Dios no debe ser interpretado como simple recurso argumentativo
para un correcto comportamiento ético. Hay no creyentes que se comportan
éticamente con rectitud. Por lo demás, Dios
no necesita nuestra obediencia, como si ésta le añadiese algo a su felicidad y
perfección.
Tampoco se puede decir que la afirmación de Dios produzca
automáticamente concepciones y sentimientos de bondad, fraternidad y paz. La
historia ofrece dolorosas experiencias de cruel intolerancia religiosa –también
entre cristianos- y la actualidad mundial exhibe muestras trágicas de masacres
realizadas en nombre de un “Dios”,
caricaturizado como fundamentalista.
El Dios único, que nos ha revelado y comunicado Jesucristo, sin embargo, es al que podemos
invocar como “Padre nuestro” y el que nos plantea el amor mutuo como exigencia
fundamental. En un libro del Nuevo Testamento encontramos esta interpelante
advertencia: “(…) quien no ama a su hermano, a quien ve, no puede amar a Dios,
a quien no ve” (1 Jn 4, 20). Dios se constituye así, en exigencia y garantía de
fraternidad y, con ello, de diálogo y encuentro, de perdón y reconciliación, de
solidaridad y paz. Por eso se dice que Dios es la mejor defensa del ser humano.
Dios es la absolutez e infinitud de la bondad y la gratuidad.
En libro bíblico citado leemos también una
definición de Dios, que suena extraña a muchos ojos nublados y corazones
vendados: “Dios es amor” (1 Jn 4, 8). Y nos ha creado como seres en relación, para
que amemos. Esto significa, negativamente, para que no nos odiemos, marginemos,
excluyamos, dañemos, destruyamos. Y, positivamente, para que hagamos de este
pequeño mundo peregrino en la inmensidad del cosmos, una casa común, un hogar
para todos, no a pesar de que seamos
diferentes, sino precisamente con
nuestra diversidad en huellas digitales, código genético y personalidad
indeleble e intransferible.
Duele entonces encontrar consignas como “De Dios no hablar”,
que se traducen en planes pedagógicos como el del Socialismo del Siglo XXI.
Éste no sólo ha liquidado el Programa de
Educación Religiosa Escolar (ERE) –de la Iglesia católica, pero que estaba
generando también algunos de otras confesiones cristianas-, sino que se propone
una formación en sustitutos de Dios como son los ídolos ideológicos.
¿Resultante? Lo que ha historia también nos muestra como frutos de la dureza,
crueldad, inhumanidad de los sistemas totalitarios idolátricos.
Se habla en Venezuela de muchas expropiaciones dañinas, pero
poco o nada de lo que a mi entender es la expropiación más deletérea: la que
este régimen le ha hecho al pueblo venezolano al quitarle el referido Programa
de Educación Religiosa.
No se hable de Dios a los niños, a los adolescentes, a los
jóvenes. Si esa es la consigna ¿Qué corresponde esperar de las nuevas
generaciones en este mundo conflictivo, bajo la mirada y la protección divinas,
ciertamente, pero también tentado por pecados capitales como la soberbia, la
avaricia, la lujuria, la ira y la envidia?
Eliminada la enseñanza sobre Dios en la escuela ¿Qué hacer?
Lo que se debe hacer. Que la familia tome en serio su condición de primera
escuela; que los maestros creyentes asuman su responsabilidad de comunicar la
fe por los medios que les toca imaginar; que los creyentes todos asuman su
responsabilidad de difundir los valores religiosos; que al restablecerse la
democracia en nuestro país se retome la educación religiosa escolar como ingrediente
pedagógico básico de un humanismo integral.
Dios no se reduce a escueto inspector y juez
de la conducta humana. Su plan creador y salvador tiende al logro de una
genuina fraternidad universal íntimamente unida a Él, que no es una persona
solitaria en eterno narcisismo, sino perfectísima comunión interpersonal,
Trinidad, Amor.
¿De Dios no hablar? En la Biblia encontramos esta admonición:
“Si Dios no construye la casa, en vano se afanan los constructores; si Dios no
guarda la ciudad, en vano vigila la guardia” (S. 127).