las obras de misericordia (actuables a los niveles micro- y macrosociales.
Fe y trabajo por una nueva sociedad son, pues, términos inseparables para el cristiano, en el sentido que éste no puede considerarse como tal sin comprometerse, en una u otra forma, en la construcción de una sociedad que corresponda a los requerimientos del ser humano, de sus derechos y deberes, de su vocación y destino terreno y trascendente.

miércoles, 16 de marzo de 2011

18.3.1
CENIZA Y CONDICIÓN HUMANA
Ovidio Pérez Morales
El Miércoles de Ceniza inauguró la Iglesia, con un rito muy sencillo, el tiempo de Cuaresma, preparatorio de la Pascua.
El sacerdote marcó la frente de hermanos suyos en la fe, con ceniza, mientras pronunciaba una de estas dos fórmulas: “Conviértanse y crean el Evangelio”, o “Acuérdate de que eres polvo y al polvo volverás”.
La Cuaresma invita al creyente a profundizar en su condición cristiana, así como a cambiar actitudes y comportamientos hacia una más sincera y coherente adhesión al Señor. Por eso se le llama tiempo especial de conversión.
El rito de la Ceniza introduce el tiempo cuaresmal, subrayando características fundamentales de la condición humana en su existir temporal.
La fórmula “Acuérdate de que eres polvo y al polvo volverás” sintetiza tres de esas características: corporeidad, fugacidad y pecaminosidad. El Génesis, mediante un relato antropomórfico, presenta a Dios como un artesano que forma al hombre “con polvo del suelo”, para luego insuflarle “el aliento de vida” (2, 7); origen humilde (de humus, tierra) de un ser creado para una vocación muy alta. El “volverás” pone de relieve la caducidad de ese mismo ser humano, la cual, en el texto sagrado aparece ligada a la pecaminosidad. Después de pecar, el hombre oye a Dios decirle: “Con el sudor de tu rostro comerás el pan, hasta que vuelvas al suelo, pues de él fuiste tomado. Porque eres polvo y al polvo tornarás” (3, 19). El hombre queda así definido como ser-para-la-muerte e identificado como “pecador”. El pecado se muestra ya en el Génesis (cap. 3) como múltiple ruptura: con Dios (desobediencia), pero también interhumana (Adán acusa a Eva) y con la naturaleza (ésta, al ser objeto de abuso, se vuelve dura).
Dios no abandonó, sin embargo a este ser caído en el pecado. De muchas formas se le fue acercando. Y Jesucristo, el Hijo de Dios encarnado, es, en la historia, la prueba culminante del amor misericordioso de Dios, y, así, fuente de liberación (sanación) y elevación del ser humano a la participación de la vida divina.
La otra fórmula de la Ceniza –“Conviértanse y crean el Evangelio”- es una proclama de esperanza. El hombre es invitado a volverse a Dios para recibir de él salvación, vida. En esto consiste el Evangelio (la “buena noticia” cristiana). La conversión es un cambio de ruta, que abre al encuentro renovador con Jesús.
“Hombre nuevo”. Esto es lo que quiere hacer Dios del existente humano. “Ese hombre nuevo” no es simplemente fruto del ejercicio de la libertad del hombre o de una dinámica histórica –planteamiento de filosofías o ideologías como la marxista-, sino fundamental y radicalmente, un don (gracia) divina, otorgado por Cristo.
La Cuaresma, por tanto, reclama del creyente, conversión. Ésta entraña, de una parte, un cambio de vida, y de la otra, una apertura a la acción liberadora y elevante de Dios.
El rito sencillo pero muy significativo de la Ceniza nos advierte acerca de nuestra condición humana, que es no sólo limitada, sino también frágil y pecadora. Pero igualmente y como lo más importante, nos recuerda nuestra vocación a la comunión con Dios y con nuestro prójimo. Una comunión que se realiza de un modo verdadero aunque imperfecto en nuestro peregrinar terreno. Y se tendrá de manera perfecta en la plenitud celestial del Reino.