El reciente documento del Episcopado
Venezolano bajo el título Renovación
ética y espiritual frente a la crisis nacional (12.1.1015) cita estas
palabras del Papa Francisco:” En la medida en que Él (Dios) logre reinar entre
nosotros, la vida social será ámbito de fraternidad, de justicia, de paz, de
dignidad para todos” (Exhortación Evangelii
Gaudium 180).
En estas palabras hay una
referencia implícita a lo que constituye el corazón, el eje, de la predicación
de Jesús: el Reino de Dios (o de los
cielos, en la terminología del evangelista Mateo). El Reino (o Reinado) aquí
significa el plan, el designio creador y salvador de Dios y el cual revela el sentido definitivo
de la historia. Dicho plan consiste en la
unidad de los seres humanos con Dios y entre sí. El Reino de Dios tiene su
máxima expresión en Cristo y está en obra en el tiempo hasta su plenitud el
Señor regrese glorioso.
Ahora bien, el término comunión es equivalente al de unidad, pero va más en profundidad, por
cuanto nos adentra en lo interpersonal y viene a tener como sinónimos los de
encuentro, compartir. Entrar en comunión, tejer comunión, tienen una
resonancia muy especial, pues implican la relación específica de sujetos
conscientes y libres y no ya de seres cualesquiera.
En el ámbito de la Iglesia la
categoría comunión ha recobrado vitalidad a partir del Concilio
Vaticano II, hasta el punto que la
Conferencia Latinoamericano de Obispos en Puebla (1979) la asumió como núcleo
estructurante o eje articulador de sus trabajos y, más todavía, del conjunto
doctrinal y práctico cristiano. Es lo
que denominó línea teológico-pastoral de
comunión.
Comunión se convierte así en la noción globalizante y armonizante
de los diversos elementos en que el cristiano cree y ha de actuar, comenzando
por Dios mismo –principio y fuente de toda realidad-, que es Trinidad, relación
interpersonal, comunión.
La tarea que le compete a la
Iglesia en el mundo viene a ser entonces proclamar, celebrar, construir
comunión en sí y en la sociedad. Esto comprende también su compromiso social,
que se puede definir como una dimensión de la evangelización. En esta
perspectiva se entiende cómo la
presencia de la Iglesia y del cristiano en el campo político se orienta hacia
la comunión.
¿Qué quiere decir política de
comunión? No otra cosa que orientar la acción política hacia la construcción de
una unión efectiva en y de la convivencia, de la sociedad. Léase “producir”,
promover: libertad, seguridad, justicia, equidad, solidaridad, compartir, calidad ética y espiritual,
encuentro, reconciliación, paz. Trabajar por el bien común. Edificar aquello
que en el magisterio pontificio de los últimos tiempos se ha denominado la “civilización
del amor”.
Una política de comunión exige no sólo superar
una política cainítica o del “hombre lobo para el hombre”, sino, sobre todo,
potenciar una comunidad, desde la vecinal hasta la internacional, en donde
imperen todos aquellos valores que se derivan de la constitución misma del ser
humano, creado por Dios como ser para “el otro”, para la hermandad, con todo lo que de ésta se deriva y a ésta lleva.
La frase del Papa Francisco
arriba citada podría también traducirse así: Dios reina en la medida en que el
hombre establece en el mundo un reinado de solidaridad y de paz.