miércoles, 16 de marzo de 2011

18.3.1
CENIZA Y CONDICIÓN HUMANA
Ovidio Pérez Morales
El Miércoles de Ceniza inauguró la Iglesia, con un rito muy sencillo, el tiempo de Cuaresma, preparatorio de la Pascua.
El sacerdote marcó la frente de hermanos suyos en la fe, con ceniza, mientras pronunciaba una de estas dos fórmulas: “Conviértanse y crean el Evangelio”, o “Acuérdate de que eres polvo y al polvo volverás”.
La Cuaresma invita al creyente a profundizar en su condición cristiana, así como a cambiar actitudes y comportamientos hacia una más sincera y coherente adhesión al Señor. Por eso se le llama tiempo especial de conversión.
El rito de la Ceniza introduce el tiempo cuaresmal, subrayando características fundamentales de la condición humana en su existir temporal.
La fórmula “Acuérdate de que eres polvo y al polvo volverás” sintetiza tres de esas características: corporeidad, fugacidad y pecaminosidad. El Génesis, mediante un relato antropomórfico, presenta a Dios como un artesano que forma al hombre “con polvo del suelo”, para luego insuflarle “el aliento de vida” (2, 7); origen humilde (de humus, tierra) de un ser creado para una vocación muy alta. El “volverás” pone de relieve la caducidad de ese mismo ser humano, la cual, en el texto sagrado aparece ligada a la pecaminosidad. Después de pecar, el hombre oye a Dios decirle: “Con el sudor de tu rostro comerás el pan, hasta que vuelvas al suelo, pues de él fuiste tomado. Porque eres polvo y al polvo tornarás” (3, 19). El hombre queda así definido como ser-para-la-muerte e identificado como “pecador”. El pecado se muestra ya en el Génesis (cap. 3) como múltiple ruptura: con Dios (desobediencia), pero también interhumana (Adán acusa a Eva) y con la naturaleza (ésta, al ser objeto de abuso, se vuelve dura).
Dios no abandonó, sin embargo a este ser caído en el pecado. De muchas formas se le fue acercando. Y Jesucristo, el Hijo de Dios encarnado, es, en la historia, la prueba culminante del amor misericordioso de Dios, y, así, fuente de liberación (sanación) y elevación del ser humano a la participación de la vida divina.
La otra fórmula de la Ceniza –“Conviértanse y crean el Evangelio”- es una proclama de esperanza. El hombre es invitado a volverse a Dios para recibir de él salvación, vida. En esto consiste el Evangelio (la “buena noticia” cristiana). La conversión es un cambio de ruta, que abre al encuentro renovador con Jesús.
“Hombre nuevo”. Esto es lo que quiere hacer Dios del existente humano. “Ese hombre nuevo” no es simplemente fruto del ejercicio de la libertad del hombre o de una dinámica histórica –planteamiento de filosofías o ideologías como la marxista-, sino fundamental y radicalmente, un don (gracia) divina, otorgado por Cristo.
La Cuaresma, por tanto, reclama del creyente, conversión. Ésta entraña, de una parte, un cambio de vida, y de la otra, una apertura a la acción liberadora y elevante de Dios.
El rito sencillo pero muy significativo de la Ceniza nos advierte acerca de nuestra condición humana, que es no sólo limitada, sino también frágil y pecadora. Pero igualmente y como lo más importante, nos recuerda nuestra vocación a la comunión con Dios y con nuestro prójimo. Una comunión que se realiza de un modo verdadero aunque imperfecto en nuestro peregrinar terreno. Y se tendrá de manera perfecta en la plenitud celestial del Reino.

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